La encontré.

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Capítulo 5.

La encontré.

—Tranquilo, encontraremos más chicas— le dijo Duncan al dejar sobre la mesa la bandea con comida rápida. No le gustaba darle falsas esperanzas a su amigo, pero sabía que decirle la verdad sobre la inexistencia de las parejas destinadas sólo le amargaría al día, por no decir que probablemente lo pondría molesto.

—Estoy tranquilo, sólo tengo hambre— respondió y tomó una hamburguesa para retirarle la envoltura con prisa.

Lo que en realidad inquietaba a Julián era el muchacho de la bicicleta, aquél que había sido intimidado por dos ladrones. Esa noche, después del incidente, Duncan al encontrado en su forma de lobo, había ido al apartamento por una muda de ropa para que Julián pudiera regresar. Durante los dos días siguientes, decidió buscar de nuevo ese aroma pero la única pista que tenía era el chico, el cual sólo había visto una vez; así que se dirigió al callejón con la esperanza de volver a verlo y tal vez indagar; en su experiencia a veces por convivir o estar cerca de alguien o algo el aroma se impregnaba; probablemente ese muchacho tenía una hermana muy hermosa.

No fue hasta el lunes siguiente que volvió a encontrar rastro de esa esencia dulce y embriagante; y escapándose como lo había hecho con anterioridad de Duncan, Julián siguió el rastro y llegó hasta un bar llamado Red Sky.

Un grupo de mujeres lo abordó, y él, recurriendo a su yo altanero y egocéntrico, trató de alejarlas, pero por eso sólo parecía animarlas más, en especial a la pelirroja.

Ellas le alababan lo bien parecido que era pero Julián les ignoraba tratando de agudizar sus sentidos, el chico que probablemente le llevaría hasta su pareja destinada estaba allí, lo podía sentir. Miró desde la pista donde estaba la gente danzante, hasta la barra; entonces lo vio, limpiando la cristalería.

Se acercó y el chico se ofreció a servirles un trago, Julián aceptó y se alegró que la mujer insistente no lo hiciera y se marchara. Fue entonces que se animó a intercambiar palabras con él, disfrutando del aroma que ahora sentía más fuerte, así supo que su nombre era Mauricio y que ahora sin esos enormes anteojos se veía mucho mejor; seguramente su hermana era una belleza. Pero Duncan llegó reclamando su ausencia y minutos después otro chico tomó el lugar de Mauricio tras la barra. Para ese entonces el olor dulce quedó grabado en su memoria; debía darse prisa en acercarse al chico, de esa manera descubriría pronto de donde provenía y a quien pertenecía ese olor.

—¿Quieres otra?— Duncan señaló con la cabeza el último trozo de hamburguesa entre los dedos de Julián, quien se la había devorado sin chistar mientras pensaba y recordaba lo últimos sucesos.

—No, está bien así— respondió y engulló lo último.

—Entiendo si quieres comer más; estas cosas son adictivas— dijo el castaño y masticó una patata frita.

—¿Adictivas? Ya lo creo— rió.

—Tal vez deberíamos llevar una buena dotación a casa.

—¿Primero una sala de cine y ahora hamburguesas? No quiero imaginar lo que dirá tu madre.

—Mamá te odiará por haber corrompido a su único tesoro— respondió Duncan.

—Si va a odiarme entonces que valga la pena; esta noche iremos al Red Sky.

—¿Otra vez?— el castaño miró confundido a Julián, —es extraño que vallamos más de dos veces al mismo bar— y luego sonrió con malicia, —seguramente allí has visto a una bella señorita.

—Puede ser— le devolvió el gesto.

—Vamos; dime sí o no.

—No lo haré hasta estar seguro.

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora