“Ahí está tu bruja.”
Las crueles palabras de Darién hicieron eco en su propio cerebro, como un martillazo de culpa. Él no había planeado dejar escapar la identidad de Serena para que todos la oyeran… al menos no de una forma tan prematura. Él sabía mejor que nadie que la cabeza fría era fundamental en todos los aspectos, ya fuera en un combate, engatusando a una mujer hasta el lecho de pieles o discutiendo ante un rey torpe. Pero había sido tomado por sorpresa al ser informado por Sammy de que todos sus problemas de los últimos dos meses habían sido en vano. ¡Curado! Anlaf había curado, y ni siquiera se había molestado en informarle.
Y Serena... mírala. De pie cerca del pie de las escaleras que conducen a la tarima, le recordaba a un niño, envuelta como estaba en su capa, la cual se amontonaba entre los juncos a sus pies. Incluso desde aquí, en lo alto de la tarima, podía ver cómo le temblaban las manos, pero mantenía la barbilla en alto. ¡Por la sangre de Dios! La muy tonta todavía albergaba la idea de que él era una especie de ángel guardián enviado personalmente por su Dios para protegerla. ¿Por qué si no iba a estar de pie, afligida, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas ante su aparente traición?
¿Traición? ¡Ja! Ella ya no es responsabilidad mía. Ya la he traído ante el rey Anlaf. He cumplido con mi deber.
¿Entonces por qué me siento tan como un animal rastrero?
No, no me siento culpable. ¡No, no, no! No voy a ser arrastrado hasta el fango de la responsabilidad. Mantén tu distancia... ese ha sido mi lema desde que era un simple niño de ocho años, y sí que ha sido un lema sabio. Nunca te quedes en un solo lugar durante mucho tiempo, y nunca, jamás, dejes que los lazos con la gente se vuelvan demasiado importantes... ya sea con la familia, los amigos, los soldados y marineros o mujeres.
No me importa. Esa es la clave. Preocuparse demasiado por alguien o algo es una cuerda floja peligrosa para cualquier hombre que intenta caminar. Preocúpate demasiado y tus partes más vulnerables quedan expuestas. Preocúpate muy poco y tu alma se congela y muere por falta de calor.
Él se preocupaba por Jaideite, por supuesto. Y Patzite. Y sus hijos. Bueno, también estaban Artemis y Luna y sus hijos, incluyendo a Sammy. Y sentía un poco de afecto por Gyda y su tío, el rey Haakon, y la hermana menor de Sammy, Molly. Pero eso era todo. No, en cierta medida, también debía incluir a Alan y a Nepherite.
¡Dios santo! ¿Desde cuándo empecé a preocuparme por tanta gente? Esto tiene que parar. Es el momento de trazar la línea con esta mujer. No me voy a preocupar por ella. Ni un poco.
Está decidido. Se sentía mejor ahora.
Eso no quería decir que tuviera el corazón hecho de piedra. Por el contrario, se aseguraría de la seguridad de la bruja antes de partir... o por lo menos de que tuviera la oportunidad de un juicio justo. No es que él estuviera obligado a hacer tal cosa, pero era lo más noble que podía hacer.
¿Noble? ¿Desde cuándo me volví noble?
No, estoy gastando demasiado tiempo preocupándome por la moza. Es un signo de debilidad. Tal vez lo mejor es que simplemente me vaya. Anlaf la tratará imparcialmente.
¿Imparcialmente? ¿Cómo puede un hombre ser imparcial cuando su parte más preciosa ha sido torcida por una maldición? Sí, Anlaf debe de culpar a la bruja por sus problemas de virilidad durante estos últimos meses... aunque ahora esté curado. ¿No sentirá la necesidad de castigarla? ¿Y qué forma tendrá ese castigo? ¿Azotes? ¿Esclavitud? ¿Tortura? ¿Violación? ¿Quemarla en la hoguera? ¿Decapitación?
¡Aarrgh! No voy a pensar más en esto.
No me importa.
De verdad, no me importa.
Diablos, dónde está el hidromiel?
Todo esto pensó en los segundos siguientes a su anuncio contundente.
— ¿Has traído una bruja aquí? —preguntó Sammy con incredulidad. Aún de pie a su lado sobre la tarima, Sammy le pasó un brazo por el hombro de manera fraternal y se echó a reír—. ¡Dios mío, Nepherite! ¿Qué es esa marca azul en tu cara? ¿Es de belleza? Siempre fuiste demasiado vanidoso. Debería darte lecciones de humildad.
Nepherite dijo alguna grosería acerca de las partes del cuerpo masculino.
Sammy sonrió y volvió su atención hacia Darién y el tema en cuestión.
— ¿Nepherite y tú tienen algún gusto en particular por las brujas como compañeras de cama?
—Ella no es mi compañera de cama —gruñó Darién.
Bueno, es una lástima —dijo Sammy.
Darién entrecerró los ojos hacia Sammy, que aún sostenía su hombro en un abrazo fraternal, dándole palmaditas con exagerada simpatía.
— ¿Es una lástima? ¿Por qué? ¿El sol del desierto te quemó la vista o qué? Es obvio que no has mirado de cerca a la moza.
— ¿Eso que veo son pecas? —Sammy entrecerró los ojos, como si quisiera ver mejor—.
Conocía a un sultán que afirmaba que cada peca en el cuerpo de una mujer era un lugar erótico.
— ¿Qué? —Darién fijó su mirada en Serena, cuya cabeza estaba inclinada con perplejidad ante su escrutinio. Haciendo una estimación aproximada, calculó que la mujer debía tener alrededor de un millar de esas marcas en su cuerpo, si podía recordar su cuerpo desnudo correctamente. ¡Ja! Esa imagen había quedado grabada en su cerebro lujurioso para toda la eternidad.
Pero, en cuanto a la relación de Sammy entre las pecas y el sexo, ¿sería posible? Se volvió hacia Sammy para preguntarle más sobre el tema y se encontró con una amplia sonrisa de dientes blancos. Al darse cuenta de que había sido engañado por el muy pícaro, empujó el brazo de Sammy de su hombro. El tonto se dobló por la cintura, riendo a carcajadas.
—De todos modos, ¿qué llevas puesto? —gruñó Darién, moviendo los dedos sobre la bata blanca y con capucha que Sammy llevaba con todo el estilo de un cortesano real.
— ¿Qué? ¿No te gusta mi caftán?
—No tiene nada que ver con eso. Parece como si te hubieras envuelto entre sábanas de cama.
—Yo creo que estás celoso, Darién. Dime la verdad, ¿no crees que parezco un príncipe del desierto? Al mirarme, ¿no me visualizas montado sobre mi camello en las dunas de arena? —agitó las cejas hacia Darién.
Darién le dio un codazo para que se comportara.
—De verdad espero que estés usando braies debajo de eso. De lo contrario sería indecoroso.
— ¡Ja! ¿Desde cuándo he intentado ser decente? —Los dos hombres se sonrieron el uno al otro—. En realidad, se siente cierta libertad al dejar respirar tus partes inferiores.
Darién se echó a reír en voz alta ante el muy sinvergüenza.
—Si respiras demasiado en esta parte del país, terminarás con el trasero congelado.
Entonces un grito femenino desgarró el aire. Al principio, Darién pensó que había sido Serena, pero ella se mantenía en silencio, mirándolo como si fuera San Miguel Arcángel, a punto de matar a sus dragones.
— ¿Por qué la bruja te mira como si fueras las pasas en su postre? —preguntó Sammy.
—Ella piensa que soy su ángel guardián —respondió Darién secamente.
— ¿Tú? —Sammy silbó y se dobló de la risa nuevamente.
Otro grito rasgó el aire a través del ruido del gran salón.
Esta vez, Darién se volteó para ver a Signe, sus dedos agarrando su propio cabello.
— ¡Una bruja! ¡Una bruja! Y ella está cubierta por la saliva del diablo... y su cabello es como el fuego de Satán —se quejó—. Es un mal augurio que una bruja asista a la boda de uno. No dejen que su mirada se pose sobre mí, padre, no sea que tenga un bebé con los pies puntiagudos dentro de nueve meses. —Con un último grito, se desmayó en los brazos de su nuevo esposo.
¡Oh, por el amor de María! —Serena murmuró con disgusto ante el espectáculo de Signe.
Sin embargo, el rey Anlaf no estaba preocupado por su hija.
—Guardias, llévense a la bruja. Dénse prisa, antes de que renueve la maldición sobre mi miembro.
Darién sacó su espada instintivamente, no estaba dispuesto a dejar que los guardias de Anlaf maltrataran a la moza... más bien, a la bruja... hasta que ella tuviera la oportunidad de defenderse. No es que él hubiera oído una sola palabra de su boca durante todas estas semanas que pesaran a su favor.
Por fortuna, la guardia personal de Anlaf no estaba a la vista, habiendo tenido el sentido común, o la falta de sentido, de salir del rango de poderes mágicos de Serena.
Ninguno de ellos quería una polla torcida. Con un grito de angustia, Anlaf quitó su escudo de batalla de la pared y lo sostuvo frente a su cintura. Muchos hombres a lo largo de la sala hicieron lo mismo.
— ¡Oh, por el amor de María! —reiteró Serena.
— ¿María? ¿Quién es esa María de la que habla la bruja? —Pregunto Anlaf—. ¿No será acaso una bruja de alto rango?
— ¡Rey Anlaf! ¡Qué vergüenza! —exclamó el sacerdote que había estado sentado con Sammy. Darién ya lo conocía. Su nombre era Padre Caedmon—. ¿Acaso no tomó sus votos bautismales en serio cuando lo bauticé el año pasado? María es la madre de Dios.
—Oh, esa María. —El rostro de Anlaf enrojeció bajo su barba rubia. Por lo menos, lo que se podía ver de su rostro detrás de su escudo, el cual aún sostenía delante de su cuerpo.
— ¡Basta de esta cháchara! —Rugió Darién agitando su espada en el aire—. Asegúrenme que Lady Serena llegará a salvo a su casa y me iré a Dragonstead.
—Guarda la espada, Darién —ordenó Anlaf mirando por encima de su escudo—. ¿Vale la pena perder la vida por esta bruja?
— ¿Qué te hace pensar que yo voy a ser el que salga herido? —dijo fríamente.
—Es por eso que no pudimos hacer mantequilla esta mañana —gritó una desaliñada criada desde la puerta que conducía a la despensa—. Sabía que había un mal aura en el aire. Era una señal de que una bruja se acercaba. —Se rascaba la cabeza mientras hablaba, sin duda eran piojos. En opinión de Darién, probablemente no habían podido hacer mantequilla porque la moza perezosa no había batido lo suficiente.
—Tengan cuidado con su familiar —advirtió un hombre—. ¿En dónde está? —Él y otros hombres en su mesa movían la cabeza de un lado a otro tratando de descubrir al familiar.
—Sus familiares están Inglaterra —les informó Alan—. Todos son ovejas.
— ¿Dicen que tiene más de un familiar, y que son ovejas? —preguntó una mujer de complexión fuerte que estaba sentada en la mesa principal. Era la hermana mayor de Anlaf, Gudny—. Debe de ser una bruja muy poderosa.
—Ella puso un hechizo sobre mi perro, Bestia —señaló Nepherite, a pesar de la advertencia de Darién de morderse la lengua—. Me parece que ha convertido a Bestia en uno de sus familiares.
Gudny parecía impresionada y estaba estudiando a Serena a través de ojos entrecerrados y especulativos. Todo el mundo sabía que Gudny, que era tan alta como un hombre y tan fuerte como un caballo, había estado buscando una poción de amor todos estos años con la esperanza de atraer a su marido Alfrigg de nuevo a las pieles de su cama.
Se decía que ella tenía un apetito insaciable por el sexo —aunque Darién apenas podía dar crédito a eso, más bien sería un apetito insaciable hacia la comida— y Alfrigg había preferido vivir entre los monjes en una isla de leprosos.
A lo largo del gran salón, un murmullo de miedo e indignación crecía en forma de oleadas, que emergían del lugar en donde Serena estaba parada junto a Alan y Nepherite. Las personas que habían estado sentadas cerca de ella se levantaron y se fueron, poniendo las manos o los brazos sobre su rostro para que la bruja no pudiera darles mal de ojo... y de otras partes íntimas, también.
— ¿Ella es la bruja que te puso la marca en la cara? —una doncella vikinga le preguntó a Nepherite con voz atemorizada. Darién no podía decir si el temor se debía al atractivo rostro de Nepherite, o al poder de la bruja.
—No —contestó Nepherite, su interés capturado por el bello rostro de la doncella y sus pechos aún más bellos—. Eso lo hizo otra bruja.
— ¡Otra bruja! —rugio Anlaf—. ¿Te atreviste a traer a dos brujas al banquete de matrimonio de mi hija? ¡Oh, santo Thor! ¿Acaso tenemos a una secta entre nosotros?
Un gran número de los invitados de la boda se escondieron bajo las mesas ante ese alarmante prospecto.
Serena tuvo la osadía de reírse.
—No, no he traído dos brujas —dijo Darién cansadamente. En realidad ni siquiera estaba seguro de haber llevado una. Pero ese no era el problema. Ni él era quien para decidir—. Anlaf, tu tenías un… problema —comenzó a explicar Darién con una voz deliberadamente paciente, a pesar de que por momentos perdía la paciencia—. Tú enviaste a un mensajero pidiendo mi ayuda, y yo estuve de acuerdo... para obtener la liberación de Sammy.
—Pero yo nunca estuve como rehén —interrumpió Sammy—. Vine a Trondelag hace varios meses, pensando en volver a Gran Bretaña para una breve visita. Al llegar la primavera, me regresaré a las tierras árabes, en donde el estudio de la medicina está más avanzado que en cualquier otra parte del mundo. Mientras tanto, he decidido permanecer en la corte de Anlaf durante unos meses con el fin de estudiar con su curandero, el buen sacerdote, Caedmon. —Los ojos de Sammy se movieron involuntariamente mientras hablaba hacia el otro lado de la sala, en donde Darién vio al Padre Caedmon asentir con la cabeza en acuerdo. Pero espera. Darién creyó oír el ligero tintineo de campanas en esa mesa. Al instante relacionó el sonido con el de la sirvienta de cabellos oscuros sentada al lado del sacerdote.
Darién ahogó una risa. Así, Sammy se había retrasado por la esclava de las famosas campanas, no a causa del rey Anlaf, y tampoco por sus esfuerzos académicos.
No era algo sorprendente ver a un sacerdote romano en una asamblea de vikingos.
Muchos noruegos practicaban el cristianismo y religiones nórdicas, y los obispos enviaban voluntariamente a sacerdotes curanderos en medio de esas naciones con la esperanza de ganar almas, al mismo tiempo que curaban heridas y entablillaban huesos rotos.
Por su parte, Sammy muchas veces se aferraba a cualquier persona que pudiera enseñarle algo nuevo en las artes curativas. Y las mujeres, muchas veces se aferraban a Sammy, quien afirmó haber aprendido cosas, aparte de medicina, de los árabes.
Darién chasqueó los dientes con disgusto.
—Tienes suerte de que tu padre y Jaideite no vinieron con sus tropas para asaltar el castillo de Anlaf para asegurar tu regreso.
El rostro de Sammy se puso pálido.
—Yo estaba pensando —murmuró.
Eso era un eufemismo.
Darién se volvió hacia Anlaf.
—Si Sammy estaba alojado aquí por su propia voluntad o no, no es importante. Tú me hiciste creer que era un "prisionero amistoso" y que lo liberarías si te traía a la bruja.
Bueno, ya he cumplido mi parte del trato.
Anlaf lo pensó un momento y luego sonrió ampliamente.
—Eres libre de irte, Sammy —dijo el rey magnánimamente—. Ves, Darién. Ahora estamos a mano.
—Ni en sueños.
—Ndr enden er er dios allting godt —dijo el rey, pidiendo una tregua—. Bien está lo que bien termina.
Darién se resistió.
—No veo ningún final satisfactorio.
— ¿Cómo es así?
—No es seguro que la mujer sea una bruja, Anlaf. Si no lo es, es injusto que la haya traído aquí.
—Bueno, entonces llévatela de regreso.
Darién apretó la mandíbula. En realidad no quería pelear con Anlaf. Estaba cansado.
Estaba enfadado. Se moría de ganas de tirarle un diente o dos.
—No voy a volver a Gran Bretaña hasta el próximo otoño —dijo, midiendo sus palabras lentamente—. Tú ordenaste. Yo obedecí. Fin de la historia.
— ¿Historia? ¿Historia? —Alan saltó en la conversación. Darién no se había dado cuenta de que él y Nepherite habían sacado las espadas, así solamente esperaban a que diera la orden para defenderlo, en caso de que fuera atacado—. ¿Quieren una saga sobre esto?
¿Qué tal Darién “el Grande” y el Destorcimiento del Rey?
Una vez torcida estaba la mecha del rey
después de que una bruja lo descubriera jugando
con fuego en un convento.
Ahora la vela puede quemarse de nuevo.
¿Pero por cuánto tiempo?
Si la bruja se queda,
Se convertirá Trondelag
en la Tierra de las velas torcidas?
Darién y Anlaf gruñeron al mismo tiempo.
—Me tomaste por tonto, Anlaf. Nadie hace eso sin atenerse a las consecuencias, ni siquiera un rey.
—No lo hice —protestó Anlaf—. Yo tenía el pene torcido. Tengo testigos de ello, y el gran dolor que sufrí, sin mencionar la falta de sexo durante tres meses enteros. Pero ahora está sano y salvo. ¿Quieres verlo otra vez?
—No. No quiero ver tu miembro peludo.
— ¿Peludo? ¿Viste pelos ahí? ¡Oh, esto es demasiado! —Se volvió para mirar a Serena—. ¿Ahora me pusiste una maldición de pelo ahí, bruja?
Darién tuvo que sonreír ante esa idiotez.
Serena estaba sacudiendo la cabeza de un lado a otro, murmurando: —¡Vikingos! ¡Todos imbéciles!
—Por lo menos el mío no es peludo —Darién le informó con una sonrisa.
— ¿Cómo lo sabes? ¿Has revisado últimamente? Tal vez también te puse una maldición de pelo.
—El sarcasmo no te queda bien, mi señora. —La bilis le subió a la garganta, a pesar de que sabía que estaba bromeando. Al menos, esperaba que lo estuviera. A duras penas contuvo el impulso de correr al baño y estar seguro.
Sammy se estaba riendo tan fuerte que las lágrimas rodaron por su rostro.
—Hoy me siento generoso, Darién. Puede que haya desempeñado un pequeño papel en este malentendido, lo reconozco. Te voy a obsequiar a Fiera Uno y a Samirah, por todas las molestias —le concedio Anlaf—. Un caballo y una moza. ¿Qué más se puede pedir?
—Te diré que más quiero. Quiero una disculpa. Quiero recompensa por todas mis molestias. Quiero abandonar este castillo hoy mismo. Quiero que Lady Serena regrese a salvo a su casa en Northumbria.
—Quieres todo eso por un simple malentendido —farfulló Anlaf—. Ninguna de mis naves parte a Gran Bretaña en unos tres o cuatro meses. No puedo albergar una bruja en mi castillo por todo ese tiempo. Mis tropas se rebelarían. Mis esposas y concubinas evitarían mi cama de pieles. Quién sabe qué calamidades caerían sobre mi hogar. Tú la llevas.
— ¿Yo? Oh, no intentes ese truco conmigo. Ella se queda contigo hasta que la regreses a su patria.
El horror absoluto en el rostro de Anlaf era casi cómico si se consideraba que el rey había enfrentado a legiones de feroces soldados en batalla, con menos miedo del que mostraba ahora. Al parecer, la pérdida del miembro de uno inspiraba más temor que la pérdida de la vida propia. Las protestas de Anlaf hicieron eco a lo largo del gran salón, en donde otros insistieron en que la bruja no podía quedarse.
—Apedreen a la bruja —sugirió un hombre.
—Quémenla en la hoguera —insistió otro.
—Vamos a torturarla para sacarle sus secretos primero —exhortó Gudny.
— ¿Ella baila desnuda en el bosque? Tal vez primero podríamos verla bailar desnuda —propuso un joven soldado—. Sería un buen entretenimiento para una fiesta de bodas. —
Otros asintieron con entusiasmo.
—O un juicio por agua. Eso sería digno de ver —otra persona ofreció. Más asentimientos vigorosos.
— ¿Juicio por agua? ¿Qué es eso? —Oyó que Serena le preguntaba a Alan.
—Ellos te mantienen bajo el agua durante diez minutos más o menos. Si sobrevives, debes ser una bruja. Si te ahogas, tu nombre queda limpio.
Serena lo pensó por un segundo.
— ¿Y ésa es la justicia vikinga?
—Lo aprendimos de los sajones —le dijo Alan. Mientras tanto, los juerguistas nórdicos seguían ofreciendo sugerencias al rey sobre el destino de la bruja.
— ¿Alguien ya comprobó si tiene cola? —advirtió un hombre
Los murmullos en toda la sala eran inquietantes, tanto para él como para Serena, cuyo rostro se había vuelto blanco debajo de sus horribles pecas. Vio que los dedos de Nepherite estaban envueltos alrededor de su muñeca como en el apretón de un tornillo.
Bajó los escalones de la tarima con pisadas fuertes e irrumpió hacia el lado de Serena, golpeó la mano de Nepherite a un lado con un silbido de rabia ante las azules marcas de dedos que estropeaban su delicada piel y la arrastró hacia adelante con él, con un brazo protector envuelto alrededor de su hombro. A pesar de que estaban en la parte inferior de las cortas escaleras, todo el mundo en la mesa principal se levantó de su asiento y dio dos pasos hacia atrás. La novia, que había recuperado la conciencia, estaba lloriqueando. El novio la estaba consolando frotándole la espalda con una mano que bajaba continuamente hasta su trasero. Darién no creyó ni por un segundo que estuviera buscando una cola.
— ¡Suficiente! —Anlaf dejó caer su escudo en el suelo y gritó con voz rugiente, la cual se expandió a través del gran salón como un trueno, causando oleadas de silencio. Cuando todo estaba en silencio, Anlaf anunció—, he encontrado una solución. Mañana tendremos un thing para decidir el destino de la bruja.
El thing comenzaría al mediodía del día siguiente.
Si Serena esperaba un órgano de gobierno desorganizado dirigido por un grupo rebelde de vikingos primitivos, con el rostro verde por beber en exceso la noche anterior, estaba muy equivocada. Al parecer, los escandinavos tenían un gran respeto por sus leyes, pues estaban arreglados y vestidos de acuerdo a la ocasión. Muchos de ellos se habían bañado, puesto ropa limpia, afeitado o recortado el bigote y barba, y peinado o trenzado su cabello largo. Debían de haberse despertado al amanecer para prepararse para este evento. Eso, o que se hubieran quedado despiertos toda la noche, aunque ninguno parecía cansado, a excepción de algunos con los ojos inyectados en sangre, con un mal aliento que podría acabar con una tropa de soldados con solo soltar una exhalación.
Había espacios para que veintiún hombres se sentaran en semicírculo al frente de la sala, mirando hacia el estrado vacío... tres hombres de cada una de las siete “tribus” o regiones geográficas, incluyendo los jefes, asistían a la reunión. Darién, Nepherite y Alan se sentaron también ahí, una vez que el thing comenzó. El resto de los hombres libres estaban sentados en los bancos, detrás de sus representantes elegidos. El rey Anlaf, vestido con todas sus insignias reales y coronado con una diadema de oro sobre su frente, actuaría como el líder del thing. Él estaba sentado en una silla montada en el centro del semicírculo.
Había pocas mujeres presentes en la asamblea en sí, pero podían ser vistas en el fondo, haciendo sus tareas, o tratando de escuchar lo que debía ser un evento mayormente masculino.
Darién y ella estaban sentados en una banca a un lado, junto con otras personas que tenían conflictos que debían ser resueltos en el thing. Alan, Nepherite y Sammy estaban sentados a cada lado de ellos en la banca.
Primitivas cruces de madera abundaban colgando del pecho de muchos. Serena sospechaba que Nepherite tenía un negocio próspero de crucifijos y agua bendita. Ella deseaba que tuviera un caso grave de astillas.
Un anciano de barba gris se levantó de la asamblea y se dirigía lentamente hacia el frente, su progreso se vio obstaculizado por aquellos que lo detuvieron en el camino para darle un cálido saludo. El anciano llevaba un abrigo de pieles de marta. Su pelo blanco estaba bien peinado y colgaba sobre sus hombros como un manto de seda. En la mano derecha llevaba un bastón largo de madera tallada con símbolos rúnicos. Parecía más un obispo loco.
— ¿Quién es ese? —Serena le susurró a Darién.
Él simplemente se quedó mirando hacia adelante, con rostro de piedra. Esta era la primera vez que lo había visto desde la noche anterior, después de haber sido llevados por la fuerza a una bodega, en donde había sido encerrada hasta esta mañana. Estaba claro que Darién la culpaba por todo ese predicamento.
¿Era culpa de ella que se encontrara en mitad de tierras vikingas? ¿Era culpa de ella que no hubieran permitido que Darién la dejara allí mientras que él seguía su camino feliz?
¿Era culpa de ella que una tormenta se estuviera gestando afuera, volviendo el cielo negro aunque no fuera ni mediodía? ¿Era culpa de ella que la amenaza de quedarse atrapados en la corte de Anlaf durante el invierno se alzara sobre ellos?
Sammy se inclinó sobre su asiento al otro lado de Darién y le informó: —Ése es Styrr “el Sabio”, el lagman. Los vikingos tienen muchos códigos de ley, pero rara vez son puestos por escrito. Es responsabilidad del lagman aprenderse esas leyes de memoria y recitarlas antes de que el thing comience.
Darién le dirigió una mirada penetrante a Sammy, etiquetándolo de traidor por hablar con Serena cuando él no lo hacía.
Sammy ignoró a Darién y honró a Serena con una sonrisa pícara que, probablemente, había derretido más de un corazón.
—Por cierto, yo soy Sammy de Godwinshire. No hemos sido presentados correctamente.
Darién resopló con disgusto.
Ella le devolvió la sonrisa a Sammy más para molestar a Darién que para responder a la sonrisa seductora del joven.
—Yo soy Lady Serena de Graycote... víctima de la ridícula misión de este patán —dijo ella, volviendo los ojos hacia Darién—. Él quiere culparme por este giro de los acontecimientos, pero en el fondo sabe todo es su culpa.
—Debe ser muy en el fondo —masculló Darién.
— ¿Qué dijiste?
—Nada. No estoy hablando contigo.
— ¿No crees que estás siendo inmaduro?
— ¿Sammy, vendrás conmigo a Dragonstead por el invierno… asumiendo que podamos salir de aquí antes de que los fiordos se congelen? —pregunto Darién, ignorándola—. O te quedarás con el Padre Caedmon en la corte de Anlaf?
—No lo sé con certeza. Depende de si el thing termina en un combate. Si tenemos que luchar para salir de este lío... —se encogió de hombros—…entonces no habrá opción.
— ¿Combate? —protestó ella—. Pensé que se trataba de un tribunal de justicia.
Antes de que alguien pudiera responder —no es que alguien se apresurara a atender a sus preocupaciones— Nepherite se inclinó hacia delante desde el otro lado de Sammy y se dirigió a Darién.
—Me parece que deberías dejar que me lleve a la moza afuera y le corte la cabeza. Eso resolvería los problemas de todos. ¿Qué dices? ¿Debo desenvainar mi fiel espada?
Serena le dijo a Nepherite lo que podía hacer con su fiel espada; era la misma expresión vulgar que había usado en raras ocasiones anteriormente. Los cuatro hombres, incluyendo a Alan, a su lado, la miraron boquiabiertos, como si le hubieran salido tres cabezas.
¡Por los dientes del infierno! ¿Como si nunca antes hubieran oído una mala palabra de la boca de una dama?
Al parecer no.
—Ésta no es la primera vez que utiliza esa expresión con nosotros. ¿No es así, Darién? —Nepherite frunció el labio superior con disgusto—. Debe ser una característica de las mujeres sajonas hablar con la crudeza de los hombres. Tal vez sólo sea de las mujeres sajonas que viven con ovejas. Las que están poco inclinadas hacia la docilidad.
Serena no dijo nada, pero movió sus dedos en dirección a las partes masculinas de Nepherite y murmuró algunas palabras sin sentido.
—Mimje hwan zibaziba.
Nepherite se puso de pie de un salto y balbuceó: — ¿Ven... si vieron que puso una maldición sobre mí? —Con un grito ahogado, salió precipitadamente de la sala.
— ¿A dónde va? —preguntó un asombrado Sammy.
—Al retrete para buscar torceduras —respondió Alan con un humor seco que ella no sabía que tenía—. Lo hace por lo menos tres veces al día. —Entonces pareció contenerse—. Perdone, señora, por mi crudeza.
Entonces Alan empezó con una de sus sagas.
—Escuchen todos, ésta es la saga de Nepherite “el Hermoso”:
Nepherite era un vikingo
que tenía una gran pasión.
Pero escogió una bruja
para mojar su mecha.
Y ahora lamenta
la desdichada lección.
Sammy y Darién cerraron la mandíbula de golpe. En verdad que Alan no era el mejor escaldo del mundo.
— ¿Cuáles fueron las palabras de la maldición que puso sobre las partes masculinas de Nepherite? —quiso saber Sammy, volviendo su atención hacia ella.
—Dios me libre de idiotas con cara azul —respondió Serena.
A Sammy le tomó sólo un momento darse cuenta de que Serena no hablaba en serio.
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, sin preocuparse por los vikingos que se volvieron para mirarlo.
—Usted me gusta, Lady Serena. Tal vez podríamos... ah, hablar más tarde, si las cosas salen bien en el thing.
— ¿Hablar? ¡Ja! —Comentó Darién—. Ella es demasiado vieja para ti, Sammy. ¿Por qué no vas a tintinear algunas campanas o algo así?
— ¿Demasiado vieja? Tsk tsk, Darién. ¿En dónde están tus modales? Un caballero no hace comentarios sobre la edad de una mujer. Por favor, perdone la irascibilidad de Darién, milady. Hoy no está actuando como él mismo.
— ¿En serio? Por lo que yo sé, siempre está irritable.
—Uh, sólo para satisfacer mi curiosidad, ¿cuántos años tiene, Lady Serena? —Sammy formuló la pregunta con estudiada despreocupación.
— ¿Y ahora, de dónde vino eso? Oh, ya veo. El sinvergüenza probablemente piensa que soy una vieja bruja de cientos de años. Veinticinco.
— ¡Ah! Sólo son cinco años de diferencia. Además, siempre me han gustado las mujeres mayores. —Sammy movió las cejas sugestivamente.
Ella no pudo evitar sonreír ante el indignante bribón.
—Ella se queja sin cesar —dijo Darién de repente, sorprendiéndolos a todos—. ¡Y su voz! ¡Bendita Freya! A veces es tan estridente que hace que te duelan los oídos. A decir verdad, yo apostaría que ella se queja, incluso, en la cama.
Serena le dio un fuerte codazo, que ni siquiera inmutó al patán.
— ¿Qué te hace pensar que me gustaría irme a la cama con él, o con cualquier otro hombre?
— ¿Qué? ¿Pensaste que Sammy estaba interesado en hablar contigo? Sobre qué, ovejas? ¿Artes oscuras? —Reflexionó un momento—. ¿O curas para las pecas?
¿Curas para las pecas? Ooooh, eso fue un golpe bajo. Hay artes oscuras que me gustaría emplear con este desgraciado.
—A mí me gusta hablar con las mujeres —respondió Sammy a la defensiva—. A veces.
Darién y Alan exhalaron un colectivo: — ¡Ja!
—Y los desastres la siguen a todas partes —divulgó Darién—. Si son sus dotes de bruja o simplemente coincidencias, no lo puedo decir con certeza, pero doy fe de que se vuelve aburrido después de un tiempo.
Alan asintió con la cabeza en acuerdo.
— ¿Desastres? ¿Cómo qué? —se burló Sammy.
—Torceduras de partes masculinas, gaviotas que mueren, agriamiento del vino, intestinos sueltos, gestación de tormentas, incluso gansos que cagan sobre viajeros desafortunados…
— ¿Viajeros desafortunados? —preguntó Sammy, claramente confundido por la recitación de Darién sobre sus supuestas malas acciones.
Darién y Alan se miraron, se pusieron rojos y se negaron a responder.
Sammy soltó una carcajada.
— ¡Por la sangre de Dios! Parece que tengo mucho sobre lo que ponerme al día. Tal vez vaya a Dragonstead contigo, después de todo, Darién. ¿Has hecho sagas sobre todas estas casualidades, Alan?
Alan le sonrió a Sammy.
—Sí. Al menos la mayoría de ellas. Tengo la intención de recitarlas durante el invierno en Dragonstead.
—No puedo esperar. —Sammy sonrió inocentemente mientras hablaba.
Todo el mundo gruñó por lo bajo.
—Vamos a ver, Darién. —Una sonrisa maliciosa se extendió sobre los labios de Sammy—.
Me has dicho que la moza —quiero decir, la bruja— no es para mí porque es demasiado vieja, habla demasiado y tiene demasiada magia. ¿Hay algo más que deba saber antes de tomarla de tus manos?
— ¿Quién dijo que yo quería que tomaras a Lady Serena de mis manos? —espetó Darién.
—Lo hiciste —declaró Serena desconcertada por su cambio de actitud.
—No lo hice. Dije que Anlaf debe hacerse responsable de ti ahora. Nunca dije que Sammy debía asumir esa fastidiosa obligación.
— ¿Cuál es la diferencia?
—No lo entenderías —respondió enigmáticamente—. Siendo una mujer, sería difícil para ti comprender los pensamientos más profundos de la mente de un hombre.
— ¿Te tomó mucho tiempo pensar todas esas estupideces?
Él le dirigió una tímida mirada de soslayo.
—Nah. Se me acaba de ocurrir. Fue una inspiración.
Ella puso los ojos en blanco.
—Bueno, si tú no la quieres... —comenzó a decir Sammy, estudiándolos a ambos con los labios temblándole de la risa. El idiota de Darién obviamente no pudo ver la burla bajo las palabras de Sammy—. Supongo que yo podría ser su protector... por un tiempo.
— ¡Por favor, Sammy! Ahórranos tus caprichos. Tu solamente serías su protector hasta que otra mujer atractiva se aparezca... no es que Lady Serena sea atractiva. Quiero decir...
No era mi intención... —Darién le dirigió una mirada de disculpa a Serena, como si ella no supiera ya el poco atractivo que sentía por ella. Darién dejó escapar un silbido de exasperación—. Afróntalo, Sammy. No te gustarían las pecas que la cubren de pies a cabeza —dijo Darién abruptamente, y pareció sorprendido ante sus propias palabras.
Ella jadeó. ¡El muy imbécil!
¿Pero no era extraño cómo Darién estaba intentando desviar el interés de Sammy? Aquí tenía la oportunidad perfecta para deshacerse de ella, ¿y qué hizo? Sabotear su propio plan para renunciar a la responsabilidad sobre ella.
Llevó su mano hacia la de Darién y tuvo que esforzarse por separarle los dedos antes de entrelazarlos con los de ella. Y, oh, ¡qué bien se sentía al presionar su carne contra la suya!
Él era su ancla en este mar de peligro. Él la salvaría. Sabía que lo haría.
—No le hagas caso al patán —le dijo a Sammy—. Él es mi ángel guardián, pero no sabe afrontar su destino.
— ¿Darién... un ángel? —Sammy sacudió la cabeza con incredulidad. Pero luego pensó en las palabras de Darién—. ¿Cómo es que sabes que ella está cubierta de pecas de pies a cabeza? —pregunto, riéndose entre dientes.
—Porque la vio desnuda en Jorvik —explicó Nepherite, que acababa de regresar del baño, al parecer satisfecho con la forma que tenía su adorado miembro, si su arrogancia servía de alguna indicación. Se dejó caer en su asiento al lado de Sammy—. Y no ha sido el mismo desde entonces. Está fascinado con lo que sea que haya visto.
—No estoy fascinado —dijo Darién con consternación, como si fuera la cosa más terrible del mundo. Bueno, sí sería, por supuesto. Ella no quería que estuviera fascinado. Pero aun así era un bruto por decirlo con tanta vehemencia.
—Si mal no recuerdo, fue el ombligo de frambuesa el que llamó su atención la primera vez que la vio desnuda. Y ahora no puede sacarse esa imagen de la cabeza —interrumpió Alan, golpeándose la barbilla con el dedo pensativamente—. No, fue una marca de nacimiento con forma de frambuesa en su vientre.
—Pezones de frambuesa —lo corrigió Darién.
¡Oh, lo humillante de esa conversación! Serena quitó su mano de entre la del patán y enterró su rostro entre sus manos.
—Esta es la historia de Darién “el Grande” y el festín de frambuesa —comenzó Alan.
— ¿Darién “el Grande”? —preguntó Sammy.
—Cállate —contestó Darién.
Y Alan compartió su última creación:
Los hombres vikingos tienen muchos deseos,
algunos deseos son como el fuego.
Un vikingo, un saqueo, una copulación.
Son muy pocos los que son tormentosos.
Pero que el señor perdone a la doncella cuando
el vikingo toma un gusto
Por frambuesas en su cama.
Se hizo un largo silencio. Finalmente la curiosidad pudo más y Serena alzó la vista entre sus dedos. Los cuatro hombres estaban sonriendo. Y mirando sus pechos.
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el vikingo hechizado
Fiksi PenggemarHechizado, molesto y desconcertado... Incluso los guerreros nórdicos más fuertes tienen días malos. ¡Santo Thor! Las cosas que Darién Chiba tiene que hacer son suficientes para volver loco a un vikingo... capturar a una arpía rubia, acomodar el reb...