Regina

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Eran las siete de la mañana.

No había ni siquiera necesitado el despertador para abrir los ojos. Había sido un sueño regenerador y sin pesadillas después de meses. Acurrucada bajo el edredón, me decía que aquel sería el día más bello de todos.

La tranquilidad de tener a Henry en mi vida era algo inexplicable, algo que las palabras nunca lograrían describir.

Me deslizo fuera de la cama para ir a preparar el desayuno. Prepararía lo mejor de lo mejor para mi niño.

Caliento la leche de siempre en el fuego, y enciendo la cafetera para mí. Comienzo a tostar las rebanadas de pan sobre las que unto la mantequilla, mermelada de manzana y nutella. Cojo los cereales del mueble y los coloco al lado de la taza de Henry, con cucharita y servilleta.

La leche ya estaba caliente, así que me dirijo con paso rápido a su habitación.

Abro lentamente la puerta, no quería que se asustase.

«Amor...»

La cama estaba deshecha, el pijama sobre la almohada y él no estaba.

«¿Henry? ¿Estás en el baño?» abro aquella puerta, agitada.

«Henry, si esto es broma, no tiene nada de divertido» digo comenzando a buscarlo bajo la cama, en el armario, en el estudio...detrás de las cortinas.

Henry no estaba.

Él no estaba.

Lo habían secuestrado o se había ido.

Vuelvo a su habitación para buscar cualquier indicio, revolviendo todo lo que caía en mi mano. Una muy mala sensación se abría camino en mi mente, si llamara a la policía, esta seguramente llamaría a los asistentes sociales...de nuevo juicios, de nuevo audiencias.

Tiro las sábanas al suelo. Compruebo la cama, los cajones. Dentro del estuche.

Estaba el estuche pero no la maleta. Había cogido su mochila, ¿para meter qué?

Encima del escritorio, sus cuadernos perfectamente ordenados. Los ojeó compulsivamente, buscando algo que pudiese serme de ayuda. Grito lanzando todo al suelo.

La habitación estaba patas arriba y las primeras lágrimas descienden por el rostro. Son dolorosas, queman.

«Henry...» continuaba repitiendo su nombre como si pudiese aparecer de la nada.

Me siento desesperada en la cama. Con la mano en la cabeza intentaba pensar a dónde habría ido. Me pongo de nuevo en pie, recorro la casa, esperando que hubiese dejado alguna señal, una nota, en las películas siempre ocurría así, los niños escapaban, pero dejaban algo por el camino por lo que siempre eran encontrados. Ah, cuando volviera, los castigaría, pero bien. Porque tenía que volver.

Paso por todas las estancias, buscando algo que pudiera serme útil. Se había llevado chaqueta y capucha...al menos no cogería frío. Miro bajo el árbol de Navidad, quizás había dejado alguna carta que no debería leer. Y exactamente frente al gran árbol que había comprado para él, observo algo blanco sobre la puerta.

Me acerco. Una hoja pegada con cinta adhesiva.

"Para mamá" La abro nerviosamente, tanto que rompo un trozo y tengo que mantener la calma para no mojarla con las lágrimas antes de conseguir leerla.

«Hola mamá. Sé que ahora estás llorando y siento que te hayas preocupado tanto, pero si hubiese dicho esto no me habrías escuchado, y lo he hecho por mi cuenta. Quiero decirte que no te preocupes, volveré esta tarde, vete a trabajar esta mañana, así el tiempo pasará más rápido...de verdad estoy bien. No llames a la policía, no es necesario...he esperado que aquella mujer no pudiera llevarme antes de hacer esto, no quiero meterte en problemas. Estoy seguro de que en cuanto llegue a casa comprenderás por qué lo he hecho.

For fair, for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora