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El asfalto agrietado guía a nuestras viejas skateboards. La brisa acaricia mi piel y la de Rose, trayendo consigo un aroma dulce, que emanan los árboles que se alzan a lo largo de la cuadra, en los jardines y las aceras.

La oscura madrugada se cierne sobre nosotras y nos embarga en un profundo silencio.

No puedo dejar de pensar en Lindsey... La había visto de nuevo. Ahora podía recordarla tal cual había sido... Pero yo había visto su cuerpo sin vida, había visto esos ojos sin luz... ¿cómo era posible...?

La confusión me impide comentárselo a Rose.

La fría mansión en la que vivo se halla a unos ochenta metros de distancia. Rose vive en una humilde casa a un par de cuadras luego de pasar la mía.

La mansión está a setenta metros... sesenta... cincuenta...

-Aquí doblo yo - notifico a pesar de que Rose ya lo sabe.

-Adiós.

Ahora la casa está a treinta metros...

De repente, unas luces azules y rojas iluminan tenuemente los arbustos y las paredes de ladrillo y piedra de las casas a nuestro alrededor.

Frunzo el entrecejo.

Las skateboards son más rápidas que mis pensamientos como para percatarme de lo que ocurre en este momento.

-¿Qué mierda...? - murmura Rose.

La casa está a diez metros... cinco... uno...

Dejo de pensar en cualquier cosa: el chico, Lindsey.

Ejecuto un movimiento ágil y rápido con mis piernas, haciendo que mi skateboard quede de lado pero con las ruedas hacia abajo. El movimiento en seco causa un impulso que me lanza hacia adelante. Caigo de cara en el asfalto pero me apoyo con las manos.

Vuelvo mi cabeza hacia la derecha y veo a Rose tumbada en el suelo: se ha tirado, al igual que yo.

Le hago gestos con las manos doloridas para que me siga y tomo mi skateboard. Salimos de la calzada, llegamos a la acera, la atravesamos y entramos al patio de la vecina millonaria quien, por fortuna, ha desactivado el sensor de movimiento en él.

Nos escondemos detrás de un seto rectangular que delimita ambas mansiones, y nos arrodillamos en el césped húmedo por el rocío de la noche.

Asomo la cabeza por el seto y contemplo mi casa: tal como sospechaba, la patrulla negra y blanca con luces bastante visibles se halla dentro del inmenso jardín delantero; en el sendero de piedra que lo divide al medio, dos oficiales de policía corpulentos y uniformados hablan con vehemencia a mis padres y a Lisa, quien viste un adorable pijama y lleva un libro en la mano.

"Por favor, Lisa, no les digas que me viste salir", pienso.

-Mierda - susurra Rose, quien también ha asomado la mirada.

No dejo de ver la conversación que están teniendo mi familia y los policías. Aunque no llego a escuchar lo que dicen, es evidente que hay una discusión: los dos uniformados hablan ceñudos, haciendo gestos con los brazos constantemente, como si estuvieran cargados de cólera y quisieran representar la persecución desarrollada hacía varios minutos; por otro lado, mis padre y Lisa no dejaban de interrumpirlos, mostrándose firmes y arrogantes.

-Creo... que mi familia me está defendiendo - musito sin aun poder creerlo.

Mis padres nunca me habían apoyado. No paraban de repetirle a todos sus amigos adinerados que yo era una chica irresponsable, egocéntrica, inmadura y creyente de ideas nada realistas. Un día, los pillé hablando con la tía Skyler: le estaban diciendo que ya no me querían en la casa y que esperaban a que cumplieran dieciocho para marcharme. Yo protesté por el deseo tan cruel y ellos me respondieron con un insencible: "Es la verdad, Maggie".

Se pasan todo el día trabajando, mi madre como abogada y mi padre como neurocirujano. Lisa y yo prácticamente vivimos solas. Vuelven a la noche y no me preguntan nada, no se interesan por mi vida. Pero sí por la de Lisa, la cual es muy estudiosa, inteligente y tiene un futuro prometedor, según ellos. Aunque para lo que sí están presentes siempre es para castigarme y, por supuesto, para felicitar a Lisa.

Por lo que, que mis padres estén defendiéndome ante la policía, me deja sin palabras.

-Debemos irnos - sugiere Rose en voz baja.

Maggie: Bajo el realismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora