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—Thibaud no es hijo de Darién —le informó Rachelle de repente.
Serena no se había dado cuenta de que lo que ella pensaba era tan obvio. Cerró los ojos y gimió para sus adentros. Rachelle había sido tan amable con ella durante las últimas tres horas, ¿y cómo le pagaba? Juzgándola.
Desde  su  llegada,  Serena  se  había  bañado,  lavado  su  ropa  sucia  y  ahora  estaba ayudando a Rachelle a preparar la cena, asistidas por Maida, una criada procedente de Dublin.
Aunque todavía era por la tarde, el cielo ya había oscurecido. De no haber sido por el fuego de la cocina, la casa habría estado oscura y sombría. El calor de las llamas hacía la casa acogedora y los protegía de los vientos fuertes. Sin duda, el invierno estaba cerca. En este ambiente cálido, Thibaud estaba sentado a la mesa, jugando felizmente con un set de animales tallados que Darién le había regalado.
Darién se había bañado hacía varias horas y se había ido para organizar las provisiones para él y sus hombres durante el invierno. Karl, el muchacho que había estado atendiendo clientes a su llegada, estaba cerrando el puesto en compañía del guardia, Ottar “el Fuerte”.
Ottar había recibido orden de no dejar salir a Serena de la casa. Si ella lo desobedecía, Darién le había dado permiso para atarla a una viga de soporte.
Darién había dicho que estaría de regreso para la cena, pero no sabía si Nepherite y Alan regresarían con él. Pero, por si acaso, Rachelle dijo que prepararía más comida. Maida estaba cortando los puerros, zanahorias y nabos, para añadirlos al caldero burbujeante que estaba sobre el fuego. El olor de los trozos de carne de venado llenaba el aire y el estómago de Serena rugía por el hambre.
— ¿Escuchaste lo que te dije, Serena? Thibaud no es hijo de Darién —Rachelle estaba en el proceso de tomar algunas tajadoras y cucharas de madera para ponerlas sobre la mesa.
—Sí, sí, sí —Serena miró involuntariamente hacia el niño, que se parecía tanto a su padre.  Por  alguna  razón  que  no  quería  analizar,  las  palabras  de  Rachelle  negando  la paternidad de Darién la alegraron—. Nunca pensé… quiero decir, no es de mi incumbencia.
—Sí, sí lo pensaste —dijo Rachelle con una risa—. Todo el mundo lo hace. Y además sospecho que sí es de tu incumbencia.
—No sé qué quieres decir.
Rachelle se rió suavemente.
—Simplemente no dejes que Darién te encante y te lleve al éxtasis sin el beneficio de los votos matrimoniales… asumiendo que no estén casados todavía… ah, por la indignación en tu cara puedo ver que no es así.
— ¿Encantar? Por lo que a mí respecta, Darién tiene el encanto de una rana. Y debes estar bromeando acerca de ganar algún éxtasis por las atenciones de un hombre.
—No, no estoy bromeando. —Rachelle inclinó la cabeza con desconcierto—. ¿No te parece que Darién es extremadamente guapo?
Serena estuvo a punto de decir que no, pero decidió ser honesta.
—Bueno,  no  extremadamente  guapo.  Eso  sí,  él  no  es  encantador.  Al  menos  no conmigo. Siempre intenta hacerme perder los estribos.
—Sí, sí es encantador. —Rachelle asintió con la cabeza como si Serena hubiera estado de  acuerdo  con  ella—.  Ten  cuidado  cuando  deje  las  bromas  y  de  pronto  empiece  a halagarte, acariciarte dulcemente o hablarte con suavidad. —Rachelle se detuvo a mitad de camino entre el estante y la mesa y sus ojos se volvieron soñadores recordando. ¿Estaría pensando en Darién o en el padre de Thibaud?
—No soy tan cabeza hueca como para sentirme atraída por las palabras de un hombre como Darién Chiba.
Rachelle sonrió poco convencida.
—No te ofendas por mis palabras sobre rendirse a la lujuria femenina. Yo soy un buen ejemplo de cómo no saberme manejar ante las palabras de un hombre en celo.
—Oh, oh… has dicho tantas cosas que no sé por dónde empezar. ¿Lujuria femenina?
¡Ja! No existe tal cosa. Lo sabría yo, que he estado casada tres veces en los últimos diez años. Cuando de lujuria se trata, los hombres son los únicos que tienen derecho. Con sus egos exagerados, la mayoría consideran que la mujer debería sentirse honrada de ser picada por sus tristes colgantes.
— ¿Colgantes?
—Sí, esas cosas que cuelgan frente a los hombres de la manera más ridícula —explicó Serena y continuó con su alegato—. Todavía no he conocido a la mujer que se jacte de tener cinco esposos para satisfacer sus necesidades, como lo hizo hace rato el vikingo.
Rachelle se rió.
— ¡Ah, Serena, tienes mucho que aprender! Creo que estarás muy sorprendida cuando llegue el hombre correcto. Reza a Dios porque no sea Darién, porque me temo que allí no hay futuro.
—No necesito de Darién o de ningún otro hombre —aseguró Serena—. ¿Por qué las mujeres son tan débiles que sienten la necesidad de tener un hombre en sus vidas para que les dé fuerzas?
Los ojos de Rachelle se ensancharon.
—Puede que estés en lo cierto —admitió temblorosamente, llevándose un dedo hacia su nariz desfigurada y luego mirando a su hijo que seguía jugando con los animales de madera. Todo tono de broma había desaparecido—. Yo soy un claro ejemplo de cómo la lujuria femenina pude volver débil a una mujer.
La expresión  de tristeza en el rostro de Rachelle hizo  que Serena se avergonzara.
Dejando la cuchara a un lado, Serena se acercó a Rachelle y puso una mano sobre su brazo.
—Disculpa si te ofendí. Yo no soy quién para juzgar a nadie. En realidad, he hablado sin pensar desde muy corta edad al tener que vivir con las dos personas más tontas de toda Gran Bretaña. No importaba cuantas veces me azotaran, yo siempre pensaba que sabía qué era lo mejor. —Se encogió de hombros con una sonrisa irónica—. Todavía lo hago.
Rachelle sonrió débilmente.
—Yo  sí  me  merezco  ser  juzgada.  Verás,  yo  era  una  mujer  casada.  Thibaud  es  el resultado de una relación adúltera.
Serena intentó contener su sorpresa, pues no entendía cómo una mujer podía abrir sus piernas de buena gana, pero sabía que había mujeres sin ninguna virtud que lo hacían para alcanzar un objetivo, ya fuera dinero, estatus o matrimonio. Rachelle no parecía pertenecer a ninguna de esas tres categorías.
—Mi esposo, Arnaud, era un hombre cruel, sujeto a ataques irracionales de ira a la menor provocación. Aunque era un hombre con muchas propiedades, me hacía trabajar fabricando joyas, incluso después de que nos casáramos. Él era tan tacaño con su dinero que sus sirvientes estuvieron a punto de morir de hambre por falta de comida.
Eso  no  sonaba  muy  diferente  de  sus  hermanos.  O  de  los  otros  hombres  de  alta sociedad que trataban a las mujeres como si fueran un mueble.
—Me  sentía  tan  sola.  Oh,  sé  que  no  es  excusa  para  quebrantar  uno  de  los mandamientos del Señor, pero Toste “el Alto” era un vikingo con un temperamento tan alegre que podía derretir mi tonto y joven corazón con una sonrisa.
Eso sonaba muy parecido a la descripción de otro vikingo con temperamento pícaro.
— ¿Y cómo conociste a este vikingo? ¿Fue a tu casa en Frankland o al puesto de tu marido?
Rachelle negó con la cabeza.
—Arnaud me había llevado a Rouen para el bautizo del primer hijo del duque de Normandía, asumiendo que habría muchas oportunidades de hacer negocios. Como ya sabes,  los  vikingos  han  controlado  Normandía  desde  hace  muchos  años.  Toste  era  un mercenario a la orden del rey visitante, Haakon de Noruega.
— ¿Haakon “el Bueno”, el tío de Darién? —Rachelle asintió—. ¿Fue un… eh… lapso momentáneo con este vikingo? ¿O fue algo más?
—Algo más… al menos de mi parte. No podría haber cometido adulterio a menos que amara al hombre… o pensara que lo hacía.
— ¿Y Toste?
Rachelle movió los hombros con reserva.
—No lo sé. Él decía tener fuertes sentimientos hacia mí, pero podría haber sido la lujuria hablando. Lo único que sé es que esos días con él fueron los más felices de mi vida.
— ¿Tu esposo os encontró juntos?
—No, pero sospechaba que algo andaba mal. Tal vez fue una mirada que nos dimos en el gran salón. O tal vez algún chisme entre los sirvientes. El caso es que un día anunció que nos íbamos a casa, a pesar de haber podido ganar más dinero haciendo negocios con todos los dignatarios.
— ¿Y nunca más volviste a hablar con Toste?
Rachelle sacudió la cabeza con tristeza.
— ¿Sabe que tiene un hijo?
—No estoy segura. No, no lo creo. —Suspiró con cansancio—. Puede que me esté engañando a mí misma. Es posible que lo sepa pero no le importe. Nunca me buscó. Sí, muy en el fondo sospecho que sus declaraciones de amor eran sólo palabras.
Serena puso una mano suavemente sobre la nariz mutilada de Rachelle.
— ¿Y esto?
—Ah, esto —dijo Rachelle con un suspiro triste, tocando el mismo lugar que Serena había tocado—. Al principio, Arnaud estaba feliz por mi embarazo. Me trataba casi con amor y yo me sentí muy mal por haberlo traicionado. Tal vez el maltrato de Arnaud durante todos esos años era mi culpa. Si yo le hubiera dado un hijo. Si hubiera sido una mejor esposa…
—Rachelle,  detente…  detente  en  este  mismo  instante.  No  intentes  justificar  la brutalidad de tu esposo asumiendo tú la culpa.
—Para hacer una historia larga, corta —continuó diciendo—, la prueba de paternidad fue evidente en el momento que nació Thibaud. Su cabello negro y sus ojos azules fueron lo que lo delató, considerando que Arnaud y yo tenemos el pelo rubio y los ojos claros.
—No te perdonó tu… indiscreción?
— ¿Perdonar? Fue Arnaud quien me arrastró del pelo cuando acababa de dar a luz, por las escaleras hasta la capilla, en donde contó mi crimen ante el sacerdote y todos nuestros enemigos. Los habitantes del pueblo fueron invitados a tirar las primeras piedras y al final fue Arnaud quien me hizo la marca de ramera en la nariz.
— ¡Oh,  Rachelle!  —se  lamentó  Serena,  tomando  a  la  mujer  que  lloraba  entre  sus brazos.
Pronto Rachelle se calmó y concluyó su historia.
—Después de varias semanas en una choza en el bosque al cuidado de una partera que se compadeció de mí, me dirigí hacia Rouen con Thibaud. Pero por supuesto todas las celebraciones habían terminado y los visitantes se habían ido. Ahí fue cuando conocí a Darién, que se apiadó de mí y me trajo a Hedeby. Él afirmó que necesitaba un fabricante de joyas para poder vender sus productos aquí, pero sospecho que yo tenía un aspecto tan lamentable que no pudo evitar ayudarme.
Serena le dirigió una mirada de incredulidad. Ella no quería considerar lo que se había dicho sobre Darién. Él era un troll. Tenía que recordarlo. ¿Dónde estaba su preocupación por su difícil situación?
— ¿Así que ahora estas aquí, sin pasar dificultades y varada en una ciudad comercial vikinga?
Rachelle se rió alegremente.
—Nah, soy una mujer que sobrevivió a un horrible matrimonio y a un cruel castigo.
Ahora soy autosuficiente. Darién me permite quedarme con una parte de las ganancias, que son muchas. Soy una mujer rica que no depende de ningún hombre. Y lo mejor de todo es que tengo a mi querido hijo.
Serena se quedó pensativa por un momento.
—Debo confesar que te envidio.
— ¿A mí? —Rachelle se alejó un poco, como si Serena estuviera loca.
—Sí. En verdad lo hago, Rachelle. Toda mi vida he añorado que me dejen en paz. Yo tengo las mejores ovejas de toda Northumbria. De verdad. Los tejedores bajo mi cargo producen la lana más fina… tan suave como la seda. Yo podría mantenerme por mí misma… en realidad ya lo hago, sin que mis hermanos lo sepan. Pero las mujeres no tienen poder.
Lo que gano pertenece a mis hermanos o a mi esposo cuando estoy casada. Cualquier mejora que hago en mis propiedades los beneficia a ellos, no a mí. Ellos pueden venderlo todo frente a mis narices. De hecho, también pueden venderme a mí. Y lo hacen una y otra vez.
Esta vez fue Rachelle la que abrazó a Serena.
—Pensarás que estoy loca si te cuento la fantasía que he albergado últimamente —dijo Serena—. Me he estado preguntando si Dios envió a Darién para rescatarme de mis hermanos.
En vez de reírse, Rachelle pensó seriamente sobre la idea de Serena. Tocó sus labios apretados mientras meditaba sus palabras.
—Pero Darién dice que va a llevarte ante el rey Anlaf y listo.
— ¿Eso encaja en el carácter de un hombre que rescató a una extraña y a su hijo?
—No creas mucho en su generosidad. Yo soy una artesana entrenada y él necesitaba un trabajador por ese tiempo. También conocía vagamente a Toste y se sintió responsable por la orfandad de un niño vikingo… aunque no fuera de su sangre.
—Bueno, puede que él no tenga tan buen corazón como me gustaría —reconoció Serena y le contó la historia de la negativa de Darién para intervenir a favor de la niña esclava ese día.
Rachelle chasqueó con consternación, pero todo lo que dijo fue: —Las mujeres tienen una vida difícil.
Con el ánimo por el suelo, Serena reflexionó sobre su suerte.
— ¿En verdad crees que Darién me abandonará a una posible muerte en la corte de Anlaf? ¿Sólo para conseguir una esclava y un caballo?
— ¿Un caballo y una esclava? —Rachelle frunció el ceño confundida.
Serena le explicó las razones por las que Darién aceptó capturar una bruja para el rey Anlaf.
—Ah, así que no sabes la verdadera razón por la que Darién te capturó.
— ¿La verdadera razón? —Serena sacudió la cabeza aturdida.
—Anlaf tiene como prisionero amistoso al curandero, Sammy de Arabia. Sammy es el hijo adoptado de su medio hermana Luna y su hermanor08;porr08;matrimonio Artemis… un hombre que luchó junto a Thork Haraldsson en la batalla contra Iván “el Terrible” y que eventualmente condujo hasta la muerte al padre de Darién. Los lazos familiares son complicados, pero los lazos del corazón no lo son.
Serena puso una mano sobre su frente confundida.
— ¿Entonces Darién no tuvo otra opción?
—Sí  tenía  opción.  Sammy  no  corre  verdadero  peligro.  Anlaf  no  se  arriesgaría a enfurecer a varios vikingos al hacerle daño a Sammy, pero tampoco lo dejará libre hasta que su mal sea curado.
— ¿Entonces por qué el troll no me dijo eso?
Rachelle hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Darién es un hombre y los hombres no comparten sus planes con las mujeres.
—Pero a ti si te lo contó —alegó Serena.
—Sólo porque lo acosé para que justificara su conducta. Y en realidad fue Alan el que me contó casi todo.
— ¿Así que sí crees que exista alguna posibilidad de que Darién sea mi vikingo guardián…
— ¿Vikingo guardián? —Rachelle ahogó una carcajada.
—…enviado  por  Dios  para  defenderme  contra  mis  hermanos?  —Serena  tuvo  que sonreír ante lo tontas que sonaron sus palabras.
—Quién sabe. No creo que Darién te deje en libertad y arriesgue a Sammy. Pero tal vez Dios tenga algún plan. Sí, pensándolo bien, estoy empezando a sospechar que tú tendrás un papel importante en el desenredo de este lío.
—Pero sí existe la posibilidad de que Darién me sacrifique a mí por Sammy… que él abandone Trondelag junto con Sammy y me deje para que me las arregle por mis propios medios.
—Sí, sí existe esa posibilidad. —Rachelle la estudió por un momento—. Si tienes… ¿medios?
Serena se echó a reír. Así que incluso Rachelle no estaba del todo segura de que ella no era una bruja.
—Existen medios y existen medios —respondió misteriosamente. De repente se le ocurrió un maravilloso plan. Alejándose de su nueva amiga, se puso a pasear de un lado a otro—. ¿Sería posible que Darién pueda hacer negocios conmigo?
— ¡Ja! ¿Y qué negocio sería ése? —preguntó Nepherite, que entraba por la puerta en ese momento. Era tan alto que las vigas del techo le rozaban la cabeza, al igual que a Alan y a Darién— ¿El negocio de la bruja?
Serena fulminó a Nepherite con la mirada. Luego, lentamente, dejó escapar una sonrisa de sus labios. Sus ojos bajaron al lugar en el que se encontraban sus partes preciadas y, disimuladamente, para que nadie más se diera cuenta, movió los dedos.
— ¿Vieron eso? ¿Vieron eso? —Rugió Nepherite—. La bruja acaba de lanzarme un hechizo.
Darién, que venía detrás de él, miró a Nepherite, que estaba mirando dentro de sus braies, luego a Serena y de nuevo a Nepherite, luego se encogió de hombros al no observar nada fuera de lo común.
—Con negocios, espero que no te refieras a nada que tenga que ver con ovejas, mi Lady “de las Pecas” —comentó Darién mientras se dirigía hacia la chimenea, en donde se frotó las manos sobre las llamas… y le guiñó un ojo a Maida — ¡el muy lujurioso!—. Ya tuve más que suficiente de esas criaturas apestosas durante el viaje de Graycote a Jorvik.
—Mis ovejas no apestan —dijo Serena con indignación y se sacudió el vestido con repugnancia cuando Darién se acercó a ella y le dirigió una de esas miradas lascivas que decían ter08;puedor08;verr08;desnuda.
Alan fue el último en entrar, junto con Ottar y Karl, que se lavaron las manos en un balde que había cerca a la puerta.
—Se me ocurrió una nueva saga —comenzó a decir Alan. Todo el mundo puso los ojos en blanco, pero a escondidas para que el gigante no los pudiera ver—. Cómo Darién “el Grande” se volvió un pastor de ovejas.
Horas más tarde, Darién se preparó para meterse entre las pieles de su cama, donde Lady Serena lo esperaba.
—Bueno, “esperaba” no era precisamente la palabra adecuada.
Prácticamente podía oír el rechinar de sus dientes desde el otro lado de la habitación.
A pesar de que se había ablandado con Serena en algunos aspectos, considerando que ella había intentado envenenarlo con una de sus pócimas, no confiaba mucho en ella.
Como resultado, le había informado hacía unas horas de que tendría que compartir su cama o ser atada a una de las vigas del techo en donde se convertiría en un témpano de hielo una vez que el fuego se apagara —un témpano de hielo pecoso.
Ella rabió, lo fastidió, lo engatusó, volvió a rabiar… todo en vano.
Al final Nepherite y Alan habían salido, quejándose fuertemente, a buscar compañeros de sueño menos ruidosos —bueno, puede que fueran igual de ruidosos… a la mayoría de los hombres les gustaba tener a una mujer que fuera vocal en la cama. Y los hombres vikingos eran conocidos por su habilidad para dar placer a las mujeres. En cualquier caso, Nepherite y Alan afirmaron que no serían capaces de dormir a causa de los chirridos de Serena.
Por supuesto que a Nepherite no le quedó otra opción más que partir, puesto que Rachelle lo cacheteó —no una, sino dos veces— por sugerir que se envolviera en alguna perversa actividad con él.
Luego también, cuando pensó que nadie estaba mirando, Serena comenzó a mover los dedos de una forma extraña ante las partes nobles de Nepherite, lo que hizo que Nepherite se pusiera verde.
Darién pensó que se volvería loco antes de llegar a Trondelag.
Ahora, Ottar y Karl roncaban vigorosamente al otro extremo de la casa, cerca de la puerta. Rachelle se había ido a su cama al otro lado de la chimenea, junto con Thibaud, que había quedado exhausto después de una lucha sobre el suelo con Darién, Nepherite y Alan.
¡Santo Thor, como había volado la paja!
Rachelle simplemente había sonreído ante sus payasadas. Pero Serena les hizo un sonido de tskr08;tsk y los llamó niños pequeños… ante lo que Nepherite, Alan y él sonrieron de acuerdo y bizquearon los ojos ante ella… lo que hizo que Serena hiciera más tskr08;tsk.
Darién miró hacia el fuego y bostezó mientras se acercaba a su cama de pieles al otro lado de la chimenea, en donde Serena yacía sobre su espalda y las pieles la tapaban hasta la barbilla. De pronto se dio cuenta de lo cansado que estaba. Había sido un día muy largo.
Qué bueno que no había cedido a la tentación de acompañar a Nepherite y a Alan a un burdel. Dudaba que pudiera tener sexo esa noche.
Comenzó a quitarse la ropa después de otro gran bostezo. Primero saltó sobre un pie y después sobre el otro, mientras se desataba los botines. Pensó haber escuchado a Serena hacer un sonido de disgusto por todo el alboroto que estaba haciendo. Aunque nadie más pareció notarlo, al parecer todos los demás estaban dormidos.
La desaprobación de Serena le molestaba, al igual que todas sus quejas durante la tarde… es más, de las últimas dos semanas. ¿Qué tipo de prisionera era ella que se sentía con el derecho de regañar a sus captores? ¿Qué decía eso de él como captor?
Ya le devolvería la pelota, decidió. Se desvestiría lentamente frente a ella y le dejaría grabada la imagen de su cuerpo en el cerebro, como ella había hecho con el suyo. Eso le enseñaría.
Eso esperaba.
Pero la bruja lo derrotó en su juego al mantener los ojos cerrados. Estaba seguro de que no había visto su cuerpo desnudo —que si le preguntaban, era magnífico— porque la había estado mirando de cerca y ni siquiera parpadeó.
Eso también le molestó.
Maldiciendo  por  lo  bajo,  se  deslizó  al  lado  de  Serena  bajo  las  pieles.  Ella  chilló indignada, incapaz de mantener su compostura. Tal vez sí lo había visto después de todo y se había desmayado al ver el tamaño de su… forma. Algunas mujeres eran remilgadas en ese aspecto, sin saber que el cuerpo estaba hecho para acomodar cualquier… forma.
—Tus pies están fríos, bruto. No me toques. Mueve los pies.
—Bueno, tal vez no se había desmayado… o era remilgada.
Ella movió sus pies contra los de Darién y él sintió que una corriente recorría todo su cuerpo, incluyendo la punta de su miembro. La última vez que había sentido una sacudida tan repentina fue cuando Alan, que pesaba casi tanto como un caballo, le pisó los dedos del pie. ¡Bendita Freya! ¡Hasta había visto estrellas! Pero eso fue diferente. Esta corriente también fue dolorosa, pero en una manera deliciosa. ¿Quién habría pensado que los pies podrían ser una parte tan erótica?
—Deja  de  retorcerte  —gruñó,  intentando  acomodarse  bien—,  a  menos  que me quieras excitar. —Ese último comentario fue impulsivo, pero se felicitó a sí mismo.
Ella se quedó quieta de inmediato.
— ¡Eres un patán lujurioso! ¿Estás desnudo?
—Por supuesto que estoy desnudo. Así es como los hombres mortales, y las mujeres, duermen. ¿Tú no lo estás? —Estiró una mano para verificarlo y se encontró con su camisón.
Helvtis, pensó, pero no sabía por qué le importaba. Maldición, maldición, maldición.
—No, no estoy desnuda —le espetó, golpeándole la mano. Se dio la vuelta hacia la pared, llevándose la mayoría de las pieles con ella.
Él sonrió y tiró de la mitad de las pieles hacia su lado. Luego, arriesgándose a ser golpeado, se acurrucó contra ella, en forma de cuchara. Ella no podía ir a ningún lado.
¡Gracias a los dioses!
—Deja de presionar tu rodilla contra mi trasero —le ordenó con voz fría, la cual sin duda asustaría a sus ovejas. Pero no a él.
Él se rió ente dientes.
—Mi rodilla no está cerca de tu trasero —le dijo.
Cuando llegó la comprensión, ella se enderezó de repente e intentó alejarse de la cama.
— ¡Eres repugnante!
—Shhhh —le advirtió él, empujándola hacia abajo para acostarla de nuevo—. Vas a despertar a todo el mundo. —Con eso, se dio la vuelta y le paso una pierna sobre los muslos y un brazo sobre el pecho para aprisionarla.
Pero lo único que consiguió fue un golpe ardiente para sus sentidos. Percibió la forma de sus muslos a través del camisón, haciendo que se le pusieran los pelos de punta. Bajo su brazo, el pezón de uno de sus pechos se endureció, rogando ser tocado. La bruja se sentía tan bien entre sus brazos, que el aire parecía quedarse atrapado en sus pulmones y su corazón dio un vuelco.
Ella jadeó como si estuviera igual de afectada y dejo de luchar contra él.
Con un gruñido, le acarició el cabello con olor a rosas y susurró: —Debes dejar de usar el ungüento para el cabello de Patzite.
— ¿Por qué? —le susurró de vuelta.
Sintió su aliento contra su mejilla cuando se volteó para responderle. Era cálido y fresco y peligrosamente tentador.
—Porque me gusta demasiado — respondió.
Eso la hizo quedarse quieta. A la dama no le gustaba que a él le gustara algo sobre ella… ni su cuerpo desnudo, ni el olor de su cabello, tampoco su dulce aliento y mucho menos la impresión de su pezón contra su carne.
Estoy  perdido  —pensó—.  La  bruja  me  ha  lanzado  uno  de  sus  hechizos.  Y  no  me importa. Lo único que me importa es…  —Lo único que te importa son tus impulsos lujuriosos —dijo ella mientras intentaba liberarse de su abrazo—. Eres como todos los hombres, siempre pensando en ellos mismos.
—Yo no soy como otros hombres —le aseguró, apretando su pierna y brazo sobre ella.
— ¿Me dejarás en paz si me quedo quieta?
— ¡Mujer astuta! Sabe cuándo pelear y cuando negociar. Puede ser.
—Me gustaría ofrecerte un trato… uno que podría ser muy beneficioso para ti.
Su mente se puso en alerta. ¿Qué estaba planeando ahora?
— ¿Beneficioso en que forma? Tengo riquezas más que suficientes.
—Nadie tiene suficiente riqueza.
—Yo sí.
—Nah, no la tienes, sostuvo ella.
—Haz tu maldita oferta y termina con esta tontería, pero si se trata de dinero a cambio de tu libertad, de una vez te digo que no me interesa.
—Primero afloja tu agarre sobre mí, me estás asfixiando.
—No estoy encima de ti. No estás aguantando mi peso. Y mi pierna y mi brazo sólo están descansando sobre ti. ¿Cómo te puedes estar asfixiando?
—Tu cercanía me asfixia.
¡Ah!, así que era consciente de la extraña conexión que existía entre ellos. No podía explicarlo, era más que una chispa pero menos que una llama. ¿Se estaría preparando su cuerpo para irse a la cama con él a pesar de que su mente obstinada se oponía? A veces tenía ese efecto sobre las mujeres. Sonrió ampliamente con satisfacción.
—Deja de sonreír.
— ¿Cómo puedes saber que estoy sonriendo? —La habitación estaba oscura, pero no totalmente gracias a la luz proyectada por el fuego.
—La sentí.
— ¿Sentiste una sonrisa?
— ¡Aaarrgh! Volvamos a lo que estábamos hablando. No voy a pedirte que me dejes ir ahora…
—Me parece bien —la interrumpió—, porque no pensaba hacerlo.
—…o en este instante, quiero decir. Sé que te sientes moralmente obligado a llevarme a la corte de Anlaf. La seguridad de tu sobrino Sammy es importante para ti y…
— ¿Sammy? ¿Quién te habló sobre Sammy? El Dios Loki debe estar buscando problemas de nuevo en la forma de cierta persona cercana a mí que tiene la lengua muy floja.
—No importa cómo lo supe. Lo importante es que me lleves a la corte del rey Anlaf y me ofrezcas tu protección mientras esté ahí. Lo más importante es que me prometas que me regresarás a mi casa en Graycote… digamos que hacia Navidad.
—Digamos que… no en mi maldita vida.
—No te precipites. ¿No quieres saber mis condiciones?
—Nah.
Le pareció que ella dijo alguna grosería por lo bajo antes de responder: —Puedo darte trescientos marcos de plata si estás de acuerdo en regresarme a salvo a Northumbria.
Él se preguntó cómo iba a conseguir esa considerable suma, pero había sido sincero al decir que tenía dinero más que suficiente.
— ¿Tu misma pagarías tu rescate?
—Nadie más lo haría.
Cualquier otra mujer se hubiera puesto a llorar y a lamentarse por su desgracia al hacer esa afirmación, pero no Serena. Ella simplemente le restó importancia como un hecho de su vida. No quería admirar a la arpía, pero a veces no podía detenerse.
— ¿Y bien?
Él se rió de su persistencia.
—No sería digno de la agravación.
— ¿Agrar08;agravacion? —farfullo.
Él disfrutaba hacerla farfullar.
—Entonces quinientos marcos.
Eso sí que lo sorprendió.
—Serena,  en  el  nombre  de  todos  tus  santos,  ¿cómo  piensas  obtener  quinientos marcos?
—No necesitas saber cómo. Pero si debes hacerlo, la respuesta es ovejas.
—Ovejas —repitió burlonamente—. ¿Tus familiares te traerían el dinero o qué?
— ¿Familiares? ¡Dios bendito! No puedes ser tan tonto. Las ovejas son sólo animales.
No hay nada mágico sobre ellas, excepto la lana que se puede obtener de su pelo.
— ¿Todo eso se puede ganar de esas bestias apestosas?
—Mis ovejas no son apestosas, te lo aseguro. —Si hubiera estado de pie, le hubiera clavado el pie, Darién estaba seguro de ello.
—No quiero tu dinero.
—Bueno, entonces ¿qué quieres de mí?
Oh, no debería haber preguntado eso. En verdad no debería.
—Hagamos el amor —espetó con una voz que sonó ronca incluso para sus oídos.
Ella jadeó por la sorpresa y luego se burló.
—Estás dejando que la lujuria hable por ti.
—Sí.
— ¿Qué es lo que tienen los hombres con el sexo? Tres minutos saltando sobre una mujer —un minuto en el cual intentan levantar su mecha— y luego se desmayan.
—Tres… tres minutos? —farfulló—. ¡Oh, Serena, te han engañado!
— ¡Humph! Eso es otro defecto de los hombres. Siempre se creen mejor que los demás en la cama. Bien, déjame decirte una cosa, si creen que impresionan a las mujeres con esas presunciones, están equivocados. A las mujeres les importa un comino el tamaño de la mecha o cuánto dure prendida.
—No me pongas en el mismo molde que a todos los hombres, Lady Serena. En cuanto a mechas, yo soy más como una vela. Y te aseguro que puedo durar prendido por muuucho tiempo.
—Blar08;blar08;bla.
— ¿Sí sabes lo que dicen? Lo que importa no es el tamaño de la estaca, sino la magia de la vara. Y afortunadamente los vikingos poseemos tanto el tamaño como la magia.
—Oh, ¿en serio? Mechas, estacas, varas, no me importa. No me impresiona ni me produce éxtasis.
—Bueno, si sigues hablando así conseguirás más de lo que esperabas.
— ¿Me tomarías en contra de mi voluntad?
—Nah, te excitaría hasta que suplicaras por mí… mecha.
—Si estás tan desesperado por una mujer, ¿por qué no fuiste con Alan y Nepherite?
—Desesperado es una palabra muy fuerte. Ha pasado más de una semana desde que yací entre las piernas de una mujer y…
Su cuerpo se puso rígido en estado de alerta.
— ¿Una semana? ¿Cómo es posible? Has estado pegado a mí cada bendito día de las últimas dos semanas. El único momento en el que estuviste fuera de mi vista fue la tarde en  la  que  fui  a  bañarme  a  casa  de  Gyda…  —su  voz  se  apagó  cuando  la  golpeó  el entendimiento. Luego le dio un puñetazo en el brazo—. ¿La tarde? ¿Estuviste con una mujer en plena luz del día? Eres un cerdo.
Él  se  tuvo  que  reír  ante  su  ignorancia  sobre  los  hábitos  de  apareamiento  entre hombres y mujeres.
—Entonces, ¿quieres hacer el amor sí o no?
La única respuesta que obtuvo fue un chirrido, como el rechinar de los dientes, el cual tomo por un no.
—Es sólo que mi cuerpo está tenso e inquieto. Dudo que pueda dormir. Así que pensé…
—…pensaste usarme para aliviar tu aburrimiento. —Su tono despectivo no presagiaba nada bueno para sus planes—. ¿Qué soy yo? ¿Un recipiente para tu semilla? No… lo… creo.
—Te aseguro que lo disfrutarías.
—Oh, lo juro, eres tan arrogante como una docena de hombres.
—No es arrogancia. Es un hecho. Yo conozco… secretos. —Habría levantado las cejas sugestivamente pero dudaba que fuera capaz de verlas.
— ¿Secretos? —se echó a reír—. ¿Sólo tú tienes los secretos, o todos los vikingos los tienen?
—Bueno, no puedo hablar por todos los vikingos, pero sí, se dice que todos tienen el don. Yo simplemente lo perfeccioné.
Esta vez ella ni siquiera intentó contener la risa.
—Ten cuidado, vikingo. Mantén tus habilidades a tu lado de las pieles, o podrías encontrarlas  torcidas…  pero  no  gracias  a  un  hechizo  mágico.  Más  bien  sería  por  un puñetazo.
—Me encanta cuando me hablas con ferocidad. A mis habilidades también les gusta.
—Ooooh, esta es la conversación más ridícula que he tenido en mi vida.
—Tú la empezaste.
—Claro que no —declaró indignada—, ¿o sí?
—Sí, lo hiciste. —En realidad no recordaba quién de los dos la había empezado pero no importaba. Era bueno hacer sentir culpable a una mujer, siempre hacían cosas deliciosas para hacer las paces.
— ¿De verdad aceptarías mis términos si acepto follar contigo?
¿Follar? Se estremeció ante su vulgaridad.
—Nah, no estoy aceptando nada. Simplemente respondí tu pregunta.
— ¿Qué pregunta?
—Tú me preguntaste que quería de ti y yo te dije la primera cosa que se me vino a la cabeza.
—Bien, métete esto en la cabeza, Lord de “la Lujuria”. Nunca haré el amor contigo. Ni por dinero, ni por lujuria, ni por alguna otra razón.
Darién sonrió.
— ¿Es tu última palabra?
—Nah, estas son mis últimas palabras.
El esperó con expectativa.
—…eres un troll.
Sí lo soy. ¿Por qué otra razón estaría considerando lo que estoy considerando? Es una imprudencia. Un error. Es como saltar de un acantilado a un mar tormentoso.
Es malditamente tentador.
Sus labios estaban a un pelo de distancia de los de él, lo suficientemente cerca para un beso. Su mecha habilidosa tomó nota de ese hecho y tuvo que apretar los puños para no tomarla ahí mismo. Lo mejor era cambiar de tema lo más pronto posible. Se obligó a sí mismo a bostezar abiertamente.
—Bueno,  será  mejor  que  durmamos.  Espero  que  para  el  mediodía  ya  hayamos partido.
— ¿No podemos quedarnos al menos por otro día?
Él sacudió la cabeza.
—No. La remada será difícil para mis hombres, especialmente si hay hielo en el agua.
El invierno está muy cerca. Lo sé por el dolor en mi pierna. El dolor en mi cicatriz por lo general presagia clima frío. Incluso creo que puede haber una helada en la mañana.
— ¿La pierna que te duele será aquella que se ha adentrado en territorio prohibido? —preguntó irritada.
Él gruñó internamente. No se había dado cuenta de que su rodilla se había movido instintivamente hacia arriba. Pero qué estupidez por parte de la dama llamar su atención sobre ese hecho. Ahora, si la movía, parecería culpable, pero si no la movía, no podría dejar de pensar en el calor que parecía emanar de ella. Eligió la segunda opción.
—Sí,  esa  es  —admitió—.Y  es  mejor  que  vigiles  tu  lengua,  Lady  Serena,  o  podrías provocar que otras partes de mi cuerpo se muevan a otros de tus territorios prohibidos.
—Tu crudeza no tiene límites. —Intentó zafarse de su agarre pero fue imposible—.
Sólo tú encontrarías la manera de volver a la discusión sobre… sobre…
— ¿Sexo? —Oh, que inteligente de mi parte. Traer a colación el tema indeseado.
— ¡Sí, sexo, idiota! Sexo, sexo, sexo, eso es en lo único que piensan los hombres.
Menciona tejer y piensan en sexo. Menciona montar a caballo y piensan en sexo. Menciona ovejas y piensan en sexo…
Él se rió tan fuerte que casi se ahoga.
— ¿Ovejas? ¿Ovejas? —espetó—. Oh, Serena, eres increíble.
— ¡No creas que no sé en qué estás pensando!
—Estoy pensando en muchas cosas —bromeó—. Mejor me quedo un rato pensando sobre ello.
Ella le golpeó el pecho en señal de protesta.
—Estás pensando en que puede que yo sea muy fea con la luz del día con mi cabello insolente, mis pecas y demás, pero en la oscuridad una mujer es igual a cualquier otra.
—Me has descubierto, ¿cierto?
—Sí. Eso era lo que solían decir Egbert y Hebert cuando volvían a casa después de una noche de fulanas. La belleza del cielo no es importante cuando se está arando un campo.
—Nosotros los vikingos tenemos un dicho similar. Mo er katterd —hizo una pausa antes de traducir la frase con una risa—, todos los gatos son grises en la oscuridad.
Ella lo golpeó.
Lo cual fue un error porque él se rió aún más fuerte.
Luego ella cometió el peor error de todos. Se volteó abruptamente para confrontarlo, lo que hizo que sus pechos y sus muslos se rozaran con su brazo y muslos, pero lo más alarmante fue que dejó sus labios muy cerca de los suyos. Y si había algo de lo cual presumía  él  era  de  ser  un  buen  besador.  Besos  largos  y  profundos,  cortos  y  suaves, demandantes y persuasivos, mojados y secos. Un buen beso era casi igual que un buen sexo. No exactamente lo mismo, pero parecido.
Así que sin pensar en las consecuencias, puso una mano sobre la nuca de Serena y la atrajo hacia él. Sus labios se entreabrieron por la sorpresa y él aprovechó para encajar perfectamente su boca sobre la de ella, forzándola a mantener abiertos los labios.
Luego procedió a mostrarle que no todos los hombres eran iguales.

el vikingo hechizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora