14

390 41 3
                                        

Y ahora, ¿qué estaba planeando el troll?
Después de dejar la caja de plumas sobre la cama al lado de su cuerpo desnudo y hacer el comentario sobre el gato ronroneando, Darién la había dejado sola. Y llevaba más de media hora fuera.
¿Era una forma de tortura?
Por supuesto que lo era.
¿Quería que reflexionara sobre sus crímenes y se preguntara cómo iba a castigarla exactamente?
Por supuesto que sí. No es que ella hubiera cometido algún gran crimen y ciertamente no ninguno que no estuviera justificado. Ella era la parte agraviada aquí, no él.
¿Quería humillarla por su continua desnudez?
Claro que sí. ¡El troll!
Pero lo que seguía siendo un misterio para ella, como obviamente él pretendía, eran las plumas. Obviamente, tenía la intención de torturarla con ellas. ¿Pero cómo? ¿Iba a pegar las plumas en su cuerpo, como un pájaro? ¿O hacer que se las comiera?
Sammy había inferido, cuando ella le había mostrado los regalos, que las plumas tenían un propósito sexual pervertido, pero a Serena no se le ocurría cuál podría ser.
— ¡Oh, por el amor de Freya! —Girta había empezado a abrir la puerta con una carga de ropa recién lavada en sus brazos. Su boca se abrió con incredulidad. Pero luego se escabulló, riendo, sin duda para decirle al mundo acerca de la posición vergonzosa de Serena. Y ésa fue probablemente la intención de Darién.
— ¿Me extrañaste, brujilla?
Darién abrió la puerta un poco más con la cadera y entró con una jarra de cerámica y una enorme bandeja de madera cargada de comida —pan, carnes frías, queso, manzanas y peras, además de un panal que goteaba por su dulce néctar—. Dejó la jarra y comida en un cofre y cerró la puerta tras de sí.
—No, no te extrañé —dijo con amargura. Entonces ella cometió el error de añadir — ¿Tú me extrañaste?
Él sonrió, a pesar de que todavía podía ver la ira brillando en sus ojos zafiros y las líneas apretadas de su boca.
—Sí —respondió—. Con pasión.
¡Más insinuaciones! Serena estaba cansada, cansada, cansada de todas las palabras disimuladas. Y tenía hambre. Y una gran vergüenza por la forma en que el bruto la estaba mirando, como con...  bueno, hambre.
— ¿Vamos a comer?
—Todavía no.
Darién caminó lentamente hacia la cama, se quitó los botines, luego se levantó la túnica por encima de la cabeza. Su cabello estaba atado hacia atrás con una cuerda de cuero.
Pateó  las  botas  a  un  lado.  Luego  arrojó  la  túnica  por  encima  de  su  hombro despreocupadamente, la cual aterrizó sobre los juncos.
¡Bendito  Dios!  El  hombre  tenía  el  cuerpo  de  un  dios.  Todos  sus  contornos  eran musculosos y la piel oscurecida por el sol, exudaba masculinidad en un marco de hombros anchos y caderas delgadas —un marco que atraía al ojo renuente.
— ¿Has tenido tiempo para pensar en tu suerte, milady? —Se subió a la cama y se arrodilló entre sus piernas, vestido sólo con un par de braies de baja altura.
¡Oh, la mortificación por su desnudez! ¡Y él estaba disfrutándolo todo! —Termina de una vez con eso, vikingo. O me quedaré  dormida.
—Cuando llegue la hora, cuando llegue la hora —dijo arrastrando las palabras—. No seas tan ansiosa. —Se inclinó hacia delante y le dio un golpecito juguetón en la boca con el dedo  índice,  y  le  advirtió—  eres  una  tonta,  una  dama  tonta  por  desafiarme  con  ese comentario.
Ella fingió bostezar. Una burla tonta que fortaleció su orgullo herido y nada más.
Él sonrió exasperantemente.
— ¿Estás familiarizada con los pavos reales, Serena? —preguntó, acercando el cofre.
—Lo estoy —dijo vacilante.
—Apostaría a que no sabes las cosas que yo sé.
¿Qué? ¿Me va a dar un sermón ahora? De verdad me quedaré dormida. Oh, y deseaba que  él  se  cubriera.  No  voy  a  notar  su  estómago  plano  o  los  profundos  surcos  de  su abdomen. No voy a notar el calor de sus ojos color zafiro bajo las gruesas pestañas morenas.
No voy a notar...
—El pavo real macho, es el más resplandeciente de la especie. Como la mayoría de los hombres.
—Y ambos graznan de la manera más impía durante la temporada de apareamiento —señaló ella, luego hizo una imitación del “Honnk, honnk, honnk” que hacían los pájaros durante noches interminables. Una vez, un vecino suyo había intentado criar pavos pero pronto lo abandonó.
Él asintió con la cabeza de acuerdo.
—Sí, y todo para atraer a la hembra. El graznido y el plumaje. Mira lo que ustedes mujeres nos obligan a hacer a los hombres, todo para obtener sus favores sexuales.
¿Así que ahí es a donde se dirige esta conversación?
—La cosa más interesante acerca de los pavos reales son sus plumas, por supuesto.
Tantas texturas diferentes, todo, desde las espectaculares plumas de los ojos hasta las de la cola, todas en una sola ave. Es por eso que son tan populares en los harenes orientales.
Siguió un largo silencio en el que ella suponía que él quería que reflexionara como se pueden utilizar en los harenes. Fingió comprender lo que no comprendía, insistiendo  — ¿Y?
—Así que creo que debemos experimentar con ellas.
— ¿Experimentar? —Esta vez su voz traicionó su fachada de calma al salir como un chillido.
Él sonrió.
—Sí. Mira ésta. —La pluma en sí no era tan larga, pero de ella se extendía un camino de zarcillos— hilos de seda azul mezclados con blanco puro.
Cuando él se inclinó hacia arriba, Serena sintió toda su fuerza e hizo todo lo que pudo para no temblar. Él pasó la pluma sobre su frente, sus orejas expuestas, luego por sus mejillas y la boca. Sus labios se abrieron por la sorpresa de esa sensación de cosquilleo.
Sentado en cuclillas, Darién empleó su "instrumento de tortura" desde su cuello, a lo largo de la fina piel —primero de uno, luego del otro—, de la parte interna de los brazos, aún atados sobre ella a los postes de la cama. Nunca hubiera sospechado que las axilas pudieran ser tan sensibles al tacto. O las muñecas. O los codos. Estas sensaciones eran tan deliciosas e inquietantes, que le hacían poner la piel de gallina y hacían que un dolor se alojara en la parte baja de su estómago.
— ¿Cómo se siente, Serena?
—Terrible.
Él se rió entre dientes.
—Bueno, entonces, tal vez lo esté haciendo mal.
—Me gustaría que dejaras de hacerlo.
—Lo sé —dijo, pero no se detuvo. En su lugar, se trasladó hacia abajo, girando los hilos de plumas alrededor de un pecho, y después el otro.
Se sentía extraña. Quería que se detuviera. Y quería algo más. Pronto descubrió que ese "algo más" era como él utilizaba la pluma como un ventilador, de atrás hacia adelante, de atrás hacia adelante a través de sus pezones. Ella arqueó la espalda hacia arriba en señal de protesta y un lamento salió de su garganta. Sus pezones se convirtieron en puntos duros, y sus pechos parecieron hincharse y palpitar.
—Dime cómo se siente —exhortó con voz ronca.
No podía.
—Dime —repitió—, o lo seguiré haciendo.
Y así lo hizo.
Serena apretó los puños. Apoyó los pies sobre el colchón. Inclinó la espalda y trató de alejarse, de un lado al otro. En vano. Él y su instrumento de seda fueron despiadados en su fina tortura. Hasta la curva de un seno, arrastrándose sobre un pezón, abajo hacia el valle, hasta la curva del siguiente pecho, arrastrándose sobre el pezón y hacia abajo de nuevo.
Repitió el procedimiento tantas veces que perdió la cuenta. Serena podría haber gritado de la dulce agonía de todo eso.
Cuando pensó que no podía aguantar más, él se echó hacia atrás de modo que quedó arrodillado entre sus pantorrillas. Luego procedió a emplear el mismo tormento suave en su abdomen, su vientre plano, sus piernas, desde el hueso de la cadera hasta el arco del pie. Luego hizo lo más escandaloso de todo. Pasó la pluma, ligeramente, sobre su pelo de mujer, y el dolor en la parte baja de su estómago bajó aún más y se alojó en forma de una piscina caliente entre sus piernas.
—Dime que te gusta —suplicó Darién.
—No me gusta —respondió, y era verdad.
Después Darién tomó una pluma corta con hilos más anchos y le informó  —La  cosa  más  interesante  sobre  éstas  es  que  son  llamadas  “plumas  calientes”.
¿Puedes adivinar por qué?
Pronto lo descubrió. Increíblemente, estas plumas parecían mantener el calor o crear calor a su paso.
Él usó la pluma caliente del mismo modo en que lo había hecho con la primera. Su piel estaba ardiendo. La piscina caliente dentro de ella creció aún más y empezó a filtrarse fuera de su cuerpo, para su vergüenza.
Esperaba que él no se diera cuenta.
Sí lo hizo.
Colocó  la  punta  de  una  pluma  de  ojo  morada,  salpicada  con  matices  de  verde  y dorado, sobre ese lugar, y volvió brillante. Oyó su suave ingesta de aire ante la vista.
Probablemente le causaba repulsión.
—Serena —susurró con voz apreciativa.
No le causaba repulsión.
—Ahora, Serena. Ahora llegamos a las verdaderas plumas de la cola del pavo real. Son rígidas y más cortas que las otras más bellas, pero, oh, creo que te van a gustar mucho.
—Darién, detente. ¡Suficiente! Has probado tu punto.
— ¿Y qué punto sería ese?
—Que puedes humillarme. Que el castigo más grande para mí es la pérdida de mi orgullo. Que yo no puedo soportar perder el control.
—Ah, pero Serena, todavía no has perdido el control. Ni siquiera un poco.
Ella gimió.
—Por el contrario, yo estoy en gran peligro de perder mi auto control —confesó, pasando una mano descaradamente sobre la erección que sobresalía de sus braies—. He sufrido un largo período de auto negación en estas últimas semanas.
— ¡Oh, Dios! —ella gimió de nuevo, aceptando que todavía no terminaba con ella.
Ahora  estaba  utilizando  los  trazos  erizados  de  la  pluma  más  corta  para  trazar  el contorno de su boca.
—Pronto voy a besar tus labios, y tú vas  besar los míos. Interminablemente. Tengo la intención de recrear el viaje de la pluma, con mi lengua. ¿Qué dices a eso? Cuando ella no dijo nada, añadió—: Me encanta besar, ¿a ti no?
¿Qué podía decir a eso? En verdad, ¿qué podía decir cuando sus labios se estaban entreabriendo ante el camino tentador de la pluma? ¿Cuándo ya se estaba imaginando los labios de Darién presionándose sobre los suyos? Sí, a ella también le encantaba besar.
—Me encantan tus pechos, Serena. ¿Te lo he dicho antes?
Mientras ella había estado poniendo cuidado a medias, él había mudado a su pluma hacia  nuevo  territorio,  uno  más  peligroso.  Estaba  dando  vueltas  y  vueltas  y  vueltas alrededor de las aureolas con la pluma, evitando los picos de color de rosa.
—No puedo esperar a probar tus pezones de frambuesa —declaró—. Pero eso tendrá que esperar hasta la segunda etapa de tu “castigo”.
Serena  quería  responder  a  muchas  de  las  barbaridades  que  había  dicho,  pero  era incapaz de emitir algo que no fuera un graznido. Darién había traído sus pezones a la vida con el simple giro de una pluma. Y ahora estaba haciendo vibrar las plumas de un lado a otro rápidamente, como las alas de un colibrí, sobre los picos pulsantes.
—Me pregunto cómo se verán tus pezones cuando estés excitada —le confió en una voz áspera por su propia excitación—. ¿Serán pequeños y rosados, como las frambuesas inmaduras, o gruesos y suculentos como la fruta madura? Creo que van a ser una mezcla de ambas cosas. ¿Qué piensas tú?
¿Pensar? Era una masa temblorosa, incapaz de pensar o razonar. Se mordió el labio inferior para no gritar ante el tormento tentador que agredía sus pezones y el lugar privado del cual las mujeres castas nunca hablaban.
—Soy una lasciva. —No había querido decirlo en voz alta. Sus palabras se escaparon ante el horror de su descubrimiento.
—Eso espero —dijo Darién—. Que todos los dioses intercedan en mi favor. Eso espero.
Pero, espera, el vikingo tenía una nueva travesura en mente. Antes de que pudiera parpadear, o decir “¡Maldita sea!” El troll había separado sus piernas, y comenzó a asaltar una nueva región de su cuerpo. Una zona totalmente virgen, para ella. Cuando trató de protestar, rodando de un lado a otro, el presionó la palma de su mano libre contra la parte inferior del estómago, justo arriba de su pelo de mujer. Con esa palma, estableció un ritmo que coincidía con el revoloteo de plumas en ese otro lugar.
Mientras usaba su magia en su cuerpo, la respiración entrecortada y los gemidos aullantes de Darién eran los únicos sonidos en la habitación, a excepción del crepitar del fuego. Una extraña excitación interior se estaba apoderando de Serena. Estaba asustada y excitada al mismo tiempo.
Darién se detuvo de repente y la miró.
—Relájate, Serena. Tus piernas están tan tiesas como picas. Relájate y déjate venir.
¿Dejar  venir  qué?  Quería  preguntar,  pero  las  palabras  no  pasaban  de  sus  labios apretados.
Él esperó hasta que sintió la tensión filtrarse de sus piernas, y luego continuó su asalto en ese lugar.
—Llegar a la cima, Serena. Está ahí, brujilla, justo a tu alcance.
— ¿Cima? ¿Qué cima? —gritó.
—No te tenses de nuevo. Déjame darte esta alegría de mujer.
¡Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios! Con cada toque de la pluma y cada presión de su mano, ella  se  estaba  preparando  y  preparando  para  un  gran  evento.  Odiaba  no  saber.  La vulnerabilidad. Ser manipulada más allá de su control. Esta ruptura de los sentidos.
Pero espera. Intentó concentrarse a través de la bruma de pasión que fue nublando su cerebro. ¿Pasión? ¿Yo? Algo diferente estaba ocurriendo ahora. Algo... irresistible.
Al principio fue un leve aleteo entre sus piernas, adentro. Pero entonces el aleteo aumentó  en  espasmos,  seguido  inmediatamente  por  el  fuerte  abrir  y  cerrar  de  sus músculos internos. Su corazón se detuvo, y luego se desbocó salvajemente mientras la sangre corría por todas sus extremidades.
Él hizo un sonido áspero. ¿También había perdido el control de sus facultades?
¡Demasiado tarde! No podía pensar más. Ella gritó “¡Darién!”, mientras se precipitaba por un lugar consumido por remolinos de luz roja, calor intenso y el placer físico más impresionante que jamás había experimentado.
Serena debió haberse desmayado durante un momento —algo que nunca había hecho en toda su vida, pero entonces, nunca había experimentado este pico o alegría de mujer tampoco. No era una experiencia que quisiera repetir. ¿Qué mujer en su sano juicio querría dar  tanto  a  un  hombre?  ¿Para  qué?  ¿Un  placer  momentáneo?  Aunque  fue  un  placer momentáneo increíble, reconoció para sí misma.
—Estás sonriendo —observó Darién desde el lado de la cama.
¿Cuándo se había ido? ¿Qué había estado haciendo mientras ella estaba divagando?
Sus ojos se ensancharon y se dio cuenta de que mientras ella todavía yacía con las piernas abiertas sobre la cama, con algún tipo de saciedad, sus cuerdas habían sido desatadas.
Rápidamente se apresuró a sentarse y tomó una piel para cubrirse.
Darién arrojó las pieles al suelo.
Ella frunció el ceño y levantó las rodillas hasta el pecho.
Él se rió y se inclinó para ponerle más leña al fuego. Por qué, no tenía idea. Estaba haciendo mucho calor en la habitación. ¿O era sólo su piel la que estaba recalentada?
—Creo voy a volver a mi habitación ahora —decidió.
La única respuesta de Darién fue una breve carcajada.
—Buen intento. —Entonces empezó a bajar lentamente sus braies. No llevaba ropa interior.
Ella intento apartar la mirada, pero no pudo. ¡Oh... Dios... Mío!
Ya sabía que tenía un cuerpo magnífico. Lo que no esperaba era el gran miembro sobresaliendo descontroladamente de un nido de rizos negros en la unión de sus muslos.
Ella había visto miembros colgantes antes, pero... pero... No había palabras para describir su asombro. Al parecer, había miembros y miembros. Éste siendo del  último grupo.
Los labios de Darién se curvaron con diversión mientras ella seguía mirándolo ahí. Y, para su sorpresa, creció aún más bajo su escrutinio.
— ¿No tienes vergüenza? —preguntó ella, una vez que fue capaz de hablar—. ¿Acaso piensas que quiero mirar tu parte colgante?
— ¿Colgante? Si te das cuenta, definitivamente no está colgando. Y, francamente, muchas mujeres se impresionan con mi miembro, ya sea en su estado colgante o de otra manera.
— ¡Ja! Es típico de un hombre pensar que cuanto más grande mejor.
Él se rió con ganas.
—Oh, Serena, eres realmente una joya. No sabes que a veces grande es mejor.
— ¡Hmpfh! Bueno, pues no vas a poner eso dentro de mí —le aseguró.
—Hazte a un lado, moza —ordenó Darién, haciendo caso omiso de su declaración—. Es hora de comenzar tu “castigo”.
— ¿Comenzar? ¿Comenzar? —balbuceó—. ¿Entonces qué fue todo ese otro... asunto de la cima?
— ¿Asunto  de  la  cima?  —Frunció  el  ceño  con  desconcierto.  Luego  sonrió.  Odiaba cuando sonreía de esa manera. La hacía sentir cálida y derritiéndose por dentro.
Ella llevó su cuerpo al otro lado de la cama, pero aun así la enorme cama se sentía demasiado pequeña. Su cuerpo viril la atrapaba, la hacía sentir inquieta... asustada.
¡No, no, no! No voy a encogerme frente a un bruto.
—Ese pequeño asunto de la cima, como tú lo llamas, acaba de abrirme el apetito. Es tiempo de comenzar con el plato principal.
—No soy una comida para satisfacer algún apetito —se quejó ella.
—Entonces una comida y satisfacción mutuas. —Él la empujó juguetonamente en la pierna con un dedo del pie.
Ella casi saltó de la cama.
—No tengo idea de lo que estás hablando. —Luego se apresuró a añadir —ni quiero saberlo.
—Ven aquí, Serena y déjame besarte. —Extendió la mano y tomó un mechón de su cabello entre sus dedos, frotándolo  sensualmente,  luego  llevándoselo a  su  nariz  para olerlo. Él tenía una gran afición por su cabello... bueno, no realmente su cabello... la crema para el cabello con olor a rosa. ¿Pero qué había dicho acerca de besar?
— ¿Quieres besarme? ¿Eso es todo? —Hmmm. Eso no estaría tan mal. En realidad, a ella le gustaban sus besos. Mientras no resultaran en esas tonterías de la cima—. Deja que primero me ponga un camisón.
—Sí, quiero besarte, Serena. Y, no, eso no es todo. Y, con certeza, no necesitarás ninguna prenda de vestir por los próximos dos días.
— ¿Qr08;qué? —se ahogó.
Él se aprovechó de su conmoción momentánea y la arrastró a través del colchón, entre sus brazos. Acostada sobre su espalda, vio como la cabeza de Darién descendía muy lentamente. No podía creer que estuviera sucumbiendo tan fácilmente a su dominación forzosa. La única cosa que la detenía en su lugar era el ligero toque de sus dedos en el pulso de su garganta.
Estoy perdida, pensó. Y no me importa.
Él colocó sus labios sobre los de ella, suavemente al principio, y contuvo su grito en la boca. A continuación, cambió el beso de lado a lado hasta que ella encajó perfectamente.
No encontró ningún problema al obrar su magia en ella, rogándole a sus labios que se abrieran para su lengua, agarrándole la cabeza con los dedos entrelazados en su cabello.
Fue un beso interminable y de muchos matices... una tierna invitación antes de cambiar a un hambre voraz. Al final, no era un simple beso. Fue con la boca abierta, húmeda y devorante con fervor. En resumen, un éxtasis. Una especie de éxtasis que Serena nunca había imaginado y no quería.
Si hubiera sido sólo el beso, ella podría ser capaz de resistir, pero también estaba la sensación de sus rizos contra sus pechos y el siempre presente recordatorio de su furioso deseo presionando contra su cadera. Y lo peor de todo, él se estaba moviendo hacia abajo, hacia nuevo e inexplorado territorio.
— ¡Nooooooo! —chilló ella mientras él tomaba prácticamente la mitad de uno de sus pechos en la boca y tiraba hacia arriba succionando hasta que sólo tuvo el pezón distendido entre los labios. Entonces empezó a chuparla, lamiendo alternativamente la punta con la lengua y la base del pezón con un ritmo rápido.
Era  el  placer  más  horrible, horrible, horrible  que  jamás  hubiera  conocido.  Era  una tortura. Y una bendición.
— ¡Detente! —gritó ella y empujó sus hombros.
Él no se movió. En cambio la miró a través de los ojos cristalizados por la pasión, que la excitó todavía más, y se trasladó al otro pecho. Durante todo el tiempo utilizó una palma para dar masajes al otro pezón sensibilizado.
—Sabía que serías así. Oh, Dios, simplemente lo sabía.
Gritó. Se sacudió. Alejó sus caderas y lo pateó. Lo atacó con todas las fuerzas que llegaban a su mente confusa.
— ¡Patán repugnante! ¡Maldito cerdo! ¡Vikingo depravado! ¡Fornicador asqueroso! ¡Cerdo pervertido! ¡Hijo de un bárbaro pecador! ¡Pagano infernal!
Él no se detuvo.
La piscina caliente en su lugar femenino empezó a quemar por el calor, y ese lugar secreto que había descubierto recientemente por la fuerza de la pluma parecía hincharse y palpitar.
Él le abrió las piernas con una rodilla y se hizo a un lado, sosteniéndola en su lugar y jadeó pesadamente. Por qué estaba exhibiendo sobreesfuerzo, no lo podía decir. Ella era la única que estaba siendo atormentada físicamente.
—Yo no quiero esto, Darién. ¿De verdad vas a tomar a una mujer contra su voluntad?
El rostro de Darién se desfiguró con enojo ante su insulto.
—Tú me dices no, Serena, pero voy a demostrar que eres una dulce mentirosa.
Ella levantó la barbilla con altivez, un gesto ridículo teniendo en cuenta su posición. Y, maldición, ella también estaba jadeando.
Antes de que ella pudiera adivinar su intención, Darién le tomó la mano y la colocó sobre su lugar femenino.
—Siente la humedad, Serena. Ese es tu cuerpo diciendo que mi cuerpo es bienvenido.
Siente lo caliente y resbaladiza que estás por la necesidad de lo que sólo yo puedo darte.
Así que no me digas no cuando realmente quieres decir sí. Algún día voy a mostrarte tu propio cuerpo con un espejo de mano —prometió con voz ronca.
Ella jadeó con horror.
—Pero, por ahora, tócate aquí. —Él sostuvo el dedo de Serena sobre sí misma.
Sus caderas se sacudieron involuntariamente con el fuego encendido por ese simple toque.
—Ese es el centro de tu alegría de mujer, el punto de lanzamiento que te catapultará hacia la cima.
Ella  no  podía  escuchar  más  porque  él  le  acariciaba  allí  con  sus  propias  manos, susurrando palabras maliciosas de admiración y de promesa. Ella estaba sin sentido por la necesidad, suplicando por liberación.
Cuando Darién finalmente se puso encima de ella y acomodó su enorme erección en su portal de mujer, le preguntó con voz salvaje, con pura angustia: —¿Me das tu consentimiento?
Ella asintió con la cabeza, más allá del control de sus sentidos maltratados.
— ¿Va a ser una violación?
Ella negó con la cabeza.
—Dímelo —insistió, viéndose como si hubiera sido empujado más allá de su control.
—Por favor —rogó ella. Y eso fue todo lo que pudo decir.
Fue suficiente.
Con un gruñido a través de los dientes apretados y la cabeza echada hacia atrás sobre el cuello lleno de venas, empujó poco a poco dentro de su estrecho pasaje.
— ¡Se-re-na! —gritó. El vikingo se había enterrado a sí mismo dentro de su cuerpo, hasta la empuñadura. Él la extendió y la llenó.
Y ella compartió su incredulidad.
Él  continuaba  apoyado  con  los  brazos  extendidos  sobre  ella.  Una  vez  que  su mandíbula dejó de apretarse, susurró: —Te sientes tan bien, Serena. ¿Te estoy haciendo daño?
—No —susurró, y sus pliegues internos se movieron, al parecer satisfechos por el cumplido. Para su sorpresa, él se hizo aún más grande dentro de su cuerpo, que se ajustó para adaptarse a él.
—Es tan bueno, tan bueno —susurró él.
—Tú también te sientes bien —admitió ella.
Él le sonrió, una maravillosa muestra de dientes blancos y pura satisfacción masculina.
—Gracias —susurró contra su boca en un beso fugaz antes de comenzar el asunto serio del apareamiento.
— ¿Es  hora  de  empezar  a  decir  el  Padre  Nuestro?  —bromeó,  intentando  restarle importancia a una situación abrumadora.
—Ni se te ocurra. —Se atragantó con su propia risa cuando comenzó con su primer empuje, afuera y después adentro con una lentitud exasperante.
Ella dobló las rodillas intuitivamente, sabiendo que iba a aumentar el placer y le daría mayor acceso. Con cada uno de sus movimientos largos, ella gimió, tirando los brazos sobre su cabeza con desenfreno. Él jugaba con ella como la criatura sexual en la que se había convertido, diciéndole lo que le gustaba, preguntándole lo que le gustaba, tomando sus caderas con la mano para enseñarle el ritmo, y todo el tiempo adentrándose en ella con estocadas prolongadas de lo que se sentía como mármol caliente.
Esto tenía que ser el secreto mejor guardado entre todas las mujeres.
¿Todos los hombres tenían este talento para llevar a una mujer hasta la cima? ¿O sólo los vikingos? ¿O sólo este vikingo en particular? Cualquiera que fuera el caso, Serena no era tan tonta como para no reconocer la buena fortuna cuando la golpeaba en la cara... más bien, la golpeaba en la... bueno, ahí.
Darién no podía creer su buena fortuna.
La mujer era desenfrenada y sin inhibiciones. Con los brazos sobre su cabeza con abandono. Las piernas envueltas alrededor de sus caderas. ¿Cuándo había ocurrido todo eso? Las caderas ondulantes con el ritmo que le había enseñado hace unos momentos. ¡Sí que aprendía rápido! Y sus pliegues internos abriéndose y cerrándose alrededor de su dureza. Eso es algo que yo no le enseñé. ¡Bruja astuta! ¿Quién habría pensado que la dama se tomaría esto con tanto entusiasmo?
Por supuesto, él tenía una historia de suerte con las mujeres, en gran parte debido a sus talentos en las artes seductoras y algunas dotaciones naturales dadas por Dios. Sin embargo, no podía dejar de pensar que Serena había estado ardiendo sobre las brasas eróticas durante mucho tiempo, a la espera del hombre adecuado.
Sus penetraciones eran tan profundas que apenas podía contenerse, especialmente porque  ella  se  ondulaba  continuamente  alrededor  suyo.  Los  empujones  cortos  se acercaban rápidamente. Demasiado pronto, pero no lo suficientemente pronto.
— ¿Por qué tienes la mandíbula apretada? —Preguntó ella con una voz extrañamente herida—. ¿Estoy haciendo algo mal?
—No, Serena. Mi mandíbula está apretada porque estás haciendo las cosas demasiado bien —se ahogó en una carcajada.
—Bien —dijo ella.
—Bruja —respondió el.
Ella puso las manos sobre sus hombros, atrayéndolo hacia su cuerpo. Entonces ella hizo la cosa más increíble. Frotó los pechos de un lado al otro sobre los pelos de su pecho, y podría haber jurado que ronroneó.
Sonrió. Dos podían jugar a este juego de burlas. Desenrolló sus piernas de sus caderas y le agarró los tobillos. Los empujó hacia arriba y hacia afuera para que quedara aún más expuesta a él. Y su profunda penetración, se adentró más en su cuerpo.
Ella intentó moverse debajo de él, pero él se mantuvo inmóvil hasta que sintió que ella se acercaba a su cima —primero unos apretones suaves, luego espasmos feroces que se volvían más feroces.
Un  largo,  largo  lamento  quejumbroso  salió  de  sus  labios  entreabiertos.  Sus  ojos miraban hacia él, fuera de foco. Sólo cuando ella pasó su primera cima, él empezó a dar empujones cortos. Duro, duro, duro, él la golpeó, sabiendo que ella podría soportar la paliza erótica.
Sus gemidos se mezclaron con los de ella. El deseo rugía como una cascada en sus oídos. Él había sido el agresor, pero la bruja que le clavó las uñas en los hombros lo estaba consumiendo  con  su  éxtasis.  Su  erección  se  hizo  tan  enorme  —cosa  de  sueños  de infancia— que temía que los ojos estuvieran rodando en su cabeza. Los suaves sonidos de ella lo catapultaron aún más lejos. Echó la cabeza hacia atrás y aulló con la gran alegría de los sentimientos que lo inundaban. Cuando finalmente llegó con un rugido de júbilo y derramó su semilla dentro de ella, estaba tan atontado e incoherente como ella.
Darién había comenzado este día con la intención de "torturar" a la bruja, pero ahora se preguntaba si no habría resultado atrapado en su propio instrumento de tortura.
Minutos  más  tarde,  Serena  todavía  estaba  aturdida.  El  vikingo,  pesado  como un caballo, estaba reclinado sobre ella, respirando pesadamente contra su oído. En realidad, no podía quejarse. El troll le había dado más placer físico de lo que había experimentado, en conjunto, en toda su vida.
Aun así, se había rendido y revelado más de sí misma a este hombre de lo que debería.
No es que hubiera tenido elección. ¿Quién sabe lo que haría con esa información peligrosa?
—Muévete, zoquete —exigió ella, empujándolo por los hombros—. Y deja de roncar en mi oído.
Darién levantó la cabeza y la miró fijamente. Dios mío, ¿eso era un mordisco en su hombro?
—No  estaba  durmiendo  —dijo,  riéndose  bajo  su  barbilla—.  Sólo  me  estaba recuperando. —Se dio la vuelta sobre su costado y levantó una de sus piernas por encima de la suya, como si quisiera mantener el contacto íntimo.
¡Por el pecado de Santa Magdalena! Ella no necesitaba ningún recordatorio de que su miembro masculino seguía enterrado dentro de ella, aunque ahora en reposo. ¿Estaba esperando para reagruparse, o había olvidado quitarlo? ¡Pregunta tonta! El patán casi estaba regodeándose de satisfacción. No se había olvidado de nada.
Todo esto era nuevo para Serena. Sus tres maridos habían sido rápidos para soltarla después del acoplamiento. Pero no había comparación entre los rápidos empujones que sus tres maridos habían realizado en ella con sus mechas flácidas y el evento espectacular que acababa de presenciar. No, tenía que ser sincera... el evento espectacular en el que acababa de participar.
—Estás sonriendo, Serena —señaló Darién.
—Te estás regodeando —respondió ella.
—Estoy feliz. —Esperó a que ella le preguntara por qué. Cuando no lo hizo, él se rió entre dientes y continuó de todos modos—. Porque he sido encamado por la mujer más sensual de toda Inglaterra... infiernos, de toda Noruega y el resto del mundo civilizado.
—Yo no te encamé —afirmó indignada—. Tú me encamaste.
Esa respuesta pareció agradarle.
—Bueno, muévete... Ahora que has tenido tu placer, bien podría irme a hacer jabón.
—Soñar no cuesta nada, brujilla. No vas a dejar esta recámara a menos que te dé permiso. Y te  aseguro que falta mucho tiempo para eso.
Ella cerró los ojos por un breve instante, rezando para pedir fuerza. ¿Sería capaz de resistir el encanto de este pícaro si la "agredía" de nuevo?
—Gracias —susurró él con voz ronca, pasando la yema del pulgar por el labio inferior de Serena.
— ¿Por qué? —El perro astuto está tramando algo.
—Por darme más placer del que jamás haya recibido durante el acoplamiento—. Rozó sus labios con los de ella. Ella sintió el beso por todo el camino hasta sus pies, y ese lugar mortificantemente húmedo en el medio.
—Probablemente se lo dices a todas las mujeres.
Él le paso un dedo juguetonamente desde el lado de la cadera al lado de uno de sus pechos.
—No, nunca lo había dicho antes. —Su atención se centró en el pecho que estaba estudiando mientras lo empujaba hacia arriba desde la parte inferior, luego, lo ahuecó perfectamente en la palma de su gran mano—. ¿Te he dicho lo mucho que me gustan tus pezones?
—Alrededor de dos docenas de veces. Deja de tocarlos. —Le alejó la mano de un manotazo.
—Puedes tocar los míos —le ofreció generosamente.
Ella tuvo que reírse de su falsa generosidad. Pero entonces se preguntó en voz alta  — ¿Se siente... eh, lo mismo, cuando se tocan los pezones de un hombre como los de una mujer? —Su rostro ardía al formular una pregunta tan íntima.
— ¿Te refieres a bien?
—Olvídalo.
—Prueba y verás —la urgió, tomando una de sus manos y colocándola sobre su pecho.
Cuando le rozó los planos pezones masculinos con sus dedos, sintió saltar a esa parte de él todavía dentro de ella.
—Más —pidió él.
Ella experimentó con diferentes toques sobre él. Parecía que a él le gustaban todos, especialmente cuando le pasó la uña. La evidencia de su éxito volvió a la vida dentro de ella.  La  prueba  final  fue  cuando  ella  se  inclinó  y  lamió  un  pezón  antes  succionarlo húmedamente. Él soltó un gemido y rodó sobre su espalda, llevándola con él. Para su sorpresa, se encontró empalmada a horcajadas sobre el hombre.
— ¡Oh, Dios! —jadeó ella.
— ¡Oh, Dios! —repitió él.
Estoy sentada completamente desnuda, ensartada en el miembro de un vikingo —pensó. Luego sonrió—. ¿Tú te inventaste este truco? ¿O todos los hombres saben sobre esto?
—Yo soy el único. —Luego le guiñó el ojo.
—No pienses que porque te dejo hacer estas cosas me agradas —declaró, esperando poder  establecer  un  poco  de  orgullo  en  esta  situación  falta  de  orgullo  en  la  que  se encontraba.
— ¿Dejarme? —Pero luego le dijo —Tú tampoco me agradas demasiado, Serena.  —Pero me gusta como haces el amor —admitió.
—Eso  es  suficiente  para  mí  —dijo  con  una  sonrisa—.  Por  cierto,  ¿sabes  montar, milady?
— ¿Caballos?
—No. Vikingos.
Resultó que sí podía. 

el vikingo hechizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora