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Mi amiga comienza a gatear para no ser vista, en dirección a la acera. La tomo con fuerza por el brazo.

-No. - Mantengo mi mirada fija en mis padres y Lisa discutiendo con los oficiales. - No debemos irnos. Debemos entrar en nuestras casas y decir que siempre estuvimos allí, de lo contrario sospecharán aún más de nosotras.

Rose se vuelve y me mira.

-Maggie, por si no te has dado cuenta, Sam le ha dicho tu nombre a la policía luego de decir que le habías robado. Ellos ya saben que fuiste tú, por eso están allí, en tu casa, y no creo que decir la verdad ayude. Así que, sería en vano fingir que hemos estado en nuestras casas toda la noche.

Rose tiene un buen punto. Ya saben quienes somos y creen tercamente que cometimos un crimen.

-Hay que hacer el intento - decido -. Puede que ya no haya escapatoria pero, a juzgar por su semblante de inconformismo, mis padres están haciendo todo lo posible por desacreditar a los oficiales.

Quedamos un minuto en silencio. Yo miro con atención la discusión que aun se lleva a cabo en el jardín de mi casa.

Mis piernas comienzan a flaquear de tanto estar agachada.

Rose ladea la cabeza, resignada.

-¿Cómo harás para entrar? - me pregunta señalando con la barbilla mi casa.

-Tengo la forma de hacerlo sin que me vean - respondo, astuta -. En cuando a ti... - me vuelvo para verla.

- Daré la vuelta a la manzana y asi llegaré a mi casa sin que me vean - me interrumpe.

-Está bien... Entonces adiós. Pero ten cuidado - le digo manteniendo en tono bajo.

-Tú también - me aconseja.

No nos saludamos con un beso. Nunca lo hacemos, pues nos parece una total cursilería. Así que, Rose simplemente toma su skateboard y se aleja en la oscuridad infalible, interrumpida por algunos faroles que iluminan la calle.

Me vuelvo hacia la casa. Dejo la interminable discusión en un segundo plano y escudriño la mansión, entrecerrando los ojos. La construcción tiene tres pisos, y mi habitación está en el segundo. Planeo rápidamente, aunque lo que haré ya lo he llevado a cabo un montón de veces, y me pongo en acción.

Agachada y sigilosamente, avanzo hacia el comienzo del patio ocultándome detrás del seto. Llego a un lugar que la luz de los faroles no alcanza. Cruzo el seto, metiéndome en patio del costado de mi casa, y me adentro en la sombra.

Me pongo de pie, corro y salto hacia el garaje en el que guardamos nuestro Ferrari. En un segundo estoy sobre el techo.

Asomo la cabeza por entre la luz para verificar que todo esté bien, y veo a los cinco individuos siguen discutiendo. Tengo tiempo.

Tomo carrera nuevamente y salto en el borde del techo del garaje, que se ubica a unos metros de la mansión. Me estrello contra la pared de ésta pero me tomo de una viga con las manos. Hago fuerza y al instante estoy sobre el empinado tejado a dos aguas. Avanzo en dirección ascendente hacia el balcón del cuarto de Lisa. Al llegar al lado, antes de resbalar, salto y me tomo de la baranda de fierro que lo bordea. Con ayuda del impulso del salto, subo, deslizándome sobre la baranda, hasta estar sobre el balcón.

Admiro la vista. Contemplo la ciudad, con altos y modernos edificios, grandes árboles, luces brillantes, y asfalto resquebrajado. Puedo ver el mar azul a menos de una cuadra. La brisa me trae su aroma salado. Cierro los ojos, inspiro profundamente, y me dejo llevar por el abrazador silencio que reina en la ciudad de madrugada.

Me doy cuenta de que estoy cansada.

De pronto, escucho los gritos de réplica de mi madre, y recuerdo el plan. 

Entonces, intento entrar por la puerta ventana de Lisa, pero está cerrada con llave. No importa, esto ya me ha pasado antes.

Arriba a la derecha veo la ventana protegida por rejas de mi habitación, saliendo de entre las tejas. Me paro la baranda del balcón y salto. Quedo agarrada de una reja, balanceándome en el vacío, a quince metros del suelo. Pero no le temo a la altura, pues ya he hecho esto un montón de veces.

Me concentro y logro pararme sobre la bisagra de la ventana. A través del cristal puedo apreciar la cama deshecha, la ropa sucia desperdigada en el piso, y un montón de libros que leo repetitivamente sobre una gran estantería de roble: definitivamente es mi habitación.

Pero, naturalmente, no puedo entrar por esa ventana, pues no quepo entre las rejas. Así que desvío la mirada hacia una ventanita abierta de medio metro por medio metro, que comunica con el baño de mi cuarto. Como está a solo un metro a mi derecha, doy una zancada y me paro sobre la bisagra.

Primero meto los pies, luego las piernas, seguidas por el tronco, los hombros, la cabeza, y por último los brazos.

Estoy de pie en el baño.

Me lavo el sudor de la cara en el lavabo, y voy a mi habitación de paredes rojas. Lo primero que hago es cambiarme la ropa. A continuación, tiendo sencillamente la cama y me meto entre las sábanas limpias.

Intento no pensar en Lindsey, en las chicas, o en el muchacho nuevo... En nada.

Intento dormir.

Maggie: Bajo el realismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora