Regina

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Las sensaciones que me había dato eran increíbles. Pero cuando son tan fuertes, cuando te dan aquella descarga de adrenalina...bien, seguramente hay algo negativo debajo. Hay algo que después te rompe. Porque es eso lo que hace el amor, la atracción, la confianza: te rompen enormemente.

Es una cuestión de suerte, y en mi vida la suerte no era propensa a presentarse.

Me había seguido, se había abierto a mí, ¿para qué? ¿Para ver si cedía? ¿Por qué dichoso motivo me había ilusionado con todas aquellas hermosas palabras? ¿Por qué?

La odiaba. Odiaba que me hubiera besado.

Ese día me había metido en la cama con el corazón destrozado, y después de dos semanas, todavía dolía. No lograba convencerme de ello. ¿Quizás había imaginado su beso? ¿Sus ojos bañados de lágrimas? ¿Su corazón galopante bajo su chaqueta? ¿Era capaz de controlar también la velocidad de su latido como me controlaba a mí?

Durante estas dos semanas me planté en la ventana. Ya no iba al bar a coger su croissant. No la había visto más. Según sabía podía incluso haberse marchado. Podía haber huido una noche llevándose consigo sus queridos muebles y la colección de bolas de nieve.

Y también los pedazos de mi corazón. De mi confianza. De mi renacimiento.

Yo había retomado mi trabajo de oficina, pero todas las noches me tocaba las mejillas que ardían. Sentía sus manos en mi rostro, en mis caderas. El dedo que había acariciado mi cicatriz sobre el labio. Ardía como si me tocase a cada momento.

Hoy el día en la oficina había sido devastador. Problema tras problema, papel tras papel que arreglar, millones de llamadas de teléfono que hacer y nadie que me ayudase o que me hiciera más sencillo el trabajo. Todos eran unos incompetentes, solo capaces de parlotear.

Como ella. Solo era capaz de hablar.

En el ascensor, tocó un botón sin apenas mirar. Apoyo la cabeza en la pared del ascensor que lentamente había comenzado a moverse. Hoy no lloraría. No. Habría llorado solo por una persona y ciertamente no era ella.

Las puertas del ascensor se abren, salgo sin ni siquiera mirar alrededor. Cojo el bolso para buscar las llaves y frente a mí se encuentra una puerta que no era la mía.

«Pero, qué diablos...» miro alrededor. Era su planta

Sin darme cuenta había subido hasta la quinta planta.

«¡Qué estúpida soy!» Me quedo mirando su puerta. No se escuchaba nada. Silencio sepulcral. Decido coger las escaleras, solo eran dos plantas, no sería cansado.

Bajo los tres primero escalones con un mal presentimiento encima cuando escucho un ruido de cristales rotos. Me doy la vuelta asustada y me quedo inmóvil esperando cualquier otro ruido. Otro cristal hecho añicos, seguido de un grito.

No podía equivocarme. Era ella. Le había sucedido algo. Subo los escalones y toco el timbre.

«¡¡¡Emma!!!» grito golpeando con insistencia la puerta «Soy Regina, abre por favor» Silencio.

«¡¡Emma!! Me veré obligada a ir a pedirle las llaves al portero si...» había abierto. Y la figura que me encuentro en frente parecía solo algo que en un tiempo se asemejaba a Emma.

Sus ojos estaban apagados y rojos de sueño. O de llanto. Estaban rodeados de ojeras oscuras, cabellos enredados y...oh Dios mío sangre. Encima solo llevaba puesta una camisa larga y de la mano izquierda goteaba la sangre.

Me observaba asombrada, feliz y asustada al mismo tiempo.

«Regina...» dice con un hilo de voz «Sabía que vendrías a salvarme»

For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora