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Aquel fue uno de los días en que Gerard era dulce conmigo. Me había hecho una linda tarjeta con varios dibujos de nosotros al frente.

No habían pasado más de tres clases cuando el director me mandó llamar a su oficina, dijo que Dom no se había presentado a un examen de química, pero papá nos había ido a dejar a los dos, algo no andaba bien.
Intenté llamarlo por teléfono, pero no obtuve respuesta.

Terminado el día, Alex, el chofer, me llevó de regreso a casa. En el camino, comenzó a llover, y pensé que sería una noche agradable para hablar con papá. 

La primer cosa que me llamó la atención cuando entré al edificio, fue que el elevador estaba cerrado con una banda amarilla.
Luego de más de doscientos escalones, pensé que me había equivocado de piso, pero era imposible, la puerta se encontraba abierta, y un par de pasos causaron la reacción de un hombre uniformado del que no había notado existencia.

-No puedes pasar, hijo -habló el oficial con voz neutra.

- Es mi casa -contesté con un susurro y seguí mi camino.

Habían varios hombres tomando fotos, hablando por teléfono, tomando notas, revisando cada esquina del lugar.
Yo estaba ajeno a todo eso, hasta que vi algo inconfundible asomarse de entre los invasores.

Era el brazo de mi padre. Mejor dicho, su cuerpo, desplomado en el piso. No tenía la sonrisa de siempre ni la mirada amable. Estaba muerto.

Sentí cómo la vida se me escapaba por cada poro.

Quiéreme [FRERARD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora