—Despierta, brujilla —dijo una voz alegremente a la mañana siguiente.
Serena se hundió más en su lecho de pieles. Girta probablemente quería que la ayudara con la fabricación de jabón que había planeado para hoy. Al parecer, se necesitaba una gran cantidad de jabón para mantener limpios a estos enormes vikingos.
—Es hora de que todos estén levantados y listos —la voz continuó con un tono enloquecedor. Una voz masculina.
Es Darién “el Troll”.
Debe estar planeando alguna travesura para dirigirse a mí en ese tono meloso. Eso, o quiere que le haga algún favor. Bueno, no voy a hacerlo... no importa lo que sea.
Luego otro alarmante hecho se hundió en su cabeza soñolienta. ¡Buen Dios! ¿Es posible que el troll realmente me esté soplando al oído?
Los ojos de Serena se abrieron de golpe para ver un bien afeitado y recién bañado Darién inclinado sobre ella. Su cabello brillante, casi seco, destacaba en un halo sobre su cabeza, hasta sus hombros anchos que estaban cubiertos por una túnica recién lavada. ¡Dios, qué espectáculo para despertarse! ¡San Miguel Arcángel no podría verse mejor! O Lucifer en una misión de maldad.
— ¡Vete! —dijo, y se subió las pieles hasta la barbilla, preguntándose por cuánto tiempo el hombre la había estado observando. La habitación estaba fría, el fuego en la pequeña chimenea se había apagado hasta las cenizas. Gracias a Dios que había decidido usar un camisón de lino para dormir, o el patán habría conseguido una buena vista de sus dotaciones —o la falta de dotación— de lo que había pedido.
¿O era eso lo que pretendía?
Serena se acomodó hasta quedar sentada, manteniéndose cubierta por el lecho de pieles. Había estado durmiendo a pierna suelta en un pequeño dormitorio en el segundo piso de la casa. Por lo general, se despertaba al amanecer, por costumbre, especialmente con el gallo cacareando a esa hora —pero todos los gallos parecían haber desaparecido o haber sido escondidos en Dragonstead. Además, no había podido dormir mucho anoche, después de todas las burlas sexuales de Darién. Mientras bostezaba, se dio cuenta de que era mucho más tarde de lo habitual... Tal vez, incluso casi mediodía. Era difícil saberlo con la forma en que Noruega perdía la luz solar durante la mayor parte de las horas de invierno.
— ¿Qué estás haciendo aquí tan temprano? ¿Y en mi recámara? —se quejó.
—Tenemos un gran día por delante.
— ¿Tenemos? —De repente, una adormilada Serena dejó de estarlo.
—Sí, tenemos. —Él se rió entre dientes—. Ahora, levántate, Serena. Deja de perder el tiempo.
— ¿Qué, vas a ayudarnos a mí y a Girta a hacer jabón?
Él se echó a reír, con un sonido siniestro y gutural de alegría.
Si fuera una mujer fácil, inclinada hacia los hombres con risas profundas y sensuales, podría estar sintiendo un pequeño cosquilleo en la boca del estómago en ese momento.
Menos mal que estaba lejos de ser fácil. De hecho, de repente sintió que estaba más enroscada que una cuerda de marinero.
—No, vamos a hacer algo, pero no será jabón.
—Deja de hablar con acertijos. Estoy cansada hasta la muerte de tus burlas constantes. Y, francamente, ya que estamos en el tema de las burlas, yo no aprecio mucho tus besos pegajosos tampoco.
—Yo creo que pegajoso es bueno cuando se trata de besar. Y ayer parecías apreciar mis besos en el pasillo, y en la nieve, además de los de Hedeby. —Se tocó la barbilla pensativamente—. ¿O era otra moza la que estaba lamiendo mis dientes de atrás?
—Eres muy poco caballeroso al recordarme mis deslices de cordura, pero te diré…
— ¿Deslices de cordura? —gritó—. Esta es la primera vez que he oído a alguien llamar así a la excitación.
— ¿Excitación? Ooooh, ahora sí has ido demasiado lejos. Yo simplemente sentía... um, curiosidad. Sí, yo tenía curiosidad de todo el alboroto que se arma acerca de los besos. Las criadas y los jóvenes no hacen mucho ruido sobre nada, en mi opinión. Pero ahora que lo sé, he decidido que no quiero más.
— ¡Ohr08;ho! ¿Has decidido? Debes estar prevenida, milady, habrá más besos en tu vida.
Y también te gustarán.
Serena inhaló y exhaló profundamente buscando paciencia.
—Escucha, no soy tan idiota como para no entender de qué se trata todo esto. Has estado insinuando desde hace tiempo que vas a castigarme. Es evidente para mí que tu forma de castigo implica el acoplamiento. Bueno, entonces, hagamos un trato. Voy a acostarme y abriré mis piernas para ti, y para cuando haya terminado de decir mi Padre Nuestro, ya habrás terminado de hacer lo tuyo y yo podré irme a hacer jabón.
Él se quedó con la boca abierta ante su oferta. La mayoría de los hombres no estaban acostumbrados a que las mujeres fueran directas con ellos.
— ¿Qué dices? ¿Es un trato? —preguntó ella—. Entonces, ¿puedo esperar que las insinuaciones veladas y amenazas maliciosas se detengan?
Él cerró la boca de un golpe.
—Serena, Serena. ¡Qué inocente eres para ser una mujer que ha estado en el mercado por mucho tiempo! Cuando hagamos el amor, estarás demasiado involucrada como para decir tus oraciones. Y te garantizo que va a durar más de unos minutos. —Hizo a un lado las pieles de la cama y se preparó para sacarla de la cama.
— ¡Espera! Dime qué es lo que quieres de mí. ¿De qué se trata toda esta algarabía?
—Tu castigo —dijo, y la levantó por la cintura del colchón, poniéndola de pie.
Ella arrugó sus pies desnudos contra el frío del piso cubierto de juncos.
—Otra vez con esas tonterías acerca del castigo.
—Es necesario, Serena. Tu disciplina ha sido aplazada durante demasiado tiempo... primero, debido a nuestro viaje a Noruega, después por mi enfermedad.
— ¿Por qué es necesario?
—Un hombre debe ser un hombre en su propia casa y delante de sus seguidores. Tú me envenenaste, mujer. Mis soldados, incluso mis criados, no me respetarán si te dejo ir sin castigo.
—Eso es absurdo. ¿No es importante que me hayas secuestrado sin buena causa... y que ayudé a cuidarte durante tu enfermedad?
—Sí, lo es. Es por eso que no conocerás el látigo. Y tampoco morirás. Pero... —sus palabras se desvanecieron, y él la estudió, como midiendo cuánto revelar.
— ¿Pero? —Ella lo pinchó.
—Pero tienes que ser mi esclava hasta cuando te dé libertad de irte a tu casa en Northumbria.
— ¿Esclava? —Estaba sorprendida—. ¿Me harías fregar los pisos, lavar tu ropa, llevar leña y tales cosas? Ya cumplí con eso.
—No esa clase de esclava. —Él sonrió y apoyó un codo perezosamente contra la repisa de la chimenea. Luego se la quedó mirando, sonriendo.
—Bueno, ¿vas a compartir la broma? —le espetó—. ¿Qué tipo de esclava tienes en mente?
—Una esclava del amor.
Darién había estado sosteniendo las manos sobre sus oídos durante un largo tiempo —por lo menos un minuto— pero aun así fue incapaz de bloquear el sonido de los gritos de Serena. Y todas las groserías que le dijo… bueno, un marinero viejo y malhumorado podría apreciar su repertorio de improperios, pero no estaba impresionado.
— ¡Suficiente! —gritó por fin. Cogió a la arpía de un movimiento y la tiró sobre su hombro como si fuera un saco de harina de cebada.
— ¡Oomph! —dijo ella cuando él le sacó el aire de la garganta. Bueno. Tal vez así se calme un poco.
— ¿Dónde está esa crema de rosas para el pelo? —preguntó Darién, girando en un círculo examinando el pequeño dormitorio, mientras ella pataleaba y agitaba su cuerpo colgado boca abajo.
— ¿Por qué? —ella le habló a su trasero.
—Porque te llevaré al cuarto de baño, quiero asegurarme de que te untes un montón de esa crema mientras te bañas. Me gustan las mujeres que huelen bien.
Ella emitió un gruñido, que probablemente indicaba que no le importaba lo que a él le gustaba, pero lo que dijo fue—: ayer por la noche tomé un baño. No necesito tomar otro esta mañana.
—Sí, sí necesitas —le aseguró. Después de haber encontrado la crema en un estante de la esquina, caminó a través de la puerta abierta. Mientras tanto, Serena volvió a gritar y luchar—. ¿Cuándo vas a entender que no tienes otra opción en este asunto?
Ella siguió luchando.
—Si insistes en medidas extremas... —dijo con un suspiro exagerado, y metió la mano bajo el dobladillo del largo camisón, posando una mano sobre sus nalgas desnudas.
Se quedó quieta de inmediato.
Y él también.
¡Santo Thor! Era redondo, suave y cálido al tacto. Iba a disfrutar de este "castigo", más de lo que había pensado.
— ¿Buscando colas de nuevo, vikingo? —comentó ella con sarcasmo.
Su propia "cola", que estaba demasiado ansiosa, se marchitó. Serena era buena para acabar con la lujuria de un hombre rápidamente.
—No, estoy buscando un lugar para plantar una —dijo con una risa.
—Bájame. En este mismo instante. Voy a poner una maldición sobre ti. ¿Me oyes?
—Todo Trondelag puede oírte.
—Lo digo en serio. Si no me dejas ir, voy a hacer que tu parte de hombre se arrugue.
Haré que tus dientes sean azules. Haré que te crezca pelo en el trasero. Voy a convertir toda tu comida en caldo de pollo. Voy a…
—Pensé que habías dicho que no eras una bruja.
—Tal vez sea una, o tal vez no. ¿Quieres correr ese riesgo?
No tuvo que pensarlo por más de un instante.
—Sí.
Ella jadeó; el miró por encima del hombro para encontrarla echando un vistazo a través de la puerta abierta de su recámara.
— ¿Por qué esas criadas están limpiando los juncos de tu habitación hoy? ¿Y poniendo encima juncos frescos? Esa es una tarea primaveral. Y están poniendo linos limpios en tu cama. Hoy no es el día de lavado de Girta. Y, bendito Dios, el fuego en tu chimenea es lo suficientemente grande como para asar un jabalí. ¿Qué planeas hacer en tu dormitorio, vikingo?
Él supo por la rigidez de su cuerpo que se arrepintió de su pregunta inmediatamente.
—Usa tu imaginación, milady. —Ya estaba en la escalera, pisando fuerte a través del gran salón hacia el cuarto de baño.
— ¿Dónde están los hombres? —preguntó ella. Había sólo un puñado de sus soldados por ahí y sirvientes haciendo sus tareas.
—Han ido a cazar, para añadir más carne fresca para el invierno.
— ¿Por qué no fuiste?
—Tengo cosas más importantes que hacer aquí, en Dragonstead.
—Hubo un bendito silencio mientras ella reflexionaba sobre las noticias, y él continuó a través de la cocina hasta el pasillo exterior, techado, que conducía a los baños. Girta, Bodhil y las otras ayudantes de cocina, que habían estado parloteando mientras trabajaban para preparar las comidas del día, levantaron la vista y sus conversaciones quedaron suspendidas. Luego soltaron varias risillas.
—Voy a matarte por esta humillación —juró Serena.
—Mira como tiemblo —dijo, dejándola sobre sus pies en la cámara de vapor, donde ya tenía un fuerte fuego encendido y las piedras calentadas al rojo vivo.
Miró a su alrededor, y luego lo apuñaló con una mirada.
— ¿Por cuánto tiempo dijiste que tus hombres estarían fuera?
—Dos días —dijo. Y ni siquiera intentó ocultar su sonrisa.
—Me encanta peinar tu cabello —dijo Darién, mientras se sentaba en un taburete frente al fuego, en su recámara. Se sentó en una silla detrás de ella, pasando un peine de marfil a través de los filamentos gruesos de su cabello mojado y largo hasta la cintura.
Serena puso los ojos en blanco al oír sus palabras, que tenían la intención de sonar seductoras. ¡Ja! Ella era inseducible.
—Es una experiencia sensual, ¿no te parece? —continuó con una voz ronca, sin darse cuenta de sus ojos en blanco.
— ¿Sensual? ¿Eh? Oh, por cierto —dijo—. Entonces, ¿a menudo cepillas el cabello de las mujeres?
Él se echó a reír... un bajo estruendo masculino, que no era del todo no atractivo.
—No, esto es una novedad para mí.
—Que afortunada soy —comentó jocosamente. Lo siguiente será que querrá recortar mis uñas de los pies, y lo consideraré un éxtasis.
—Se podría decir que soy una especie de virgen —él se rió.
—Una especie serían las palabras clave, supongo.
Él le dio unos golpecitos en el hombro con el peine.
—El sarcasmo no te hace bien, milady. Luego le puso una mano en la parte superior de la cabeza y con la otra mano continuó deslizando el peine muy lentamente a lo largo de su cabello—. El cepillado del cabello te excita tanto como a mí, ¿brujilla?
Esta vez Serena no puso los ojos en blanco. Sus ojos casi se salen de su cabeza.
El vikingo se había vuelto loco. Y encontraría una manera de echarle la culpa por esta última calamidad una vez que recobrara el sentido. Estaba empezando a insistir en las tonterías sobre brujería de nuevo. Pero ella se negó a asumir la responsabilidad de sus acciones extrañas.
Tal vez había sido una larga vida de dolor lo que se había estado comiendo su cerebro.
Tal vez se trataba de un exceso de lujuria en su torrente sanguíneo. Tal vez fue la fiebre que lo había empujado a través de la línea que dividía la cordura de la locura. Tal vez simplemente comió demasiado de ese maldito gammelost.
¡Cepillarle el cabello! El hombre le había pedido que se cepillara el cabello frente al fuego en su recámara... desnuda. Ahora, si eso no era estar loco, no sabía qué lo era.
Ella se negó, por supuesto.
A lo que él le había ofrecido un trato. Él le cepillaría el cabello y ella podría usar el camisón de lino, el cual parecía transparente por la humedad de su reciente baño.
¿Bañarse y peinarse como la primera fase de un plan de castigo? Sí, el hombre estaba demente.
No siendo tonta, había aceptado. Después de una vida de tratar de discutir con sus hermanos idiotas, ella sabía cómo escoger sus batallas y cuándo era mejor ceder.
No es que tuviera la intención de rendirse a las demandas lascivas del bruto, indiscutiblemente el siguiente paso en su plan de castigo. ¿No había mencionado su indignante plan de convertirla en su esclava sexual? ¡Bendita Santa Beatriz! Ni siquiera estaba segura de saber lo que implicaba ser una esclava del amor.
Bueno, esa no era su preocupación más inmediata. No, ella estaba esperando por el momento justo. Luego correría hasta la puerta y se iría a un escondite que había descubierto en los últimos días en Dragonstead. Pensó que esta locura que se había apoderado de Darién pasaría, así como lo había hecho la fiebre. Entonces ella sería capaz de negociar un "castigo" más justo y más en la línea de las reparaciones. Algunos argumentos lógicos... un poco de arrastre... unas monedas... Tal vez un codo o dos de sus preciados tejidos de lana... y todo el mundo estaría feliz.
Ella inhaló profundamente buscando paciencia, ignorando el sonido monótono de la charla de Darién —alguna tontería sobre que el castigo a veces es dulce— y el ritmo sorprendentemente agradable del peine pasando por su cabello casi seco. Concéntrate, Serena. Debes pensar en un plan para escapar... cómo salir de esta recámara sin que el zoquete te persiga.
Sus ojos se posaron sobre una silla de respaldo alto al otro lado de la chimenea —la que Darién había comprado en Hedeby— que hacía juego con la que él estaba usando. Era una hermosa obra de artesanía, con diseños nórdicos tallados y una serie de agujeros ovalados entrelazados en la parte superior.
Serena sonrió con repentina inspiración.
— ¿Darién? —preguntó ella con voz risueña que había oído a las criadas utilizar con Nepherite y Sammy.
— ¿Hmmm?
—Te importaría —risilla, risilla, risilla… Dios, siento que voy a vomitar todo el contenido de mi estómago— eh, ¿te importaría si ahora yo peino tu cabello?
Él se puso rígido.
—Ya me peiné.
Ella se obligó a reír otra vez detrás de la palma de la mano presionada tímidamente sobre su boca.
—Bueno, yo estaba pensando que tal vez podría trenzar tu cabello porque...
Sus palabras se desvanecieron en lo que esperaba que pareciera ser timidez.
Serena no sabía cómo las mujeres podían hacer esta tontería con los hombres todo el tiempo. Pero entendía por qué.
— ¿Por qué? —la pinchó Darién.
—Sólo en caso de que te entusiasmes demasiado durante el apareamiento... bueno, ya sabes, sería útil que el cabello no se interponga en el camino.
— ¡Jesús, María y José! —exhaló Darién.
Serena esperaba que su uso de una expresión cristiana fuera un signo de desorientación que indicaba que le gustaba lo que ella había sugerido.
Poco tiempo después, Serena arrojó el peine al suelo y corrió hacia la puerta.
—No te molestes por haber sido superado, Darién. Esto es lo mejor. De verdad.
— ¡Aaarrgh! —rugió Darién como un oso atrapado mientras permanecía de pie, con la intención de ir tras ella, pero se encontró con que su pelo había sido trenzado de alguna manera a la parte de atrás de su nueva silla.
Serena corrió por el pasillo del segundo piso hacia la pequeña habitación del tesoro, para la cual Serena había encontrado una segunda llave varios días atrás mientras exploraba la casa. Lo último que oyó antes de abrir la puerta y ocultarse fue el ominoso mensaje de Darién, mientras caminaba en su dormitorio, con la silla, obviamente, arrastrándose detrás de él.
—Serena, no tendrás motivos para preocuparte de tus pecas nunca más —le gritó—, porque tengo la intención de despellejarte viva.
Cinco horas habían pasado, y Darién aún no había encontrado a Serena.
—Tal vez la mujer realmente es una bruja. ¿Cómo más podría haber desaparecido del castillo sin ser vista? —comentó Girta con su habitual locuacidad, mientras colocaba una tajadora de salchicha de cerdo frío, pastel de alce y pan delante de él en la mesa, junto con un gran vaso de hidromiel.
—Ella no es una bruja —dijo, sorprendido por su propia firme convicción—. Sólo una mujer temeraria con una disposición de bruja.
Girta frunció el ceño ante esa aparente falta de lógica.
—Hay una diferencia —sostuvo Darién, pero se negó a explicar.
—Bodhil dice que vio una nube de humo sobre el basurero esta mañana y que se parecía a un gato negro. Algunos podrían decir que el familiar de la bruja vino a rescatarla.
Mejor considera la posibilidad de que una maldición haya sido puesta sobre Dragonstead.
¿Has revisado tu parte masculina últimamente?
Él se atragantó con el aguamiel.
— ¿Para qué?
—Para buscar torceduras.
—Serena no es una bruja —repitió.
—Pero, ¿a dónde podría haber ido? Has tenido a una docena o más de nosotros buscando en cada rincón del castillo, pero sin éxito. Incluso Rapp. Y sabes que no me gusta que esté vagando en los lugares que limpio. Él deja un rastro de mal olor tras de él, sí que lo hace. Yo creo que lo hace a propósito, para evitar el trabajo. Es por eso que lo envié a buscar en la orilla del lago en caso de que la señora estuviera dando su paseo habitual. Ni siquiera Bestia querría ir junto a Rapp debido al olor que despide.
—Y así siguió hablando Girta hasta que Darién pensó que sus chismes entumecerían sus oídos. Finalmente concluyó su charla con una pregunta—. ¿Vas a matar a la bruja cuando la atrapes?
— ¿Qué te hace pensar que voy a atraparla?
—Oh, no hay duda sobre eso. ¿No eres Darién “el Grande”, como Alan siempre dice?
—Sí, me siento extremadamente bien en este momento —dijo Darién secamente—. Pero en cuanto a tu pregunta, sí, voy a matarla una vez que la atrape, pero habrá una gran cantidad de tortura antes de eso.
—Como debe ser. Como debe ser —comentó Girta—. No es que no me guste Lady Serena. Una dama fina que es. Pero no podemos tener al maestro de Dragonstead superado por una simple mujer, ¿verdad? ¿Qué dirían los escaldos de eso? ¿Qué diría Alan en su próxima saga?
—No te atrevas a contarle a Alan sobre esto — farfulló.
Después de que Girta se fuera, Darién cogió su comida y dejó que su mirada vagara por el gran salón. Estaba solo. Sin duda, los pocos soldados que no se fueron de caza se estaban escondiendo de su ser desagradable. Con certeza, las sirvientas no se acercarían a él, a excepción de la buena Girta. No los culpaba, con todos esos rugidos y gritos que había dado en este mediodía perdido en busca de la moza esquiva.
Era tan exasperante. Como un rompecabezas que había que resolver —pero faltaba una pieza. ¿Qué objeto había pasado por alto en su búsqueda de Lady Serena?
La bruja tenía que estar en alguna parte dentro de la propiedad. No había habido tiempo para que ella escapara de los muros del castillo. E incluso si hubiera tenido tiempo, alguien la habría visto. Además, vestida como estaba con un fino camisón, no se habría aventurado a congelarse afuera.
Entonces, ¿dónde podía estar escondida?
Levantó la vista hacia la escalera que conducía al segundo piso, donde se podía ver el pasillo abierto que rodeaba la gran sala. Todas las recámaras y almacenes en el segundo piso daban al gran salón de dos pisos. Pero habían comprobado y vuelto a comprobar todos los rincones de la casa que no estuvieran cerrados bajo llave.
Darién se movió en su asiento, a punto de inclinar la silla hacia atrás contra la pared cuando su atención fue atraída por el tintineo de las llaves en el anillo de su cintura. Miró las grandes llaves de metal y luego de nuevo hacia el segundo piso.
Y luego sonrió.
Algo despertó a Serena de su pequeña siesta.
Echando un vistazo por debajo de las preciosas pieles en la sala del tesoro, en donde se había escondido, no podía ver nada en la oscuridad de la cámara sin ventanas. Lo único que podía ver era la silueta de colmillos de morsa, rollos de tela, tarros de vino de cerámica, cajas de madera tallada que sabía por su exploración anterior que contenía joyería, gemas, monedas de oro y plata y espadas ricamente estampadas y conjuntos de cadenas de correo. Y, por supuesto, muchas bolsas y cofres en miniatura del producto elegido por Darién para el comercio —ámbar.
Entrecerró los ojos en la oscuridad. ¿Cuántas horas habían pasado? ¿Era por la tarde o por la noche? Lo único que sabía era que por fin se había quedado dormida después de aburrirse de estar tumbada en su escondite. Ahora su estómago se revolvía con hambre, no había comido desde la noche anterior. Uno pensaría que con todo ese vino, el troll comerciante hubiera saqueado alguna tierra extranjera en busca de alimentos raros, como las almendras o cosas azucaradas. Incluso una pezuña de camello hervida tendría cierto atractivo en este momento.
Tal vez eso era lo que la había despertado... el sonido de su estómago hambriento. No, era otro sonido. Una llave estaba siendo giraba en la cerradura de la puerta.
¡Ohr08;oh!
Había tenido horas y horas para pensar mejor su apresurada decisión de huir del vikingo. Ahora, parecía que iba a averiguar si había sido prudente o imprudente. También había tenido mucho tiempo para mejorar sus argumentos en contra del plan de castigo de Darién. Por alguna razón, cada uno de ellos se le había olvidado en ese momento.
Esto era absurdo. Debería dar un paso adelante antes de que la detectara... tomar la ofensiva... llevar a cabo sus acciones.
En cambio, se metió de nuevo bajo las pieles y contuvo la respiración. Sería valiente después.
Sintió una tenue luz.
—Serena, sé que estás aquí —dijo Darién—. Ahora ¡sal!
Serena no necesitaba ver a Darién para saber que estaba rígido con indignación. No cabía duda de que estaba apretando los puños y los dientes. Jugando juegos mentales de "Elige la Tortura”.
Ja, ja, ja, pensó entonces. ¡Qué fantasioso de mi parte! A pesar de ser un vikingo vicioso cuando se trata de guerra o de defenderse, Darién no le haría gran daño físico a una mujer. Al menos, no lo creo. Sólo ese asunto de la esclava del amor, que casi da más miedo que unos buenos azotes. Esto último lo conozco y lo puedo soportar. Pero lo primero... bueno, ¿qué se supone que hace una esclava del amor?
—Me estás haciendo enojar, Serena. Muy, muy enojado. Esa no es una sabia decisión.
—Podía oír como pateaba baúles de un lado a otro y rebuscaba entre los rollos de tela. Un ruido de metal que probablemente se debía a espadas cayendo una contra otra—.
Oblígame a perder más tiempo buscando tu pellejo escuálido. Adelante. Me entusiasma la perspectiva de añadir pecados adicionales a tu lista ya llena de transgresiones. —Su voz goteaba hielo.
¡Basta de estar acobardada! Serena hizo a un lado dos pieles de zorro y se puso de pie torpemente.
— ¿Me buscabas? —preguntó con alegría forzada.
La única respuesta de Darién fue un gruñido. Tenía los dientes apretados, como ella había sospechado. Podía verlos, y también sus puños apretados, a la luz de la antorcha que sostenía sobre su cabeza. Se agachó para recoger una espada en su camino, y luego hizo un gesto con ella para que Serena saliera de la habitación.
Ella alzó la cabeza con orgullo y enderezó la barbilla antes de obedecer. ¿Podría Darién ver que estaba temblando por dentro como un tazón de gelatina? ¿Que sus rodillas se sentían como mantequilla?
Tan pronto como ella pasó a su lado, sintió un golpe duro en el trasero. Sorprendida, miró por encima del hombro, y se dio cuenta de que la bestia la había golpeado con la parte ancha de la hoja de la espada. Y parecía muy satisfecho de sí mismo, aunque la sonrisa que se asomaba por su rostro era fría y sin alegría, sin llegar nunca a sus ojos.
—Bruto —dijo ella, frotándose las nalgas mientras salía cojeando de la habitación—. ¿Así que ese es tu plan? ¿Golpearme? —Bueno, ella podría vivir con eso. Había sido golpeada por sus hermanos un innumerable número de veces en el pasado. Era humillante y doloroso, pero acabaría pronto.
—No, no habrá golpes. A menos que me irrites aún más... lo cual es una buena posibilidad. —Dejó la espada con la que la había golpeado a un lado. Esta aterrizó con un golpe seco sobre una pila de alfombras persas.
— ¿Entonces qué? —Serena insistió en saber su destino, incluso mientras él extendía un brazo para sacarla de la habitación.
—Primero de todo, tengo la intención de tener sexo contigo hasta que se te curve la lengua y tus ojos se hinchen. Entonces, puede que succione tus frambuesas hasta que me salga una erupción. Entonces, lamerás mi erupción para aliviar la comezón. Para entonces, habrá varios puntos con comezón, si entiendes lo que quiero decir.
Serena no entendía.
—Entonces podríamos tener sexo otra decena de veces.
— ¡Oh! —Dijo en una exhalación silbante, rebosando de decepción—. Entonces será violación.
—No, no será una violación.
Un silencio tenso siguió, durante el cual a Serena se le permitió registrar el significado de sus palabras.
¿Violación? —Pensó Darién—. Esa mujer idiota piensa que mi intención es violarla como castigo. —Incluso en su mayor momento de furia en el pasado —y estaba casi acercándose a ese momento— Darién nunca habría violado a una mujer. ¿Qué placer habría en ello? La vergüenza que experimentaría después excedería por mucho los méritos de cualquier liberación física momentánea. No, no iba a violarla, pero estaba tan enojado que temía volverse loco de repente y matarla en un ataque de ira. Tenía que calmarse. Piensa.
Cálmate.
Puso la antorcha en un soporte de pared. La tomó por el codo, la guio hacia delante y cerró la puerta detrás de ellos, luego la empujó por el pasillo hacia su recámara. ¿Ella caminaba con pasos cortos deliberadamente? ¿O era su paso muy diferente al de ella?
Desde el lado abierto del pasillo, con su barandilla de piedra, pudo ver al menos dos docenas de soldados y sirvientes mirando hacia ellos desde el gran salón, con los ojos muy abiertos y en silencio. Ya las malas lenguas habían estado produciendo historias jugosas sobre haber sido derrotado por una simple moza. Con certeza, no importa lo mucho que lo amenazara, Alan se aseguraría de escribir sagas sobre un vikingo loco superado por una bruja con habilidades para trenzar cabellos con sillas. Muchas personas terminarían oyendo sobre este incidente, incluso hasta Northumbria. Su hermano Jaideite nunca lo dejaría olvidar.
Artemis y Luna estarían contando la versión de niños de aquel evento a los huérfanos a su cargo. Sammy llevaría la saga a las tierras árabes. Tenía que redimirse ante los ojos de su pueblo o de lo contrario sería objeto de tantas burlas que sería incapaz de mantener la cabeza en alto.
La moza lo había obligado a estar en esta situación insostenible. Todo era culpa de ella.
Ahora, en lugar de guiarla, se adelantó con impaciencia, arrastrándola hasta que llegaron a su dormitorio. Abrió la puerta de una patada, la empujó hacia adentro, y luego cerró la puerta detrás de él, metiéndose la llave en el bolsillo.
Ella estaba de pie en medio de la habitación, mirándolo a través de grandes ojos celestes que brillaban con resistencia. ¡Santo Thor! Incluso cuando los cuervos estuvieran volando en círculos sobre ella, la bruja no admitiría que había perdido la batalla. Su cabello, alborotado por su estancia entre las pieles en el almacén, destacaba como un arbusto rojo salvaje. Si un arbusto como ese existe, me gustaría plantar uno en el jardín de hierbas para poder recordar cómo se ve ella en este momento. Su piel, que estaba más pálida que de costumbre, proporcionaba un telón blanco para sus pecas. Han aumentado sus pecas, ¿o simplemente son más evidentes con la sangre drenada de su carne?
En verdad, ella era un desastre.
En verdad, para él ella era demasiado atractiva.
Ella tenía miedo. Pero aun así, la terquedad que rara vez intentaba frenar era evidente en su barbilla prominente y su cuerpo rígido... un cuerpo que era una sombra de tentación para él a través del camisón de lino fino, a pesar de su enojo.
—Tienes que entender, Darién… —empezó a decir ella.
—No... me... hables —dijo con los dientes apretados, y la levantó por la cintura, tirándola hacia su cama de madera. Ella aterrizó sobre su espalda, con las piernas y los brazos extendidos cómicamente, mientras el colchón de paja crujía debajo de ella. Bueno, no del todo cómica, se corrigió. Era difícil sonreír cuando aún más lugares de su cuerpo se revelaban por el camisón subido hasta los muslos, dejando al descubierto las piernas excepcionalmente largas y bien formadas y con una manga de su camisón cayendo sobre su brazo, prácticamente hasta uno de sus pechos.
—No es necesario que seas tan duro —se quejó ella. Poniéndose de rodillas, se ajustó su vestido y se frotó la parte superior del brazo, en donde las huellas de sus manos ya comenzaban a marcarse en su piel cremosa.
—No te muevas —le ordenó el, apuntando un dedo hacia ella para dar énfasis mientras le daba la espalda y comenzaba a construir el fuego una vez más. Mientras trabajaba, se dio cuenta de que sus manos temblaban con furia interior. ¿O era algo más?
— ¿A dónde iría? —dijo sarcásticamente.
El cruzó los ojos ante su tonta negativa a obedecer sus órdenes. Debería cortarle la cabeza y terminar con ese asunto.
—Pensé que te dije que no hablaras —respondió con frialdad—. Y en cuanto a dónde irías, sin duda volarías a través de la ventana, como bruja que eres.
—Tú no piensas ni por un minuto que yo sea una bruja — lo acusó.
Se volvió para mirarla. Ella aún estaba arrodillada en el medio de su enorme cama, viéndose más pequeña y frágil de lo que sabía que era.
—No, no lo hago —admitió—. Pero eso no importa. Eres capaz de la brujería de una mujer.
— ¿Y eso qué significa?
Él se encogió de hombros y se fue a la esquina, en donde antes había colocado unas cajas —los "regalos" que le había dado a Serena el día que salieron de la corte del rey Anlaf.
Tomó cuatro cuerdas de terciopelo de la caja más pequeña, cada una de la longitud de un brazo de mujer. Con una lentitud deliberada, ato uno a uno de los cuatro postes de la cama. Mirando de reojo, vio a Serena observando todos sus movimientos, sin decir nada, pero humedeciendo sus labios de repente secos —un gesto que le resultaba extrañamente excitante y que al mismo tiempo le provocaba culpa.
—Eso no es necesario, sabes. He sido golpeada docenas de veces por mis hermanos y nunca tuvieron que atarme. —La voz le temblaba, a pesar de su esfuerzo por evitarlo.
¡Docenas de veces! No, no te sientas mal por la moza. No te sientas mal por la moza.
No te... Te dije que no iba a golpearte —le espetó.
—Oh —dijo ella—. Bueno, tampoco tenía que ser atada para el acoplamiento con mis esposos. Simplemente cerraba los ojos y abría las piernas.
Darién no pudo evitar sonreír.
—Y decías el Padre Nuestro —le recordó.
—Eso, también —estuvo de acuerdo ella, echando un rápido vistazo hacia él, sin duda pensando que su estado de ánimo hacia ella había cambiado a causa de su pequeña broma.
No lo había hecho.
—Dame tu mano, Serena —le ordenó mientras tomaba una cuerda entre sus dedos.
—No quiero —se resistió.
—Dame tu mano, Serena —repitió con más firmeza.
Vio el miedo y la terquedad en sus ojos luchando contra la certeza de que algunas batallas eran mejor dejarlas desde el principio. Ella le dio una mano y luego la otra, seguida por los dos tobillos. Pronto, ella estaba atada a la cama, con las piernas abiertas y vulnerables.
Pero no lo suficientemente vulnerable para su gusto. Especialmente cuando la oyó murmurar en voz baja: —Troll.
Tomó el pequeño cuchillo de la funda en su cintura y se acercó a la cama. Ella se estremeció involuntariamente, obviamente pensando que tenía la intención de cortarla. En cambio, le apretó la hoja contra la clavícula, sosteniendo todo el tiempo su mirada... tenía unos ojos celestes como el mar profundo en un día de verano y tan hermosos que casi le quitan el aliento. Luego le cortó el camisón, desde cuello hasta el dobladillo, cortando también los hombros. Ahora estaba totalmente expuesta a él.
¡Dios de los cielos! Es hermosa, con pecas y todo. A decir verdad, estoy empezando a amar las pecas. Sí, lo estoy. Cada una de ellas… especialmente las de...
Con un gran esfuerzo, levantó los ojos por encima de su cuello.
Los ojos celestes se volvieron vidriosos por las lágrimas contenidas, y se mordió el labio inferior para no gritar. Él supo instintivamente que este golpe a su orgullo era más doloroso que cualquier corte en su carne.
—Bueno, ¿por qué no lo dices, vikingo? —escupió ella.
— ¿Qué diga qué? —dijo con voz ahogada.
—Que soy la mujer más fea que ha venido a este lugar. Que tengo tantas pecas que el diablo debió haber estado escupiendo por una semana. Que mis pechos son demasiado pequeños para amamantar un bebé y mis piernas demasiado largas para acunar la cadera de un hombre. Que mi pelo rojo podría asustar a un vikingo pagano. —Se volvió hacia el lado opuesto de la cama para no tener que enfrentarse a su escrutinio.
Él sonrió ante la última de sus declaraciones, la cual ella ni siquiera se dio cuenta que podría ser ofensiva para él. Sentándose en el borde de la cama, la tomó de la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
— ¿Quién te ha dicho esas cosas?
Ella parpadeó confundida ante la suavidad de su tacto. Fue un lapsus momentáneo.
—Mis esposos. Mis hermanos. —Se encogió de hombros—. Todo el mundo.
Él pasó un dedo a lo largo de su brazo, trazando un camino de pecas.
— ¿Es el leopardo menos espléndido por sus manchas?
Ella no dijo nada, pero un escalofrío pasó visiblemente por su cuerpo. Estaba casi seguro de que no era por el frío.
Él tiró de un mechón de su pelo, tirándolo hacia abajo para que yaciera sobre uno de sus pechos, que en efecto era pequeño, pero no obstante, le provocaba lujuria. Luchando contra el nudo que tenía en el pecho, y sus braies, continuó
— ¿Es el león menos magnífico por su melena?
La boca de Serena se abrió por la sorpresa ante sus palabras dulces.
—En cuanto a tu forma —dijo, y tuvo que toser para disminuir la aspereza en su voz—, nadie le echaría la culpa al puma por su elegancia. Los que lo hacen así contigo es que nunca te han visto realmente.
Ella lo miró fijamente —deslumbrada por su propio tipo de brujería, apostaría él. Pero luego negó con la cabeza, como para alejar los pensamientos desagradables.
— ¿Qué estás tratando de decir, vikingo? Escúpelo. —Él se levantó y caminó hasta la esquina de nuevo, escogiendo no hacer frente a sus palabras por el momento. Volvió a la cama y colocó otra de las cajas encima de las pieles.
—Eres hermosa, Serena. Insoportable, regañona, tonta, pero hermosa. Nunca lo dudes. Eso es lo que quise decir —le dijo mientras abría la caja larga y plana, con sus adornos elegantes —una compra que le había hecho a un sultán que había desmantelado su harén.
Ella entrecerró los ojos hacia él con desconfianza. Como debía ser.
Abrió la tapa de la caja, revelando la gran variedad de plumas de pavo real de todos los tamaños y texturas. Y sonrió.
—Ahora es tiempo de ver si se puede hacer ronronear a la gata.

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el vikingo hechizado
FanficHechizado, molesto y desconcertado... Incluso los guerreros nórdicos más fuertes tienen días malos. ¡Santo Thor! Las cosas que Darién Chiba tiene que hacer son suficientes para volver loco a un vikingo... capturar a una arpía rubia, acomodar el reb...