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Mi madre era una mujer triste.
Hermosa, pero triste.

También era extraña, pasó al menos dos horas viendo por la ventana cada día desde que tengo memoria.
Jamás hablaba de ella ni daba razones. Nuestra vida se regía por: NO PREGUNTES, OBEDECE, aunque no era severa.

Podría decirse que nuestra casa era pequeña, pero era el espacio justo para las tres personas que la habitaban, Nancy, mi madre, Dom, mi hermano, y yo, Frank.
Cada uno tenía su reducida habitación con cama, guardarropa y librero.

Jamás salíamos, jamás.

Mamá nos educó en casa, era una persona muy inteligente, sabía de todo. Le encantaba leer, y tenía cientos de libros, una cabellera larga y rubia que peinaba en una trenza, nariz pequeña y ojos marrones.

Dom era alto, rubio, delgado y malo, al menos conmigo. Siempre se le facilitó la matemática, lo que le daba razones para llamarme idiota cuando no entendía los ejercicios de las lecciones, mamá jamás lo reprimía por eso, siempre fue su preferido. Se la pasaba hablando todo el día de cosas sin gracia o importancia, su brillantez no era su mayor fortaleza, pero no era tonto.

Yo nunca reparé mucho en mi apariencia, cuando vives con 2 personas durante 16 años, es algo que no importa demasiado.
Era notablemente más bajo que Dom aunque él fuera sólo un año mayor. En aquel entonces, mi cabello castaño oscuro era lo suficientemente largo para que la almohada dejara su sello al despertar cada mañana. Soñaba con saber cómo sería estar afuera.

Mi imaginación y perspectivas fueron criadas por la inmensa cantidad de libros que tenía la extraña mujer que me educó, que, por cierto, nunca me dijo una sola cosa dulce como lo hacía con Dom antes de dormir, siempre leía para él, le cantaba antes de dormir o le decía cuánto lo quería.

-Entonces, el Capitán Dom logró recuperar su nave, reunir a su tripulación y zarpar a una nueva aventura -narró mamá dulcemente para mí hermano.

-¡Viva el Capitán Dom! -exclamó él.

-Ya es hora de dormir, cariño -contestó- descansa, te quiero.

-¿También me quieres a mí, mami? -pregunté tímido y soñoliento desde el marco de la puerta mientras me tallaba un ojo. Claro que ella jamás me había contado un cuento antes de dormir, o curado mis raspones, o decorado mis hot cakes con una sonrisa.

-¡Claro que no te quiere! ¡Nadie te quiere!

Ella se quedó callada, y me mandó a dormir. Sin un cuento, ni un beso.
Sin un te quiero para mi yo de 6 años.

Yo deseaba que alguien me quisiera.

Dom era feliz porque alguien lo quería.

Yo también quería ser feliz.

Quiéreme [FRERARD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora