Me recuesto contra la pared de fuera de la habitación y suspiro. Estoy bien jodida. Ni siquiera mis compatriotas franceses quieren ofrecer una habitación decente. ¡Merçi mes amis!
El soldado que ha llevado el equipaje del teniente sube las escaleras hasta llegar a nosotros. Se detiene junto al teniente y le dice algo en alemán. El teniente responde y espera a que el soldado desaparezca. El soldado no lo hace, en su lugar se asoma al desván y después me mira de arriba a abajo mientras dice unas palabras que sé que no van dirigidas a mí. El teniente dice algo y, aunque el alemán suena cortante siempre, ahora sí que se distingue la rudeza de las palabras. El soldado se despide con el taconazo y desaparece escaleras abajo.
-¿No te ha gustado lo que has oído? -le pregunto, por puro aburrimiento.
El teniente Bleier toma una bocanada de aire y la suelta lentamente.
-No debería hacer preguntas de las que no quiere saber la respuesta, señorita Leblanc -advierte.
Levanto una ceja.
-Le hago la pregunta porque quiero saber la respuesta -aseguro.
-Si está tan segura... Sí, no me ha gustado lo que ha dicho -responde, al fin.
Me separo de la pared y observo el interior de la habitación. Ni los decoradores más expertos de estos tiempos podrían hacer algo con este desván. Es un desastre total.
La sirvienta llega de nuevo a la planta superior, cargando con un colchón que parece tan fino como una hoja de papel de fumar. Mi espalda se va a ver resentida muy pronto, si es que tan siquiera logro conciliar el sueño.
La mujer tira el colchón sobre la estructura de metal y vuelve a desaparecer. Un rato más tarde, que parecen ser horas, el desván está lo más limpio posible. Sólo limpio, no arreglado. Ni siquiera se ha molestado en hacerme la cama la sirvienta.
-Necesito la llave del desván -pide el teniente a la sirvienta.
-Se la pediré a la señora -dice la sirvienta mientras vuelve a desaparecer.
-¿Para que necesita la llave? -pregunto con nerviosismo.
-Por su seguridad -responde con tranquilidad.
-¿Por mi seguridad o por la suya? -pregunto a la defensiva-. No irá a encerrarme, ¿verdad? -. Él no responde-. ¿Por qué? -pregunto golpeando mis muslos-. ¿Qué le he hecho?
-Lo siento pero tiene que ser de esta forma -se disculpa.
Lo odio. Lo odio a él y a todo lo que representa. Odio esta época. No debería estar aquí, no debería estar hablando con un teniente alemán de la Segunda Guerra Mundial, no con un seguidor del III Reich, o lo que sea. Menuda situación de mierda. Y ahora, encima, el tonto pretende encerrarme en el desván como a una prisionera.
Suspiro con fastidio mientras cruzo los brazos sobre mi pecho, camino hacia el interior del desván y cierro la puerta en sus narices.
No es el movimiento más inteligente que he hecho por y para mi vida. No cuando el hombre al otro lado tiene una pistola que ha dejado claro, no tiene miedo de usar en mi contra. Ahora mismo solo quiero mandarlo a tomar por culo, y quedarme tranquila.
Oigo la cerradura de la puerta girar. Estoy, oficialmente, encerrada en un desván apestoso.
Dedico el indefinido tiempo siguiente a hacer la cama con las finas sábanas gastadas que me han proporcionado, coloco los cajones del la cajonera en su lugar y reviso la cómoda. Me siento sobre la cama y vuelco el contenido de mi bolso sobre el colchón.
ESTÁS LEYENDO
LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)
Roman pour Adolescents2ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Colette Leblanc estudia Ingenieria Aeronáutica, y es la mejor. Nombra cualquier deporte de riesgo y seguro que lo ha hecho: salto en paracaídas, puenting , escalada, planeador... Cualquier cosa que la haga...