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-¡Eres un maldito enfermo! -gritó fuertemente Gerard antes de empujarme lo más lejos que pudo.
















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Cinco semanas antes
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Amaba que Gee entrelazara sus dedos con los míos cuando lo tomaba de la mano en la escuela, porque cualquiera sabría que él era sólo mío.
A papá le caía bastante bien, incluso Dom se portaba amable en su presencia.

Todo iba perfecto, con sus palabras perfectas y sus ojos perfectos. Con cada día que pasaba, me mostraba una herida más profunda para que la curara, y así lo hice, ignorando por completo las que iban apareciendo lentamente en mí. El viejo escondrijo de Gerard se convirtió en testigo de un fuerte vínculo que se estaba formando, y la transformación de nuestros labios en complemento de los del contrario. Me sentía feliz, al menos, eso pensaba.
Sabía cuándo era oportuno detenerlo en medio de una caminata para plantarle un beso que le recordara lo esencial que era en su vida. Conocía bien cada una de sus necesidades.

Gerard pasaba sus tardes de lunes a viernes en un centro recreativo de su barrio, tomando clases de pintura y dibujo, por lo que no podía verlo mucho fuera de la escuela hasta el sábado. Dedicaba ese tiempo a leer todos los mensajes de texto que nos habíamos mandado la noche anterior; pero no era suficiente.
Pensé que darle una sorpresa con mi visita le resultaría agradable, quizá no la estaba pasando muy bien, temía que le trataran como Bob lo hacía, y al mismo tiempo, lo deseaba, sabría exactamente qué decirle.

Entre las personas que asistían a esas clases, no encontré a mi chico de ojos salvajes. Varias indicaciones me llevaron a un pequeño jardín trasero, donde distinguí a Gee lavando sus pinceles bajo un pequeño girffo, y... a alguien más. Una chica de su misma estatura, cabello rubio y sedoso.
Con un pequeño movimiento de muñeca, Gee sacudió todos sus instrumentos, salpicando un algunas gotas de agua turbia que cayeron sobre él, cosa que aquella chica supo aprovechar, y en cuanto mi pequeño levantó la mirada, ella extendió el brazo, abrió la mano y frotó su mejilla izquierda con el pulgar hasta que la mancha verde se limpió.

Quizá las cosas no hubieran ido tan mal si eso se hubiera quedado así, pero la mano de Gerard cubrió lentamente a la que se encontraba sobre su cara, y con su brazo libre, atrajo a la rubia para besarla, igual que como lo hacía conmigo. No sabía qué hacer, pensé que mis ojos me engañaban, pero el dolor que sentía era absolutamente real.

No se lo mencioné cuando lo vi al día siguiente en la escuela, intentaba analizar bien la situación, lo mejor podría ser ignorarlo, y fue lo que hice.
Yo no podía con tantas cosas, pero cuando estábamos juntos, nada importaba.
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Aquellos eran días fríos, pero las nevadas los llevaban a una dimensión mágica. Papá había comprado una maravilla llamada chocolate, y una de las empleadas que hacían los deberes en la casa lo había preparado como una bebida con leche. Era la cosa más deliciosa que había probado en mi vida, y no tardé mucho en estar de camino a casa de Gerard con un gran termo en las manos, esperanzado en encontrarlo, pues no había respondido ninguno de mis mensajes.
Su entrada estaba vacía, eso sólo podía significar que su madre aún no llegaba a casa, y había estado tantas veces ahí, que mi mano viajó instintivamente a sacar la llave de la pajarera que colgaba a un lado de la puerta. Avancé con mi mayor esfuerzo de no hacer ruido y subí las escaleras para llegar a su habitación.
Mis dedos ya tocaban la fría manija cuando todo volvió a caerse.

-Es tan tierna... -mencionó la voz de un chico.

-Yo siento que es ridícula -respondió quien nunca hubiera sido otra persona que Gerard.

-A mí me encanta -volvió a soltar el desconocido.

¿Por qué no había contestado mis mensajes?, o, ¿por quién?

Mi cuerpo empujó la puerta decididamente. Y ¿para qué? Para encontrar al imbécil de Bob sentado en la cama, besando con la mayor dulzura la nariz de Gerard.

El termo nunca se soltó de mi agarre cuando me lancé contra el rubio. Los brazos me dolían, e incluso después de ver cómo la sangre brotaba de toda su cara, sólo me detuve con el llanto desesperado de mi única razón de ser.

-¡Eres un maldito enfermo! -gritó fuertemente Gerard antes de empujarme lo más lejos que pudo.

Quiéreme [FRERARD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora