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Pienso levantarme, pienso pegarle una patada, pienso defenderme... Estoy dispuesta a matarlo. 

Antes de que llegue caen las bombas. 

Uno no piensa en lo fuerte que puede ser una bomba. En lo ruidoso, lo demoledor e incluso cegador. Pensaba que las bombas serían como fuegos artificiales, pero son diez veces peores y, lamentablemente, tienden a explotar en tierra y no en el aire. 

El suelo tiembla como si se estuviese produciendo un salvaje terremoto bajo nuestros cuerpos, la explosión te deja sorda y con un molesto pitido en los oídos, la tierra salta por los aires y en todas direcciones, cubriéndote de polvo, y escombros si también hay cerca. 

Crees que es el fin del mundo, hasta que se detiene. Nunca en mi vida me he imaginado envuelta en una situación tan catastrófica, ni siquiera ante la posibilidad de un ataque terrorista contra mi país. Esto... esto supera mi imaginación y la de cualquiera que no tome drogas. 

Me levanto tras lo que parecen haber sido siglos estando muerta y enterrada bajo tierra. Muerta y en el infierno, sufriendo un dolor horrible por todo mi cuerpo por culpa del brusco empujón que me ha dado Engel. 

Veo a los bombarderos alejarse en dirección contraria a por la que han llegado. Observo el color del fuselaje y los símbolos de las alas. 

-¡Son de los tuyos! -grito con furia mientras me giro hacia Engel. 

Su uniformo está hecho un asqueroso desastre lleno de polvo pesado por todas partes. Hay que darle el mérito por tirarse encima de mí y servir de escudo contra la metralla que ha saltado de la explosión. 

Engel parece estar recuperándose todavía del shock. Como teniente que es, no creo que se haya visto nunca tan cerca de estallar por los aires. 

Al otro lado veo el tren, o lo que queda de él. Hay muchos vagones ardiendo, supongo que los que han sido golpeados por la bomba. Está totalmente descarrilado y los vagones caídos a un lado u a otro. 

Me dispongo a ir para allá cuando Engel me agarra del brazo con fuerza y me tira hacia detrás. 

-Suéltame -le ordeno sin girar la vista hacia él. 

-No vayas -me pide con tranquilidad. 

-¿Qué quieres, Engel? ¿Que los deje morir a los que hayan sobrevivido? ¿Que no intente salvarlos? 

La mano de Engel vuelve a apretar mi antebrazo. Pego un fuerte tirón y me suelto. 

-Intenta detenerme -gruño-. Eres un monstruo -susurro. 

Tengo heridas sangrantes en las piernas y la falda está completamente destrozada. Tiene agujeros en la tela que solo se podrían arreglar con un horrible parche. No merece la pena, la falda ya era un asco antes. 

Si al menos logro salvar a una de las personas que iban en el tren. Con una me bastaría. 

-¡Ese tren estaba lleno de soldados! -grita Engel desde el mismo lugar en el que lo dejé. 

-¡Eso no lo sabes! -grito de vuelta. 

Suspiro. No sé ni por qué me molesto en tratar de hablar con él de forma civilizada. Engel es muy difícil de entender. 

-Ellos lo sabían -asegura. 

-Pueden estar equivocados. ¿O qué pasa, los alemanes no os equivocáis nunca? -pregunto con ironía. 

-¡Por supuesto que nos equivocamos! Mi primer error fue pensar que serías una chica dócil -dice casi para sí mismo. 

-Noticia de ultima hora, soldadito de plomo: No soy una yegua, sino una chica. Dócil no está en el vocabulario que la gente usa para describirme nunca. Recuérdalo. 

Llego hasta uno de los vagones en mejor estado y busco la forma de subirme en él para poder entrar por la ventana. 

-¿Hay alguien vivo? -pregunto mientras busco la forma de subirme con esta falda por el lateral de un vagón de metal. 

Mala combinación. 

El impedimento físico me mantiene tan distraída que no vuelvo a formular más la pregunta. Y no hace falta que lo haga, porque la única persona que está viva no puede hablar. 

Incluso después de haber visto a alguien vivo, me repugna ver los ensangrentados y golpeados cadáveres de los demás. No me basta con el olor a carne quemada de los vagones que han recibido el impacto directo de las bombas. También tengo que sufrir la desgracia de ver los cuerpos de los que han muerto por el golpe. Personas de todas las edades desperdigadas por todos lados. Incluso veo a una chica de más o menos mi edad con su cuerpo en un postura completamente anormal, la columna partida a la mitad. Cabezas sangrantes, cabellos rubios que ahora son rojo sangre, ancianos muertos en sus asientos, niños tumbados sobre los cristales rotos de las ventanas. 

Y vomito. 

Vomito justo a mis pies de la forma más asquerosa y maloliente posible. Vomito y las lágrimas se me saltan. Por el esfuerzo y el sufrimiento. 

Ignoro el repugnante olor de mi propio vomito y me limpió los labios con la manga del chaleco. Estoy tan sucia que podría vomitar con tan solo ver mi reflejo. 

Ahora que ya he vaciado mi estómago puedo concentrarme en esa persona que necesita mi ayuda, la necesita porque no va a poder salir de aquí por si misma. Y va a necesitar mi ayuda de aquí en adelante. Me da igual si tengo que ir contra Engel, contra la señora de la casa o contra todo el ejercito alemán. Esta persona va a salir adelante porque es la única superviviente de este ataque aéreo. Tiene una gran historia que contar dentro de unos años, estoy dispuesta a que lo haga. 

Porque, esa persona, es un bebé. 


LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora