9: No lloren por mí

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Jacob

—¡En algún momento nos vamos a cansar! —dije al alejarme de los bíters, luego de terminar los 100 metros de persecución más largos de mi vida.

—¡Los ferals no, así que debemos seguir! —Contestó Jace.

los infectados tambaleantes caminaban hacia nosotros, pero no nos alcanzarían a ese ritmo, ya íbamos muy adelantados.

En el ambiente, predominaba un olor a quemado, y muchos de los edificios tenían marcas negras, algunos estaban casi en ruinas.

—Los bombardeos —pensé.

Ya me estaba cansando de los infectados, ya quería parar, descansar, pero sus gritos aterraban a todos, obligándolos a correr para no morir, solo que estaba hartó de correr y esconderme, ahora quería atacar.

—¡Ya no voy a correr más! —Grité al detenerme.

Tomé mi espada esperando a los infectados, y el más cercano ya era mío. Rugió, antes de que una bala le reventara el cráneo por detrás. Usé la hoja cómo espejo, observando a Dorian corriendo hacia acá, con su rifle en las manos.

—Sabía que igual estaban cansados —pensé.

Otro infectado se acercó, le rocé el pechó con la punta de la espada, rompiendo su camisa y rasgando la carne; una mujer que escurría sangre de la boca me iba a llegar por la izquierda, pero un machete se le incrustó a media cara... Era de Jace.

Decapité al infectado, escuchando su cuerpo y cabeza cayendo a diferentes lados, con el único deseo de acabar con el resto de ellos de una vez.

Érika, y Harley corrieron juntas, también estaban hartas; Jace recogió su machete, uniéndoseles en la carrera, al igual que mi hermano, y yo.

—Ya no más —susurré.

Los corredores gritaban sin cesar, sus bocas se llenaban del líquido negro, y la sangre de viejas víctimas; Charr desde el lugar donde estaba, disparó un par de veces su arma sin silenciador, derribando a tres de los infectados. Harley le dio golpes contundentes en la cabeza a uno de ellos, para rematarlo con la uña de la barreta clavada en la sien.

Érika grito de furia antes de cortarle el cuello a un infectado, para después patearlo en el pecho en su quejumbroso desangramiento. En el suelo le remató clavándole la punta en la nuca para que saliera por la boca.

—¡Cuidado! —Gritó al lanzar un cuchillo a la cabeza de infectado.

El cuchillo se le incrustó en el cuello; Érika lo tomó del cuello, y con fuerza lo incrusto en la frente del infectado, cortándole el rostro a un tercero que se le acercó por la derecha.

Otro infectado hizo que pusiera mi atención en él, iba por mí, pero la esperaba bien preparado. Dorian le asestó un golpe con su mazo en el pecho que hizo que sangre brotara de su boca al caer de espaldas, quedando clavado en el esternón roto de muerto. Lo retiró, y dio un giro como si se preparara para lanzar una bala o un disco olímpico; lo dejó volar directamente a otro feral, que tenía a Jace contra el muro de contención.

—Gracias —contestó al rematar al feral.

Vi como mi hermano, terminaba con el feral moribundo frente a él, con un pisotón que reventó el cráneo del infectado.

Me distraje tanto, que no escuché el grito del corredor que veía directo a mí. Me golpeó, y arrinconó contra el muro que estaba desmoronándose a mis espaldas; el rostro de la mujer infectada estaba des hecho, y uno de sus ojos estaba reventado, derramando fluidos tal y como su boca chorreante de sangre. Sujetaba su cuello con toda mi fuerza, mientras sus manos golpeaban mi espalda o mis costados.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora