Emma

1.7K 132 7
                                    


Mi mente está dominada por una sensación de total paz.

Frente a mí veo una estancia de paredes rojo fuego, y alguna raya negra. El ambiente es cálido y en el centro una potente luz que me permite ver cada detalle de la estancia. Detalles inexistentes en comparación con la enorme cama en el centro. Y sobre ella, echada dulcemente, yacía una muchacha de cabellos marrones y labios color cereza, inmersa en un profundo sueño.

No conozco a esa muchacha, o al menos creo no conocerla.

Percibo un buen aroma provenir de ella. Una mezcla de fruta y vainilla. Me siento atraída por aquel perfume y me acerco como atraída por un imán. Subo a la cama de rodillas y me acuesto a su lado. El pecho se alzaba y bajaba lentamente. Con delicadeza rozo el contorno de su rostro, hasta que llego a sus labios, rojos, y a la pequeña cicatriz que tiene sobre el superior. Me inclino para darle un beso.

Siento un escalofrío por la espalda. Abro los ojos.

Solo era un sueño.

Pero lo que veía frente a mí no era un sueño. Ella no era un sueño. Estaba todavía ahí. Se había quedado toda la noche, no me había dejado sola. Levanto la cabeza para observarla mejor y decido despertarla. Quizás tenía hambre, quizás no se había dado cuenta de que se había dormido. Pero, ¿cómo podía despertar a una criatura tan maravillosa?

Le acaricio la piel suave del brazo y después la de la cara. Me inclino hacia ella, dejándole pequeños besos en las mejillas.

«Regina...» digo despacio. Se mueve apenas al sonido de mi voz y decido intentar otra vez. «Regina...» finalmente abre los ojos. Una infinita dulzura se desvelaba de su mirada somnolienta. «Buenos días» apoyo la mano sobre su rostro y un débil hola sale de su boca.

«Debo parecer un monstruo, ¿hace cuánto que me estás mirando?» hunde su rostro en mi pecho y no puedo hacer otra cosa que abrazarla. ¿Cómo podía definirse como un monstruo? ¿Cómo podía no ver qué maravillosa era en cada centímetro de su cuerpo? No se trataba de modestia ni de objetividad. Y definirse monstruo era una absoluta herejía.

«Eres una maravilla, no un monstruo. Solo siento que hayas dormido vestida, pero he pensado que si te despertaba podrías ir a tu casa a cambiarte y después podríamos desayunar juntas»

Su perfume me lleva a oler su cuello y ella, divertida, me pregunta si apestaba. No podía si no echarme a reír.

Nos sentamos en la cama, con la espalda en los cojines. Había dormido divinamente a su lado, algo que no pasaba desde hace un tiempo, y después de haber tenido la confirmación de que para ella había sido lo mismo, me desarma pidiéndome que fuera a cenar a su casa esa misma noche. No espera otra cosa, obviamente, pero después de todo lo hablado, creía que una invitación tan repentina habría sido demasiado y no quería que ella me frenase. Pero evidentemente tampoco ella lograba contenerse.

Separo la manta que nos había tapado durante la noche y nos levantamos. ¿Es posible que no tuviera un pelo fuera de su lugar? La acompaño hasta la puerta, teniendo la sagacidad de tomarla de la mano. No lograba sepárame de su mano, imaginen de ella. Me despide con un dulcísimo beso y la acompaño afuera. No consigo dejar de mirarla, ni siquiera cuando termina de bajar el primer rellano de las escaleras, y ella se da cuenta. Se para y en apuros me dice que me meta dentro. Le mando un beso. La belleza.

Entro y con una sonrisa digna de alguien con parálisis facial, me meto en la ducha, tendiendo cuidado de atarme el pelo, me los lavaría por la tarde.

Me miro en el espejo. La cara estaba todavía pálida, pero no había señal de dolor, ni de ansia ni de tensión. Estaba de nuevo relajada y la mano ya no me dolía. Al no tener que lavarme el pelo, no necesitaba meterla en una bolsa para no mojar la cura de Regina. Me pongo unos vaqueros y las botas negras, cojo una camiseta verde y pongo otra lavadora. La ropa tendida la tarde anterior ya estaba seca, por lo que recojo esta y vacío el lavaplatos. Era lo único que podía hacer.

For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora