No soy tu amigo.

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Capítulo 25.

No soy tu amigo.

Julián apresuró el paso para alcanzar a Dafne; la despedida no había durado lo suficiente como hubiera querido, jamás sería suficiente. La idea de ir por separado era lógica y buena, pero absurda y terrible a la vez. Sabía que no había otra persona en el mundo en quien pudiera confiar incluso su propia vida, sabía que Duncan nunca le defraudaría, pero también estuvo consciente de que una terrible molestia e insatisfacción le invadió de manera repentina cuando llegó el momento de tomar caminos diferentes. Las ganas de romperle la nariz al castaño surgieron de manera inesperada y casi incontrolable en Julián, pero se obligó a mantener la compostura lo más posible; Duncan incluso rechazó al principio la idea, no había ganas ni mucho menos satisfacción por hacer aquello, así que Julián no debería sentirse así ya que el beta no presentaba una amenaza, simplemente era algo que no podía explicar.

—Llegaremos antes del amanecer— las palabras de su acompañante le espabilaron, —inmediatamente enviaremos por ellos— le quiso tranquilizar repitiéndole el plan inicial: Duncan y Mauricio no avanzarían mucho, deberían quedarse en el poblado más cercano y aguardar.

—Lo sé, es sólo que yo...— suspiró, se detuvo para mirar el suelo y colocó la diestra en su pecho, palpando sobre la tela de su ropa aquella cruz de oro macizo que colgaba de la gargantilla del mismo material, esa que Mauricio le había entregado horas antes, durante su despedida; era el único recuerdo que el humano tenía de sus progenitores, era su gran tesoro, y se lo había confiado a él.

—Sé que no te es fácil, tampoco lo es para mí.

Julián la miró, bajo la luz de la luna sus ojos se veían más claros; el muchacho parpadeó y se disculpó al darse cuenta de que había estado siendo egoísta, ella también había dejado algo valioso atrás: a su único hijo. —Lo siento.

—Sólo démonos prisa. ¿De acuerdo?

...

No sólo el silencio prolongado, sino también el dolor en sus pies le estaba molestando.

—¿Falta mucho?— preguntó Mauricio.

—Me recuerdas a los niños impacientes cuando hacen un viaje. ¿Mami, falta mucho?— Duncan hizo la pregunta en un tono de voz agudo e infantil.

—Eres demasiado fastidioso.

—Yo sólo quiero amenizar el camino.

—Probablemente estamos en peligro de muerte, ¿y a ti se te ocurre amenizar el camino?

—Está bien, señor pesimista, ya no haré más bromas; ahora, respondiendo tu pregunta, estaremos allí en algunos minutos.

Y así fue, en menos de media hora ya divisaban un pequeño poblado.

—Será mejor escoger un hostal a las afueras— dijo Duncan, —será más sencillo para Julián y mamá encontrarnos.

—Si, como sea— contestó el humano con desgana, más bien porque en realidad estaba cansado.

El administrador del hostal no hizo más preguntas de las necesarias al realizar su registro, ni les ofreció una habitación extra cuando Duncan anunció que ambos compartirían una. El hombre de prematura calvicie los guio fuera del lugar, el acceso de las habitaciones dobles estaba en la calle, no había necesidad de pasar por recepción para ingresar a ellas; les enseñó los controles y tomacorrientes antes de dejarlos solos y desearles una feliz estancia.

—Amigo, muero de hambre— exclamó Duncan cuando se dejó caer en una de las camas.

—No soy tu amigo— balbuceó Mauricio cuando le dio la espalda, estaba pensando tomar una ducha de inmediato, así que cogió su mochila y se encerró en el baño sin peguntarle a su acompañante si deseaba hacer uso de él primero.

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