cap 1

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Birka, 952 d.C
—El pájaro del rey se ha torcido.
— ¿Qué? ¿Qué pájaro? —Parpadeando por la confusión, Darién Chiba levantó la cabeza de la mesa de la taberna y como borracho que estaba se quedó mirando a Bjold, el mensajero real.
—Y requiere de tus servicios para corregir el… eh, problema.
— ¿Yo? ¿Acaso mis oídos me engañan? —Sintiendo como si una estampida de caballos le hubiera pasado por la cabeza, Darién se rascó los vellos del antebrazo y se preguntó cómo el mensajero de su primo, el rey Anlaf, le había seguido la pista hasta Birka. Y por el amor de Freya, ¿por qué iba a tomarse la molestia de hacer el largo viaje desde el extremo norte de Trondelag hasta la ciudad comercial en la isla de Bjorko, en el lago Malar, para hablarle sobre… pájaros? ¡Maldita sea! Debería estar ofendido—. Estás delante de un guerrero destacado  y  un  comerciante  de  valioso  ámbar.  ¿Cuándo  me  convertí  en  alguien  con conocimiento sobre pájaros?
Bjold dejó caer la mandíbula ante la reacción exagerada de Darién. Inmediatamente la cerró y con un gruñido de impaciencia, lo intentó de nuevo.
—La polla del rey se ha torcido.
— ¿Su pollo? —Darién estaba cada vez más confundido. Primero pájaros, ahora pollos.
¿Qué iría después, pavos?
—No ese pollo. —Bjold resopló malhumorado, claramente asqueado por el estado de Darién.
En  realidad,  Darién  casi  nunca  bebía  en  exceso.  Aunque  parecía  tener  un  carácter desenfadado, odiaba la falta de autocontrol. Por supuesto, tenía una razón para celebrar, acababa de regresar de un exitoso viaje a las tierras bálticas, donde sus trabajadores habían recogido una gran cantidad de ámbar para sus emprendimientos comerciales. Aun así, una gran nube de depresión había estado sobré él desde hacía varios días. No había duda de que era el aburrimiento. “Un vikingo, una pelea y una moza” había sido su lema durante mucho tiempo —o al menos, en la superficie—, pero por alguna razón esos placeres se estaban desvaneciendo.
Después de haber visto treinta y cinco inviernos, Darién había acumulado más riquezas de las que podría llegar a usar. Hacía años que había perdido la cuenta de cuántas mujeres se había llevado a la cama, pero ya no sentía el entusiasmo que solía sentir ante la vista de una moza que se le acercaba.
Luego,  estaba  ese  asunto  de  las  peleas  —un  pasatiempo  bien  conocido  de  los vikingos—. Había peleado en las batallas de varios reinos como un Berserker[1]  salvaje desde que tenía catorce años, justo como su padre — ¡que su alma descansara en Valhalla!—.
Pero últimamente se cuestionaba los motivos de los líderes que pedían tal derramamiento de sangre por parte de sus subordinados.
Bueno, estaba la parte de un vikingo. Darién había tenido aventuras en todos sus viajes.
Había visitado y revisitado, explorado y descubierto, incluso conquistado, desde las tierras de Rus hasta Islandia, desde el mar Báltico hasta el Canal de la Mancha. Deliberadamente nunca permanecía en el mismo lugar por mucho tiempo. No era bueno que un hombre en su posición echara raíces.
¿Qué otra cosa podría ganar el interés de un hombre hastiado? ¿Qué desafíos le faltaban por dominar?
Darién suspiró profundamente.
—Con su permiso, Darién Chiba, ésta es la polla a la que me refiero. —Bjold había estado divagando mientras que los pensamientos de Darién vagaban por ahí. De repente, las palabras del mensajero tuvieron sentido y los ojos de Darién se abrieron de par en par con entendimiento. Pájaro. Polla. Echó un vistazo a la unión de sus muslos e hizo una mueca con empatía masculina.
— ¿Que qué hizo la polla del rey?
—Se torció. A mitad del camino. —El mensajero se bebió una jarra de cerveza y luego se limpió la boca con su manga, claramente aliviado de que por fin Darién hubiera entendido su mensaje—. Parece una bandera a media asta.
— ¿Y él quiere que yo lo arregle? —Darién jadeó con horror.
—No exactamente.
Darién le dirigió una mirada al muchacho insolente.
—Entonces, ¿quién?
El tono frío de su voz debió haber llamado la atención del muchacho tonto. Mirando nervioso hacia todos lados, Bjold respondió: —La bruja.
¡Por la sangre de Odín! Obtener una respuesta concreta del muy idiota era como pellizcarle la cola a un lobo.
— ¿Cualquier bruja?
—No. Una en particular. —El mensajero se movió incómodo bajo el escrutinio de Darién. Éste elevó los ojos al cielo.
—Bueno, eso es tan claro como el agua. —Si no estuviera tan cansado sacudiría a este idiota sin cerebro hasta que sus dientes podridos se le cayeran por tanta descortesía.
Bjold soltó un silbido de exasperación y reveló: —La bruja con el Velo de la Virgen.
Darién emitió un gruñido y Bjold, con sabiduría tardía, se apresuró a explicarle: —El nombre de la bruja es Serena… Lady Serena de Northumbria. Ella es la que lanzó la maldición sobre el miembro de Anlaf. Sólo porque Anlaf y sus soldados se detuvieron en la Abadía  de  Santa  Beatriz,  en  Inglaterra,  en  algún  momento  del  año  pasado.  La  abadía alberga un convento de monjas en el que Lady Serena buscó refugio de sus hermanos, Lord Egbert y Lord Hebert.
Darién se preguntó qué definiría como “incompetente” este idiota incompetente. Pero no  se  atrevió  a  preguntar  y  menos  a  escuchar  otro  de  sus  discursos.  En  cambio,  se concentró en las otras palabras de Bjold.
— ¿Anlaf se detuvo en un convento? Apostaría que fue para violar y saquear.
— ¿Y qué si lo hicimos? —Dijo Bjold irritado, revelando que había sido parte del grupo—. No es de su incumbencia si estábamos saqueando o no. Me atrevería a decir que usted lo ha hecho. Aquí la cuestión es que la bruja ondeó una reliquia en la cara del rey... un velo azul, el cual, según ella, perteneció a la Virgen María —hizo una pausa y luego explicó, como si Darién fuera un estúpido—, la Virgen María es la madre del Dios cristiano.
—Yo sé quién es la Virgen María. —Darién apretó los puños para abstenerse de estrangular al idiota.
—Bueno, como le estaba diciendo… ahí fue cuando Lady Serena le lanzó la maldición a Anlaf, lo amenazó diciendo: “¡Maldito seas, pagano! ¡Que se te caiga el miembro si llegas a cometer ese terrible acto!” Bueno, no se le cayó el miembro, al menos todavía. Sólo se torció. —Bjold tomó aire después de la larga explicación.
— ¿Y? —Preguntó Darién—. ¿Eso qué tiene que ver conmigo?
—El rey quiere que usted le lleve a la bruja y a su velo mágico a Trondelag para quitar la maldición.
— ¿Eso es todo? —comentó Darién. Pero todo lo que pensaba era: el sajón Anlaf espera que yo me detenga en medio de mi viaje comercial, vaya hasta Inglaterra a por la moza, que obviamente no estará dispuesta, la lleve hasta Noruega en mi camino a Hedeby, en donde debo dejar lo último de mi mercancía, y luego vuelva a mi casa en Dragonstead. Y todo  esto  antes  de  que  el  frío  invierno  lo  congele  todo.  ¡Ja!  Anlaf  ha  sido  un  patán arrogante desde que éramos niños. Pero esta vez ha ido muy lejos—. Nah.
— ¿No? ¿Se atreve a decirle que no a su señor feudal? ¿Dónde está su lealtad nórdica? — ¡Ja!  —Darién  se  tensó,  ofendido—.  Anlaf  no  es  más  señor  feudal  que  el  rey  de Wessex, Edred. Tú bien sabes que los nórdicos juran lealtad a un líder en particular, no a una nación. Mi tío, Haakon, es el rey de toda Noruega, y sólo a él le rindo homenaje.
Además, fue Haakon —que en ese entonces fue acogido en la corte del rey Athelstan, en Inglaterra, con tan solo quince inviernos— quien regresó a Noruega después de la muerte del rey Harald “Cabellera Hermosa” y les devolvió a todos los esclavos los derechos de propiedad  de  sus  tierras.  Mi  título  de  Dragonstead  fue  reafirmado  por  Haakon  y permanecerá en mi familia para la posteridad.
Darién sintió un tirón de dolor en su corazón ante la sola mención de Dragonstead.
Tenía que admitir para sí mismo que Dragonstead era lo que más le importaba en este mundo. Y eso era peligroso.
La cara de Bjold ardió por la vergüenza, pero aun así continuó: —El rey pensó que se mostraría reacio a hacerlo.
— ¿Oh, sí? ¿Lo hizo?
—Me dijo que le dijera que puede tener a Feroz Uno si le hace este favor.
— ¿Anlaf me daría su preciado caballo —Darién se enderezó—, el que le fue regalado por ese jefe sarraceno[2]?
—Sí. —Bjold asintió enfáticamente—. El demonio negro con marcas blancas en sus cascos. Ese sería el caballo.
—Hmmm —dijo Darién, a pesar de sus dudas. Aun así se negó—. Nah. Tengo muchas cosas que hacer antes de volver a Dragonstead para el invierno.
—En ese caso, el rey Anlaf me indicó que le ofreciera también a la esclava Samirah. La que tiene las campanillas de plata en los tobillos y las dos campanas colgadas de los anillos en sus… —Puso las manos delante de su pecho para indicar los atributos más notorios de Samirah.
—Hmmm —dijo Darién de nuevo, pero no por la esclava, que sabía que era atractiva. A decir  verdad,  el  caballo  le  llamaba  más  la  atención.  Pero  al  final  repitió  su  negación anterior—. Nah, no tengo tiempo.
—No quería decirle esto —Bjold retorció las manos con nerviosismo—, pero antes de que lo haga… bueno, eh, dígame una cosa: ¿Usted no es el tipo de hombre que mataría a un mensajero por dar malas noticias, cierto?
Darién se irguió en alerta.
—Habla, infeliz, o te cortaré la lengua y se la enviaré a Anlaf sobre pan tajado.
La cara de Bjold se puso aún más brillante.
—Es Sammy, el médico —chilló—. Anlaf lo tiene retenido como un rehén amistoso hasta que le lleve a la bruja.
— ¿Qué? —rugió—. ¿Cómo terminó Sammy en Trondelag? Pensé que estaba en las tierras árabes. ¿Y qué rayos es un “rehén amistoso”? —Sammy era un joven de no más de veinte años que había estado estudiando medicina  por cinco años en las tierras árabes, en donde los curanderos más destacados practicaban sus artes. Él era el hijo adoptivo de la medio hermana de Darién, Luna, y su esposo, Artemis, quienes vivían en Jorvik. Sammy era como de la familia para él, su sobrino por adopción.
—Rehén amistoso significa que Sammy no sufrirá ningún daño. Simplemente no puede abandonar la corte de Anlaf.
La garganta de Darién retumbó con un gruñido bajo de indignación.
Bjold se encogió ante su ira evidente y concluyó apuradamente: —Todo se reduce a la bruja y a su misión de capturarla.
Abruptamente, Darién se puso de pie y lo levantó de su banquillo medio inclinándolo sobre la mesa hacia él, moviendo las jarras de cerveza de un lado a otro. El muchacho se veía como si fuera a hacérselo en sus braies de lo asustado que estaba.
—Empieza por el comienzo —dijo Darién con frialdad—, y no dejes nada afuera.
Se acomodó para escuchar lo que esperaba que no fuera una historia demasiado larga. Sobre todo, porque sentía como si le estuvieran martillando la cabeza con el martillo de Thor, Mjolnir. Sobre todo, porque necesitaba un baño urgentemente para deshacerse de las pulgas que infestaban su ropa y su piel después de un largo viaje por el mar. Sobre todo, porque su amigo Nepherite alzó su cabeza igual de borracha de la mesa de al lado y sonrió, preguntando en silencio: “¿una caza de brujas?”
Nepherite tenía una buena razón para disfrutar de la posibilidad de una caza de brujas. Era extraordinariamente guapo (sólo sobrepasado por Darién, en la no tan humilde opinión de Darién),  llevaba  la  barba  y  el  cabello  castaño  y  largo  en  forma  de  trenzas  entrelazadas.
Recortaba  su  bigote  diariamente,  como  si  fuera  una  obra  de  arte.  Pero  la  exagerada vanidad de Nepherite había recibido un golpe dos años atrás… ni más ni menos que por una bruja,  una  bruja  escocesa  que  había  tenido  una  línea  dentada  del  color  azul  de  los guerreros escoceses en la mitad de la cara de Nepherite, mientras éste dormía, desde la raíz del pelo hasta la barbilla. Hasta ahora, Nepherite había sido incapaz de eliminar el color azul de su piel, o de encontrar a la bruja.
Sí, Nepherite lo animaría a emprender la misión de la bruja de Anlaf.
Luego, las cosas se pusieron peor.
Antes  de  que  Bjold  pudiera  empezar  a  hablar,  Alan  “el  Gigante”,  el  escaldo[3] personal de Darién —¡por piedad de Odín! —se sentó a su lado. Darién no pudo reprimir el gemido que escapó de sus labios. Lo que menos necesitaba en este momento era un escaldo, especialmente uno que era tan alto como un árbol pequeño.
Pero ¿qué podía hacer un hombre cuando otro guerrero le salvaba la vida en una batalla? Darién se sintió obligado a ofrecerle trabajo a dicho amigo cuando éste perdió un ojo en la batalla de Ripon cinco años atrás. Hasta ahora, Alan había intentado ser —sin éxito alguno—  cocinero,  herrero  y  armero  en  una  de  las  propiedades  de  Darién.  Al  final,  los ocupantes de la casa se habían revelado ante la comida desagradable, la herrería quemada y las espadas rotas.
Darién  miró  de  reojo  a  Alan  y  luego  lo  volvió  a  mirar.  ¡Ohr08;oh!  Se  dio  cuenta demasiado tarde de que Alan tenía la expresión soñadora en la cara que presagiaba que estaba inspirado. Demasiado tarde para escaparse.
—Escuchen todos, esta es la saga de Darién “el Grande” —comenzó a decir Alan. Esa era la manera en que todas sus sagas comenzaban. Desafortunadamente, esa línea de apertura era la mejor parte de ellas.
Los labios de Nepherite se curvaron hacia arriba con alegría. Con una mano sobre su boca le murmuró a Darién en voz baja —Hverfugl synger med sitt nebb[4].
— ¡Humph! —Dijo Darién en respuesta—. Cada pájaro bien puede cantar con su propia voz, pero el canto de Alan es el menos melodioso que he escuchado.
Inconsciente de sus opiniones, Alan ajustó el parche negro sobre su ojo faltante y tomo un lápiz con su mano gigante. Escudriñando con su ojo bueno, empezó a escribir con esmero símbolos rúnicos[5] en la tablilla de cera frente a él. No era normal que los escaldos escribieran las sagas, pero Alan era un cabezota y a menudo olvidaba los cuentos que había compuesto.
—Me parece que un buen título para esta saga sería Darién y la polla torcida. Veamos, ¿cómo la debo empezar? Hmmm.
En la tierra de los sajones,
volaba una bruja malvada.
Al patito orgulloso de Anlaf
ella le puso el ojo.
Ahora, por desgracia,
su mascota peluda no puede
hacer quack…
Tampoco su compañero
puede volar derecho.

— ¿Cómo suena hasta ahora? —preguntó esperanzado Alan haciendo una pausa.
—Magnífico —dijo Darién, dándole palmaditas en el hombro. Horrible. Darién apenas reprimió una mueca de disgusto. Espero que mi hermano Jaideite jamás llegue a escuchar ésta.
Se caería de la risa, así como con la saga de Darién y la Doncella Reacia que Alan se inventó el invierno pasado. Por alguna razón, los cuentos de Alan casi siempre me hacen parecer  un  idiota.  Y  es  mejor  que  Anlaf  no  escuche  cómo  Alan  aumenta  su  fama refiriéndose a su miembro como un patito, o habrá un derramamiento de sangre.
Darién se rascó su cara sin afeitar y se preguntó si olía tan mal como sus acompañantes.
Los vikingos eran famosos por su naturaleza meticulosa, a diferencia de esos cerdos sajones y los francos, que se bañaban una vez por estación. Levantó un brazo, olió su axila… y se estremeció.
—Cómo se deletrea patito? —susurró Alan.
—Pr08;Or08;Lr08;Lr08;A  —respondió  Darién  secamente.  Dejaré  que  Alan  descubra  cómo  se traduce eso al alfabeto futhark[6]. Eso le tomará un buen tiempo. Se volvió hacia Bjold.
—Procede —se dirigió a él con un movimiento de mano—. Dudo mucho que me guste tu informe del rey Anlaf, pero no dejes fuera ni el más mínimo detalle.
Cuando  Bjold  por  fin  terminó,  más  de  una  hora  después,  a  Darién  le  llegó  una comprensión repentina… una que lo hizo sonreír, enterrando la furia por el tratamiento hacia Sammy. Ya no estoy aburrido.
Miró a Nepherite y luego a Alan, antes de anunciar: —Parece ser que nos vamos de cacería de brujas.
*****
North Yorkshire, seis semanas después
— ¡Se acercan los vikingos! ¡Se acercan los vikingos!
— ¡Beee. Beee. Beee. Beee!
—¡Bahh. Bahh. Bahh. Bahh!
—¡Wauf, wauf, wauf, wauf!
— ¡Vienen los vikingos! ¡Vienen los vikingos!
Ya fuera por el llanto de sus ovejas, los ladridos de su perro ovejero o su criada Elswyth, que chillaba como una oveja y se estaba acercando a ella con la advertencia de otro avistamiento de hombres del norte, Lady Serena tenía más que suficientes problemas por un día. Una frase más que impropia para una dama escapó de sus labios —una que tenía algo que ver con un ejercicio innombrable que los vikingos, las ovejas y los perros podían hacer por sí mismos, o a los demás, como si le importara. Era una expresión que había oído de algunos soldados cuando estaban a punto de explotar de mal genio. Y Serena estaba de muy mal genio en ese momento.
Agarrada de la raíz de un árbol con una mano, Serena estaba colgando de un barranco poco profundo infestado de zarzas, intentando liberar con la curva de su bastón a una de sus ovejas, Sheba, de las espinas afiladas. Su perro sarnoso, inadecuadamente llamado Bella, estaba ladrando en la distancia mientras intentaba conducir a un pequeño rebaño de ovejas descarriadas de vuelta a los pastos con cercas de piedra de los valles más bajos.
Los balidos imparables provenían de David, un carnero lujurioso de una raza casi inexistente fuera de Córdoba —un regalo de novia de su último matrimonio. Irónicamente, Sheba estaba en celo y ella ansiaba el apareamiento que produciría nuevos corderos para su próspero rebaño cuando llegara la primavera, pero la tonta hembra sentía la necesidad de jugar a atrápamer08;sir08;puedes con el carnero David. Así fue como la evasiva Sheba resultó enganchada en el zarzal.
Serena supuso que no se diferenciaba mucho de los hombres y las mujeres en sus rituales de apareamiento.
— ¡Se acercan los vikingos! ¡Se acercan los vikingos!
—¡Beee. Beee. Beee. Beee!
—¡Bahh. Bahh. Bahh. Bahh!
—¡Wauf, wauf, wauf, wauf!
Serena dejó de cortar las ramas en las que estaba atrapado el pelo enmarañado de Sheba, miró sobre su hombro y se quejó al ver a su cocinera corriendo hacia ella a través de las llanuras con su velo ondeándose con el viento y con su túnica de color café casi en sus rodillas huesudas. Elswyth siempre pensaba que los vikingos se aproximaban, sin importar si eran unos simples caminantes acercándose a Graycote Manor desde el viejo camino romano o vacas extraviadas de los pastos del castillo de Bellard a casi cinco kilómetros al este.
A decir verdad, los guerreros provenientes del norte habían ido en grandes masas a Inglaterra el año pasado ante las noticias de la campaña de Eric “Hacha Sangrienta” para expulsar al rey Olaf Sigtryggsson y recuperar el control de la corona de Northumbria. Hacía poco lo había conseguido, gracias a los esfuerzos del arzobispo Wulfstan y a los miembros de la nobleza nórdica residiendo en la parte más al norte de Gran Bretaña.
Los miedos de Elswyth habían comenzado el año pasado, cuando acompañó a Serena al convento  en  la  Abadía  de  Santa  Beatriz.  Mientras  estaban  allí,  habían  tenido  la  mala fortuna de presenciar un ataque vikingo frustrado contra las pobres monjas. Serena se estaba escondiendo allí de sus hermanos gemelos, Egbert y Hebert, a quienes se les había ocurrido otro proyecto más de matrimonio para ella: Ecgfrith de Upper Mercia, un viejo decrépito con un pie en la tumba. En realidad, Ecgfrith había fallecido antes de que Egbert y Hebert  encontraran  a  Serena  en  el  convento.  ¡Qué  paliza  que  había  recibido  por  su testarudez! A pesar de que sólo había visto veinticinco inviernos, Serena se había casado y enviudado tres veces desde que tenía quince años, todo para satisfacer las codiciosas necesidades de sus hermanos.
Y parecía que sus problemas eran interminables, pues tan sólo en la mañana del día anterior, había recibido una misiva de su agente de lanas en Jorvik informándole de que Egbert y Hebert habían estado en la ciudad negociando un nuevo contrato de matrimonio que llevaba el sello de su primo tercero, el rey Edred —un contrato de matrimonio entre su hermana, Lady Serena de Graycote Manor y Lord Cedric de Wessex. El enfermizo rey había estado plagado de problemas desde que comenzara su reinado seis años atrás. Si no eran los  vikingos  causando  disturbios  en  el  norte,  era  su  propia  nobleza  —sobre todo sus hermanos— que estaba pidiéndole favores constantemente.
A sus hermanos no les importaba que el bajo y corpulento Cedric fuera tan ancho como alto. Pesaba casi tanto como un caballo y era tan viejo como para ser su bisabuelo. Lo único que les importaba a Egbert y Hebert eran las propiedades que Cedric poseía, las cuales serían cedidas a su esposa y por lo tanto a ellos como sus tutores, después de su muerte.
Bueno, Serena no se podía negar a una orden del rey, pero si nunca recibía la orden real de su débil soberano, ¿cómo podría ser acusada de deslealtad? Por esa razón, tenía la intención de buscar otro lugar en donde esconderse antes de la llegada de Egbert y Hebert, la cual, según sus cálculos, sería dentro de dos días, y así darse un respiro de sus malvadas maquinaciones.
—Ven, Elswyth —le suplicó a la criada que se había acercado a ella—. Ayúdame a liberar a Sheba.
—Pero… pero… —protestó Elswyth sin aliento— los vikingos se acercan.
— ¿Y qué si lo hacen? ¿En qué nos afecta? No tenemos riquezas que puedan saquear, o al menos riquezas aparentes. —Serena había renunciado voluntariamente a todas las propiedades que le habían dejado sus esposos fallecidos, excepto por esta miserable casa señorial  al  norte  de  Inglaterra,  precisamente  para  no  llamar  la  atención  de  su  familia restante. El hecho de que tenía un próspero comercio de lana pasaba desapercibido a sus hermanos, dado que escondía todas las ganancias en los corrales de las ovejas y en cofres ocultos. Su mayor sueño era que algún día la dejaran en paz.
— ¡Pero podrían violarnos! —exclamó Elswyth en un susurro horrorizado.
Serena se rió con eso. Tendrían que ser vikingos lamentables para querer subirle sus ropas viejas a Elswyth. Y Serena bien sabía, desde muy temprana edad, que ella no era atractiva para los hombres. Con un cabello de color rubio rojizo fuerte y pecas que cubrían todo su cuerpo, que era demasiado alto y delgado, Serena no tenía ningún atractivo para el hombre promedio… y los vikingos, famosos por su belleza, tenían la reputación de poseer gustos más peculiares.
—Elswyth  —dijo  en  un  tono  amable—,  habrá  más  posibilidades  de  que  seamos violadas por David, que de que lo haga cualquier vikingo, si no liberamos a su amada de las zarzas pronto.
Gruñendo, Elswyth se inclinó para ayudar a Serena, pero murmuró entre dientes un famoso refrán anglor08;sajon “Oh, Señor, por favor protégenos de la furia de los hombres del norte.”
*****
Darién estaba furioso.
Le había tomado dos semanas completar sus asuntos comerciales en Birka y algunas reparaciones en su barco antes de partir a suelo británico. En las últimas cuatro semanas —veintiocho malditos días desperdiciados— Nepherite, Alan y él habían estado recorriendo de un extremo al otro la isla de Inglaterra buscando a la bruja escurridiza. Los vikingos estaban hechos para navegar por los mares, no para viajar largas distancias por tierras llenas de baches, en caballos, hasta que sus traseros estuvieran magullados y su estado de ánimo irritado.
Y todo era culpa de Lady Serena. Más bien, de “Lady Bruja”, se corrigió a sí mismo. Ella resultó ser una señora interesante. La tres veces viuda hechicera —¿y es que a nadie se le hacía  sospechoso  que  sus  tres  esposos  estuvieran  convenientemente  muertos?—  era dueña de una docena de prósperas propiedades por toda la maldita isla, todas manejadas por sus hermanos, los gemelos torpes de los que Bjold le había hablado. Pero ella escogió vivir en una propiedad pobre en lo más desolado del norte de Northumbria, casi en la frontera con Escocia… sin duda para tener privacidad al practicar sus ritos paganos.
Bueno, la búsqueda había casi terminado. Cuando se detuvieron en Graycote Manor, el  castellano  les  informó  que  Lady  Serena  estaba  en  las  colinas  cuidando  sus  ovejas.
¿Cuidando? ¿Estaba participando en algún ritual de magia negra que implicaba el sacrificio de animales o algo así?
Lo más extraño era que el señorío de madera y piedra, con sus murallas y empalizadas desmoronándose,  estaba  bien  mantenido,  pero  era  muy  anticuado.  Al  mismo  tiempo, extensos  campos  de  heno  yacían  ahí  secándose  para  cuando  llegara  el  invierno.  Una docena de vacas mugían en un establo cercano a la espera de ser ordeñadas. Montones de nabos, zanahorias, coles y otros alimentos eran transportados en pesadas carretas. Era una propiedad mal cuidada, rebosante de comida. ¡Qué peculiar!
Bueno, lo que fuera. No le importaba si la bruja era rica o pobre. Su viaje terminaría muy pronto y Lady Serena pagaría por todos los problemas que le había causado.
—Hay que tener cuidado, Darién —le advirtió Nepherite.
Los  tres  montaban  a  caballo  uno  al  lado  del  otro  siguiendo  las  indicaciones  del castellano.  El  estúpido  castellano  de  Lady  Serena  —líder  de  una  banda  desalineada  de soldados— ni siquiera había pensado en la seguridad de su ama cuando mandó a tres vikingos tras ella.
—Me resisto a preguntar… pero ¿por qué?
—No sabemos si esta bruja actúa en solitario o en una secta.
Darién asintió, a pesar de que no tenía un gran conocimiento sobre la brujería, ya fuera en solitario o no. Tendría que acudir a la sabiduría de Nepherite, que sabía más sobre ese tema.
—Sin duda la bruja asumirá su mejor forma para tenernos bajo su hechizo.
— ¿Eso crees?
—Sí, eso es lo que a mí me pasó, te lo garantizo. ¿Por qué otra razón habría bajado mi guardia en presencia de una bruja en un país extraño?
—Porque la moza escocesa abrió sus piernas para ti, esa es la razón —Darién se rió —.
Porque eres un lujurioso. Porque piensas con el cerebro de entre tus piernas y no con el de la cabeza.
Nepherite levantó la barbilla ofendido, llamando la atención sobre la línea azul teñida en la mitad de su cara, prueba de su estúpido enredo con una bruja.
—Ya que estamos tan cerca de Escocia, ¿por qué no vas en busca de la bruja? Tal vez así puedas librarte de esa marca de una vez por todas.
—Estuve buscándola todo el año pasado sin resultados. Me niego a pasar el invierno con el culo congelado en las tierras altas sólo por buscarla. El próximo verano la encontraré o moriré en el intento.
—A mí me gustaría saber si son ciertas las historias que dicen que las brujas esconden una cola bajo su ropa —intervino Alan—. Se dice que la única forma en la que pueden deshacerse del largo apéndice es casándose con un humano.
—Ves —Nepherite le alegó a Darién—, yo tenía razón sobre que las brujas toman una forma tentadora.  Tiene  sentido  que  deban  ser  hermosas  para  poder  atrapar  a  un  hombre  y deshacerse de su cola.
—Ustedes creen cualquier tontería —abucheó Darién—. Lo único que sé es que yo quiero ser el que le prenda fuego a esta bruja… una vez que el rey Anlaf haya terminado con ella. Así, si nunca más veo tierra Inglesa o una moza inglesa de nuevo, será suficiente para mí.
—Allá está —dijo un emocionado Nepherite.
Se hizo un largo silencio que lo dijo todo. Al final, Darién resopló con disgusto y dijo en voz alta lo que todos estaban pensando: — ¡Hasta aquí llega la teoría de las brujas hermosas!
—Yo creo que esto amerita una saga. —Alan ya estaba sacando su tableta de cera de su cartera, murmurando algo así como Darién y la bruja del pelo de fuego. Luego empezó a decir su introducción habitual—. Escuchen todos, esta es la saga de Darién “el Grande”...
— ¿Te gustaría que te metiera el lápiz por el culo? —respondió Darién.
Alan lo ignoró y comenzó con sus versos:
Había llamas
pero no de fuego.
Espuma salvaje
del aliento de Satán,
derramada desde
la cabeza de la bruja
para atrapar al guerrero cauteloso,
aunque fuera el nieto
del gran rey Harald “Cabellera Hermosa”.

—Una vez vi una fruta que tenía ese color en uno de los climas del sur. Creo que se llamaba naranja —dijo Nepherite con admiración al ver el extraño color del pelo de la bruja. Darién ya había visto antes pelo rojo —por supuesto, todos lo habían hecho. Incluso el gran Odín era pelirrojo—. Pero Darién nunca había visto un pelo como este. Aunque Nepherite estaba equivocado sobre su color naranja; era más como óxido brillante sobre un escudo de metal.
— ¡Oh, por el amor de Freya! ¿Eso que la adorna es la saliva del diablo? —Alan se estremeció en la distancia—. Cabello como el fuego del infierno y la marca de Lucifer sobre su piel… Es un hecho que es una bruja.
Él tenía razón. Cada parte de la piel expuesta de la mujer estaba cubierta de pecas y sin  duda  alguna  también  lo  estaba  bajo  su  túnica  gris.  Su  velo  y  su  griñón,  que normalmente cubrirían el cabello de una dama de cuna noble, estaban vergonzosamente colgados de una zarza no muy lejos de donde Lady Serena estaba persiguiendo un carnero que a su vez estaba persiguiendo una oveja.
— ¿Ven a sus familiares en alguna parte? —preguntó Alan en voz baja.
—Algunas veces los familiares de las brujas son gatos.
Todos recorrieron el horizonte con la mirada. No había ni un gato a la vista.
—Será posible —vaciló Nepherite— ¿que sus familiares sean ovejas?
Todos se quedaron boquiabiertos con este increíble giro en los acontecimientos.
Pero luego Darién recapacitó.
—Nunca en mi vida había oído algo tan ridículo.
—Yo tampoco —estuvieron de acuerdo Nepherite y Alan.
Pero se miraron unos a otros, inseguros. Si en efecto tenía ovejas como familiares, debía ser una bruja poderosa. Había docenas de ovejas en esa área.
—Y miren —añadió Alan—, tiene un bastón. Todo el mundo sabe que las brujas cargan con un bastón mágico. Y por supuesto, con una campana y un cristal.
Se escuchó un tintineo proveniente del cuello de una de las ovejas perseguidas por el carnero lujurioso. A Darién se le pusieron los pelos de punta ante esa confirmación de, al menos, una de las herramientas de la bruja.
Todos abrieron mucho los ojos para ver si llevaba un cristal. Pero no vieron nada aparte del sencillo vestido. Sin duda lo tenía escondido.
— ¿Creen que ella baile desnuda por el bosque? —Preguntó Nepherite—. Es una práctica común de las brujas.
— ¿Tu bruja lo hacía? —preguntó Darién con una sonrisa.
—Sí, lo hacía —le dijo Nepherite, devolviéndole la sonrisa—. Casi valió la pena recibir su marca maldita por ver esa exhibición.
—No  creo  que  ver  a  esta  bruja  desnuda  sea  muy  placentero  —dijo  Darién.  Todos estuvieron de acuerdo.
El perro de Nepherite estaba ladrando salvajemente, las ovejas balando y los caballos relinchando nerviosos, todo mientras ellos hacían esas observaciones. En medio del caos, un sarnoso perro ovejero fue hacia ellos, mientras que un rebaño de ovejas balando lo seguía. Al parecer, el perro ovejero había visto al sabueso de Nepherite, Bestia, que estaba parado cerca de una de las patas frontales de su caballo, intentando parecer distante pero meando por la emoción.
Darién y sus compañeros se quedaron boquiabiertos ante este espectáculo.
Justo en ese momento, el carnero dejó de estar en celo y su compañera oveja escapó.
Pero al parecer el cachondo carnero tenía otras ideas. Primero la persiguió, pero luego se detuvo en seco, dio media vuelta y comenzó a perseguir a Lady Serena, quien le había estado gritando para que desistiera de sus intenciones. Cuando el carnero golpeó el trasero de Lady Serena con sus cuernos encorvados, ella cayó al suelo con el trasero al aire.
Los tres hombres se quedaron mirando, paralizados, esa parte en particular.
¿Tenía cola o no tenía?
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[1] Berserker: eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles. Entraban en combate bajo cierto  trance  de  perfil  psicótico,  casi  insensibles  al  dolor.  Se  lanzaban  al  combate  con  furia  ciega,  incluso  sin armadura ni protección alguna.

[2] Sarraceno: término antiguo para musulman.
[3] Escaldo: poetar08;guerrero vikingo
[4] Hverfugl synger med sitt nebb: Cada ave canta con su pico
[5] Simbolos rúnicos: letras empleadas en la antigüedad para escribir en las lenguas germánicas, principalmente en  Escandinavia y las islas Británicas.
[6] Futhark: Un alfabeto rúnico.

el vikingo hechizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora