Emma

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Mia Regina Swan

No había sido difícil elegir el nombre una vez que vi su carita. Una cabecita llena de cabellos negros y los ojos claros...aunque probablemente era demasiado pequeña para definir el color con precisión.

La elección del nombre doble fue algo que vino por sí solo. Supe que era una niña en la 34ª semana, cuando había comenzado a dar patadas como una condenada y había pensado en serio que era un varón por eso, pero una cosa era verdad: nadie me la quitaría nunca. Y de ahí sale el nombre de Mia.

Después Regina...los cabellos negros, veía a Regina en sus cabellos. Era esa parte de ella que ya no tenía y el destino me había regalado esa pequeña característica que me hacía tener el dulce pensamiento de que esa niña podría ser la hija de ambas. Y debía afianzar ese pensamiento con su nombre.

No tenía ni idea de quién sería el padre y el interés por esa información era cero, pero quienquiera que fuese, le daba las gracias cada día por haberme regalado el ser más bello del mundo.

Respiraba feliz entre mis brazos y me embriagaba con el especial aroma que despedía. Cuando era pequeña lo llamaba "olor de bebé"...nunca llegué a comprender si se debía al detergente utilizado para lavar sus ropitas o el gel...ahora con Mina lo sabía. Era su piel, cualquier perfume que tuvieras, cualquier gel que utilizases...si tenías entre los brazos a un recién nacido aquel perfume te entraba en los huesos y no lo olvidarías más.

Una vez alejada de Regina y de su perfume (también embriagante para mis sentidos) había comenzado a pensar solo en mí.

Mis padres estaban felices con el embarazo, aunque no tuviese un "hombre" a mi lado.

Pero siempre había sido muy independiente, no quería su apoyo, solo hacerles partícipes de algo que también ellos habían rozado hace casi dos años. Isabella venía al menos una vez al mes, me acompañaba a las revisiones y apenas supimos el sexo me había fulminado diciendo: "¡te lo ruego, no la llames como a esa desalmada que te dejó así...su hijo es diez veces más inteligente, se ve que no tiene el mismo ADN!"

Isabella y sus afiladas palabras que daban derecho en la diana. No tenía intención de llamar a mi hija con el nombre de Regina...pero esos cabellos me habían derrumbado.

El embarazo no tuvo ninguna complicación.

No bebía, no fumaba, daba largos paseos, hacía todas las sesiones fotográficas que mis piernas me permitían y había reunido bastante dinero. Y no pagaba el alquiler porque lo hacían mis padres hasta que volviese a trabajar.

Había nacido la mañana del 1 de diciembre, llovía a cántaros, después de 26 horas de parto y ninguna epidural. Quería disfrutar todo mi dolor, quería sentir que ella estaba ahí y que estaba naciendo, para superar el miedo del primer parto malogrado.

Había estado paseando por los pasillos hasta una hora antes, hasta que las contracciones ya no me permitieron caminar más. A cada paso creía que la columna se me partía en dos. Y observaba insistentemente las caritas de los bebés en la sala, intentando imaginar su naricita, sus manitas...sin embargo todo fue mucho más hermoso.

Había sentido cómo algo se deslizaba fuera de mi cuerpo, velozmente y la enorme panza se había desinflado en pocos segundos. Esperaba palabras tranquilizadoras por parte de la obstetra, pero fue su llanto lo que me hizo comprender que lo había logrado. La habían envuelto en una tela verde y puesto sobre mí. El latido de mi corazón la calmó inmediatamente.

«Hola, maravilla» le había dicho

Acaricié su manita y ella con fuerza estrecho su puñito en mi índice, como para anclarse a su nueva vida. En ese instante comprendí que era Mía y que yo me aferraría a ella con todas las fuerzas.

For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora