17

18 1 0
                                    

Después de hablarles de mi extraña plática con Lindsey, las chicas no pueden decir palara. Sus rostros hablaban por sí solos; están confundidas, absortas y pensativas. Es lógico que necesitarían tiempo para entender lo que sucede, cómo yo lo he hecho a lo largo de la noche anterior.

A continuación, el timbre que da fin al recreo y comienzo a la segunda hora suena en el extenso patio. Tina y Rose son las primeras en levantarse, sin aun hablar. Entonces, aparto a Amber de las demás y le digo algo que me mantiene desasosegada:

- Siento lo que te dije en la tienda anoche – suelto de repente –. Ya sabes, cuando te dije que eras gay. No debí intentar saber cómo te sentías. Estuvo mal; después de todo, no soy tú.

Ella me mira. Su seriedad se convierte en una tímida sonrisa.

- Nunca me enojé contigo. En realidad, comprendo que debí confundirte. Es decir, sabes que me gustan las chicas pero a pesar de eso lo iba a hacerlo con un hombre. Debió desconcertarte.

Asiento y la abrazo con fuerza.

Voy a clase.

Esta vez, presto atención a lo que el profesor de Historia está diciendo. Sin embargo, no mediamos palabra entre Tina y yo: aun está consternada.

El timbre suena nuevamente y salgo al patio. Cuando estoy saliendo, alguien me toma del brazo y me aparta de la multitud que camina en dirección al exterior.

Me vuelvo y veo a Bruce. Su cabello rubio y corto ilumina su rostro anguloso. Tiene un par de ojos tan azules cómo el mar. Es alto y muy musculoso.

Acerca su rostro y me besa. Nuestros labios permanecen unidos durante un largo rato, mientras nuestras lenguas danzan juntas lentamente dentro de ambas bocas.

Nos separamos.

- Hola, bebé – susurra con esa voz cuativadora que tiene.

- Hola – no evito esbozar una sonrisa, aunque comienza a irritarme la misma puta rutina.

Me mira con satisfacción. Sus manos rodean mi cintura y vuelve a besarme. Dejo que lo haga.

Entonces nos separamos.

Todavía con una mano en mi cintura, me lleva hasta un lugar apartado, contra las rejas que delimitan el instituto. Naturalmente, me besa con pasión de nuevo.

- ¿Dónde estabas? – me pregunta al separarnos unos centímetros. – En el recreo anterior no te vi.

- Oh, sí, lo siento. – Hago una pausa. – Estaba hablando con las chicas de algo importante...

Y me calla con otro beso.

- Te extrañé – dice más tarde -. Lo único en lo que pensé en estos tres días, mientras jugaba en Buenos Aires fue en ti.

"¿Al fin terminó el puto encuentro de baloncesto? Aleluya", pienso.

- Yo también te extrañé – le digo amorosamente.

Y es cierto. En los últimos tres días, no dejé de llorar por Lindsey. Necesité que me abrazaran. Necesité que Bruce, o alguien que no fuera mi familia, me consolara. Pero él se había ido.

Me besa nuevamente.

- ¿Ganaron? – le prgunto simulando entusiasmo.

- ¡Sí! – Sus ojos se agrandan y la cara de un alegre niño pequeño luego de haber ganado un videojuego se dibuja sobre la suya. – Fue genial. Los primeros dos partidos los ganamos con ventaja; yo anoté once tantos en sólo esos dos enfrentamientos...

No puede evitar comenzar a relatar detalladamente (y a complementar su historia con gestos y mímicas propias de lo que contaba) cada una de sus anotaciones.

Estoy a punto de darle un beso para callarlo, cuando sus amigos –Greg, Quentin, y otros ocho que no reconozco– lo llaman desde la cancha de baloncesto (que está próxima a nosotros), insitiéndole que vaya a jugar.

- Yo no... – grita con la intensión de gustificarse. Pero agacha la cabeza, me mira, y susurra: - ¿Te importa si...?

- No – le digo en un tono calmado y dulce -. Ve.

Me besa y se larga.

Quedo unos segundos en el lugar, hasta que decido moverme y buscar a las chicas. Pero entonces, Logan aparece de entre la gente.

- ¡Maggie! – me llama con un grito; al parecer, me estaba buscando.

Me va a dar un beso en la mejilla, pero yo no resisto y lo abrazo con fuerza. Él, confundido, me lo devuvle.

- Te heché de menos – susurro en su oído.

- Yo también, querida – suele decirme querida cuando usa el sarcasmo-, pero sólo han pasado veinticuatro horas desde la última vez que nos vimos.

- Lo sé – lo suelto y miro el suelo -, pero han pasado muchas cosas. Creo –sonrío- que fueron las veinticuatro horas más largas de mí vida.

Le cuento todo: la huida; el callejón; la tienda; Sam; el engaño; la persecusión; y el enojo de mis padres. Todo, excepto, claro, la conversación con Lindsey.

-Tú y tus amigas son unas putas genias – dice Logan cuando termino de hablar.

Río.

- Es decir, ¿quién tiene las hagallas de seducir a un familiar?

- La que sedució a Sam...

- Fue Amber, lo sé. Aun así, son estúpidamente increíbles.

El timbre suena, nos quedamos hablando un poco más, y entramos a clase (estamos en el mismo salón; Logan también cursa Humanístico) diez minutos tarde.

El resto de la mañana la pasé escuchando música y mirando a los profesores con indiferencia. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 15, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Maggie: Bajo el realismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora