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He decidido ir a dar un paseo. No creo que esta sea la frase más repetida en la Segunda Guerra Mundial pero... de vez en cuando se necesita salir a tomar el aire. 

Nunca había pensado que la guerra podía ser tan lenta. Normal, cuando el profesor te explica toda una guerra mundial en dos horas de clase es difícil pensar que el conflicto realmente duró tantos años. Ahora parece infinita y sin sentido. Podrían haberse ahorrado mucho tiempo juntando todas las batallas importantes, todas las conquistas y todos los tratados en un mismo año. Lo que nunca te cuentan es que personas, que están por encima del ciudadano medio, se pasaban horas y horas encerrados tomando decisiones que afectarían a todo el mundo. Imagínate a Hitler que no tuvo que tomar ninguna decisión porque era él quien mandaba. Seguramente tomaba las decisiones más rápido que los otros gobiernos. 

De todas maneras, acabó como debía acabar. Bajo tierra. 

-Voy a salir, señora -le comento a la sirvienta mientras abro la puerta principal para salir. 

-La señora de la casa ha salido -explica. 

Me quedo en el umbral de la puerta. No sé si lo que dice la sirvienta significa que no puedo salir de su casa. 

-Vale -titubeo. 

Como la sirvienta vuelve a girarse hacia el interior de la cocina, decido salir. 

El sol está volviendo a salir después del otro día. No ha llegado a llover, pero lo hará en algún momento. 

El teniente no ha vuelto a hablar conmigo. Yo siempre como en el desván y él en el despacho. La señora de la casa sigue pensando que no puede invitarme a cenar en su comedor. Todo el mundo piensa que soy la amante del teniente o su prisionera. Obviamente, la segunda opción es la más clara. Soy su prisionera de guerra porque me mantiene encerrada. Me siento como un animal en el zoo. 

Bussy es un pueblo muy pequeño, y por muy cerca que esté de París, parece no recibir muchas de sus influencias en cuanto a moda. Imaginad los burdeles, las mujeres con los cigarros, los labios pintados de rojo, una marca de belleza pintada bajo el ojo o sobre el labio... Bussy es un pueblo muy tradicional. Ni siquiera todos los parisinos que han huido de París hacia aquí están cambiando eso. 

Decido tomar la ruta más extraña que encuentro. Un camino de tierra que cruza entre los árboles. La tierra está algo húmeda y las ojos muy verdes. Creo que nunca he visto un bosque tan esplendoroso. Desde luego que no dentro de una nave industrial estudiando las partes de un Boeing-747. Es el avión comercial más famoso y realizó su primer vuelo en 1970. O... lo realizará en ese año. Por supuesto, no es mi favorito. Aunque me gusta que sea grande. 

Si pudiera elegir... creo que me quedaría con un jet privado. Sí, son rápidos, lujosos y tranquilos. No se corre ningún peligro de llevar terroristas a bordo o de que haya una pelea entre pasajeros porque se han sentado en el asiento que no les corresponde. Los pilotos no tenemos que lidiar con eso pero... somos la máxima autoridad en el aire. 

Pensar en volar, cuando no puedo ver el cielo por culpa de las copas de los árboles, es una estupidez que me deprime. Hasta que escucho un sonido. 

Me coloco detrás del tronco de uno de los árboles y asomo la cabeza para buscar el origen del sonido entre la maleza. Es como... un jadeo o un quejido. 

Capto movimiento a unos diez metros de mí. Me las manos a la boca para ahogar mi jadeo al descubrir lo que pasa. Dos personas están teniendo sexo en medio del bosque. Bueno, no dos personas. Apolline y un soldado alemán. Sé que es alemán porque aquí no hay muchos hombres a parte de ellos, desde luego ninguno tan joven. 

Nunca en mi vida he visto a dos personas teniendo sexo. Nunca delante de mí, por supuesto. Me siento como una mirona. Es asqueroso pensar en mí observándolos pero, de alguna forma, es algo fascinante. Verlo con mis propios ojos. 

Me han enseñado que todos somos iguales y Apolline también parece pensar eso. Pero, estamos en guerra. No se supone que justo ahora que están contra nosotros sigamos viéndolos como iguales, ¿no? 

Retrocedo un paso mientras niego con la cabeza. Está mal. Son el enemigo de Francia. Son el enemigo del mundo. 

Una rama se quiebra bajo mi pie, y no podría haber elegido peor momento. 

No cuando dejan de tener sexo, no cuando Apolline levanta la cabeza y me observa con sorpresa, no con culpabilidad. 

Abro la boca para decir algo, pero no sé el qué. ¿Lo siento? ¿Siento haber destrozado vuestro momento de sexo? ¿Cómo te atreves a acostarte con uno de ellos? ¿Sabes lo que te harán cuando la guerra haya terminado? Serás declarada colaboracionista, te desnudarán, te lavará, te afeitarán la cabeza... 

-¡Colette! -llama Apolline.

No me detengo. Al menos no hasta que ella me agarra del antebrazo con fuerza. Giro la cabeza sobre mi hombro la miro con pena. 

-No me mires así -me espeta. 

Abro los ojos con sorpresa. 

-Trabajo todos los días de sol a sol, ¿lo sabes? -comienza a decir, sin soltar mi brazo-. Si no tuviera amor... Son personas como nosotros, da igual donde hayan nacido. 

-Me da igual lo que hagas con tu vida -aseguro en un susurro mientras tiro de mi brazo con fuerza y de un tirón. 

-¿También te da igual tu vida? -pregunta. 

Cruza los brazos sobre su pecho y me mira de arriba a abajo. Entrecierra los ojos hacia mi chaleco azul y mi falda. Odio esta ropa pero ella no parece odiar, sólo reconocerla. 

-¿Tú puedes amar a un alemán y yo no? ¿Sólo porque el tuyo es teniente? -continúa preguntando. 

-Yo no amo a nadie -aseguro con rudeza-. Todos los rumores son falsos. Sólo soy su prisionera. 

-¿Y que querría un hombre de una mujer si no? ¿Por qué mantenerte prisionera? No supones ninguna amenaza. ¡Mírate! 

-¿Qué me mire? -espeto con indignación-. ¿Qué mire qué? 

-Pareces una muñeca de porcelana cara -responde mientras se encoge de hombros-. ¿Por qué mantenerte prisionera si no es para acostarse contigo? 

-No me importan sus motivos -respondo-. Sólo quiero un salvoconducto. 

-Sedúcele -sugiere-. No creo que nadie pueda resistirse a ti por mucho tiempo. 

-No -niego-. No me rebajaré a ese punto-. Me señalo el pecho-. Valgo mucho más que eso. Valgo mucho más que mi cuerpo. 

-Entonces, no estarás tan desesperada como creo -señala. 

-Estoy desesperada, pero mi cerebro es mi arma. No mi cuerpo -explico-. Lo que está en mi cerebro me es más útil que lo que hay fuera de él. 

-Eres una chica joven... no van a darte muchas opciones para conseguir lo que quieres -opina-. No le digas a nadie que me has visto. 

-Tranquila -digo mientras apoyo una mano sobre su hombro-. No se lo diré a nadie. 

-Gracias -dice antes de volver por donde ha venido. Supongo que con su soldado alemán. 

Suspiro mientras recorro el camino de vuelta y cuento los pasos que hay hasta la casa porque he visto una cabaña de piedra junto a dónde lo estaban haciendo. 

LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora