Darién se sentía como si sus pies estuvieran plantados dentro de arenas movedizas y su torso estuviera siendo atacado por vientos fuertes. Estaba siendo jalado en una docena de direcciones a la vez, pero en algún lugar a lo largo del camino había perdido su brújula interior.
¿Cómo pudo haber pensado que esta misión para Anlaf sería pan comido? Debía de ser un idiota como Serena decía.
Quería deshacerse de ella.
Y no lo hizo.
Quería confiar su suerte a la imparcialidad del thing vikingos.
Temía lo que esa suerte pudiera ser.
Juraba y perjuraba que toda esa desventura era su culpa por haber lanzado una maldición en primer lugar.
Aun así la culpa lo fastidiaba como un dolor de muela.
La revelación más alarmante había ocurrido hace unos momentos, cuando Sammy se había ofrecido a hacerse responsable de la bruja. Oh, sabía que el bribón había estado medio bromeando, pero él era el que había reaccionado como un jovenzuelo. Por primera vez en su vida, se había sentido celoso y eso lo asustó enormemente.
¿En qué momento había dejado de fijarse en el color impío de su pelo o en el exceso de manchas sobre su piel? En realidad, la bruja estaba empezando a lucir bien ante sus ojos. Sí, para su horror, estaba empezando a desarrollar un gusto por el pelo cobrizo y las pecas. Otras mujeres, incluso algunas de las bellas mujeres en la corte de Anlaf, parecían pálidas en comparación. Darién se estaba volviendo loco. Su vida se estaba desmoronando, hilo por hilo. En medio de esta asamblea real, luchaba contra el impulso de tirar de su pelo y rugir como un toro salvaje. Eso es, concluyó, me he vuelto loco.
Necesitaba alejarse y pensar. Solo. Una vez que estuviera en su casa, en Dragonstead, su mente estaría clara nuevamente. Recordaría por qué era esencial que protegiera sus emociones, ya que ahora no podía hacer que el hielo alrededor de su corazón dejara de derretirse. Mucho más de ello y sería tan vulnerable como un pájaro sin alas.
Además de eso, la herida de su muslo pulsaba con el dolor más grande que había experimentado desde la batalla de Brunanburh, cuando se la había infligido. Temía que estuviera haciéndole un daño irreparable a su pierna, cojeando sobre ella cuando la pierna tendría que estar elevada, y su piel llena de cicatrices, con emplastos calientes. Su hermana Luna lo desgranaría vivo con palabras de enojo si viera como había abusado del buen trabajo que había hecho para salvarle la pierna quince años atrás.
—Darién —dijo Serena suavemente con un pequeño suspiro de simpatía.
¿Simpatía? ¡Aaarrgh! Levantó la vista para ver que ella tenía la mirada fija en su muslo, que él estaba sobando inconscientemente. Antes de que tuviera la oportunidad de desairarla, ella le alejó la mano de un manotazo, puso su capa sobre su regazo y comenzó a masajearle los músculos doloridos por debajo de ella. Al principio estaba muy sorprendido por el atrevimiento de la moza. Pero entonces sintió como si se estuviera derritiendo ante sus cuidados expertos, que le impartieron un alivio bendito. Era como si sus dedos flexionados le impartieran calor a su cuerpo torturado.
—En verdad que debes ser una bruja —murmuró, pero había admiración en su voz, no condena.
Ella se encogió de hombros y le sonrió tímidamente.
¿Timidez? ¿De parte de la moza más directa de toda Inglaterra? Su corazón dio un vuelco y se expandió con una plenitud más que desarmante.
Afortunadamente, su atención fue desviada por el golpeteo del bastón del lagman contra el suelo, al frente de la sala.
—Escuchen todos —Styrr “el Sabio” gritó en una voz sorprendentemente fuerte para alguien de su edad—. La paz sea con vosotros, hombres libres de Trondelag. Venid a juzgar a sus compañeros según las antiguas leyes establecidas por los buenos hombres nórdicos a través del tiempo.
— ¡Escuchen! ¡Escuchen! —rugió la multitud.
—Acordáos también de nuestros Dioses y su gran aprecio por la sabiduría. Recordad como Odín sacrificó uno de sus ojos para beber del pozo de conocimiento.
Muchos asintieron ante ese recordatorio de la reverencia por la ley y el orden de su gran Dios.
—Pero sí que soy descuidado. Muchos de ustedes siguen la religión cristiana. ¿No dice su Dios, “La lengua de los justos es plata recogida”?
— ¡Amén! —respondieron algunos de los hombres en voz alta.
—Es común que todos los hombres tengan diferentes opiniones. Pero el objetivo de todos es la justicia, y en este thing, la justicia prevalecerá.
Un fuerte clamor de asentimiento resonó en la asamblea.
—Todos los hombres libres tendrán un voto. Ningún ejército podrá influir sobre las decisiones del thing... no el de Anlaf ni el de ningún otro. El orden depende enteramente de la aceptación voluntaria de aquellos en el juicio, que será mostrada por el vapnatak o por el estruendo de las armas.
Cientos de hombres sacudieron sus espadas contra sus escudos para demostrar el método por el cual se emitirían los votos.
—Esto, también, pronuncio yo. Las decisiones del thing serán definitivas y aceptadas por cada uno de vosotros, en paz...
Una vez más, la asamblea expresó su acuerdo con gritos de “¡Sí!” o ladridos.
—... A menos que surja la necesidad de que el veredicto sea decidido por medio de un combate.
La aprobación en esta ocasión fue como una aclamación salvaje.
Serena dejó de masajear el muslo y se rió entre dientes.
—Como si una nariz ensangrentada demostrara algo.
—O un cuerpo sin vida, añadió él con una sonrisa.
—Sólo espero que no esperen que luche contra Anlaf para demostrar mi inocencia. —
Ese fue su débil intento de hacer una broma, supuso él.
Maldita sea, estaba tomándole cariño a su lengua afilada... y a su valentía frente a lo que debía ser la prueba más aterradora de su vida.
—No, ellos esperan que pongas a un campeón de lucha en tu lugar.
Inmediatamente deseó poder retirar sus palabras. ¡Demasiado tarde! Se preparó a sí mismo para los problemas.
Sus labios temblorosos se detuvieron, luego se extendieron en una amplia sonrisa, justo antes de deslizar su mano entre la suya.
Problemas... Estoy en graves problemas.
Serena escuchó con atención mientras el lagman enumeraba los varios crímenes y sus respectivos castigos, según lo dictado por el ritual del thing. Sammy estaba sentado a su lado. Darién, Nepherite y Alan habían tomado asiento en el semicírculo de los jefes. Los hombres de Darién que permanecían en la corte de Anlaf —alrededor de setenta hombres— estaban sentados detrás de ellos, en espera del thing.
Al parecer, los things se hacían cargo de una gran variedad de disputas: asesinato, robo, propiedad de tierras, divorcio, violación, los derechos del pastoreo y la caza, incluso conflictos tan mundanos como el cortejo de abejas o la recolección de leña.
El lagman explicaría el castigo para cualquiera que fuera el delito. En algunos casos, el castigo era la muerte o el destierro. A veces, el castigo implicaba la mentalidad del "ojo por ojo". Por ejemplo, la violación de la esposa de un hombre podría resultar en la violación de la esposa o la hija del violador, o ambas. Sin embargo, generalmente, elaborados wergelds se recaudaban, involucrando el pago de plata, lana, vacas u otros artículos de equivalente valor.
—El wergeld, en el caso del robo de una mujer, exige el pago del dinero que se paga por una esposa —estaba explicando el lagman—. Para la hija de un granjero de primera y que sea virgen, fresca y fuerte, y sin mancha, el wergeld consiste en treinta pieles de marta... y deben ser pieles de invierno sin agujeros de flecha. Sin embargo, si es la hija de un jefe, el dinero de novia será el triple, equivalente hasta un máximo de diez marcos de plata.
— ¿Y cuál sería el wergeld para una dama sajona? —Serena le preguntó a Sammy en voz baja—. Una que ha enviudado tres veces, que ya ha pasado su mejor momento y con mancha, pero que aún está fresca y fuerte.
— ¿Tres veces? —exclamó Sammy, luego bajó la cabeza inmediatamente cuando vio que Darién fruncía el ceño hacia ellos por conversar mientras el lagman hablaba. En una voz aún más baja, le informó—, una viuda, así sea de alta cuna, aportaría menos que la hija virgen de un granjero. A menos que ella sea dueña de grandes propiedades."
Serena hizo un bufido de disgusto. En realidad, no había esperado menos. Incluso sus hermanos no ponían mucho valor sobre ella cuando la vendían en matrimonio.
—Shhh—le advirtió Sammy entonces.
El lagman estaba detallando los distintos castigos que podían recibirse por brujería, que por cierto eran horribles. Desollarle la piel de la espalda. La muerte por beber espada.
(Ella supuso que significaba que le clavaban una espada en el corazón o los pulmones, lo que causaba que la sangre gorgoteara a través de la garganta.) Ensartar la cabeza en un poste. ¡Qué imagen tan agradable! Quemarla en la hoguera. Abrir las nalgas de la bruja para buscar la cola escondida. Y algo que se llamaba “Muerte Lanza”, en la cual veinte lanzas eran plantadas en el suelo y la bruja era lanzada sobre las puntas de las lanzas, en donde yacería hasta que la muerte se apoderara de ella, o ella sucumbiera al picoteo de los buitres.
—Estos vikingos sí que son sanguinarios —Serena murmuró las palabras de una manera burlona, pero en su interior temblaba de miedo.
Sammy le dio palmaditas en la mano y ella podría haberlo besado de agradecimiento.
Finalmente, llegó el momento de que el thing escuchara el caso de Serena.
— ¿Qué crimen se ha cometido aquí? —preguntó el lagman.
—Brujería —respondió Anlaf—, por Lady Serena de Graycote.
—Engaño. Incumplimiento de una comisión. Traición. Robo —respondió Darién al mismo tiempo—, por el rey Anlaf. Anlaf lo fulminó con la mirada y Darién le devolvió la mirada.
Serena no estaba dispuesta a quedarse sentada y dejar que ellos hicieran todas las acusaciones. Se puso de pie, para sorpresa de todos los que la rodeaban, especialmente Sammy, que tiraba de su túnica, en un intento por obligarla a volver a su asiento. Esquivó su agarre y anunció sus quejas.
—Secuestro. Tortura. Inanición. Mareos a causa del mar. Asalto por miradas sexuales constantes. Toques inapropiados.
Sus quejas fueron recibidas con risotadas y gritos de felicitación dirigidos hacia Darién.
Por otro lado, Darién lucía como si se hubiera tragado un barril lleno de gammelost.
— ¿Toques inapropiados? Ese es el mejor tipo —pronunció un hombre, aplaudiendo contra su rodilla con alegría.
— ¿Puedes mostrarnos cómo dar una mirada sexual? —otro hombre se burló de Darién, todo el tiempo retorciéndose el rostro en una expresión ridícula.
Sammy logró sentarla de nuevo en la banca y le dijo con una risita: —Se supone que las mujeres no deben hablar en el thing, a menos que se les dé permiso para hacerlo.
— ¡Oh, y ahora me lo dices! Supongo que mi arrebato estará en mi contra en el momento de la votación.
—No estés tan segura. La risa siempre es una buena señal.
—Procedan —dijo el lagman, señalando a Anlaf con su bastón para que fuera primero.
Acomodándose en una silla cercana, el lagman sacudió la cabeza lentamente de un lado a otro, como si supiera que éste iba a ser un caso imposible.
Anlaf tomó una actitud arrogante, con sus hombros anchos echados hacia atrás y los pulgares dentro de su cinturón. A continuación, comenzó a dar su versión distorsionada de los hechos ocurridos en la Abadía de Santa Beatriz el año pasado. Afirmó que él y sus hombres sólo se habían detenido para comer y beber y dejar descansar a sus caballos, cuando la bruja había lanzado la infame maldición sobre sus partes.
Serena comenzó a levantarse de nuevo para dar la versión correcta del encuentro, pero Sammy le puso una mano sobre el brazo como advertencia.
—Pero quiero decir verdad. El rey está mintiendo.
—Más adelante recibirás tu oportunidad.
— ¿Por qué la mujer lo maldeciría si no estaba haciendo nada malo? —preguntó un fornido vikingo de cabello oscuro veteado de gris y penetrantes ojos azules.
Anlaf se encogió de hombros.
—Tal vez odia a los hombres. O es enemiga de todos los vikingos, así como muchos de los sajones. ¿Por qué si no iban a recitar esa tonta oración a su único Dios? “Oh, Señor, de la furia de los vikingos, por favor, protégenos.”
Varios hombres se pavonearon como si fuera algo bueno.
— ¡Rey Anlaf! —Gritó el Padre Caedmon—. Usted mismo ha tomado los votos bautismales.
—Sí lo hice —dijo Anlaf, agitando una mano despectivamente. Era obvio que su conversión al cristianismo era solamente de nombre.
A continuación, Anlaf detalló la aflicción que había soportado como consecuencia de su supuesta maldición —el notorio miembro torcido. En el momento en que se realizó la descripción de la curvatura, el dolor terrible, la imposibilidad de enterrar su espada doblada en las vainas rectas de sus esposas y amantes, y el golpe a su orgullo, la mayoría de los hombres en la sala se encogieron e hicieron un gesto de desaprobación. Serena, por otra parte, sentía ganas de vomitar los contenidos de su escaso desayuno, papilla con más papilla.
Entonces, todos los hombres suspiraron y exclamaron al ver su nuevo —y mejor que nunca, según Anlaf— miembro. Serena trató de no mirar, a excepción de un vistazo rápido a través de sus dedos, que tenía sobre los ojos. Su estómago se revolvió de nuevo.
—Por lo que puedo ver, es sólo una cosa vieja y fea. Y como de color violeta, ¡por el amor del cielo! Ciertamente nada por lo que se deba hacer tanto alboroto.
Sammy se inclinó, temblando con una risa silenciosa.
—Discúlpenme un momento —dijo Darién, y se puso de pie bruscamente, interrumpiendo el discurso de Anlaf sobre su notable órgano, lo cual no fue del agrado de Anlaf porque expuso algo llamado "poder de permanencia", ¿o era "poder mantenerse de pie”?
Los hombres se tomaban sus partes masculinas demasiado en serio, en opinión de Serena, y se lo hizo saber a Sammy en términos muy claros, lo que lo llevó a chisporrotear con risa continua.
—Oh, oh, oh... No puedo creer esto.
Eso fue justo antes de que Darién llegara pisando fuerte —o lo más cercano a pisotear fuerte que podía hacer con su cojera— a su banca, en donde le gruñó al oído.
—Cierra la boca, moza tonta, o puede que no sea capaz de salvar tu cabeza. —Cuando se dirigió a Sammy, simplemente se limitó a sacudir la cabeza y murmuró: —Tonto! —Antes de que pudiera preguntarle si en realidad tenía la intención de salvar su cabeza, él ya estaba pisando fuerte/cojeando de vuelta a su asiento. Después Anlaf llevó a sus testigos. Su curador, el Padre Caedmon; una experta en brujas (aunque nunca explicó cómo es que la vieja arpía ganó esos conocimientos) y, por último, a tres esposas y dos amantes, que atestiguaron la gravedad de su aflicción y el dolor y las privaciones que había sufrido, sin mencionar su propio estado de insatisfacción durante varios meses. Esto último casi hace reír a Serena, pero no se atrevió a mostrar su diversión ante el ceño fruncido que Darién envió en su dirección.
A continuación, Anlaf llamó a algunos de los hombres de Darién, quienes informaron, a regañadientes, sobre las gaviotas muertas, la ducha en estiércol de ganso, los flujos intestinales, las ladillas, el vino agrio, sus familiares ovejas y, lo peor de todo, la poción que casi mató a Darién .
Las bocas de algunos de los vikingos endurecidos se abrieron con asombro. Más de uno parecía como si apenas pudiera contener la risa, a expensas de Darién.
Fue la experiencia más extraña de su vida... una prueba tremendamente absurda en una tierra salvaje de hombres salvajes. Alan estaba hablando para sí mismo, sin duda, componiendo una nueva saga, Darién “el Grande” y el Thing Salvaje.
Para su sorpresa, cuando el rey Anlaf le pidió a Nepherite que declarara en su contra, él se negó a hablar. En cambio se sentó con los codos apoyados sobre las rodillas y mirando hacia abajo con tristeza. La única explicación que se le ocurría era que Darién lo había amenazado con alguna consecuencia grave.
Ahora era el turno de Darién para presentar su queja. Él contó cómo el mensajero del rey Anlaf, Bjold, lo abordó en la ciudad comercial de Birka. El joven estaba sentado detrás de rey Anlaf, listo para ser llamado a declarar, de ser necesario.
—En primer lugar, Bjold me ofreció el semental sarraceno, Feroz Uno, si completaba una misión para el rey Anlaf.
Hubieron muchos ooohs por parte de los hombres vikingos, que estaban claramente impresionados pon la generosidad de Anlaf. Si Anlaf tenía pensado retirar esa oferta, ahora ya no podría hacerlo gracias a la aprobación de sus compatriotas. Eligió el camino más fácil y asintió amablemente ante los elogios que se lanzaban sobre él.
¡El muy sapo!
—Mi misión era buscar a la bruja, Lady Serena, en Northumbria —continuó Darién— y traerla a la corte del rey Anlaf para poder quitar la maldición sobre su miembro.
—Pero yo no soy… —Serena empezó a decir.
El lagman la ignoró y le hizo un gesto a Darién para que continuara.
—Cuando me negué a aceptar la misión de Anlaf, incluso a cambio de un caballo tan fino, Bjold añadió otro bocado a la olla. —Una leve sonrisa se asomó en sus labios — ¡ese patán lujurioso!— mientras señalaba hacia un rincón en donde Samirah, la esclava de las campanas de plata, estaba envuelta en una conversación con otras mujeres. La chica, de no más de dieciocho años y con un cuerpo y rostro hermosos, le sonrió tímidamente a Darién. Y Serena sintió que las lágrimas se asomaban a sus ojos.
Sammy se dio cuenta.
—Estás muy enamorada, ¿cierto?
— ¡No... lo... estoy! —aseveró, dirigiéndole una mirada que habría asustado a uno de sus sirvientes en Graycote, pero que simplemente dibujó una sonrisa en los labios de Sammy. Pero, oh, a pesar de sus protestas, temía que el bribón estuviera comenzando a importarle. Inaceptable como era, ella estaba celosa de una simple chica con campanas en sus pechos.
Darién se quedó en silencio por un momento antes de continuar.
—Rechacé las dos ofertas que Bjold me presentó en nombre de Anlaf, porque tenía trabajo importante que hacer antes del invierno. Pero luego me hizo una oferta que no pude rechazar. Me dijo que Sammy estaba detenido en su corte y no lo liberaría hasta que trajera a la bruja. Él lo llamó un “prisionero amistoso”, pero un prisionero es un prisionero.
— ¿Es eso cierto? —el lagman le exigió al rey Anlaf—. ¿Engañasteis a Darién de esa forma?
—Me malinterpretaste —se quejó Anlaf con voz herida. Cuando vio que Darién no se inmutó, se dirigió al lagman—. No, él me entendió mal. Simplemente le pedí a Bjold que le informara a Darién, como último recurso, de que Sammy estaba de visita en mi corte, y si Darién quería podía unirse a él aquí antes de retirarse a Dragonstead para el invierno.
— ¡Estas mintiendo! —gritó Darién.
— ¡Te estás pasando! —Gritó Anlaf—. Recuerda a quién le estás hablando.
—Anlaf, puede que seas un rey, pero eso no te da permiso para mentir o engañar.
—Fue un malentendido, te digo. No somos enemigos, Darién. Somos parientes de sangre y camaradas. No pongas a prueba estos lazos con palabras mal escogidas.
—No es poca cosa engañar a parientes de sangre o camaradas, ya seas rey o campesino.
El lagman puso las manos en alto para detener su argumento.
Bjold fue llamado al frente, y apoyó al rey con una mirada furtiva y tartamudeando.
Darién y Anlaf comenzaron lanzarse acusaciones el uno al otro, mientras tanto, Bjold se escabulló. Los vikingos dentro del semicírculo de los veintiuno, así como hombres libres en la sala, murmuraban entre ellos.
Finalmente, el lagman se levantó y golpeó su bastón contra un escudo cercano para llamar la atención de todos. Rápidamente, con un efecto dominó, el silencio descendió sobre la multitud.
—Que la bruja pase al frente —dijo el lagman.
Darién se estremeció.
No es una buena señal, pensó Serena. Un gemido escapó de sus labios.
Sammy la ayudó a levantarse y le susurró en el oído: —No se asuste ahora, milady. Manténgase firme, con la entereza que ha demostrado hasta ahora.
Las piernas de Serena se tambalearon mientras caminaba hacia el centro de la sala, en donde se le ordenó permanecer de pie frente a la asamblea. Miró hacia Darién para animarse, pero él simplemente se la quedó mirando, con el rostro enojado y serio. Si estaba enojado con ella, con el rey Anlaf, o por todo el procedimiento, no podía decirlo.
—Se la ha acusado de brujería, Lady Serena —dijo el lagman—. ¿Qué dice usted de eso?
Ella negó con la cabeza.
—No soy una bruja.
— ¿Cómo explica el cabello de llamas y la saliva del diablo?
Ella se encogió de hombros.
—Fue la elección de Dios, no la de satán.
El Padre Caedmon se puso rígido, sin saber si ella estaba blasfemando o no.
— ¿Puso usted una maldición sobre la hombría del Rey Anlaf?
—Sí —respondió ella con sinceridad, y se hizo un fuerte murmullo de — ¡Ajá!— que resonó a través de la asamblea—. Pero no era la maldición de una bruja. Simplemente la de una mujer indignada al ver a un hombre a punto de violar a una monja.
—Yo... yo .. yo... nunca... —balbuceó Anlaf.
—Sí, sí lo hizo, rey Anlaf. Usted y sus compañeros vikingos entraron en la Abadía de Santa Beatriz en Northumbria, donde violaron y saquearon a las buenas monjitas. Me sentí indignada cuando lo vi separar los muslos de la hermana Mary Esme. Cuando mis esfuerzos por quitárselo de encima resultaron infructuosos, grité: “Por el Velo de la Virgen, que se te caiga el miembro si cometes esta maldad.” Eso no quiere decir que sea una bruja.
—Ella me maldijo, y mi polla se torció en la mitad —argumentó Anlaf—. Soy un caso confirmado de que ella es una bruja.
—Si yo fuera una bruja, ¿por qué no pongo una maldición sobre la maldita asamblea y listo? —se burló—. Entonces no necesitaría el thing para ganar mi libertad. Simplemente volaría con la ayuda de las artes mágicas.
Algunos de los hombres se movieron incómodos ante el recordatorio de que ella posiblemente podría maldecir a sus partes colgantes. Algunos cruzaron las piernas para protegerse y algunos agarraron escudos cercanos.
— ¿Y el velo que lleva ahora es el Velo de la Virgen? —preguntó el lagman.
— ¡Aaarrgh! ¿Es que no me escuchan o qué? No soy una bruja. Por lo que yo sé, no existe alguna maldición que pueda torcerle el miembro a un hombre. Se dice que cierto mal puede causar tales síntomas, y que con el tiempo se curan solos. Pero el Padre Caedmon, o Sammy “el Sanador”, deben saber más sobre eso de lo que yo sé.
—Eso no tiene ninguna importancia —sostuvo Anlaf, examinando sus uñas con despreocupación.
—Sí, sí la tiene. Yo creo que usted tenía una dolencia física, no mágica.
—Eso lo decidirá el thing —dijo el lagman con severidad—. Ahora continúe, Lady Serena.
—No tengo conocimiento de alguna reliquia con el nombre del Velo de la Virgen. Este simplemente es uno de los cinco velos azules que poseo, todos cortados de la misma tela inglesa. “Por el Velo de la Virgen” es una expresión, eso es todo.
— ¿Que explicación le das a los eventos espantosos que ocurrieron en compañía tuya? —preguntó Anlaf con agresividad.
—Coincidencias.
— ¡Ja! —respondio Anlaf. Y por lo bajo, murmuró—: ¡maldita bruja! —Ella pudo ver la misma expresión de duda en el rostro de muchos de los hombres.
El lagman la miró durante un momento, luego suspiró ruidosamente. —Esto es un dilema. Tenemos tres versiones de una disputa, todas diferentes. Pensemos sobre el problema para llegar a una solución justa.
Unos cinco minutos de contemplación siguieron, mientras los hombres aparentemente pensaban sobre todos los aspectos del caso. Algunos de ellos hablaron con sus vecinos. Hubieron muchos asentimientos y sacudidas de cabeza.
Esos cinco minutos fueron como cinco horas para Serena, cuyo destino estaba siendo pesado en la balanza. Seguramente, al final, Darién vendría a rescatarla... si terminaba siendo necesario. Sus instintos acerca de él como su enviado de Dios —su ángel guardián vikingo, así sonara absurdo— no podían estar tan lejos de la realidad.
Finalmente, la cara arrugada del lagman se iluminó, como si estuviera inspirado.
Golpeó su bastón contra el suelo buscando atención.
—Todos los hombres buenos saben cuándo comprometerse —comenzó a decir Styrr “el Sabio”—. Se me ocurre, que se nos ha dicho que una bruja intenta seducir a un hombre mortal para poder perder su cola. Y les recuerdo que Darién nos dijo que no cree que Lady Serena sea una bruja. Por lo tanto, sugiero que Darién pruebe su declaración al casarse con la bruja. —Sonrió ampliamente a través de su boca sin dientes ante lo que, obviamente, consideraba una brillante solución.
El rostro de Darién palideció sobresaltado, y luego se puso rojo de ira. Después farfulló con incredulidad.
—Esas son palabras sabias que Styrr ha deliberado... y bien valió la pena la reflexión —ofreció el rey Anlaf rápidamente. Después de sólo un momento de contemplación, gritó—: ¡Sí! ¡Una solución perfecta!
Y todo el cuerpo de los hombres libres y jefes mostraron su acuerdo con gritos de alegría y el ruido estridente de sus armas contra los escudos.
—Demuestra que no es una bruja, Darién. Cásate con la moza —gritaron muchos de ellos.
— ¡No! Me niego —bramó Darién.
— ¿Se niega a acatar una decisión del thing? —Preguntó fríamente el lagman—.
¿Entonces eliges la decisión de tener un combate en su lugar?
—Espere un minuto. Espere un minuto —dijo Serena—. Déjeme hablar con Darién en privado por un momento.
—No tengo nada que decirte —dijo él con una voz cargada de hielo cuando ella lo empujó hacia un lado—. Todo esto es tú culpa.
— ¿Mi culpa? —le espetó ella, pero luego suavizó su voz. Necesitaba tenerlo de su lado, no alejarlo aún más—. Escucha, Darién, casarte conmigo es la solución perfecta.
Él soltó un bufido más que ofensivo. Lo habría golpeado en la cabeza si no necesitara de su ayuda en este asunto.
—En serio. Cásate conmigo para poner fin a este absurdo problema con Anlaf. Me llevas a Dragonstead para el invierno, y yo volveré a Graycote cuando llegue la primavera.
Es una solución perfecta para mí. Estaremos casados, pero no realmente casados. Mis hermanos se verán obligados a poner fin a sus maquinaciones matrimoniales. Y no tendré que preocuparme por tener un marido molestándome sobre.... —su voz se apagó al darse cuenta de lo insultante que sonaba su plan.
Darién estaba sacudiendo la cabeza como si creyera que ella se había vuelto loca.
— ¿Y qué ganaría yo de este supuesto matrimonio?
—Bueno… bueno… —Serena titubeó—. Sería lo más noble que podrías hacer.
— ¡Ja! más bien lo más ángel que podría hacer.
—Eso también —dijo ella alegremente.
—No soy un santo.
—Ya lo sé.
—No, Serena. No lo sabes.
—Yo podría… ya sabes… —se sonrojó.
—No, no lo sé. Dime. —No iba a ponerle las cosas fáciles.
—Bueno, yo podría ser tu… um, compañera de cama durante el invierno.
Al principio su boca se abrió por la sorpresa. Luego se rió. El patán se rió.
— ¿Qué puedes ofrecerme que Samirah, u otra moza, no pueda… sin tanta molestia?
—Antes sí me deseabas… en Hedeby.
—Fue un momento de locura.
—Puede que yo tenga talentos ocultos. — ¡Por la cruz! ¿Yo dije eso? El único talento que tengo en la cama es rechinar mis dientes.
Él se rió sin alegría y se alejó de ella, sacudiendo la cabeza y murmurando algo acerca de "haberse vuelto loco". A continuación, se dirigió al lagman, a Anlaf y a los hombres libres.
—Esto lo aceptaré. El rey Anlaf me dará el semental, quinientos marcos de plata…
— ¡Quinientos marcos de plata! —exclamó el rey Anlaf.
—…Y a cambio, me llevaré a Lady Serena conmigo a Dragonstead durante el invierno, para demostrar que no le temo a sus poderes de bruja. Sin embargo, no me casaré con ella.
Eso es pedir demasiado. Incluso Anlaf debe admitir eso. —Vaciló un momento, y luego añadió—, puedes quedarte con la chica de las campanas.
Serena se encogió interiormente ante su rechazo de casarse con ella. Ella entendía. De veras lo hacía. Aun así, le dolía.
—Me parece que es un compromiso razonable —opinó el lagman.
El rey Anlaf golpeó su mentón embarbado pensativamente. Finalmente, asintió con la cabeza, y el ruido de armas de la asamblea dio el sello final de aprobación a la solución de Darién.
—Al menos me voy con mi cabeza puesta, así deje mi dignidad —le dijo a Darién cuando él la tomó por el brazo y la arrastró fuera del gran salón. Ella quería aliviar su mal humor.
Alan los siguió, junto con los setenta o más de sus hombres que aún quedaban. Los hombres, armados con espada, formaban una falange apretada, mientras se retiraban de la corte de Anlaf, atentos a cualquier traición. Mucho más atrás, iba Sammy, que había levantado su túnica hasta las rodillas para facilitar la huida. Nepherite fue el último, sobrecargado por sacos de tela con las monedas que había acumulado de su venta de cruces y agua bendita.
Cuando llegaron a la entrada del gran salón, Darién se volvió hacia ella y presionó su nariz contra la suya.
—Atiéndeme bien, dama. Vas a pagar por este truco que has ideado contra mí de formas que ni siquiera te puedes imaginar.
—Es casi imposible que hubiera podido pensar un truco como éste.
—Cierra… la… boca.
A ella le hubiera gustado expresar su opinión sobre sus modales desagradables, pero estaba libre gracias a él, y decidió mostrar su agradecimiento con su silencio. Tampoco es que tuviera elección.
Mientras caminaban hacia su drakkar en medio de la nieve que caía, Serena meditó las palabras de Darién. Vas a pagar un alto precio por este truco que me has jugado, de formas que no te puedes imaginar. En ese momento descubrió que tenía una muy buena imaginación.
Y pensó: Hmmm.
Una hora después, dos de los barcos de Darién se preparaban para zarpar hacia Dragonstead.
El clima se había vuelto frío y el aguanieve estaba cayendo constantemente. Podía decirse por la eficiencia nerviosa con la que los marineros realizaban sus tareas, que estaban preocupados por la tormenta que se avecinaba y acerca de si serían capaces de hacer el viaje de dos días antes de que los mares se congelaran.
Serena estaba acurrucada bajo varias capas de alfombras de piel. El caballo —un hermoso animal tan liso como el satén negro— estaba firmemente acomodado en otro barco, a pesar de la oferta de Anlaf para comprarle el animal de regreso a Darién.
Darién no hablaba con nadie, en especial con ella. Hizo sus deberes con estoicismo, supervisando la salida de su barco. Sus labios generalmente llenos, se habían adelgazado y azulado, y no sólo por el frío. Ella se dio cuenta de que estaba sintiendo un tremendo dolor en su vieja herida en la pierna, pero no paraba a descansar, o podría no ser capaz de seguir adelante. Ahora estaban listos para zarpar. Darién se acercó a ella y puso una pila de cinco cajas planas sobre sus manos. Las cajas habían sido finamente talladas con algún estilo extranjero y cubiertas de oro a lo largo de los bordes elevados.
— ¿Para mí? —Estaba perpleja por la contradicción entre darle regalos y su comportamiento frío.
—Para ti.
—Pero... ¿pero por qué?
—Éstos, mi señora bruja, marcarán la primera etapa de tu pago por la enorme deuda que tienes conmigo.
—No... No lo entiendo. ¿Me das regalos para que pueda pagarte?
—Sí —dijo. La sonrisa que se extendía a través de sus labios nunca alcanzó sus ojos, que la miraban con frialdad—. Y tu deuda es enorme.
Los finos vellos de la parte posterior de su cuello se pararon.
—Estás hablando sobre castigo, no sobre pago, ¿cierto?
—Sí, pero tienes unos días para reflexionar sobre tu futuro, milady. No voy a empezar a cobrarte sino hasta que estemos acomodados en Dragonstead... todo el maldito invierno.
—No tengo miedo —dijo, a pesar de que estaba empezando a sentir sólo eso.
—Entonces eres más tonta de lo que pensaba. —Con estas palabras, se marchó y le hizo una señal a sus hombres para comenzaran a remar.
Un poco más tarde, Sammy se acercó y se sentó junto a Serena.
— ¿Por qué frunce el ceño de esa manera? —Preguntó Sammy—. Debería estar feliz. Ha ganado.
—No. Esto no era un concurso. Y no importa lo que diga Darién, tampoco fue culpa mía.
Sammy se rió.
—Está un poco perturbado con usted.
—Eso es un eufemismo. Por eso fruncía el ceño. No entiendo estos regalos que me dio. Oh, espetó algunas tonterías acerca de ser mi primera etapa para pagarle una deuda enorme. Pero los he examinado y... —Se los pasó a Sammy y él abrió el más grande primero.
Era una caja poco profunda, forrada de seda, que contenía docenas de plumas de todos los tamaños, colores y texturas—. ¿No son magníficas? —comentó.
Él asintió con la cabeza, absorto en sus pensamientos, y abrió la siguiente caja. Ésta contenía diez jarras de diversos aceites perfumados.
—Él ha hecho comentarios sobre la crema para el cabello con olor a rosa que su hermana por matrimonio, Lady Patzite, me dio, pero estoy profundamente conmovida de que me honre con estos.
Sammy estaba empezando a sonreír enigmáticamente.
— ¿Por qué sonríes?
—Estoy comenzando a entender el método de pago que Darién planea obtener de ti. —
Abrió la siguiente caja, la cual contenía los objetos más extraños: cortas cuerdas de terciopelo... cuatro de ellas—. Sí, estoy empezando a entender.
Una pequeña caja contenía un magnífico cabujón de ámbar, del tamaño de un huevo de un pájaro.
—Es hermoso, pero no tiene respaldo para ser utilizado como un broche, y ningún lazo de metal a través del cual se le pueda poner una cadena para el cuello.
—Es una piedra para el ombligo —dijo Sammy con una sonrisa.
— ¿Una qué?
—Es una gema especial, favorecida por muchas de las mujeres en los harenes de los sultanes. La mujer lleva puesta nada más que esta piedra en el ombligo.
Le tomó un momento para comprender. Cuando lo hizo, jadeó.
—Está loco si cree que yo... bueno, basta con decir que está loco. —Giró la gema de un lado a otro, tratando de imaginarla en su lugar. Por último, la alejó de su vista, haciendo un sonido de tskr08;tsk de desaprobación.
—Es Darién un pervertido?
—Probablemente. —Sammy le guiñó un ojo y tomó la última caja.
—Oh, esa debe de ser un error —dijo ella, tratando de quitársela de las manos—. Darién debe haberla pensado para Samirah.
Sammy la abrió y de ahí salió la prenda más escandalosa, hecha de pañuelos de seda de un color rojo casi transparente, bordeada con pequeños cascabeles.
—No, se equivoca, Lady Serena. Él la pensó para usted. Estoy seguro de ello.
Ella lo miró horrorizada.
—Lady Serena, yo creo que éste va a ser el invierno más interesante de su vida.

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el vikingo hechizado
FanfictionHechizado, molesto y desconcertado... Incluso los guerreros nórdicos más fuertes tienen días malos. ¡Santo Thor! Las cosas que Darién Chiba tiene que hacer son suficientes para volver loco a un vikingo... capturar a una arpía rubia, acomodar el reb...