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¿Que qué tal va el proceso de hacer amigos? Pues genial, ¿cómo va a ir? Hasta la señora se quejó a la sirvienta de que yo hubiese ido a recoger los huevos, alegando que podía haberlos envenenado para que los alemanes se quedaran la casa. 

Esto pasó por la noche, cuando la señora estaba cenando y se suponía que nadie se enteraría de sus gritos porque Engel y yo cenamos en nuestras habitaciones, se equivocó porque sus gritos de queja se oyeron por toda la casa. La respuesta de la sirvienta no se oyó pero tuve ganas de bajar y decirle que si los alemanes querían matarla sólo tendrían que pegarle un tiro en la cabeza y ya está. 

Debería tener más cuidado con lo que dice cuando un teniente del ejercito alemán duerme sobre el comedor de su casa. Las consecuencias podrían ser mortales. 

-La señora me ha entregado más ropa para usted -explica la sirvienta mientras pasa al interior del desván cargada de más ropa. 

-¿Por qué me da tanta ropa? ¿De dónde la saca? -pregunto con curiosidad mientras observo a la sirvienta dejar la ropa sobre la cama. 

Tengo curiosidad sobretodo después de la bronca de ayer. Lo lógico sería quitarme la ropa si está tan enfadada. 

-Era de su hija -responde. 

Abro la boca para decir algo pero me quedo callada. La sirvienta agita la mano. 

-No, no -niega rápidamente-. No ha fallecido. Vive con su marido al norte del país y desde que empezó la guerra... la señora no ha podido ir a visitarla. 

Supongo que es por eso por lo que es así de severa la dueña de la casa. Ahora la comprendo un poco mejor. O puede que no y siempre haya sido así desde que nació. Nunca se sabe. 

De todas formas, dudo que el marido de su hija siga con ella. Lo más seguro es que esté luchando con el ejercito, haya muerto o haya sido capturado por los alemanes. 

La sirvienta desaparece sin decir otra palabra y cierra la puerta tras de sí. 

Nos venden Francia como un país soleado pero... Oh, mon amour! Está nublado! Ahí es cuando los turistas se llevan una paliza. No hay semana en la que no llueva en París, así que aconsejo a los amantes que se lleven un paraguas para dos. 

De ahí que haya decidido usar el chaquetón de cuadros que me han dado. Ahora que Engel no me encierra tengo la intención de ir a dar un paseo. Incluso cuando los soldados alemanes pululan por ahí como molestos insectos. O en su caso bichos. 

Cuando bajo el primer tramo de escalera que me lleva a la primera planta, me percato de que la puerta del despacho y la habitación que le han dejado a Engel está abierta. Recuerdo las palabras de Apolline muy claramente. Ella dijo que todo el pueblo cree sabe sobre mí. 

Sé que esto no es verdad, pero ahora entiendo a lo que se refería. 

El escritorio del despacho está plagado de papeles. Ninguno de ellos en alemán. Todos son papeles de distinto tono y diferentes caligrafías. Tomo el folio más cercano y lo leo. 

Son cartas de chivatos. Acusaciones que se hacen los unos a los otros. Vecinos contra vecinos. Amantes, hijos ilegítimos, gente que no acude a misa... Meros cotilleos que sólo sirven para vengarse de los vecinos que más odian. Nadie se salva. Hay gente que durante la guerra acusó a sus vecinos de cosas falsas, sé eso. 

Hasta que llego a mi montón. Todo el mundo cree conocerme, ahora lo entiendo. Un montón, aislado del resto, sólo de cartas sobre mí. Al parecer soy la hija de una prostituta, soy judía, tengo una enfermedad mental, me acuesto con un buen montón de los soldados alemanes que no conozco, robo, vendo en el mercado negro, soy lesbiana... La lista sigue, a cada cual más original que el anterior. 

Una cosa es que se metan los unos con los otros pero han decidido meterme en su lucha. No quiero formar parte de esto. No quiero que inventen rumores contra mí. Esta es su lucha, no la mía. Nunca he pedido estar en mitad del campo de batalla entre alemanes y franceses. Y, ¿usan los rumores sobre que me acuesto con soldados alemanes? ¿A qué viene eso? ¿Tratan de hacerme quedar mal ante Engel? Él y yo ni siquiera hablamos todos los días. Odio que la gente piense que soy su... amante y que pueden usar eso contra mí. ¡Como si hubiese traicionado a mi patria! 

-¿Se divierte? 

Levanto la vista del montón de cartas en mis manos y la clavo en los ojos de Engel. Al principio me siento atrapada. Me ha pillado mirando las cartas pero, a decir verdad, ¿por qué eso debería de importarme? Yo no pinto nada aquí. No tengo que temer a nadie, ¿verdad? 

-Sí, la verdad -respondo con orgullo-. ¿Y usted? ¿Se cree todas estas cosas? 

Permanece en silencio. 

-¿Sabe que todo esto son acusaciones que se hacen familias que se llevan mal entre ellas? Ajustan las cuentas de esta forma -continúo. 

El teniente permanece en el umbral de la puerta, con la misma postura rígida de siempre. Cambio el peso de un pie a otro. Entrecierro los ojos hacia él. 

-¿Cree todo lo que dicen sobre mí? Son muchas acusaciones distintas... -pregunto mientras observo la reacción de sus ojos azules. 

Por un segundo me parece ver el fogonazo de una sonrisa que desaparece muy rápido. 

-Puede dejar las cartas encima del escritorio y salir de aquí -ordena. 

Engel se retira del umbral de la puerta y espera junto a ella mientras me observa moverme por el despacho. Esbozo una sonrisa de disculpa cuando paso por delante de él y salgo del despacho de nuevo hacia el pasillo. 


LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora