0: Introducción

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Jacob

La luz roja parpadeaba, pero, por alguna razón, la cámara no estaba grabando nada. La revisé exhaustivamente, tratando de encontrar el problema. Lo hallé. No tenía batería suficiente.

Acomodé la cámara sobre la mesa, la luz parpadeaba de nuevo, solo que esta vez si estaba grabando. Ajusté el ángulo, apuntando directamente hacia una pared vacía algo decolorada, donde una silla estaba acomodada justamente en el centro de esta. Me senté frente a la cámara para comenzar la primera de muchas otras grabaciones, que poco a poco, irían apareciendo en la memoria de este aparato.

Miré directamente a la lente, pensando en cada una de las cosas que pasaban por mi mente en aquellos instantes, desplazando todo lo que tenía preparado para aquel momento. Una hora de pensamiento, y planeación mientras esperaba a que la batería se recargara, fue desplazada por el breve momento de pánico que sentí al estar frente a la cámara.

—La fecha... —dije tratando de recordar—... Hoy, es el día veintidós de agosto del dos mil veintiocho —comenté luego de un suspiro—. Ya ha pasado poco más de un año desde que todo ocurrió. El día "N" como muchos lo llamaron —hice una breve pausa, bajando la mirada entre los recuerdos de todo ese año. Muertes, locura, histeria masiva, desconfianza. Todo eso estaba marcado en mi mente, justamente en lo más profundo, arañando cada vez mi cordura—. ¿Quién pensaría que todo esto pasó por algo tan revolucionario? —Me pregunté—, el descubrimiento más grande de la humanidad, el santo grial de la medicina moderna... La cura del cáncer. Eso causó todo esto.

Cruzó los brazos haciendo una breve pausa. Las emociones comienzan a emanar de mi interior, otra vez. Nada me había preparado física, o psicológicamente para tener que desahogarme, luego de mucho tiempo de traumas visuales y emocionales. Las lágrimas querían salir, no se los permitía, no lo haría.

—Luego de que la DR. Francis Newman, creara un suero que destruía células cancerosas, tumores malignos. Lupus, Leucemia, cáncer óseo, de mama, cerebral, pulmonar, hepático, cada una de esas afecciones cancerosas terribles y de muerte lenta, eran eliminadas a causa del suero de la Dr. Newman —volteé a otro lado—. Esto no fue todo. Meses después, luego de que miles se hubiesen desecho de una enfermedad mortal que deterioraba sus cuerpos lentamente, aquellos que recibieron el suero enfermaron. Primero fueron casos aislados. Una mujer en un hospital de Moscú, un hombre en una clínica de México, una niña en su escuela —mordí mi labio inferior, tratando de no sonar cruel—. Uno a uno, fueron cediendo ante aquella enfermedad de tres etapas: cada una duraba veinticuatro horas: la primera tenía cómo síntomas fiebre, dolor de huesos, y mareos —los más leves—. La segunda traía, vomito incontrolable y dolor de cabeza —enmudecí por un segundo recordando aquella noche en la cabaña—. La ultima traía los síntomas más severos. Hemorragias espontaneas, fiebre aún más alta que te hacía sentir que te quemabas por dentro; algunas personas llegaban a arrancarse trozos de piel, por llagas producidas por la fiebre; alucinaciones, arritmia cardiaca, convulsiones y paro respiratorio.

Las imágenes de ambos me llegaban a la mente, como un rayo que partía mi mente a la mitad. Su dolor jamás se desvanecería de mis recuerdos, sus gritos de mis oídos, y sus expresiones de mis ojos; estaban grabadas como un tatuaje, indelebles, permanentes.

Me quedé mudo por unos instantes, no sabía que más podría decir, aunque me hacía una muy buena idea, solo debía estructurar bien las palabras.

—Por cierto. Mi nombre es Jacob Miller, digo esto desde una videocámara que encontré hace unas semanas, antes de llegar a Los Ángeles. Estoy en compañía de mis dos hermanos mayores... —inhalé—... Dorian: de veintiún años. Cabello castaño, barba y ojos verdes —inhalé nuevamente, haciendo otra pausa muy breve—. Y Erika: Dieciocho años, morena, ojos cafés, cabello castaño obscuro. Y, por último, nuestra madre, Jennifer Ward, una mujer de cincuenta años de cabello claro algo decolorado por su edad, que se parecía en muchos rasgos a Dorian, salvo el rostro; muy buena mujer. Aunque Erika y yo no éramos sus hijos biológicos, la queríamos mucho por habernos adoptado hace años.

Ahora realmente se me habían acabado las palabras, no tenía ni una sola idea de cómo continuar con la primera entrada. Escuché un ruido, parecía ser un forcejeo, entre unos jadeos muy fuertes. Entré en pánico.

— ¡Sí nos encuentran y ha pasado lo peor, por favor, solo trátennos con dignidad! —dije, antes de correr al pasillo, luego de tomar un cuchillo que estaba sobre la mesa.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora