Regina

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A una media de 100 km/hora recorría el camino de vuelta, echando una ojeada por el espejo retrovisor cada cierto tiempo a esa mancha amarilla que era su coche.

Éramos tan diferentes. Yo era ordenada, ella desordenada. Ella amaba los jeans y yo los trajes chaqueta. Pero en el fondo no teníamos que vestirnos en el mismo modo. Sabía que era sexy hasta con un suéter enorme y calcetines de lana en los pies.

Probablemente era mucho más romántica que yo. Pero sabía que el romanticismo era algo que con el tiempo nos habría abandonado, al menos esa versión azucarada que golpea a las jóvenes parejas en los primeros meses de relación.

Ok, estoy pensando demasiado. Regina relájate, todo irá bien.

Sin embargo, no lograba sacarme de la cabeza esos ojos tristes y preocupados por el regreso a casa. Por retomar la vida cotidiana. Podíamos hacer algo dentro de algunos días. No podíamos estar todos los días siempre en la cama. No es que tener sexo con ella me disgustase, es más...era buena. Muy buena. Y me había quedado sorprendida al comprobar que no tenía ninguna inhibición, hiciéramos lo que hiciéramos.

Pero de todo ese fin de semana el mejor momento fue el desayuno en la cama. La rosa en la bandeja. Su expresión visiblemente incómoda y dulcísima.

Y con estas imágenes en la cabeza hacen aparición las primeras gotas de lluvia que mojan el cristal del coche.

«Solo nos faltaba la lluvia» resoplo, consciente de pronto de la cotidianidad que nos envolvería al día siguiente.

Pero quizás con ella no sería pesada. Nuestros días volarían y por la noche sería hermoso comer juntas o dormir juntas. Teníamos dos casas a dos plantas de distancia. No había de qué preocuparse.

Finalmente en casa. Me dolían a morir las piernas de estar sentada. Penetro por el camino que da al aparcamiento de nuestro edificio. La lluvia ya caía copiosa. Me empaparía completamente los pies, aunque fueran tres pasos hasta entrar.

Ella ya estaba fuera del coche cogiendo su bolso, y se aproxima a mi maletero para sacar mi maleta. La gentileza en persona.

«No hay paraguas, ¿puedes correr con esos tacones?»

«Amor mío, he nacido con tacones, ten cuidado con no morder el polvo»

Me hundo bajo la lluvia sin darle tiempo a replicar y, a pesar de cargar con la maleta, llego antes que ella.

«¡Qué descortés eres!» me dice entrando en el ascensor

«Ah, no sabes perder»

Me miraba insistentemente.

Una extraña sensación recorre mi estómago apenas el ascensor comienza a moverse.

«Creo que te acompañaré hasta la puerta de tu casa y después bajaré a pie» se acerca a mí, dándome besos por el cuello.

«Entonces, deberías dejarme bajar cuando se abran las puertas, ¿no?» mis manos estaban bajo su camiseta.

«No lo sé, debo pensarlo»

«¡Qué tonta!» digo mientras las puertas se abren frente a mí. Tomo la maleta que estaba tras de mí y doy un paso hacia delante, fuera del ascensor. La escena que se presenta delante no era en absoluto la que me esperaba.

Henry.

Me quedo algunos segundos observándolo mientras él levanta la cabeza que tenía apoyada en las rodillas. Estaba empapado. Las ropas sucias. El rostro regado de lágrimas y un morado en la mejilla.

For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora