Regina

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Nunca hubiera pensado que lograría controlarme de ese modo. Estaba envuelta en el albornoz y aunque intentase no pensar en ello, no lograba dejar de imaginarme su perfecto cuerpo desnudo bajo la tela. Hice de todo para no ceder a la tentación de hacerla mía: me había concentrado en su mano, después en la comida, después en lo ordenada que tenía la casa, cosa que había logrado hacer en solo una hora.

Pero cuando me la encontré a diez centímetros de mí no podía dejar de decirle lo que me hacía sentir.

Lo que quería hacer.

Y hubiera sucedido en ese lugar, junto al frigorífico, si la pizza no hubiese llegado.

Su voz ronca, asombrada, curiosa. La estreché a mí, abriendo su albornoz. Su piel suave y blanca me hacía sentir totalmente imperfecta y frágil. Sus senos, prietos y redondos, parecían casi artificiales y la pulsación de la arteria en su cuello...la volvía más excitante, si esto hubiera sido posible.

Con toda la fuerza que tengo en mi cuerpo me alejo de ella para abrir al repartidor. Después de convencerla de que se vistiera para evitar comportamientos impulsivos que habrían podido asustarla, nos sentamos a comer. Era perfecta hasta con un trozo de pizza en las manos. Veo que se esfuerza por comer, evidentemente las semanas prácticamente en ayuno la habían desacostumbrado a una comida normal, pero decido no forzarla más: por ese día ya había dado muchos pasos hacia delante.

Yo, por el contrario, parecía que tuviera un hueco en el estómago, agujero demasiado grande para que una única pizza lograra llenarlo. Pero todo lo que ella hacía, decía, transmitía, me llenaban más de cuanto lo pusiera hacer cualquier golosina.

Después de algún trozo de pizza, comida rigurosamente con las manos, toma dos copas y las llena de vino, tendiéndome una.

«¿Por qué brindamos?» pregunto entre risa y risa

«Por ti...que me has salvado» ¿Podía el estómago retorcerse de la emoción por tan pocas palabras? Con el índice de la mano izquierda le hago una señal para que se acerque a mí y le rozo los labios. Esperaba que comprendiese que sobre mí no debía tener ninguna duda.

«Eres la primera persona por quien vale la pena arriesgarse» digo, sincera. Entrechoco mi copa con la suya y bebo un sorbo.

Intentaba no romper el contacto físico con ella. Aunque fuese una caricia en el rostro, un apretón de manos, el roce de nuestras rodillas, quería que comprendiese que yo estaba allí y que no tenía ningún deseo de escapar.

Nos levantamos a la vez y después de un torpe intento de contacto sobre el sofá, me arrastra hacia la habitación, proponiéndome una velada de perfectas quinceañeras: cama, tv y caricias. Sonrío complacida, normalmente las otras querían desnudarme a los diez minutos de habernos conocido. Pero ella era diferente, en seguida lo había comprendido. Acepto con gusto estar en la cama acostada sobre miles de cojines.

Apoyo la espalda sobre los cojines y de repente me abraza, desparramando su alocada cabellera sobre mi pecho. Sus muy perfumados cabellos me embriagan. La estrecho fuerte, dándole besos sobre la cabeza. El calor de la manta hacía el resto. Sin embargo me faltaba algo: su mirada. Así que, me deslizo por la cama, hasta que encuentro de nuevo su mirada en la mía. Con su enésimo intento de disculparse, se aprovecha literalmente de mí y de mi debilidad para con ella. Me besa haciéndome perder la respiración. Su mano, que del brazo pasaba a la cadera y al muslo...deseaba que sobrepasase el vuelto de la falda en el cual se había detenido. Pero respetábamos lo que habíamos dicho. No quería que tuviese miedo. Quería que estuviese tranquila y que no tuviera ninguna duda. Yo no tenía.

For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora