Regina

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Domingo

Era domingo por la mañana. Toda la semana había sido un continuo pensar en su mano en la mía, en mi intento, fallido, de sentir el sabor de sus labios. Quizás me había herido, es verdad. Pero cuando había entrado en la cocina estaba feliz. Cuando le había pedido que se quedara, yo, por un momento, había sentido que aquel vacío que la pérdida de Henry me había dejado, se llenaba. Y durante tres años con nadie había tenido esas sensaciones.

¿Qué hermosa estaba? Esa blusa gris y roja era una ofensa a mi voluntad. Era una tentación continua: los ojos, como se lamía los labios cuando estaba incómoda, su modo de sostener la copa, con ambas manos, como una niña.

Se me había escapado una risa que no lograba detener cuando me había dicho que pronto estaríamos calientes. Improvisamente se me había aparecido su imagen desnuda. No es que fuese divertido verla desnuda, era una cosa...en fin, una maravilla. Era divertido su rostro comparado con mis pensamientos.

Me había dado una prisa endiablada para estar lista y perfecta, quería sorprenderla también con un par de pantalones. Pero ella me había sorprendido a mí. De tantas maneras. Los cumplidos por la casa, las respuestas que me hacían reír y hacían que mi corazón se desbocara...su espera en silencio aferrándome las manos. El pulgar dibuja pequeños círculos en mi dorso...sus dedos eran largos, no llevaba pintura, pero las uñas parecían igualmente pintadas de rosa.

Había levantado mi rostro alzándome la barbilla. No me lo habría esperado. No sabía qué hacer o qué decir, estaba totalmente indefensa. Ella, su torpeza, su manera de ser casi infantil, me recordaban a Henry, y había sacado todo a flote.

Las lágrimas habían salido y yo no podía pararlas. Aun dolía demasiado.

Estar con ella era recordar continuamente a mi hijo.

Pero hoy es domingo. He tenido toda la semana para prepararme. Durante mi viaje había comprado un nuevo par de vaqueros, con el tobillo estrecho. Zapatos sin tacón color caramelo y camiseta del mismo color. Me sentía totalmente incómoda con esa ropa. Pero había dicho que vistiera de forma deportiva y había hecho lo mejor.

El cielo prometía buen tiempo. El azul tenue de la mañana se intercalaba con algunas nubes, estábamos a salvo.

El plumas beige iría bien, no quería llevar una de esas enormes chaquetas negras sin forma. ¡Mi nombre era a fin de cuentas Regina! Me estoy poniendo el rimmel en el baño cuando suena el timbre.

Agarro el borde del lavabo con fuerza y mirando mi reflejo en el espejo me digo «Sobre todo no llores también hoy»

No soy convincente, para nada. Salgo del baño. Cojo un bolso que había llenado con lo necesario y abro la puerta.

Una diosa. Una diosa con zapatillas de deporte y la chaqueta de piel roja. Pero, ¿qué importaba? Esos cabellos que le caían sobre los hombros...los rizos perfectos, las mejillas ligeramente rosadas. Se ponen púrpuras apenas la saludo.

«Hola Emma» bajo la mirada hacia mi ropa «¿Puedo ir vestida así?»

«Diría que es perfecto» sonríe, inclinando la cabeza hacia un lado. «Buenos días a usted, Regina, ¿nos vamos?»

«Sí» cojo la chaqueta del perchero cerca de la puerta y la sigo.

La última vez que me había subido en ese ascensor estaba empapada y deseando acabar pronto con aquella situación embarazosa. Ahora estaba electrizada y no quería marcharme. Estaba incómoda, y ella también, pero como de costumbre, no me dio tiempo de dar el primer paso.

¿Cómo ha ido la semana? ¿Ha logrado dormir? Quería llamarla, pero...en fin no tengo su número y además no me parecía oportuno» me giro hacia ella, limitándome a observarla, asombrada.

For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora