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Mi culo se tumba en el asfalto y mis codos se apoyan en el piso intentando amortiguar la caída. Sin embargo, resbalan, y mi cabeza se estrella contra el suelo, generando una dolorosa contusión.

Abro mis ojos rápidamente, ignorando el dolor agudo en mi cráneo,queriendo encontrar a Lindsey con la mirada. Pero lo que veo sobre mí me toma por sorpresa: un rostro con pómulos salientes y unos distraídos ojos verdes se halla a unos pocos centímetros del mío,mirándome fijamente. Siento todo su cuerpo sobre mí. Nuestras miradas de perplejidad se unen durante un segundo.

-Hum – susurra por fin el chico desviando la mirada -... Lo siento – dice incorporándose.

-Esto... Sí, no hay problema – balbuceo.

El muchacho se levanta con torpeza. Ya sin sus ojos clavados en mí,y aún tendida en la calzada, vuelvo mi mirada hacia la esquina. No veo a Lindsey.

El chico me tiende una mano. Yo, algo confundida, la tomo y me pongo de pie. Giro mi cabeza y busco con la vista a Lindsey a lo largo de toda la cuadra: no está en ningún lado. Estoy segura de que había sido real, pero, ¿cómo había llegado Lindsey hasta allí? ¿En dónde se había metido?

Mi vista se topa con las chicas. Las tres nos miran a mí y al chico sin saber que hacer.

-¿Y ustedes qué miran? - bromeo.

Ellas sonríen.

Ahora me volteo hacia el muchacho, que tiene la cabeza hacia abajo.No es ni muy alto ni muy bajo. Es musculoso y tiene una piel suave.Su cabello corto y castaño claro enmarca su cara absorta. Luce como un muchacho de nuestra misma edad.

Noto que su palma sangra un poco.

-¿Estás bien? - le pregunto.

Levanta la cabeza repentinamente y me mira. Señalo su palma y él la mira, ceñudo.

-Oh, sí. No importa – me dice tímidamente.

Toma el borde inferior de la camiseta azul que lleva puesta, y la coloca sobre la herida con desinterés, calmando momentáneamente el sangrado.

Lo miro, extrañada por su comportamiento abstraído.

-Tus codos – murmura con reticencia levantando la vista y clavándola en mis brazos.

Miro mis codos: en ellos hay pequeños raspones.

-Tranquilo, no es la gran cosa – le respondo.

Entonces veo mi skateboard a varios metros detrás del chico, que al parecer había salido disparada al momento del choque.

El muchacho se agacha y toma su celular, el cual está tendido en el suelo.Le pasa la mano cuidadosamente, quitándole el polvo.

-Mierda – susurra al comprobar que la pantalla de cristal estaba resquebrajada en las esquinas.

-Oh, lo siento – lo intento calmar.

Lo desbloquea y la pantalla se enciende.

-Al menos funciona – me dice, mirándome, con una tímida sonrisa asomándose en su boca.

Me inquieta que esos ojos distraídos se claven en los míos. Además,aún estoy algo confundida luego de ver a Lindsey.

-Fui una estúpida – me disculpo. - Me distraje mientras patinaba y...

-No. Yo fui el tonto. Esto me pasa por caminar con la mirada fija en el celular – me interrumpe.

Quedamos en silencio unos segundos.

Yo no puedo despegar mis ojos de él, aunque no me gusta que él me mire. Mientras, el chico mira al suelo con inquietud. Amber, Tina y Rose balancean sus miradas entre él y yo, sonriendo algo extrañadas,con sus skateboards en la mano.

-Y... ¿de dónde eres? Digo, nunca te había visto en el barrio – rompe con el silencio incómodo Amber, mirando al muchacho.

-Hum – dice él levantando la cabeza y mirándola ceñudo, como si recién se diera cuenta de que había más personas presentes además de él y yo -. En realidad, mi padre y yo nos acabamos de mudar a un par de calles de aquí – responde señalando hacia atrás, como si pudiéramos ver su nueva casa desde aquí.

-¿Y antes en dónde vivían? - pregunta Rose con un dejo de desinterés bastante perceptible.

-Vivíamos con mi madre y mi hermano en Buenos Aires – contesta mirando nuevamente el piso, y pateando un piedrita.

Al instante, la incomodidad en el aire se incrementa repentinamente.Las cuatro nos callamos y el chico también. Hay dos opciones para explicar su respuesta: 1) Su madre y su hermano habían muerto repentinamente, y el muchacho y su padre habían decidido mudarse; 2) Sus padres se habían separado, y cada uno se había llevado consigo a uno de los hijos para sus nuevos y respectivos hogares. Aunque ambas opciones no son nada agradables, a la última la desprecio de sobremanera: no imagino vivir sin Lisa.

-¿Dijiste a un par de calles de aquí? - digo cortando con el silencio. - ¿En cuál, exactamente?

Como siempre, demora unos segundos en responder.

-En Bolivia, entre la Rambla y Basilea.

-¿Tu casa es roja y tiene tejas negras? - le pregunto.

-Mjm, ¿cómo lo sabías? - me replica, ceñudo.

-Mi casa está enfrente a la tuya – le respondo, sonriente.

Una leve sonrisa se dibuja en su cara.

-Maggie – me llama Tina -, tal vez nos siguen buscando. Debemos irnos – habla con una mirada de complicidad.

Tiene razón. Seguramente la patrulla policiaca aún ronda en las laberínticas calles de Montevideo, buscándonos.

Antes de que yo pueda hablar, el chico dice:

-Tranquilas, yo ya me iba.

-Esto – digo -... Supongo que te veré pronto.

 El muchacho asiente, y sin más, se marcha caminando, con el celular apagado y destrozado en la mano.

Maggie: Bajo el realismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora