Dos días después, Serena todavía estaba en la cama de Darién.
Oh, él la había llevado al cuarto de baño por la noche cuando todo el mundo dormía, y al retrete cuando la naturaleza llamaba. Pero sobre todo, la había mantenido bajo llave, con Girta dejando ropa de cama y comida, afuera de la puerta cerrada varias veces al día.
Serena nunca podría mirar a la cara a la mujer vikinga de nuevo. O a cualquier otra persona en la casa.
Lo peor de todo era que los hombres de Darién habían regresado de la cacería esa mañana, pero él se negó a salir de su habitación, ni siquiera cuando Sammy llamó a la puerta.
—Ven acá, Darién. Tienes que ver el juego que trajimos de la caza antes de que se dañe.
—Más tarde —había murmurado Darién. Su cara ardía en ese momento al pensar en lo que había estado haciendo con ella en ese momento. Envolvía aceites con aroma floral y una piedra para el ombligo.
Tampoco Darién se movió cuando Nepherite había venido preguntando.
— ¿Estás vivo, Darién? ¿O azul? ¿La bruja te ha atrapado de forma tan segura que no te puedes escapar? ¿Debo romper la puerta?
La única respuesta de Darién a Nepherite había sido un insulto y el comentario: — ¡Lárgate! —En ese momento, había estado intentando persuadirla (él era un experto en eso) para intentar una nueva posición... algo relacionado con un mejor acceso a un lugar secreto erótico vikingo en su cuerpo. En efecto era un lugar muy interesante.
Incluso Alan, que ahora recitaba una nueva saga en el pasillo, no convenció al vikingo:
Vino una bruja con un talento para el trenzado.
Vino un vikingo con mucha disposición.
Ella lo superó con un trenzado de silla.
Pero algunos dicen que obtuvo su pago.
Al trenzar su cabello virginal.
Esta es la historia del trenzado.
— ¡Dios mío! Sí que es malo —observó Serena.
—Sí —estuvo de acuerdo Darién, seguido rápidamente por— Hmmm. —Al parecer, se había inspirado— ¡el hombre se inspiraba demasiado!— a partir de la saga de Alan y estaba ocupado tratando de trenzar el pelo virginal. Lo cual era una tarea imposible. Y le tomó mucho tiempo. Al final no tuvo éxito, sus dedos eran demasiado grandes y torpes y... bueno, era una tarea imposible... pero ambos se divirtieron con el intento, acompañado de una gran cantidad de risas. Y gemidos.
— ¿Son gemidos lo que oigo ahí adentro? —preguntó Sammy, otra vez de regreso, obviamente presionando su oreja contra la puerta. ¿Cuánto tiempo había estado allí? Tal vez nunca se hubiera ido.
—Mejor que vengas pronto, Darién —aconsejó, riendo a carcajadas—, Alan acaba de brincar escaleras abajo —bueno, tal vez no brincó—más como obstruyó. Y no recuerdo sus palabras exactas, pero creo que está haciendo una saga acerca de cómo hacer gruñir a un vikingo. Su título es Cuando los vikingos gruñen y las brujas gimen. ¿Sabes lo que quiere decir?
Ambos gimieron y gruñeron juntos.
—Ten cuidado de que la bruja no te vuelva añicos la polla —intervino Nepherite ¡Santo cielo! Los dos debían estar de pie con las orejas pegadas a la puerta—. Yo supe de una bruja que podía hacer eso. No la bruja que me pinto de azul. Otra bruja.
—Conoces un montón de brujas —comentó Darién secamente.
Entonces Nepherite se dirigió a Sammy.
—Todavía digo que deberíamos traer un tronco y tirar la puerta.
—Nah —dijo Sammy—. Déjalos seguir rechinando. Darién no ha rechinado lo suficiente últimamente.
—Ya le enseñaré a ese mocoso —se quejó Darién, levantándose de la cama y corriendo a abrir la puerta. Sin pudor alguno, quedó de pie en la puerta entreabierta, completamente desnudo, y le gritó al marido de Girta —Red Gunn, trae una tina de baño y agua caliente aquí. Mi señora ha trabajado mucho y apesta. Sólo bromeo —le dijo a Serena, cuya desnudez, afortunadamente, quedaba oculta a la vista por su gran cuerpo. Luego añadió más a su humillación al gritarle a Red Gunn otra vez— Asegúrate de que sea la bañera... la que es suficientemente grande para dos personas.
Las risas provenientes del gran salón debían venir de docenas de hombres, por su volumen.
— ¡Darién! ¿Eso son arañazos y marcas de mordeduras en todo tu cuerpo? —Preguntó Sammy—. ¡Oh, qué vergüenza! Mira eso, Nepherite. Mis ojos me engañan, ¿o esas son marcas de dedos, en el miembro de Darién? —Para Darién, añadió— ¿Te duele?
—Te dije que era una bruja, ¿pero alguien me creyó? ¡No! —Nepherite resopló con disgusto—. Sin duda esas marcas de dedos se volverán azules. Azules, te digo, Darién.
¡Azules!
— ¿Por qué no vas a curar a alguien, curador? —Sugirió Darién con un bostezo—. Y Nepherite, mejor que vayas a revisar tu propio miembro, pues ahora estoy convencido de que la bruja tiene impresionantes... eh, poderes.
Un gorgoteo fue la única respuesta de Nepherite. Ella apostaría a que estaba revisando el interior de su taparrabos.
—Es cierto que soy un sanador maestro —se jactó Sammy—. ¿Es posible que Serena esté cubierta con tantos moretones como tú? Tal vez deberías dejarme entrar a revisar. No es bueno dejar que estas cosas se infecten.
Darién se rió y cerró la puerta en sus caras.
Serena iba a matar al zoquete. El problema era que no podía moverse. Estaba boca abajo contra el colchón —saciada y adolorida en algunos lugares importantes. Y, sí, estaba cubierta de moretones, todos gracias al entusiasmo de su ejercicio, no de algún dolor intencional por parte de Darién. Incluso el aire que tocaba su piel sobre estimulada se sentía como una caricia.
—Es hora de levantarse, brujilla —dijo Darién, poniéndose un par de braies—. Ven. Desayunemos rápido y hagamos las labores del día. —Falsas promesas que haces, vikingo. Me parece que dijiste eso mismo hace dos días.
—Entonces imitó su voz profunda— Es hora de levantarse, brujilla.
— ¿Te estás burlando de mí? —preguntó con una carcajada.
Antes de que su cerebro difuso pudiera pensar en una respuesta, una pluma le cosquilleó la parte posterior de sus rodillas. Ella se sentó de golpe. No había forma de que pudiera soportar otra de sus torturas de plumas, aunque tenía que admitir que había invertido la tortura en él una o dos veces anoche. ¿O fue la noche anterior?
Él estaba apoyado contra el poste inferior de la cama, los brazos cruzados sobre su pecho desnudo. Sus ojos recorrieron su cuerpo desnudo muy lentamente —un hábito irritante al que se había acostumbrado. Ella no se ocultaba a sí misma en la modestia, habiendo aprendido que él no se lo permitiría. Además ahora no se avergonzaba de su cuerpo. Darién había tenido éxito en una cosa, por lo menos, hacer que se sintiera hermosa.
Bueno, él había tenido éxito en muchas cosas, pero no todas ellas recomendables.
—Tienes moretones —observó con preocupación, dando un paso hacia delante para recorrer con los nudillos la parte superior de uno de sus pechos—. No era mi intención hacerte daño así.
“Así”, siendo la palabra clave, pensó Serena. Ella aceptaba que él hablaba de dolor físico, pero desde luego, no le importaba si estaba herida de otras maneras. Estaba empezando a sospechar que ese día la había mantenido en la recámara por demasiado tiempo, aun a sabiendas de que él era necesario abajo, para demostrarle algo a ella, a sus soldados y a todo su pueblo. Su estatus era ser una esclava de ahora en adelante. Oh, no una esclava del castillo o fregona. No, él tenía algo más repugnante en mente. ¿Cómo lo había llamado? Una esclava de amor. Sí, él estaba estableciendo su condición firmemente para que todos la vieran. Su puta personal.
Y eso le dolía a Serena más que cualquier golpe.
La sospecha se reforzó un poco más tarde, cuando ambos habían terminado de bañarse y Darién le dio la última de las cajas de regalo.
—No —dijo ella, sacudiendo la cabeza con vehemencia, a sabiendas de su contenido incluso antes de presionar el pestillo y que la seda roja de la ropa de harén se esparciera.
—Sí, Serena. Vas a ponértelo.
—Hay muchas cosas que puedes hacerme hacer, vikingo. Ésta no es una de ellas. Me mataré antes de desfilar en ese escaso vestuario para que todos vean. Créeme cuando digo eso. Prefiero la muerte antes que la humillación pública.
—Usarás la vestimenta, pero sólo para mí.
— ¿Qr08;qué quieres decir?
—Vas a llevar el traje sólo para mí en nuestra recámara…
¿Nuestra recámara? Los vellos se le pusieron de punta. Así que este encierro íntimo con el vikingo iba a continuar? ¿Durante todo el invierno? ¡Oh, Dios mío! —pensó—. ¡Oh, Dios mío!
—…Y lo llevarás puesto cuando bajes, pero debajo de tu vestido.
Ella arqueó una ceja con pregunta.
—Yo sabré que está ahí. —Su voz se volvió ronca.
Poco tiempo después estaba vestida con esa ropa escandalosa que empujaba sus pechos hacia arriba y les daba la apariencia de mayor tamaño. Grandes cantidades de piel quedaron al descubierto, sus hombros y abdomen e incluso más piel era visible a través de la tela casi transparente. Lo peor de todo era que la única manera de que pudiera evitar el tintineo de las campanillas era dando pasos pequeños, como un esclavo humilde. Ella parpadeó varias veces para contener las lágrimas que amenazaban con escapar.
—Te voy a odiar por esto, Darién —declaró en voz baja—. Creo que estaba empezando a amarte un poco... tonta que soy, pero ahora…
— ¿Amor? —Se burló con horror—. Nunca te pedí tu amor. Y tampoco lo quiero.
Ella vio un destello de arrepentimiento en sus ojos y supo que había mentido. Pero ya era demasiado tarde. La suerte estaba echada.
Pasaron los días, y no estuvieron tan mal para Serena.
Aun así, el orgullo de Serena no podía reconciliarse con su posición menos que honorable en Dragonstead. Peleaba por todo con Darién, incluso en las solicitudes razonables que él le hacía, como la reparación de una túnica favorita o recortarle el pelo demasiado largo. Y ella se sentía ofendida por el menor insulto.
En este momento ella se negaba a hablar con el troll porque no la había presentado, al principio, a un jarl vikingo visitante que había pasado por la tarde en un trineo guiado por caballos en su camino a una granja de renos que poseía. Darién había estado confundido por sus sentimientos de ser despreciada.
—Jorund es un patán grosero —le había explicado, tratando de defenderse—. Yo estaba tratando de proteger tus sensibilidades.
—Una buena excusa. —Olfateó indignada y le dio un manotazo en la mano apaciguadora que le había puesto en el brazo.
— ¿Por qué querrías conocer a otro patán? ¿No soy lo suficientemente patán para ti? —había bromeado él.
—Te olvidaste de que estaba ahí.
Entonces él había sonreído avergonzado.
— ¿Es eso un pecado tan grande?
No, no lo era. Pero era parte de un patrón que molestaba enormemente a Serena. Un patrón que le decía que ella era una pequeña parte de su vida, y una menos que honorable.
— ¿Por qué luchas así contra tu destino? —le preguntó Sammy ahora.
—Porque me niego a que sea mi destino.
Ella y Sammy estaban sentados frente a una chimenea en el gran salón después de la cena. Decenas de personas estaban sentadas en grupos frente a otras chimeneas, bebiendo, conversando, jugando dados. Una escena que le recordaba a las que tenían lugar en las casas nobles sajonas con las que estaba familiarizada.
—Él te trata casi como la dueña de su castillo —sostuvo Sammy mientras la miraba examinar la pobre lana que había encontrado en los almacenes de Darién. No estaba ni cerca de la calidad de su propia piel de las ovejas, pero aun así la estaba cardando, girándola y agitándola... una tarea familiar que le daba consuelo. Ella usaría la lana acabada para la ropa de los sirvientes.
Serena le dirigió una mirada escéptica a Sammy al considerar sus palabras. ¿Dueña del castillo de Darién?
—En todos los sentidos, excepto por uno —señaló.
Sammy arqueó una ceja.
—Esa excepción es cuando me toma de la mano y me lleva perentoriamente a su dormitorio con clara intención sexual. —Era extraño que se sintiera cómoda hablando de estos temas con este joven que se había convertido en su amigo, pero ella estaba tan frustrada que tenía que dar rienda suelta a su furia de alguna forma.
Sammy sonrió ante su franca confesión, claramente pensando Darién no era un mal tipo.
—Sucede a menudo.
Si lo que pretendía hacer era que se sintiera mejor, estaba muy equivocado.
—A Darién no le importa si es mediodía y si estoy ayudando a Girta con los menús del día, o por la tarde y estoy ayudando a Bodhil a batir la mantequilla, o por la noche antes del fuego de la chimenea en el gran salón. El hombre es... insaciable.
—Serena, Serena, Serena —dijo Sammy, riendo a carcajadas—. Hay mujeres que considerarían tales demandas por su compañía como un cumplido. Tal vez haces muy buen trabajo dándole placer en la cama.
—Oh, es que no lo entiendes. Él no me da otra opción.
—Una esposa tampoco la tendría —señaló.
—Esposa, ¿quién ha hablado de una esposa?
Sammy frunció el ceño.
—Pensé que estábamos discutiendo la diferencia del respeto dado a una amante, en comparación con una esposa. —Él la miró con atención—. ¿Cuál es la verdadera razón de tus quejas?
Ella respiró hondo.
—Darién hace que su alegría por nuestro acoplamiento sea demasiado evidente —reveló. Era una cosa muy personal para confesarle a un simple amigo, pero no tenía a nadie más que fuera capaz de aconsejarle—. Él me desea con un hambre insaciable y no le importa que todo el mundo lo sepa.
Es por eso que se sentía como una simple compañera de cama, en lugar de una respetada compañera de vida. No es que ella quisiera ese tipo de relación permanente con el vikingo. Al menos, no pensaba que quería eso. Pero sin duda, un hombre no miraría a su esposa tan lascivamente todo el tiempo, sobre todo cuando ella caminaba rápido, haciendo que una de sus campanas tintineara. Tampoco un marido normal, sentiría la necesidad de tocar a su esposa sin cesar, ya sea de paso, con una suave caricia en su cabello, o agredirla con un abrazo repentino.
La boca de Sammy se abrió. Aunque esta vez no se rió. En cambio, sacudió la cabeza con incredulidad y le tomó ambas manos entre las suyas.
—Serena, querida, lo que describes es una bendición para una mujer. Un hombre que ama a una mujer más allá de toda razón.
— ¡Oh, no, no, no! Yo no he dicho nada acerca de amor.
Él se encogió de hombros.
—Sé que soy joven, pero estoy bien viajado, y puedo decirte que Dios te ha dejado un regalo en las manos. Puedes hacerlo a un lado o tratarlo con cuidado. Tal vez no sea precisamente amor, ¿pero quién sabe lo que podría ser? Darién es un buen hombre, Serena.
Mira más allá de sus acciones.
—El hombre es un troll —argumentó.
—Algunos dicen que tú eres una bruja —respondió él—. Trol, bruja, vikingo, sajón, hombre, mujer... son sólo palabras.
Sammy se marchó entonces, dejándola con su hilado. Ella usó el tiempo para reflexionar sobre las palabras de Sammy y sus propias sospechas insignificantes. Al final, llegó a una conclusión alarmante. Que Dios me ayude, pero lo amo. Cómo había ocurrido esa situación desastrosa, no podía decirlo. La respuesta más simple podría ser que el patán le había dado increíble placer sexual. O que era extremadamente guapo, sobre todo cuando sonreía o le guiñaba el ojo. O que sus bromas pícaras en realidad le traían alegría. Pero la verdad era que él la conmovía de la forma más elemental. Había un lazo invisible que los conectaba que parecía tener una forma casi mística.
¿Era posible que fuera destino, o algún un ser celestial los había destinado a estar juntos? ¿Quería Dios que domara al vikingo salvaje? Ahora, esa era una perspectiva desalentadora, pensó con una risa silenciosa. Y divertida, de verdad, pensar que el Dios bendito usaría el miembro torcido de un rey vikingo para llevar a cabo sus deseos para ella.
No tuvo más tiempo para reflexionar sobre su destino, porque la pesadilla de su vida llegó... bueno, la otra pesadilla de su vida. Nepherite. Se dejó caer en un banco cerca de ella, con los codos apoyados en las rodillas extendidas, y mirando con tristeza hacia el fuego.
— ¿Y ahora qué? —preguntó finalmente—. La pomada con estiércol de pollo que sugerí para quitar tu marca azul no funcionó? Olvídalo. Puedo ver que no lo hizo.
Él le lanzó una mirada de soslayo.
—No soy tan tonto como crees.
—Nadie lo es. —Ella lo pensó un momento—. No me digas, déjame adivinar. Has agotado la existencia de todas las mujeres de todo Trondelag para atraerlas a tu cama de pieles.
Sus labios se curvaron de mala gana, y ella tuvo que admitir que tenía virilidad, si ella fuera el tipo de mujer atraída por su particular forma de arrogancia.
—Quedan unas pocas, pero esas son viejas brujas... no vale la pena hacer el esfuerzo.
—Podrías empezar de nuevo.
—Sí, podría.
— ¿Así que esa no es la fuente de tu mal humor? ¿Podría ser que tu parte favorita se ha marchitado y muerto por el uso excesivo?
— ¡Suficiente! —dijo él. Después de varios momentos le reveló su dilema—. Necesito tu ayuda.
Ohr08;oh.
—La gente está comenzando a creer que no eres una bruja.
— ¿Y eso es un problema?
—Sí, lo es. Ya nadie quiere comprar mis cruces y mi agua bendita. Tienes que hacer más cosas de brujas, Serena.
Al principio, ella sólo lo miró boquiabierta por la sorpresa.
— ¿Ya no crees que soy una bruja?
—Nah. Bueno, al menos, no todos los días. Vamos, Serena. No sería nada actuar como bruja a veces.
Ella soltó una carcajada.
—No es divertido. ¿No podrías menear los dedos hacia las partes íntimas de otros hombres de vez en cuando? ¿No puedes pretender hervir un caldero de alas de murciélago y ojos de serpiente? ¿O —le sonrió— bailar desnuda en el bosque?
—Eres imposible —afirmó ella y luego lo despachó, gruñendo con la insatisfacción.
Se estaba haciendo tarde. Decidiendo poner fin a sus tareas de la noche, puso sus materiales de hilado dentro de una amplia canasta y levantó la mirada sólo para ver a Darién mirándola desde el otro lado del pasillo. El brillo ardiente habitual en sus ojos zafiro encendió una chispa en ella, la cual ella intentó resistir, a pesar de que un fuego sexual se encendió de inmediato en su vientre.
Él movió un dedo hacia ella.
Ella se sentó rígidamente. La arrogancia del hombre, ordenándome que vaya a él. Yo le enseñaré. Serena movió el dedo hacia él, pensando en despertar algún tipo de reacción adversa.
En cambio, Darién sonrió y fue hacia ella de inmediato. ¿Cómo podía odiar a un hombre que podía ser tan exigente en un instante y estar dispuesto a ceder al siguiente? Al parecer, no le importaba quien hiciera el acercamiento, si él o ella.
Cuando se acercó a ella, la tomó por los brazos y la ayudó a levantarse. Ella sintió el calor de su cuerpo y más aún el calor de su necesidad por ella. Era un afrodisíaco embriagante, ser deseada con tanta intensidad por un hombre tan viril. Tal vez por ahora eso era suficiente.
—Te extrañé, cariño —murmuró.
— ¿Cariño? Yo también te extrañé, troll —admitió ella.
Él sonrió ampliamente, una demostración abierta de gratitud por su sencilla concesión... una sonrisa que hacía que sus dedos se doblaran y su corazón se expandiera con alegría.
Sí, es suficiente por ahora.
Entonces él le pellizcó el trasero juguetonamente mientras se dirigían a la escalera y le susurró al oído: —Te he dicho sobre un juego de cama que acabo de recordar? Se llama “La lanza llameante”.
Ella se tropezó y luego se enderezó, haciendo tintinear sus campanillas. Fulminó con la mirada al zoquete sonriente.
Por otro lado...
Fue la mejor temporada de Yule que Dragonstead jamás había presenciado, y todo gracias a Serena.
Con gran satisfacción, Darién miró su gran salón adornado con acebo y ramas de hojas perenne, decoraciones más parecidas a las casas sajonas que a las vikingas. Pero a su gente parecía gustarle. En verdad, su propiedad había sido llevada bien por años, incluso en su ausencia, pero Serena había ido un paso más allá y convirtió su castillo en un hogar.
Un peligroso, peligroso giro de los acontecimientos. Uno en el que no podía pensar.
Mejor desviar su mente hacia la alegría a su alrededor.
Los vikingos le daban la bienvenida a cualquier excusa para festejar. Y era una buena fiesta rara la que Serena había puesto para celebrar la llegada del hijo del Dios cristiano.
Había alimentos sajones y vikingos por igual, y algunos a los que no podría poner ninguna nacionalidad. Pudin de ciruela y pudin de Yorkshire, el cual no era en realidad un pudin, sino un pan cocido en jugo de carne asada. Él había insistido con horror exagerado en que no se sirviera pollo, aunque sí tenían muchos huevos hervidos salpicados con raras especias orientales. Sin duda, Serena haría que todo el mundo se hastiara de huevos de gallina como lo había hecho con el caldo de pollo. También había abundancia de las salchichas de cerdo y quesos suaves preferidos de los vikingos... algo necesario en cualquier fiesta. Pero ni un poco de gammelost estaba a la vista, notó con una sonrisa. Su Serena no permitiría eso.
Darién detuvo sus divagaciones mentales en ese pensamiento inquietante. ¿Cuándo empecé a pensar en Serena como mía?
Por mucha alegría que hubiera en su corazón en estos días, también había disturbios.
Se sentía como si estuviera atrapado en un torbellino y no podía escapar de sus emociones arremolinadas. La única solución era esperar que pasara la tormenta y ver lo que había sucedido una vez que las aguas se calmaran.
No es que él tuviera la intención de echar el ancla con cualquier mujer. Ni siquiera con Serena. Además, ella probablemente tomaría el ancla en su hombro y la echaría en su propio destino en Northumbria.
Lo que estaban compartiendo era solamente un interludio. Uno agradable. Pero eso era todo lo que era, o podría llegar a ser.
Sabía que Jaideite y Patzite no podían entender su resistencia al amor y el matrimonio, ni siquiera a una amante a largo plazo. Pero las profundas heridas que tenía en el alma desde que era un niño y las defensas que había levantado como resultado ahora formaban parte de su propia naturaleza.
Incrustadas en su cerebro estaban imágenes desagradables de sí mismo: como un niño necesitado y patético buscando en cada transeúnte el rostro de su madre; como un joven de pie en una carretera, o un muelle, despidiéndose de nuevo de su padre, y después de pie a su lado cuando murió demasiado joven por heridas de guerra; como un niño de ocho años destrozado cuando su hermano Jaideite se fue a la corte del rey Athelstan; sin mencionar la desaparición de su madrastra, Rubí; y luego, finalmente, la pérdida de sus abuelos, Dar y And, en Ravenshire.
Oh, sabía que había muchos que habían sufrido tanto o más que él. Su propio hermano, Jaideite, por ejemplo, al que Ivar el Terrible le había cortado un dedo cuando era niño, el mismo villano que había matado a su padre. Pero Jaideite era mitad sajón, un pájaro totalmente diferente. Además, él había sido un par de años mayor que Darién y ciertamente más maduro cuando todos estos eventos habían tenido lugar.
Siendo un joven vikingo hasta la médula, Darién había aprendido a sobrellevar sus heridas mediante la construcción de un muro invisible a su alrededor. Un hombre —o un niño— no podía ser herido si no le importaba nada.
Excepto...
Darién miró a su lado y vio a Serena, cuya atención había sido capturada por la saga que Alan estaba diciendo. Ya le había aconsejado al escaldo gigante, con la amenaza de cortarle la lengua, que no habría sagas o poemas sobre Darién “el Grande” en esta fiesta. Así que Alan estaba contándole a los presentes la historia del abuelo paterno de Darién, Harald “Cabellera Hermosa”.
Serena lo miró y sonrió.
—Tu abuelo era un gran hombre. Todas esas esposas y amantes. Y, bendito cielo, veintidós hijos y un número comparable de hijas.
—El sarcasmo no te queda, moza —gruñó.
Ella se echó a reír alegremente, algo que rara vez hacía.
—Tú compartes su sangre vikinga. ¿También compartes su naturaleza?
—Nah. Como bien sabes, yo no tengo ni siquiera una esposa y solamente una amante por el momento. —De inmediato se arrepintió de sus palabras precipitadas cuando vio el rápido destello de dolor en su rostro. Sabía que no le gustaba ser designada como una simple amante. ¿Estaría más complacida de ser llamada la esposa de un vikingo pagano?
¡Aaarrgh! ¿De dónde salió ese pensamiento traicionero?
—Algunos dicen que el rey Harald fue inspirado a la grandeza por las burlas de Gyda, hija del rey de Hordaland —Alan estaba relatando—. Gyda era una moza ambiciosa, y ella se negó a casarse con Harald hasta que gobernara toda Noruega. Así que Harald hizo un solemne juramento: No se peinaría o cortaría el pelo hasta que se hubiera ganado toda Noruega y la parte de Gyda. Diez años le tomó a Harald para lograr sus metas. Después de eso, el hombre conocido como Harald “pelo de Trapero”, fue conocido como Harald “Cabellera Hermosa”. Y un conjunto más fino de trenzas jamás fue observado en todas las tierras nórdicas. Además, algunos dicen que una gran cantidad de sexo tuvo lugar ese día en la recámara de Gyda, una vez que se rindió a las grandes hazañas de Harald. Esta es la saga de Harald “Cabellera Hermosa”.
— ¿Alguna vez conociste a tu abuelo? —preguntó Serena, acercándose a la mesa para beber vino de la copa de Darién. El vino era de su colección privada, que había intercambiado en Renania el año pasado y estaba reservado para ocasiones especiales. Esta noche se sentía especial.
A él le gustaba la forma en que ella ponía sus labios en la copa en el mismo lugar donde había estado bebiendo. Probablemente era una coincidencia, pero prefirió pensar lo contrario.
— ¿Lo hiciste?
— ¿Qué?
— ¿Conociste a tu abuelo?
—Sí, lo hice. Él vino al castillo del rey Sigtrygg en Jorvik cuando mi padre se estaba muriendo.
Ella inclinó la cabeza, esperando a que revelara más.
—Era un majestuoso hombre viejo, enorme en tamaño, no marchito e inclinado como otros viejos. Su largo pelo se había vuelto completamente blanco para entonces, pero era lujoso de la misma manera, y era mantenido en su lugar por un anillo de oro en su frente.
Llevaba un manto de terciopelo negro bordado con hilos de oro y adornado con piedras preciosas. Es extraño que recuerde esos detalles. —Suspirando profundamente, agregó— Lo vi un par de veces antes de que muriera hace diez años. Era un maestro duro, tanto con sus subordinados, como con su familia. No puedo decir que alguna vez nos amó a cualquiera de nosotros. Aunque, debo admitir que para mi sorpresa, el viejo me traspasó Dragonstead en su lecho de muerte. Era una de sus propiedades menores, pero aun así... —Tal vez era como muchos hombres, incapaces de mostrar su afecto.
—Tal vez. —Se dio la vuelta para dirigirse a Serena directamente—. No son recuerdos agradables, Serena. ¿Por qué tanta curiosidad?
—Sólo quiero saber más de ti.
Sintió una opresión en la garganta al escuchar sus palabras. Ella estaba empezando a interesarse por él, al igual que él por ella. Mejor ponerle fin a esas tonterías.
—La única cosa que necesitas saber de mí está entre mis piernas —dijo con crudeza.
Ella echó la cabeza hacia atrás como si la hubiera abofeteado.
La culpa tiró de su conciencia, pero la empujó a un lado.
Al menos no lo estaba mirando con preocupación.
Sin embargo, no pudo mantenerse alejado de ella por mucho tiempo. Cuando ella intentó levantarse del banco junto a él, él le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.
— ¿Qué piensas de los planes de matrimonio que abundan en Dragonstead? Bodhil “la Fuerte” y Jostein “el Herrero”? —La pareja había anunciado esa tarde que se casarían antes de la primavera.
Su rígida actitud se relajó.
—Bueno, ya era hora de que Jostein declarara sus intenciones. Ya sabes que casi pierde a Bodhil.
—Sí, y Rapp “del Gran Viento” no está muy feliz por eso, según entiendo. Está abrumado por la melancolía. Míralo allí, en la esquina, sólo, bebiendo hidromiel.
—Está solo porque apesta —señaló Serena con ironía.
Darién se echó a reír.
—Eso también. Dime, Serena, ¿tuviste algo que ver con los planes de boda?
Sus mejillas florecieron con un rubor atractivo.
—Yo simplemente le dije Bodhil que no tenía por qué asentarse. Ella debe ser fuerte y… ¿por qué sonríes satisfecho?
—No satisfecho. Simplemente sonriendo —la corrigió, sujetándola por debajo de la barbilla—. Tú eres tan vehemente en tus sentimientos. Y puede que sea la hora de que seas fuerte con tus hermanos, también.
—No hay nada malo con una mujer que busca lo que quiere.
— ¿Y qué es lo que quieres, Serena?
—Ciertamente no a ti, troll.
Él le jaló el pelo como castigo.
— ¿Ni siquiera si tengo un regalo especial para ti?
—Ese regalo me lo has dado cientos de veces.
—No ése regalo —la reprendió, poniendo un dedo contra sus labios fruncidos.
—Y no quiero nada más en la onda de plumas, aceites, cuerdas o trajes de baile. De por sí mi reputación ya está arruinada por esos regalos escandalosos. No me sorprendería que las noticias sobre ellos ya hayan llegado a la corte del rey Edred de Wessex.
Él le sonrió.
—Tampoco ese tipo de regalos.
Más tarde esa noche, Serena yacía bajo él, saciada, después de hacer el amor de la manera más tierna que jamás hubiera hecho. La ternura que había tenido con ella no había sido porque ella le importara, se dijo. Era sólo que había tenido ganas de un cortejo más suave.
Le pareció oír la risa en su cabeza. Probablemente el travieso Loki burlándose de sus delirios.
Fue entonces cuando le entregó su regalo cristiano.
—Una vez me dijiste que nunca te habían dado un regalo. Entonces toma. —Puso la mano bajo la almohada, en donde había escondido el plano estuche de terciopelo azul, luego lo puso entre sus manos.
—Darién, no necesito regalos. Y ciertamente no un regalo por compasión. Además, no tengo ningún regalo para ti —Ella trató de devolverle la caja sin abrir.
Él insistió en que lo tomara.
—No hay nada de compasión en este regalo. A los vikingos les encanta dar regalos. Acéptalo como lo que es, y nada más. El placer de un hombre.
Ella asintió con la cabeza y comenzó a deshacer el cierre. Estaba sentada en la cama, apoyada contra el cabezal, con las pieles subidas hasta la cintura, dejando al descubierto sus pechos, para placer de él. Él amaba a sus pechos —pequeños, con punta de frambuesa, hinchados por sus últimas atenciones.
— ¡Oh, Darién! —susurró cuando vio el contenido de la caja. Era el collar de ámbar que le había mostrado en Hedeby—. No puedo aceptar esto. —Sus ojos celestes se llenaron de lágrimas y su voz sonaba ahogada por la emoción.
—Sí, puedes y lo harás. —su voz igual de ahogada.
Alejando una lágrima con el dorso de la mano, le recordó
—Tú me dijiste que el comerciante árabe que te lo dio dijo que estaba destinado para una esposa en su noche de bodas, como un amuleto para garantizar la suerte del matrimonio. Ya que tú no tienes la intención de casarte, dijiste que se lo darías a una de las hijas de Jaideite en su boda.
Él se encogió de hombros.
—He cambiado de idea.
— ¿Sobre el matrimonio? —preguntó, con los ojos abiertos por la sorpresa.
— ¡No! —replicó él demasiado rápido y gritando.
Pero ella simplemente sonrió ante su respuesta apasionada.
—No busques significados ocultos en este regalo, Serena. Quería darte algo especial, pero no…
Ella presionó sus dedos contra su boca, deteniendo sus palabras.
—Es especial.
Entonces ella dejó que le pusiera el collar. La gruesa banda de oro encajaba cómodamente alrededor de su delgado cuello, justo por encima de la clavícula. De ahí estaban suspendidas varias piedras de ámbar en forma de lágrima, comenzando con una grande en el centro y que se hacían cada vez más pequeñas hacia los lados, hasta que llegaban a ser del tamaño de pequeñas lágrimas humanas. Ella le recordaba a una magnífica princesa vikinga, vestida así. Una diosa. Las piedras amarillentas resaltaban sus pechos y la cremosidad de su piel. Hacían que sus ojos brillaran con fuego celeste.
—Gracias, Darién —susurró—. Es un regalo que siempre recordaré. Siempre.
Entonces le agradeció siendo esta vez la agresora. E invirtió las tablas también de otras maneras, amándolo de la manera más tierna en su vida. En el proceso, algo precioso pasó entre ellos.
Tal vez el collar de ámbar realmente tenía poderes mágicos.
O tal vez la magia estaba en ellos.

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el vikingo hechizado
FanfictionHechizado, molesto y desconcertado... Incluso los guerreros nórdicos más fuertes tienen días malos. ¡Santo Thor! Las cosas que Darién Chiba tiene que hacer son suficientes para volver loco a un vikingo... capturar a una arpía rubia, acomodar el reb...