Emma

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Por milésima vez, ella, Regina Mills, había convocado una reunión por motivos tontos. La última vez había tenido la osadía de movilizar medio edificio solo porque un nuevo inquilino había dejado, por distracción, abierta la ventana del rellano. Ella había dicho: "sentí una ráfaga de aire helado cuando salía de casa, hay que respetar a los demás, y las ventanas deben estar cerradas durante el invierno"

Siempre me sentaba en primera fila, era la última en haber llegado al edificio y quería conocer un poco cómo era el sitio al que me había mudado, la gente que vivía en él, las personas a las que podía saludar y a las que debía mantener alejadas. Regina pertenecía incontestablemente a este último grupo. Siempre era una tontería distinta, cada vez más absurda. Pero yo era la única que tenía el valor para responder a sus reclamaciones. La única en levantarse y enfrentar sus ojos negros como la noche. Los otros parecían aterrorizados, y todos respetaban, hasta la última coma, sus reclamaciones, como si fuese la soberana de un reino.

La Reina Malvada. Uhm. Sí, creo que podría imaginármela ceñida en un corsé de terciopelo negro y una corona. La última vez, al sonido de su voz, me limité a resoplar. Como contestación, ella había clavado sus ojos en los míos, cruzando los brazos, y acercándose a mi cara, dispuesta a rebatir. Su cercanía me había hecho enfadar de un modo indecible. Su actitud de desafío era insoportable.

Era la primera vez que se acercaba de esa manera a mí. Todavía recuerdo la sensación que había sentido: una ola de calor que, desde los pies, me llegó hasta la cara. Era como si sus ojos, tan cercanos a mí, me hubiesen desnudado. Pero no le di tiempo de decir nada. Me levanté y pronunciando solo las palabras «usted es ridícula» di media vuelta y me marché, inconsciente de los murmullos de la gente a mi espalda.

Esta vez no quería desfilar entre la gente solo para escucharla decir que un arañita había entrado en su casa sin tocar. Todos estaban tomando asiento. Yo estaba de pie, apoyada en la pared, cerca de la puerta de la habitación habilitada para las reuniones. No quería enfrentarme de nuevo a aquella mirada, al menos no tan de cerca. Alargo un brazo como para estirar los huesos y algo, más bien, alguien, choca con él.

Me doy la vuelta. Su gélida mirada bordeada por el maquillaje oscuro la hacía parecer aún más malvada.

«Oh, la Reina de los infiernos se ha dignado a presentarse»

Debía estar a una distancia de seguridad. De forma descarada, me arreglo la camisa dentro de los pantalones. La veo levantar la ceja y cruzar los brazos bajo el pecho, y de esa manera, por primera vez, la examino. 165 centímetros de maldad, 175 con tacones que nunca le faltan. Falda inevitablemente ceñida, es más, no era el acostumbrado traja chaqueta, sino una camisa de manga corta que dejaba ver algo de encaje por el escote. Melena negra, ojos oscuros, labios rojo fuego. Continuaba mirándome sin decir una palabra, parecía que quisiera comerme.

«¿Se ha quedado sin palabras? ¿El gato le ha comido la lengua?»

Su mirada imperturbable, al sonido de mis palabras, cede.

Las pupilas, antes pequeñas como cabezas de aguja, improvisamente adquieren una dimensión más humana, como si se hubieran relajado, junto al resto del cuerpo de Regina. El cruce de sus brazos bajo su pecho se suelta, los hombros caen un poco hacia delante como si hubiesen perdido rigidez. Intenta decirme algo, pero las palabras se le ahogan en la garganta. ¡Parecía que quisiese llorar! ¿Regina llorando? No, había algo que no cuadraba. Me acerco lentamente, pero ella retrocede, se da la vuelta y se marcha.

Pero, ¿qué diablos había sucedido? Ya le había dicho cosas peores antes. ¿Se ha derrumbado como me pasó a mí la última vez? Me asomo y la veo caminar con paso rápido.

La gente esperaba, así que, intentado hacerme oír entre el ruido

«Creo que la reunión se ha cancelado»

Me meto las manos en los bolsillos y comienzo a caminar velozmente, detrás de Regina.


For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora