Llego a la casa en la que nos estamos quedando y dejo de darle vueltas a mi cabeza cuando encuentro la moto de Engel aparcada en el camino de entrada. Lamentablemente, el coche de la señora también está.
Durante mi camino nadie del pueblo me ha lanzado una mirada diferente a las que me lanzan siempre, ha sido como todos los días que voy al pueblo por cualquier cosa. Nadie ha notado en mi cara que al otro lado del pueblo, en las afueras, me espera un teniente alemán que lleva consigo un bebé dentro de un barreño. Incluso cuando Apolline me ha saludado, desde el pozo del medio de la plaza de forma cordial, he seguido manteniendo la compostura.
Siento que en cualquier momento se va a romper. Se va a romper y ha estallar en mil pedazos junto conmigo. Y estaré acabada porque descubrirán todas las mentiras y falsedades sobre mí. Los agujeros de mi vida se harán más grandes hasta que yo solo pueda hacer una cosa, caer.
Pero hay esperanza. Puedo vivir un día más. Puedo vivir hasta que el sol vuelva a levantarse otro día.
Engel no está esperando fuera. No hay rastro del bebé por ningún lado y eso me pone nerviosa. Me pone nerviosa que Engel pueda estar tan tranquilo ya en el interior de su despacho ocupándose de sus asuntos, sin el bebé. Por otro lado, si se hubiese deshecho del bebé, ¿no debería de haber tardado más tiempo en llegar?
Suspiro y subo las escaleras de entrada. Cuando giro el pomo de la puerta me la encuentro abierta. Alguien conversa en el interior de la casa. Reconozco el acento de Engel y la fría voz de la señora de la casa.
Cierro la puerta trás de mí y me acerco hasta el salón. Me siento muy aliviada cuando detecto a la pequeña en el interior del barreño entre los brazos de Engel.
En un segundo soy yo la que sostiene el barreño. Mi cara torcida en una mueca de confusión. Engel aprieta mi mano y sonríe.
-Vuelvo en un momento -asegura, y desaparece tras la puerta principal.
El motor de su moto ruge a la vida. No tengo ni idea de lo qué va a hacer Engel. No estoy segura de que confíe lo suficiente en él como para sentarme tranquila en un cómodo sofá y ponerme a esperar.
Cuando me giro, encuentro que la señora de la casa me observa desde uno de los sillones del salón. Su mirada denota desaprobación total. Sé que quiere decirme algo, quiere decirme lo avergonzada que se siente por mí, por ser una francesa que parece no estar del lado de los franceses.
Ahora conozco la verdad. No se trata de estar del lado de los franceses o del de los alemanes. Se trata de elegir lo que está bien o lo que está mal. De elegir la paz sobre la guerra. La tolerancia sobre el odio, la discriminación, el racismo... Y ninguno de los dos bandos representa esas cosas, por mucho que los franceses lo intenten. Puede que los franceses sean mejores que los alemanes, pero ninguno de los dos es bueno como tal. Ninguno de los dos se merece mi lealtad o mi apoyo. Prefiero crear mi propio bando, aunque conste solo de una persona. Aunque tenga que luchar yo sola las batallas.
Porque si una cosa está clara en este mundo, es que nadie va a luchar más por ti de lo que tú estás dispuesto a luchar por ti mismo. Tú eres la persona que va a luchar con mayor intensidad para conseguir tus propósitos.
En un mundo como este, da igual el siglo que sea, nadie da una mierda por nadie.
Retiro mi mirada de la de la señora de la casa y me encamino a la planta de arriba. Espero pacientemente en mi habitación. He decidido no mover a Marvella del barreño porque está durmiendo y temo que se despierte y se ponga a llorar. A saber el efecto que eso tendría sobre la señora de la casa.
Al menos, sigo teniendo mi escudo creado por mi falsa relación con los alemanes para protegerme de sus posibles palabras y actos. Estoy segura que si no fuera por eso, yo ya sería una mancha en la historia del universo. Una mancha imperceptible entre miles de millones de manchas.
Deshago de nuevo mi bolso y guardo la ropa y mis reservas en los cajones de la cómoda. Tengo hambre, por lo decido comerme algo de mis víveres.
Creo que la idea de viajar en tren ahora es mucho menos atractiva. Las vías del tren se han convertido en algo peligroso para mí. Si quiero escapar voy a tener que hacerlo de otra forma, porque... sigo queriendo hacerlo. Llegar a un territorio no ocupado puede ser un buen cambio, aunque lo más probable es que estos territorios estén siendo continuamente bombardeados por el enemigo alemán. De hecho, si mis clases de historia no fallan, todavía nos encontramos en el momento histórico donde el ejercito alemán no deja de conquistar y reclamar lugares. Este será su mejor momento, antes de que todo se vaya a la mierda y sean invadidos y divididos como el típico grupo de amigos que siempre están charlando en clase y la profesora los separa. La división es lo contrarío a la unión. La debilidad es lo contrario a la fuerza.
Engel abre la puerta del desván. Siempre es el único que no pide permiso, tiene esa peculiaridad de no respetar mi zona porque piensa que también es la suya. Lleva una caja de madera entre los brazos. La deja sobre la cómoda y me hace un gesto para que me acerque. Marvella sigue dormida.
-Sólo he conseguido estas cosas -susurra. Aunque con su acento, el susurro parece menos susurro que lo normal.
Inspecciono el interior de la caja con las manos. Encuentro un biberón de cristal, gasas que supongo que serán los pañales de la época, imperdibles para pañales (que son más grandes de lo normal), una lata con lo que parece ser leche en polvo, también hay algo de ropa, un chaleco de punto amarillo, lo que parece ser un body o una especie de pijama, y un nuevo traje grisáceo con cuello y puños blancos, una especie de confinación entre un traje de una tela un poco más áspera y detalles de tela de camisa. No entiendo la moda de bebé de la época, pero esto es lo mejor que vamos a encontrar.
-No es mucho, lo siento -se disculpa.
-¿Dónde has conseguido todo esto? -pregunto con curiosidad.
Alzo mi mirada hacia su cara y lo veo sonreír.
-En una tienda, ¿dónde si no? -pregunta de buen humor-. La gente que llegó hace un mes de París vendieron todas sus cosas al comerciante y ahora se venden en su tienda. Por precios desorbitados, por supuesto.
-¿Por qué las has comprado entonces?
-No soy un monstruo -susurra mientras desliza sus dedos por el filo de la caja de madera.
-Hace una cosa buena no significa que no lo seas -apunto con tristeza-. Solo lo has hecho porque querías quedar bien. Cuando te importe alguien más de lo que te importa cómo quedes, entonces, dejarás de ser un monstruo.
Suspiro.
-Todavía sigo sin poder creer que no tuvieras ni el mínimo remordimiento al no querer comprobar si alguien había sobrevivido y si podías hacer algo para ayudarlos. Ni siquiera darles una muerte menos dolorosa si alguien la necesitara. Estoy tan confundida que ni siquiera sé qué Engel eres. Parece haber tantas caras en ti que cada vez me cuesta más ver la verdadera.
-¿Qué quieres que haga? -pregunta frustrado mientras se lleva las manos a la cabeza. Sus ojos denotan también su frustración, Engel está sufriendo.
-Decide quién eres -exhalo-. Decide en quién quieres convertirte. Cómo quieren que te recuerden las personas que te importan.
-No te he matado, ¿verdad? -estalla-. ¿Acaso te he hecho daño? ¿Te he delatado por saltarte el toque de queda? ¿Te he entregado por huir sin un salvoconducto? ¿Te han fusilado delante de todos los vecinos del pueblo y te han usado como ejemplo para los demás?
Observo a Marvella con nerviosismo. No quiero que se despierte por el tono de voz de Engel. Está enfadado y no lo conozco tanto como para confiar en que no me hará nada.
-No -murmuro-. Y baja la voz, no quiero que despiertes al bebé. Ella no ha hecho nada malo. Y yo, tampoco.
Y, entonces, ocurre lo más inesperado.
ESTÁS LEYENDO
LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)
Fiksi Remaja2ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Colette Leblanc estudia Ingenieria Aeronáutica, y es la mejor. Nombra cualquier deporte de riesgo y seguro que lo ha hecho: salto en paracaídas, puenting , escalada, planeador... Cualquier cosa que la haga...