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Abro mis ojos. A través de la ventana y de las cortinas blancas penetra la oscuridad de la noche. La puerta en frente a la cama está cerrada, pero puedo jurar haberme despertado por un ruido.  

Me incorporo, sentándome en el colchón, y reviso minuciosamente toda la habitación con la mirada. La mesita de noche contiene una veladora apagada. No la enciendo. Al lado de la puerta, está la estantería de roble: aguarda solitaria a que alguien se acerque a ella. Mas allá está la puerta que comunica con el pequeño cuarto que contiene toda mi ropa. Está cerrada. Continúo con la revisión y mi mirada se posa en la puerta que da paso al baño. Está abierta, y recuerdo haberla cerrado.

Dentro del baño, noto que algo se mueve entre las sombras.

Prendo la veladora al instante, cuya luz ilumina el dormitorio de repente, abarcando todos los recovecos. Me vuelvo rápidamente y entrecierro los ojos para ver con más claridad lo que se mueve dentro del baño.

Entonces, la persona da un paso hacia adelante, saliendo de la sombra y entrando a la luz. Veo su cabello rojo y sus brillantes ojos azules, mirándome con un rostro mudo e inexpresivo.

Lindsey está en mi habitación. 

Mi corazón da un vuelco. Late con una fuerza irrefrenable, la cual hace que sienta que va a saltar de mi pecho. Me cuesta respirar. Intento hablar y no puedo. De mi boca solo sale aire entrecortado.

La miro fijamente. No parpadeo.

Con lentitud, camina hasta el pie de mi cama, en la que estoy sentada y quieta, cual estatua. Nuestras miradas se mantienen conectadas. Mis ojos impertérritos se clavan en los suyos, y ellos en los míos.

- Hola, Maggie - musita casi sin mover la boca, con la voz quebrada.

No puedo moverme, y tampoco desviar la vista. Quiero correr y abrazarla. Y decirle que no se marche nunca más.

No quiero dejar de verla. Temo que, al hacerlo, desaparezca. No quiero que lo haga. Quiero hacerle un millón de preguntas que se aglomeran en mi garganta. Pero no puedo hablar

Entonces, los ojos de Lindsey se humedecen y su mandíbula comienza a temblar.

Contiene las lágrimas.

-Entiendo que estés confundida - continúa como si yo le hubiera dicho algo -. La verdad es que yo también lo estoy. Las cosas que han sucedido... - su voz se vuelve a quebrar y deja de hablar.

Se frota la cara con las manos. No me sorprende que no llore; siempre había sido una chica muy reservada respecto a sus sentimientos.

La miro, ceñuda. Inmóvil, intento elegir la pregunta que más me inquieta.

Logro decir algo:

-¿Qué haces aquí? - No quiero sonar grosera.

Es decir, yo había visto su cuerpo..., su cadáver. Había puesto flores en su ataúd y había observado cómo la enterraban. Había llorado en su funeral. Pero ahora, aparecía misteriosamente  y no me explicaba cómo es que estaba viva.

Saca las manos de su cara y me mira fijamente.

-Vine a decirte que... - intenta responder. Toma aire y, en un torbellino de palabras rápidas y exhalando, dice: - Hay algo que debes saber.

Y de repente, comienza a recorrer lentamente el cuarto, como si lo que me ha dicho hace un segundo nunca hubo salido de su boca. Se acerca a la estantería y se agacha. En el último estante, en vez de libros, hay discos de vinilo.

Siempre me habían gustado los discos de vinilo. Desde que la tía Carol me había regalado un tocadiscos, los había empezado a coleccionar. Ahora, tengo unos setenta discos de ese estilo.

Lindsey toma uno de entre la fila amontonada: I'm with you, de los Red Hot Chili Peppers. Se pone de pie y lo observa entre sus manos.

-¿Recuerdas cuando te lo regalé? - Menciona. Sonríe, nostálgica. - Te lo di en tu cumpleaños, ¿no es así?

Es cierto. Aquél disco me lo había regalado para mi cumpleaños, dos años atrás. 

Yo sigo petrificada. No comprendo absolutamente nada: Lindsey, quién se supone está muerta, aparece en mi habitación, me dice que tiene que decirme algo, y después se pone a conmemorar viejos recuerdos.

Estoy desconcertada.

-Recuerdo que esa noche hicimos una pijamada con las chicas. Nos quedamos en tu casa y nos pasamos la noche entera escuchando este disco, una y otra vez. Nos había encantado - continúa hablando.

Aprecia la funda de cartón, esbozando una tímida sonrisa.

-¿Qué me tienes que decir, Lindsey? - musito, yendo directo al grano.

Por fin, me incorporo entre las sabanas, pudiéndome mover de nuevo, aunque con cierta torpeza.

Lindsey suspira y mira hacia arriba.

-Siempre fuiste una aguafiestas, ¿sabes? - murmura.

La ignoro. Me mira de soslayo, pero yo lo hago con seriedad.

Resignada, se agacha y deja el disco de vinilo en la estantería. Acto seguido, se para y camina hacia la cama, con inexplicable sosiego, y mirándome a los ojos.

-Las cosas no ocurrieron como piensan tú y las otras - sentencia con un dejo de miedo y tristeza en la voz.

Arrugo el entrecejo y en mi cara se dibuja el desconcierto.

Noto cómo Lindsey tensa la cara. Sus ojos se enrojecen y los comienza a abrir y cerrar repetidamente. Traga saliva. Está aguantando el llanto.

-Todo ha sido muy injusto, ¿sabes? - dice con una voz quebrada y débil. - Yo...

No puede terminar con la oración, no porque la lágrima que surca su rostro en este momento se lo impida, sino que por voluntad propia.

Su mirada se pierde en el suelo.

Mi boca está abierta. No puedo cerrarla. La petrificación me ataca nuevamente. Tampoco puedo dejar de mirar a mi amiga. La verdad, no entiendo lo que me está queriendo decir.

¿Qué es lo que ocurrió? ¿Qué ha sido injusto? ¿Qué cosas no ocurrieron como Tina, Rose, Amber y yo pensamos? Su muerte. Al parecer su muerte no había sucedido como creíamos, de lo contrario no tendría a Lindsey en frente mío en este instante. Pero... ¿cómo es posible que esté viva?

Levanta la vista del piso. Me mira con los ojos rojos y mojados. 

-Yo... debo irme - dice entre sollozos.

Y, sin más, como si esto fuera una reunión normal, con una amiga que estuviera viva, a las tres de la tarde, empieza a caminar en dirección al baño. Se va a marchar.

Desde mi cama puedo ver cómo salta para llegar a la pequeña ventana.

Entonces aparto las sábanas y me pongo de pie de un salto. Corro hasta el baño y me pongo frente a la ventanita. Lindsey tiene medio cuerpo en el exterior: desde su cintura para arriba sale por la abertura, mientras que sus piernas cuelgan de la pared, por dentro.

-Lindsey - murmuro confundida, mientras que la tomo de la pierna. Siento su piel fría a través del vaquero que lleva puesto.

Ella, con pesar, saca su torso y su cabeza de la ventana y cae en el suelo. Me mira.

-¿Todo esto es real? - le pregunto.

Su rostro es inexpresivo de nuevo. Es algo más que seriedad. Me mira con una pena que intenta ser disimulada.

"Maggie.... Maggie..." 

Siento la voz de un hombre susurrándome al oído. Pero a mi lado no hay nadie. Continúa llamándome mientras espero la respuesta de Lindsey. Al parecer ella no lo escucha, pues no se inmuta. El susurro de mi nombre se hace más fuerte y claro a cada vez, convirtiéndose en un grito...

Maggie: Bajo el realismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora