Más de dos horas más tarde, los siete barcos estaban anclados a una corta distancia de la orilla, la mercancía había sido descargada y todos los hombres, excepto por un guardia en cada barco, habían desembarcado y se habían ido a disfrutar de una noche de bebida y mujeres antes de ir a sus lugares de residencia durante el invierno.
Darién se acercó a Serena con una cuerda en la mano.
—No —protestó alejándose de él.
—Sí —insistió él con rostro severo e inflexible—. No me contradigas en este momento.
Tengo muchas cosas que hacer antes de que se haga de noche y no tengo paciencia para aguantar tus estupideces.
—Pero no es necesario que ates mis manos… o mi cuello. Aquí no tengo a dónde escapar.
—Eso no significa que no lo vayas a intentar. —Se acercó más y agitó un extremo de la cuerda frente a su rostro—. Tienes dos opciones, mi señora. Puedo atarte al mástil hasta que regrese al barco por la mañana o puedo atar tu mano a la mía.
—O podrías dejarme caminar libremente a tu lado.
Él sacudió un dedo frente a su cara. Te doy cinco segundos para que decidas. Einn, tveir, rr, fjrir, fimmr08;
—Oh, dame la maldita cuerda. —Le quitó la cuerda de las manos e intentó atarse la muñeca.
Con una sonrisa burlona, él tomó la cuerda y procedió a atar sus manos fuertemente.
No había forma de que ella fuera capaz de desatar los nudos sin llamar su atención, a menos que estuviera borracho, dormido o muerto.
—Supongo que estarás tan sediento como para tomarte una jarra de cerveza —comentó casualmente después de que el zoquete la arrastró por la orilla rocosa hacia el borde de la ciudad.
—Al menos una jarra —le respondió—, excepto que me tengo que reunir con Rachelle y hay muchos productos de los que me tengo que abastecer para sobrellevar el invierno.
Hmmm. Parece que emborracharse esta fuera de discusión.
—Bien, entonces en algún momento tendrás que dormir —le ofreció alegremente.
Él la miró de reojo, con sospecha, mientras ella trotaba para ponerse a su lado.
—Por cierto, ¿dónde dormiré esta noche? ¿En el barco?
Él negó con la cabeza. —
—En mi casa, detrás del puesto de mercado. Es un poco estrecha así que tendrás que compartir mi cama de pieles.
La cabeza de Serena se levantó con alerta.
—Estás de broma.
—No voy a perderte de vista, “Lady Bruja”… ni siquiera en la oscuridad. —Él sonrió, consciente de su sorpresa—. Soy reacio a preguntarte, ¿pero roncas? No puedo soportar a alguien roncando a mi lado.
Los labios de Serena se tensaron y un gruñido poco femenino emergió de lo más profundo de su garganta. Si él no la hubiera mantenido alejada con su mano libre, ella se habría abalanzado sobre él.
—No pienses ni por un momento que vas a estar empujándome en la oscuridad con… con esa cosa.
— ¿Qué cosa? —pregunto Darién, moviéndose mientras ella intentaba golpear su rostro alegre.
—Esa mecha lánguida que tú y todos los hombres tienen entre las piernas.
— ¿Mecha? ¿Lánguida? —Gritó Darién—. Oh, obviamente nunca has visto la… mecha de un vikingo.
—Eres… un… troll —le espetó, luego pasó frente a él, arrastrándolo de la mano atada.
Justo entonces la idea más alarmante se le ocurrió. Ya había agotado las dos primeras posibilidades de escape: que él estuviera borracho o dormido. Eso dejaba solamente la muerte. Se preguntó brevemente si tendría las agallas para matarlo. Pero entonces ¿quién sería su ángel guardián?
Echó un vistazo por encima del hombro hacia el bruto, que se había quedado quieto deliberadamente para hacerla tirar de él. Volvió a mirarlo y, mortificada, deseó que se la tragara la tierra.
El troll le estaba mirando el trasero. Y sonriendo.
Serena tembló, aunque llevaba puesto el abrigo de piel de Darién. El aire se había vuelto tempestuoso y el invierno duro. De repente, el cielo gris presagió nieve, o al menos, una helada temprana.
Darién y ella iban caminando hacia la ciudad de Hedeby, los dedos de sus manos atadas entrelazados como si fueran dos amantes. Aunque en realidad no era un contacto corporal amoroso. Primero que todo, Darién la había obligado a ello. Segundo, Darién iba mirando hacia adelante, con el rostro rígido y los labios apretados. Él estaba “atormentado por el dolor”, o eso decía, ante el constante martilleo de Serena de sus nor08;muyr08;admirablesr08;virtudes: i—Deja de imaginarme desnuda.
— ¿Por qué caminas tan rápido? ¿Acaso piensas que soy un gigante como tú?
—Deja de imaginarme desnuda.
— ¿De dónde sacaste ese tonto arete? ¿Y por qué tienes trenzado el pelo en un solo lado? ¿Para mostrar el adorno o tu rostro atractivo? Ugh. Eres tan vanidoso, eres un… un petimetre orgulloso.
—Deja de imaginarme desnuda.
—Tengo hambre… pero no de gammelost. Daría cualquier cosa por una perdiz asada y un trozo de pan recién horneado y un… ¿por qué sonríes? No te atrevas a sugerir lo que yo creo que… ¡eres un troll lujurioso! No quería decir eso.
—Deja de imaginarme desnuda.
—Es mejor que busquemos un baño… ¡pronto!”
— ¡Hver fjandinn! —maldijo Darién finalmente—. ¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea!
—Paró en seco y se volvió hacia ella. Respiró profundamente y dijo de mala gana— ¿quieres que haga una tregua con tu lengua afilada, mi señora?
En realidad era bastante molesto darle lata a alguien que no respondía a las pullas.
Serena asintió con vacilación.
—Yo me comprometo a dejar de mirarte tu… eh, cola —sonrió ante esa última palabra—, si tú te comprometes a dejar de picotearme como si fueras un pájaro carpintero.
¡Toc, toc, toc! Eso es suficiente para volver loco a un hombre.
— ¡Una elección apropiada de pájaros! Sobre todo porque tu cerebro es un bloque de madera.
Él se rió, obviamente disfrutando de sus bromas.
—Está bien, tregua —estuvo de acuerdo Serena.
Lo cual fue un error.
Por un lado estaba lo que él le dijo a continuación… en tono bajo y arrastrando las palabras con habilidad.
— ¡Ah, cariño!, sabía que podíamos llevarnos bien si queríamos.
¿Cariño?
Por el otro lado estaba lo que él hizo. Mientras hablaba, Darién se inclinó un poco para sellar el acuerdo con un beso. Tan sólo fue un ligero roce de labios, pero ¡oh!, sus labios eran tan cálidos, firmes y persuasivos. Con sólo ese toque fugaz, Serena sintió un anhelo feroz… por cosas que ni siquiera podía imaginar, o que había considerado.
Darién retrocedió, como si sus labios quemaran. Pero ella lo supo. Él estaba sintiendo la misma emoción aterradora que ella.
¿Quién lo habría imaginado? pensó Serena. ¿Quién?
Hizo lo mejor que pudo para esconder su reacción traicionera de Darién, y él intentó esconder su actitud de incredulidad. A pesar de eso, sus manos seguían juntas y ella sintió una extraña conexión por el roce de piel a piel.
Puede que en realidad hubiera sido enviado a ella por Dios o por sus dioses. Por supuesto era una idea ridícula. Pero permaneció en la cabeza de Serena y se aferró a su corazón, dándole un breve momento de esperanza.
Afortunadamente, esos pensamientos indeseados fueron interrumpidos por los fuertes ladridos de un perro. Bestia corrió hacia ellos ladrando y aullando alegremente, para consternación de Nepherite, que fue arrastrado por su mascota. Nepherite estaba quejándose usando palabras en el lenguaje nórdico —sin duda groserías.
Bestia voló por el aire con un gran salto y se levantó sobre sus patas traseras, poniendo sus garras sobre los hombros de Serena. Bestia casi los derriba a ella y a Darién, que se reía a carcajadas. Luego la lamió con entusiasmo en bienvenida.
—¡Oh!, ¿quién es el perro más amigable en este mundo? —Le susurró Serena a Bestia—. Debe ser que tienes sangre sajona. Con certeza no hay rastro de vikingo malhumorado en ti. No, no lo hay. Y, alabado sea el Señor, es un consuelo saber que al menos alguien entre ustedes los saqueadores tiene buen gusto.
—Ven aquí, Bestia —ordenó Nepherite—. Wow. Lo digo en serio. Date prisa o te vas a arrepentir.
Todavía apoyado contra el cuerpo de Serena, con su cola moviéndose y su lengua colgando en éxtasis ante sus caricias sobre la piel de su cabeza, Bestia miró a Nepherite por encima del hombro con una expresión que sólo podría ser traducida como “lárgate vikingo. Yo iré cuando se me dé la regalada gana.”
—Mira… mira… —Nepherite le escupió a Darién—. La bruja ha lanzado un hechizo sobre mi perro. Bestia ha estado a mi lado por cinco años. Mi compañía más cercana… después de ti, por supuesto —añadió rápidamente—. Pero ahora la bruja lo ha alejado de mí con un hechizo. Córtale la cabeza, Darién. Es el único remedio.
Nepherite se quedó mirándola con una indignación fuera de lugar. Una docena de animales debió haber sido usada para crear todas las pieles que adornaban su cuerpo. Además su cuello, su pecho, sus brazos y sus dedos estaban adornados por joyas de oro y plata. En verdad que el hombre era guapísimo, incluso con la marca en su cara. Con un bufido de desprecio ante su escrutinio, Nepherite puso los brazos en jarras y golpeó una bota contra el suelo con impaciencia, como si de verdad esperara que Darién la decapitara.
Obviamente no lo haría.
¿O sí?
—Nepherite, yo creo que eres la persona más tonta de este mundo. ¿Es que tu madre te dejó caer de cabeza cuando eras bebé? —A veces Serena se preguntaba si no sería que a ella también la había dejado caer, sobre todo cuando su estúpida lengua hablaba sin control.
Nepherite puso las manos como garras y las extendió hacia su cuello. El feroz gruñido que emergió de su garganta habría enorgullecido a Bestia.
Darién agarró a Bestia por la piel del cuello y lo alejó. Luego empujó a Serena detrás de él y le advirtió: —Ten cuidado, moza. Presiona demasiado a un hombre y ni siquiera el mejor guerrero podrá proteger tu cabeza. —Alzó su brazo libre para impedir que Nepherite se acercara.
—Pero el hombre está desquiciado —protestó Serena. Aun estando detrás de Darién ella se asomó sobre su hombro derecho mientras hablaba. Mientras que el perro pensó que estaban jugando y comenzó a correr en círculos alrededor de ellos—. Bestia se acerca a mí porque puede sentir el olor de Bella en mi ropa —le explicó a Nepherite.
Con un silbido de exasperación, Darién puso una mano sobre su rostro y la empujó hacia atrás para que quedara totalmente cubierta con su cuerpo. Al parecer Bestia pensó que era un truco maravilloso porque saltó e intentó poner sus garras sobre su rostro como lo había hecho Darién. Entre asomarse por encima del hombro de Darién, e intentar calmar al perro, Serena tuvo problemas para mantenerse derecha.
—Eso tiene sentido, Nepherite —dijo Darién, su brazo aún en alto para detener sus avances.
Al mismo tiempo le apretó con fuerza la mano a Serena dándole a entender que dejara de interferir.
Serena se asomó por debajo del brazo levantado de Darién y vio como el rostro de Nepherite se suavizó un poco, pero siguió insistiendo tercamente.
—Todavía digo que es una bruja. Ella me robó a mi perro. Debe pagar por ese crimen.
El castigo por robar el caballo de un hombre es la vida del ladrón. Exijo que se haga lo mismo por la pérdida de mi perro.
—Difícilmente puedes comparar a un perro con un caballo, Nepherite —argumento Darién—. Se razonable. —Una risita traviesa escapó de sus labios cuando se le ocurrió una idea—.
Tal vez Serena pueda menear su cola ante ti como recompensa por la pérdida de la devoción de tu perro.
— ¡Ajá! —Exclamó Nepherite—. Así que, después de todo, ¡sí has visto su famosa cola!
—Bueno, no precisamente —admitió Darién, claramente disfrutando de su ridícula broma.
— ¡Por los dientes de Dios! Yo no me robé a tu perro, Nepherite —afirmó Serena—. Bestia simplemente cambió al receptor de su cariño.
— ¿Cariño? —La alegría en la voz de Darién fue notable.
— ¿Cariño? —Gritó Nepherite, sin una pizca de alegría en su voz—. Yo te daré tu cariño. Te juro mujer que, si pudiera, te rompería los dientes de un solo golpe y no sentiría ni una pizca de remordimiento. Tendrás tu cariño con un solo movimiento de “Acechador de la Muerte”, mi espada.
—Sí, cariño. Deberías aprender a ser más cariñoso. Tal vez así tu perro te querría de nuevo. Además, si le hubieras mostrado un poco más de cariño a la bruja escocesa, puede que no tuvieras que llevar su marca de por vida. Y, personalmente, creo que el diseño es casi tan poco atractivo como tu ceño fruncido.
—Voy a matarla, Darién. Lo siento si te ofendes, pero no puedo evitarlo. —Ya estaba desenvainando su espada.
—No, Nepherite, déjalo. La bruja sólo estará con nosotros durante un corto tiempo, luego Bestia regresará a ti. Anda, ve y consíguete una moza, ya sabes que ésa es la mejor forma de calmar el mal temperamento. Eso y una jarra de cerveza.
Después de que Darién calmó a Nepherite con más palabrería, procedió a alejarse de forma vacilante. Aunque en el último minuto miró a Serena como si tuviera dagas en los ojos.
Bestia se quedó dónde estaba, nada arrepentido por su falta de lealtad.
Pronto Serena, Darién y Bestia, estuvieron caminando hacia su casa y lugar de comercio en Hedeby. Las calles estaban pavimentadas con madera puesta de una manera ordenada en ángulos rectos, o paralela a los arroyos canalizados que corrían a través del centro de Hedeby, de oeste a este. Algunas de las construcciones eran pequeñas, de menos de metro y medio por metro y medio, mientras que otras llegaban a ser de hasta tres por siete metros. Las viviendas estaban construidas con tablones verticales u horizontales o con paneles de zarzo y caña. Todas ellas tenían techos hechos de juncos y recubiertos con paja, y puertas uniformemente bajas. En general, las construcciones estaban acomodadas de tal manera que el hastial daba a la calle y las dependencias quedaban tras ellos. Las estructuras estaban cuidadosamente cercadas y tenían sus propias puertas y caminos.
Un gran número de hombres y mujeres pasaron por ahí, pero Darién le aseguró a Serena que normalmente había más gente. Como el invierno se acercaba, muchos negociantes ya se habían vuelto a sus casas. Aun así, Serena pudo ver que allí vivía una gran cantidad de gente durante todo el año, como prueba de ello se podía ver a varios niños correteando en algunas de las residencias. Pequeños huertos, ahora solos por las cosechas de otoño, eran visibles en los patios traseros.
Hedeby era un centro hecho para artesanos que tenían su propio negocio, muy parecido al sector de Coppergate en Jorvik. Frente a algunas estructuras, puestos ordinarios habían sido erguidos —mesas de madera cubiertas con tela. Ahí se ofrecían para la venta alimentos de diferentes países. Liebres, pichones, pollos, carne de venado, cordero, cerdo, jabalí y todo tipo de peces. También había dulces procedentes del este, panes hechos de diferentes granos, potes de miel, frutos secos procedentes de los climas cálidos, jarras del valioso hidromiel nórdico y el potente vino de Frisia. Incluso había gammelost y lutefisk, los cuales Darién señaló con una sonrisa.
— ¿Y la gente paga por eso? —Serena giró la cabeza con desdén.
Mucha gente se dirigía a Darién por su nombre cuando se cruzaban y unos pocos se acercaron y le dieron un golpecito en el hombro como bienvenida. Prácticamente no le prestaron atención al hecho de que ella estaba unida a él con una cuerda, pero sí le miraron el trasero. Nepherite, Alan o alguno de los hombres de Darién debió de haber extendido los rumores sobre su cola. Sin duda, los transeúntes la veían como una esclava personal o una esclava a punto de ser vendida en Hedeby.
De hecho, en una de las calles, Serena vio a un grupo de hombres encadenados y una mujer siendo dirigidos hacia una gran estructura con un patio grande. Los hombres eran de complexión oscura, probablemente árabes, pero la mujer era blanca. Sus gritos de angustia se alzaban sobre el ruido de la multitud mientras decía sus oraciones y cantaba salmos en la lengua franca.
— ¡Oh, Dios bendito! —Gritó Serena—. Esa mujer bien podría ser una monja. —Intentó acercarse para ofrecerle su ayuda pero fue detenida por su captor.
—No interfieras —dijo Darién firmemente—. No es tu problema.
—Pero… pero esa mujer claramente tiene convicción religiosa… es cristiana.
Él arqueó una ceja ante eso.
—Ah, ¿así que estás diciendo que sólo es aceptable tener a personas no cristianas como esclavos?
—Eso no es lo que quise decir. — ¿O sí?
— ¿No? —Preguntó él con tono de burla—. Entonces debes estar insinuando que los cristianos no tienen esclavos.
—Bueno, sí los tienen, pero…
—La esclavitud es algo normal en todos lados. Acepta lo que no puede ser cambiado —le aconsejó.
Serena habría discutido con Darién de no haber sido por el aún más indignante evento que estaba teniendo lugar ante sus ojos. En el patio del puesto de esclavos, en donde docenas de esclavos estaban sujetos con cadenas o atados a un poste, una joven estaba siendo ofrecida en venta. Pero lo peor de todo era que su ropa había sido arrancada de su cuerpo por un posible comprador, un marinero —tal vez uno de los hombres de Darién— la estaba examinando íntimamente. Y mientras esto pasaba, la multitud de hombres lo alentaban.
Darién la arrastró fuera de la escena, maldiciendo por lo bajo ante las patadas que le daba en las espinillas y sus intentos por arañarlo con su mano libre. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos del puesto de esclavos, Darién la estrelló contra el costado de una construcción y usó sus manos atadas como llave contra su cuello.
—Voy a quitar mi mano de tu boca, pero si llegas a decir algo, así sea en un susurro, antes de que haya terminado de hablar, serás la próxima en la fila del puesto de esclavos.
Te lo juro por la tumba de mi padre. Además, aunque mis hombres te hayan evitado a ti y a tu aura de bruja como si tuvieras la peste, hay hombres que pagarían un alto precio por tumbarse con una hechicera. Lo digo en serio. ¿Me estás escuchando, bruja terca?
Ella asintió con la cabeza, luchando por contener las lágrimas por el dolor que le causaba la presión de su brazo contra su cuello.
—Esta no es tu tierra, mujer tonta. Tampoco es la mía. Lo que veas o escuches aquí puede no ser de tu agrado, pero a nadie —sobre todo a mí— le importa. Puedo protegerte mientras estés aquí… pero sólo hasta cierto límite. Si cruzas esa línea, tendrás que arreglártelas por ti misma. —Respiró hondo, como para controlar su turbulento temperamento. Sus ojos ardientes se encontraron con los de ella—. ¿Está claro?
Ella volvió a asentir y él soltó su cuello. A ella se le aflojaron las rodillas como si fueran mantequilla derretida y casi se cae al suelo. Darién la agarró con una mano a cada lado de su cintura.
En la distancia se podía oír el sonido continuo de risas masculinas y el grito de una mujer.
—Vamos —dijo él, esta vez más amable—. Por allá hay una taberna razonablemente limpia. Allí podremos beber un poco de cerveza y comer algo de gammelost.
Ella se rehusó a reírse ante su intento de broma. Nunca olvidaría la escena que presenció en el puesto de esclavos, pero tampoco podía culpar a Darién por no intervenir. En Inglaterra también se vendían esclavos, aunque ella nunca había sido testigo presencial. En el fondo de su mente sólo había un pensamiento, ésa podría ser yo.
Serena pensó que no sería capaz de comer o beber nada, pero se equivocó. A pesar del horror del que había sido testigo, el hidromiel estaba fresco y con mucha miel. Y se comió tres rebanadas gruesas de pan caliente, sus centros estaban llenos de conejo y puerros en un caldo espeso.
Después Darién la condujo por entre los puestos de los artesanos.
Un carpintero estaba usando un torno de pedal para hacer copas de sólidas piezas de madera. Mientras la madera giraba, el carpintero sostenía un cincel para darle la forma a la copa.
—Este es Gone “el Carpintero” —le dijo Darién. Luego se dirigió al artesano—. ¿Ya has terminado las cosas que te encargué la primavera pasada?
—Sí —dijo Gone mientras asentía con entusiasmo. Luego los llevó a la parte trasera de su tienda, en la que había dos sillones y una mesa auxiliar a juego, todo estaba tallado al estilo vikingo, con dragones entrelazados con las aún más tradicionales hojas de acanto.
Darién le pagó al carpintero con las monedas que llevaba en una bolsa en el cinturón, y dio instrucciones para que los muebles fueran llevados a su barco.
En otro puesto, un curtidor estaba haciendo botas, zapatos, cinturones y cubiertas para cuchillos. El hedor de las pieles curtidas siendo estiradas y procesadas detrás de su propiedad le quitó a Serena todas las ganas que hubiera tenido de mirar sus productos.
Darién se rió de ella cuando arrugó la nariz con desagrado.
—Habría pensado que viviendo entre animales estarías acostumbrada a estos olores desagradables.
—En Coppergate es común ver pieles curadas con excremento de pollo. Eso no significa que me tenga que gustar el olor.
Él se rió de Nuevo, y lo hizo con tanta presteza que se movieron hacia la fábrica de peines, en donde un artesano experto tallaba su producto con la cornamenta de un ciervo.
Una vez que tuvo la forma del peine hecha, el uso una pequeña sierra para darle forma a los dientes. Por último decoró su mercancía. También había artesanos trabajando en otros tipos de hueso, haciendo patines de hielo, mangos para cuchillo, malacates, dados y piezas de juego.
—Tengo un pastor allá en Dragonstead con aún más talento para la escultura —le dijo Darién en voz baja, y no compró nada.
Dragonstead, pensó Serena. Darién había mencionado el nombre de su propiedad en Noruega anteriormente. Ahora que lo conocía mejor, consideraba que le quedaba bien el título. Bestia torpe y grande que sopla aire caliente.
La siguiente parada fue para ver a un fabricante de joyas derritiendo oro, plata y otros metales no tan preciosos en pequeños crisoles. Luego puso el metal derretido en moldes de madera y fue mágico ver cómo el líquido se enfriaba en forma de broches o monedas, con los modelos ya en ellos. Para Serena lo más interesante fueron los pendientes de filigrana en los que estaba haciendo delicados diseños, como telarañas de oro o plata.
Algunos de los fabricantes de joyas, cuyos puestos visitaron a continuación, exhibían muestras de hermosos adornos hechos de ámbar, marfil, azabache y plata. Muchos de los joyeros tenían las cuentas de colores que eran tan apreciadas por las mujeres vikingas… no eran llevadas como adornos, sino como signos de riqueza, colgados entre los broches que descansaban en cada hombro, sosteniendo aguja, hilo, unas tijeras en miniatura y llaves.
Cuantas más cuentas tuviera una mujer, más riqueza representaba.
— ¡Oooh! —Serena suspiró una y otra vez cuando se toparon con las finas sedas provenientes del oriente, telas estampadas llamadas brocados de Bizancio, productos de talco de las tierras vikingas, ricas pieles de martas, zorros y los poco comunes osos blancos del Báltico, vidrios francos de varios colores y espadas con empuñaduras adornadas, muelas de molino hechas de basalto de la región del Rin, molinillos de mano de Coblenza y extravagantes soportes de arnés y espuelas tintineantes de los artesanos sarracenos de ojos oscuros.
Darién sonrió ante su apreciación de tales objetos frívolos.
—Tienes que ver la sala de los tesoros que tengo en Dragonstead —presumió.
— ¿Veré tu sala de los tesoros en Dragonstead?
—Nah, pero deberías verla —se corrigió—. Estas chucherías que te impresionaron —dijo mientras tocaba un pedazo de seda bordada con hilo—, no son nada comparadas con mi colección.
¡Qué hombre tan arrogante, prepotente y orgulloso! Veré su casa y luego él me regresará a la mía —decidió mientras alzaba la barbilla—. Él no dejará que Anlaf me haga daño. Él es mi ángel guardián vikingo, independientemente de lo que él diga.
Sin embargo, en el fondo de su mente, Serena tenía grabada la imagen de la esclava desnuda, y que Darién no hizo nada para ayudarla. Él no dejará que Anlaf me haga daño.
Estoy segura de ello.
En muchos puestos se podían ver las cuerdas hechas de piel de morsa o de foca que eran tan populares entre los marineros.
—Mira eso —le dijo Darién, levantando un gran pedazo de una cuerda torcida. Le explicó cómo se hacía, cortando la piel de la bestia en una sola tira continua, en espiral, desde los hombros hasta la cola. Darién compró tres de las cuerdas —que eran todas las que el artesano tenía a mano— y ordenó tres para el próximo otoño.
Pero había cosas más maravillosas por ver, incluyendo pájaros enjaulados y colecciones de plumas de diferentes aves, las cuales tenían fascinada a Serena, hasta que Darién la alejó con una risa.
—Algún día conocerás a Abdul, el loro hablador que le di a Patzite como regalo de bodas. —La sonrisa en su rostro hablaba de alguna travesura secreta, pero lo único que Serena podía pensar era en su implicación de vida más allá de la corte de Anlaf.
—Mejor aún, tienes que ver la colección de plumas que le compré a un sultán de Bagdad cuando estaba desmantelando su harem. La colección tiene al menos cincuenta plumas diferentes de todos los tamaños y texturas, en su propio cofre de oro bordado con satén. —La sonrisa traviesa en su rostro se volvió aún más traviesa.
—Nunca le he visto el sentido a coleccionar objetos inútiles. Mi hermano Egbert coleccionaba piedras cuando era adolescente. Y también coleccionaba huevos de aves. Uno de ellos estaba podrido y se necesitaron tres semanas para quitar el olor de su recámara.
Darién sonrió ante su repentina plática acerca de pequeñas cosas de su vida personal.
La curiosidad pudo más que ella.
— ¿Para qué usarían plumas en un harem?
Darién se echó a reír y la empujó juguetonamente con el codo.
—Serena, Serena. Para ser una mujer mundana que ha enviudado tres veces eres muy inocente.
—Nunca dije que fuera mundana —bramó ella y le devolvió el codazo.
Luego siguieron caminando, a gusto con el silencio que se hizo entre ellos.
Se podían escuchar muchos acentos e idiomas mientras los clientes y comerciantes discutían sobre precios y calidad. En lugar de usar monedas o trueques, la mayoría de los compradores usaban tajos de plata para sus compras —piezas de plata que podían ser cortadas y medidas en balanzas de bronce. A menudo los comerciantes arañaban las piezas para asegurarse de que eran de plata pura antes de ponerlas en la balanza.
Serena pudo ver que Darién se divertía por su asombro ante la escena. Él sonrió y dijo: —La mayoría de la riqueza de los vikingos proviene del comercio, como bien puedes ver. No de saqueos y guerras.
A decir verdad, los comerciantes vikingos estaban bien vestidos, educados y prósperos. Igual que sus contrapartes sajonas en Jorvik. Oh, en algunas ocasiones algunos de los marineros se veían como si fueran a participar en un saqueo, justo como el violador en el puesto de esclavos, pero en este entorno pacífico no podía encontrar ninguna falta.
Darién se detuvo abruptamente y ella se dio cuenta de que habían llegado a su residencia y lugar de negocios. Él se llevó un dedo a los labios, advirtiéndole que guardara silencio, mientras examinaba el funcionamiento de su empresa. Su casa era una de las más grandes que había en Hedeby, enmarcada con bahareque y techada con paja. El techo se extendía hacia adelante para formar una cubierta para la mercancía.
Al darse cuenta de que no se estaban moviendo, Bestia se tiró al suelo bajo una mesa cerca de los pies de Serena, con el hocico apoyado sobre sus patas delanteras, y se durmió.
Darién y ella se quedaron mirando los ires y venires en su puesto, que tenía una tentadora variedad de ámbar en todas sus formas… desde la piedra en bruto hasta fina joyería hecha a mano.
Un enorme vikingo de cabello oscuro vestido con una capa de piel de lobo, ajustada en el hombro con un broche con una fíbula celta de plata, estaba estudiando algunas joyas que había en la mesa frente a él. Al otro lado de la mesa, había un joven de no más de quince años. A un lado de la construcción, de espaldas a ellos, una mujer estaba usando herramientas de cortado y abrasión y puliendo paños para convertir el ámbar en pedazos con tamaños y formas fáciles de manejar. Un guardia con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba de pie al lado de la entrada de la casa, vigilando al joven, a la mujer y las costosas mercancías.
—Esto le quedaría bien a Drifa, mi primera esposa —dijo el cliente mientras tomaba unas cuentas de ámbar entre sus manos gigantes.
— ¡Una buena elección! —Exclamó el muchacho—. Mire que las cuentas tienen un tamaño y color uniforme. Y están ensartadas en el hilo más fino, con nudos entre cada cuenta para evitar que se salgan.
—Me la llevaré. — El vikingo asintió—. Y a Grima, mi segunda esposa, le quedaría bien el pendiente que está allá… sí, ese… ella ya tiene suficientes cuentas de vidrio para probar mi riqueza. —Como un pensamiento secundario, añadió— Pero las cuentas y el pendiente deben ser del mismo valor, así no tengo que escuchar sus quejas durante el invierno. —El pendiente que escogió consistía en un marco de filigrana ovalado que tenía una piedra de color amarillo claro, que colgaba de una delicada cadena de plata.
—Sus dos esposas estarán muy complacidas, se lo aseguro —dijo el muchacho, sus ojos brillaban por la emoción de las dos ventas.
— ¡Ja! ¿Crees que sólo tengo dos esposas? No sabes nada de la virilidad de un vikingo si crees que una mujer es suficiente. Tengo otras tres esposas además de Drifa y Grima, sin mencionar a las cinco que he enterrado. —Le guiñó el ojo al chico—. El sexo duro desgasta a las mujeres más débiles.
El muchacho se contuvo de sonreír abiertamente ante el prospecto de más ventas.
—Mis ayudantes se ganan una comisión con cada venta —le susurró Darién en el oído.
Para consternación de Serena, ella sintió el efecto ondulante de su aliento hasta los pies… y en algún lugar inquietante a mitad de camino—. Es un incentivo para que trabajen más duro.
El patán siguió hablándole sin darse cuenta del efecto que estaba comenzando a tener sobre ella. Pero luego el patán sopló suavemente sobre su oreja. Cada vello en su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, se levantó prestando atención. A decir verdad, sus pecas también estaban poniendo cuidado. El patán sí sabía que tenía algún efecto sobre ella.
Rápidamente, el muchacho extendió otros tres objetos frente al vikingo, presumiblemente de igual valor: un exquisito broche de tres picos de oro macizo con una piedra de ámbar del tamaño de un huevo de un cuervo en el centro; un brazalete de margaritas entrelazadas cuyos pétalos eran de oro con centro de ámbar, y un juego de adornos para las orejas hechos de plata y con gemas de ámbar colgando de ellos.
El vikingo hizo un gesto con la mano mostrando su acuerdo con las compras adicionales y los ojos del muchacho por poco se salen ante la despreocupación con la que el vikingo gastaba su dinero.
— ¡Cinco esposas! —le susurró a Darién.
Él simplemente le sonrió.
—Ah, y otra cosa. Necesitaré un regalo especial para Lita, mi última concubina. Sólo tiene dieciséis años, pero ¡ah… las cosas que su cuerpo núbil puede hacer! —El vikingo se relamió los labios con apreciación.
A Serena le habría gustado golpearlo.
El muchacho le mostró un anillo delicado que tenía una pequeña piedra de ámbar.
—Perfecto —dijo el vikingo.
—Ésta vale más que las otras —le avisó el chico.
—Lita vale más que las otras.
Serena gruñó roncamente.
Darién se rió entre dientes y le agarró fuertemente la mano.
—No digas nada, mi bruja —la previno, advirtiendo su deseo de golpear al bruto.
—Troles… ¡son una nación de troles! —Serena se quejó indignada.
—Ven aquí —le dijo con una risa—. Te voy a dar una pequeña explicación sobre el ámbar.
El chico miró hacia donde ellos estaban. Sus ojos se ensancharon al reconocer a Darién.
—Maestro Chiba, no sabía que estuviera aquí —se disculpó. Luego hizo ademán de acercarse a ellos.
Darién le devolvió el saludo.
—Termina tu transacción, Karl.
Serena miró hacia la mesa a la que Darién la había llevado, la cual mostraba piezas de ámbar que todavía no habían sido montadas.
—Nosotros llamamos al ámbar “El Rey del Norte”, pero puede ser de muchos colores. La mayoría de la gente piensa que el ámbar es amarillo, como éste —le explicó, señalando hacia una piedra del tamaño de un huevo de gallina— pero, como bien puedes ver, el ámbar viene en varios colores… amarillo, naranja, rojo, blanco, café, verde, azul e incluso negro, que en realidad es un tono más oscuro de los otros colores. Esas piedras nubladas son ámbar en bruto, sin tratar y sin pulir. Después de ser calentados en aceite, las burbujas y grietas desaparecen y el ámbar se vuelve transparente. —Movió la mano sobre la mesa con un gesto para ilustrarlo.
—Nunca me había dado cuenta —murmuró Serena, cogiendo una pieza de ámbar con forma de huevo y cerrando la mano sobre ella. Inmediatamente alzó la mirada sorprendida hacia él—. Está tibia, es como si tuviera vida propia. De hecho, pareciera que tiene pulso.
Darién sonrió y ella supo que él estaba complacido por su muestra de interés.
—Esa es la razón por la que muchas culturas piensan que el ámbar tiene cualidades místicas o incluso medicinales. Eso no lo puedo afirmar, pero sí creo que esa piedra tiene algo fuera de este mundo.
Ella inclinó la cabeza en señal de pregunta ante sus creencias. Este era un lado de Darién que no conocía.
— ¿Siempre has estado interesado en el comercio de ámbar?
—Nah — él se rió—, sólo estaba interesado en las batallas entre un rey y otro. En esos días el vino y las pieles me llamaban más la atención. Pero un día, hace más o menos siete años, vi a unos hombres a caballo cosechando ámbar de las olas del mar en el Báltico.
Desde ese día he estado fascinado por esta gema —dijo, encogiéndose de hombros con un poco de vergüenza.
Increíble —pensó Serena—. Tanto Darién como la piedra.
— ¿Sabías que el ámbar no es más que savia de árbol de hace millones de años?
—Eso he oído.
—Considera esto: Hace muchos millones de años, cuando los bosques llegaban casi hasta el cielo, enormes globos de resina se filtraban por la corteza, atrapando varias semillas, hojas, plumas, insectos e incluso animales enteros. Con el pasar de los años la resina se endureció, preservando así el objeto. Así como esta mariposa. —Le pasó un pedazo de piedra, la cual brillaba con un arcoíris de amarillos translúcidos. Dentro había una pequeña mariposa… perfecta en cada detalle.
— ¡Oh! —Suspiró, llevándose una mano a la boca con admiración—. Nunca había visto un objeto tan maravilloso.
—Sí —acordó Darién con voz suave mientras miraba el objeto con igual admiración—.
Una vez tuve una pieza con una abeja adentro, pero se la di a Hrolf Ganger, primer duque de Normandía. —Tomó el pendiente que colgaba alrededor de su cuello en una cadena de oro y se lo mostró a Serena. El ámbar de color oro rojizo había sido cortado y pulido en forma de estrella, y dentro tenía lo que parecía ser una gota de sangre—. Míralo bien, lo que parece ser una gota de rocío es en realidad el pétalo de una rosa… puede que de una rosa antigua.
Serena miró más de cerca y vio que así era.
— ¿Qué edad crees que tenga esta piedra? —preguntó, señalando de nuevo la extraordinaria mariposa encerrada en ámbar.
Él se encogió de hombros.
—Nadie lo puede decir con seguridad. Tal vez de la época en que el mundo fue creado.
— ¿Antes de Adán y Eva?
Él sonrió ante el asombro infantil en su voz.
—O cuando los dioses y las diosas vikingos formaron el comienzo de nuestra civilización.
— ¡Oh, Dios! —dijo Serena de repente, su atención se desvió hacia una pieza de joyería que yacía sobre un trozo de terciopelo azul. Ella nunca había sido de las que codiciaban costosos adornos, pero ese collar era el más hermoso que jamás hubiera visto. Sin duda le quedaría bien a una reina. El anillo de oro encajaría bien en el cuello de una mujer. De éste se suspendían una docena de piedras de ámbar con forma de lágrima, empezando con una grande en el centro, y se iban haciendo más pequeñas hasta llegar al tamaño de lágrimas humanas a los lados.
— ¿Ese te gusta, cierto? —Dijo él con una risa—. Esa es la pieza de joyería más valiosa que tengo y no está a la venta. Esa me la dio un orfebre árabe como pago por un favor que le hice. Ahab me aconsejó que se lo diera a mi esposa, en nuestra noche de bodas, como un amuleto para asegurar un buen matrimonio. Pero como no planeo casarme, se la daré a una de las hijas de Jaideite en el día de su boda.
Serena no pudo evitarlo. Alargó su mano libre y tocó el collar con mucha delicadeza. —
Sabes a qué me recuerda? A un poema que escuché una vez. Fue escrito por uno de los antiguos romanos… creo que su nombre era Ovidio. El poema se llama Metamorfosis y él describía como las hijas del Dios del Sol se sentían abrumadas por el dolor de la muerte de su hermano, y de alguna manera resultaron convertidas en árboles. Sus lágrimas se cristalizaron en ámbar y desde ahí la gente se refiere al ámbar como “Las lágrimas de los Dioses”.
Darién la estaba observando con una expresión extraña en su rostro.
—Así exactamente es como yo llamo ese collar —dijo en voz baja—, y nunca había oído esa historia. —Luego se rió, como si estuviera avergonzado—. Te juro que Alan y tú están cortados con la misma tijera. A los dos les gusta contar historias.
Ella había estado pensando lo mismo sobre Darién y su afecto por una piedra encantada.
—Te equivocas, no soy fantasiosa en absoluto. Nunca he tenido la inclinación o el talento para crear historias. En cambio creo telas. Y sobre Alan, debo decirte que es un terrible escaldo.
—Ya sé —dijo él sin tapujos, luego confesó algo avergonzado—: A veces, cuando veo que está inspirado, me hago el dormido. —En ningún momento sus ojos de águila dejaron de ver como ella dejaba “Las lágrimas de los Dioses” con vacilación, no sin antes darle una última caricia.
Él sacudió la cabeza como para alejar pensamientos indeseados.
—Ya que conoces la leyenda romana sobre el ámbar, ¿eso significa que tienes cofres llenos de joyas hechas con ámbar? Puede que hasta hayas comprado una de mis piezas en Jorvik.
— ¿Qué? —su pregunta la sacudió. ¿De dónde habría sacado semejante idea? Él había estado en Graycote y había visto que era una propiedad que no se daba a los excesos. Sólo tenía que mirar su vestido sencillo para darse cuenta de que ella no era el tipo de mujer que se deslumbraba por los adornos, fueran costosos o no. Pero todo lo que dijo fue— nah.
— ¿Nah? —insistió él—. Ese ‘nah’ ¿significa que no te gusta particularmente el ámbar?
¿Que no tienes cofres? ¿Qué prefieres otro tipo de joyas? ¿Qué coleccionas…?
—No tengo joyas. ¿Por qué me haces esas preguntas?
—Todas las mujeres de la alta sociedad tienen joyas, ya sean regalos de un padre, hermano o esposo, en tu caso, esposos.
—Darién, este tema se está volviendo aburrido. Mis padres murieron de disentería cuando yo tenía ocho años. Lo único que me han dado mis hermanos ha sido problemas, y eso empezó antes de que mis padres murieran. Y respecto a mis tres esposos… nah, no hubieron regalos. Ellos se consideraban regalo suficiente. —Finalmente, cuando pudo controlar sus emociones, concluyó— A decir verdad, preferiría tener una oveja que un adorno.
Darién echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada… lo cual le pareció bien. Él la había estado estudiando de cerca, muy de cerca, en especial la forma en la que sus ojos siempre terminaban posados sobre el collar.
Serena se salvó de seguir hablando sobre el tema cuando una voz femenina gritó: — ¡Darién!
— ¡Rachelle! —Darién corrió detrás de las mesas, arrastrando a Serena con él hacia la fabricante de joyas que había estado trabajando a un lado de la construcción. Con un grito de alegría, abrazó fuertemente a la mujer con su brazo libre y la levantó del suelo. Eso era una indicación de la gran fuerza de Darién, poder hacer eso con un brazo mientras detenía a Serena al otro lado. El cabello rubio de la mujer se fue hacia adelante, cubriendo su rostro y el de Darién como una niebla.
Al principio Serena pensó que la mujer era hermosa, menuda y de huesos finos, con unos rasgos faciales perfectamente formados… hasta que echó la cabeza hacia atrás y pudo ver su perfil. Ahí fue cuando Serena se dio cuenta de que la punta de su nariz había sido cortada… no lo suficiente para parecer grotesco… sino lo suficiente como para dar a entender algo. Ese era el signo de una ramera, impuesto por las comunidades barbáricas en el nombre de una moral hipócrita, la mayor parte del tiempo ordenada por clérigos.
Oh, Serena tenía muy poco por las mujeres que no tenían ninguna virtud, pero aborrecía la práctica que castigaba a las mujeres que se ofrecían como rameras, pero no a los hombres.
—Serena, quiero que conozcas a mi socia, Rachelle “la Fabricante de Joyas”. —Darién había bajado a la mujer pero aún tenía el brazo alrededor de sus hombros, manteniéndola a su lado.
Rachelle miró a Serena con interés, especialmente a la cuerda en su muñeca, luego miró a Darién con una pregunta.
—Esta es Serena “la Bruja”… mi prisionera.
Serena le hizo una mueca de disgusto al bruto y le dijo a Rachelle
—Mi nombre es Lady Serena de Graycote.
Al principio Rachelle se sorprendió por las palabras desafiantes de Serena, pero luego se rió y le tendió una mano en señal de bienvenida.
—Ven conmigo, debes querer echarte un baño después de ese viaje. Voy a calentar las piedras del baño. Mientras tanto, muero por oír cómo es que llegaste a ser… la prisionera de Darién. Y una bruja, por supuesto.
Darién la desató, pero le pareció que se tomaba demasiado tiempo tocando su muñeca, su palma y sus dedos mientras deshacía los nudos. Todos los lugares que él tocaba parecían calentarse y hormiguearle. Luego, al parecer inconsciente de su efecto sobre ella, se volvió para ayudar al muchacho a atender algunos clientes que se habían presentado después de la partida del gran vikingo. Rachelle la tomó del brazo y la llevó a la entrada de la casa, cuando Serena paró en seco.
No debería estar sorprendida. En verdad que no.
De pie en la puerta, frotándose los ojos adormilados, estaba un niño de unos cuatro años que, al parecer, se acababa de despertar de su siesta.
—Mamá —se quejó el niño, extendiendo los brazos hacia Rachelle.
—Oooh, mi pequeño y dulce Thibaud. ¿Te acabas de despertar, cariño? —Levantó al pequeño con facilidad, de manera que su carita quedó enterrada en su cuello y sus piernecitas rodearon su cintura.
El niño tenía el cabello negro y largo y ojos color zafiro.
Era la viva imagen de Darién.
Serena se volteó para mirar a Darién, que estaba pesando la plata de un cliente en una balanza de bronce a cambio de una compra. Debió haber sentido su mirada sobre él porque se volvió. Al principio inclinó la cabeza como pregunta, pero luego sus ojos vieron a Thibaud aferrándose a su madre y el rostro encendido de Serena. Cuando comprendió qué pasaba, una lenta sonrisa se asomó en la comisura de sus labios y se extendió hasta convertirse en una amplia sonrisa. Sin ninguna vergüenza o actitud de disculpa. El hombre era un troll.

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el vikingo hechizado
FanfictionHechizado, molesto y desconcertado... Incluso los guerreros nórdicos más fuertes tienen días malos. ¡Santo Thor! Las cosas que Darién Chiba tiene que hacer son suficientes para volver loco a un vikingo... capturar a una arpía rubia, acomodar el reb...