—Deja de hacer eso —le susurró Serena a Darién.
Estaban en el gran salón del palacio, sentados en largas bancas, junto a cientos de personajes nobles y algunos no tan nobles. Todas las personas de alcurnia en Northumbria, fueran vikingos o sajones de nacimiento, habían ido para rendir homenaje al rey recientemente restablecido, Eric “Hacha Sangrienta” Haraldsson y su esposa, la bruja reina Gunnhild.
La pareja real estaba sentada en la mesa principal, encima del estrado, con la gente de mayor rango. Darién, sus amigos, su familia, y Serena como su prisionera, estaban sentados no muy por debajo de ellos, sin duda una posición favorable.
— ¿Que deje de hacer qué? —preguntó el vikingo insufrible con demasiada preocupación, como si de verdad le importara lo que le molestaba… que por supuesto no era verdad. El troll apoyó los hombros contra la pared que estaba tras ellos, bebió un sorbo de hidromiel y la miró con diversión perezosa.
Serena se sintió como si hubiera aterrizado en la versión vikinga del infierno. Sobre todo porque estaba prácticamente unida por la cadera, y por otros lugares, al hombre que en los últimos tiempos se había convertido en su enemigo.
—Para empezar, deja de mover tu mano de esa manera. —Miró fijamente hacia sus manos entrelazadas—. Su muñeca derecha atada a la izquierda de él. Justo en ese momento, el par de manos descansaban encima del muslo del vikingo. ¡Muy arriba!
— ¡Oh! Le pido perdón, milady —dijo solícitamente. Luego, con total falta de gracia, levantó la mano para rascarse la barriga. Lo que hizo que su mano quedara casi sobre…
— ¡Zoquete! —Apartó la mano de su… bulto—. ¡Eres un imbécil! ¡Un cerdo cochino!
Un…un…
— ¿Qué tal patán detestable? —Le ofreció Patzite desde el otro lado de la mesa—. Yo siempre lo uso.
Su esposo le pasó el brazo por los hombros y apretó. Presumiblemente como castigo, pero más parecía como afecto. Aunque estaban casados, no podían mantener las manos lejos uno del otro. Serena nunca había sido testigo de tal comportamiento conyugal. Con certeza, ella nunca había sentido la necesidad de tocar a los gusanos babosos con los que se casó.
Bueno, tal vez se sentiría diferente si fuera tan bella como Patzite, con su hermoso cabello verde oscuro que yacía sobre sus hombros bajo un delgado velo, de color lavanda claro, sujeto por una diadema de oro con flores trenzadas. Su velo hacía juego con sus ojos violeta y con su túnica de un lavanda más oscuro, la cual había sido bordada con hilos de oro.
También se habría podido sentir diferente si hubiera estado casada con un hombre tan joven y guapo como Jaideite, que era apenas unos años mayor que Darién. ¡Por el amor de Dios! Era un espectáculo para la vista, con su cabello rubio y sus ojos azules, engalanado con una túnica de lana, de color azul oscuro, ajustada en la cintura sobre sus braies negros.
Un pequeño manto estaba asegurado a uno de sus hombros con un extraño broche de oro con la forma de un dragón con ojos de ámbar.
Darién tosió para llamar su atención.
—Es de mala educación comerse con los ojos a un hombre casado.
— ¡No me lo estaba comiendo con los ojos! Sólo me preguntaba cómo un hombre tan apuesto como Lord Jaideite puede tener un hermano troll tan feo como tú.
—A muchas mujeres les gusta mi apariencia. —La sonrisa en su rostro le dijo que a él no le importaba si lo consideraba feo o no. Y tenía que admitir que incluso con un ojo morado y la nariz magullada, el hombre estaba muy lejos de ser feo.
—Algunas mujeres no pueden ver más allá del dinero de un hombre. Y hablando de hombres, te agradecería que dejaras de mirarme de esa manera —dijo en voz baja. Él la había estado mirando de una manera extraña desde que había irrumpido en la recámara de Gyda. Y además sonreía.
— ¿De qué manera? —preguntó con una sonrisa.
Debió haber hablado más alto de lo que pretendía porque Nepherite, quien estaba sentado al otro lado de Darién, se inclinó hacia adelante, rodeando a la voluptuosa vikinga que estaba sentada sobre su regazo y comentó: —Sí, Darién, has estado mirando a la bruja como si fuera un delicioso bocado perteneciente al harem del sultán. ¿Estás borracho?
—No todavía —dijo Darién, bebiendo un buen trago de hidromiel, mirando a Serena todo el tiempo. Nunca ningún hombre la había mirado de esa manera y eso la incomodaba.
Aún más molesta era la apariencia de Darién. Ningún hombre debería ser tan guapo. O tan granuja.
Llevaba puesta una túnica café, hecha con la lana más fina, sobre unos braies café oscuro. El pendiente de ámbar con forma de estrella iba colgado en una cadena de oro contra su pecho. Supuso que se había bañado en el palacio esa tarde, porque los mechones azules en su pelo negro brillaban como hilos hechos de ébano. A un lado, su cabello estaba trenzado con el fin de dejar expuesto el pendiente con forma de rayo, como la primera vez que lo había visto. Llevaba la espada enfundada contra su cadera y su capa yacía sobre la banca. Darién le guiñó el ojo.
Y Serena deseó poder hundirse entre los juncos para esconder su mortificación. Una cosa era ser sorprendida mirando a Jaideite de Ravenshire, y otra muy distinta ser sorprendida comiéndose con la mirada a Darién “el Troll”.
—Darién, no debes permitir que la bruja te hechice —le advirtió Nepherite—. ¿Aún tienes tu cruz?
En respuesta, Darién sacó la correa de cuero con la cruz de madera del interior de su túnica y la acomodó al lado del pendiente de ámbar que estaba en su pecho.
—Bueno, debes usar cada precaución posible si vas a arriesgarte a tener contacto visual con la bruja. —Antes de que alguien se preguntara qué estaba planeando, Nepherite se puso de pie, dejando caer a la mujer que estaba sobre su regazo. Ella chilló ultrajada antes de huir indignada.
Molesto por la interrupción, Bestia se movió sobre los juncos que estaban a los pies de su maestro, ladró y se volvió a dormir de inmediato.
Aún de pie, Nepherite sacó un frasco de la solapa de su túnica y comenzó a rociar agua bendita sobre Darién. Sólo que estaba sintiendo los efectos de haber bebido mucho hidromiel, y un chorro de agua, en lugar de unas gotas, cayó sobre el pelo arreglado meticulosamente y la frente de Darién.
— ¡Maldita sea, Nepherite! No estoy hechizado… bueno, puede que sí lo esté… pero no gracias a un hechizo mágico. —Se puso de pie abruptamente, forzando a Serena a levantarse y luego sacudió la cabeza como un perro mojado, haciendo que ella y todos los que estaban cerca se mojaran también.
— ¿Qué quieres decir? —Preguntó Nepherite—. ¿Hechizado pero no por el conjuro de una bruja?
Sí, en verdad me encuentro en un infierno vikingo. O un manicomio vikingo.
—Yo vi a Lady Serena… desnuda —confesó Darién, como si eso lo explicara todo.
Todo el mundo quedó boquiabierto con la sorpresa, incluso Serena. Ella recuperó rápidamente la compostura y le dio un puñetazo con su brazo libre al muy idiota. Fue como golpear una pared de piedra. El hombre ni se inmutó.
— ¿Qué? —Levanto la mano en rendición.
—No tienes por qué contarle eso a la gente.
— ¿No?
—Obvio que no.
—Si quieres, puedes ver mi cuerpo desnudo —le ofreció generosamente—. Así estaríamos a mano.
—Estás borracho —lo acusó ella.
—Nah, no lo estoy.
—Bueno, ¿y eso qué significa? —Quiso saber Nepherite—. Ver a una bruja desnuda… como bien sabes, yo ya he visto a una.
Como si fueran uno solo, todo el mundo miró su cara azul con simpatía, incluyendo a Alan, que se acababa de sentar junto a Serena. Según las cuentas de Serena, Alan se había ido con la esclava Nubia por cuarta vez en la noche.
—El diseño parece haber sido hecho con isatide, parecido a como los guerreros escoceses se adornan para pelear —comentó Patzite—, pero no sabía que era permanente.
—No es sólo isatide. Les garantizo que el tinte fue mezclado con esencia de añil —observó Serena, mientras jugaba con algunas migajas que había sobre la mesa.
— ¿Tú… tú sabes cómo quitar esta marca? —Escupió Nepherite incrédulo—. Entonces eres una bruja.
—No, no soy una bruja. Soy una pastora y tejedora que tiene talento para teñir telas.
En realidad, yo hago las mejores lanas de toda Northumbria.
Jaideite soltó una carcajada.
—Compórtate, esposo. —Patzite le dio un codazo.
—Mi esposa hizo una afirmación parecida en cierta ocasión.
Patzite chasqueó con desaprobación y le explicó a Serena —yo hago la mejor miel y el mejor hidromiel de toda Northumbria.
A Nepherite no le importaba ni la lana, ni el hidromiel, ni la miel.
— ¿Puedes remover la marca, bruja? —demandó impacientemente.
—Tal vez pueda, o tal vez no.
—Tal vez pueda cortarte la cabeza, o tal vez no —fue la respuesta de Nepherite mientras hacía un sonido primitivo de indignación. Sin duda, habría pasado sobre Darién para decapitarla, si su compañero de ataduras no hubiera levantado una mano en advertencia.
Gruñendo con frustración, Nepherite detuvo a un sirviente y tomó otra jarra de cerveza de su bandeja
— ¿Y te sientes atraído por esta bruta… digo, bruja? —Bebió un gran sorbo de la jarra y después se pasó el dorso de la mano por la boca.
—Nunca dije que me sentía atraído —protestó Darién.
Los duros sentimientos le dolieron y Serena no pudo evitar hervir por dentro.
— ¡Darién! Estoy decepcionada de ti —le reprochó Patzite—. Estoy segura de que eres más experto que los demás en mirar debajo de la superficie. ¿Recuerdas el sermón que le diste a tu hermano en nuestro banquete de bodas acerca de que un buen vikingo sabía cómo juzgar a una mujer justamente?
Del er ikke gull alt som glimmer —añadió Jaideite, asintiendo de acuerdo con las palabras—. No todo lo que brilla es oro. Y si me lo preguntas, en los últimos tiempos gran parte de tu brillo ha estado lleno del brillo mediocre del bronce.
—No recuerdo habértelo preguntado —dijo Darién de mal humor—. Y es injusto que me recuerden algo que dije hace siete años.
Serena se encogió y sintió ganas de golpear la mesa con su cara. Aborrecía la idea de que estas personas discutieran sobre ella como si ella no estuviera presente… como si ella no importara.
—Lo único que dije fue que había visto a la bruja desnuda —se defendió Darién—. Y me llevé una sorpresa. ¡Una gran sorpresa! —Puso los ojos en blanco para darle énfasis.
— ¡Ah! Creo que empiezo a entender. ¿Por fin viste su cola? —Nepherite dijo esas últimas palabras en un susurro… como si por decirlo en voz alta ella pudiera hacer algo que hicieran las brujas, como levitar y abandonar el castillo en una escoba.
¡Todos ellos son más tontos que la mierda!
Justo en ese momento, un noble vikingo se acercó a su mesa. Iba acompañado por una mujer finamente vestida —diría que era sajona por su modo de vestir— y una hija de no más de quince años… una chica voluptuosa y bonita.
—Ohr08;oh, ahora si estás en problemas, Darién —bromeó su hermano—. El conde Orm y su esposa han intentado arreglar un matrimonio entre tú y su hija Eneda por los últimos dos años.
—Podrías haberme advertido —murmuró Darién, pero se levantó cortésmente cuando el noble y su familia se acercaron.
Debió haber olvidado que su mano izquierda estaba atada a la derecha de Serena porque levantó el brazo en forma de saludo, lo cual hizo que el de Serena también se levantara, como si fuera una marioneta. Y mientras hablaba, movía el brazo para aquí y para allá, y el brazo de Serena fue forzado a seguir sus movimientos. Al final ella gruñó con disgusto y tiró de su muñeca como recordatorio y se puso a su lado.
Darién tuvo el descaro de guiñarle el ojo. Al parecer, sí recordaba que tenían las manos atadas y quería avergonzarla. ¡El muy troll!
Vio como los labios de la esposa de Lord Orm se apretaron con desdén al ver sus muñecas atadas.
Sin embargo, la joven se movió con nerviosismo y llevó una mano a su rostro con timidez. Estaba claro que ella estaba a favor de esa unión, si se llevaba a cabo. La madre no estaba tan dispuesta, si sus puños apretados decían algo.
Y Serena notó algo más. La mujer era igual de condescendiente en su comportamiento hacia Patzite y hacia ella. Patzite buscó la mirada de Serena e hizo un gesto para mostrarle su opinión sobre la altiva dama.
Serena se sorprendió a sí misma sintiendo una extraña molestia ante el alboroto que Darién estaba haciendo sobre la joven. ¿Podrían ser celos?
Nah. Nunca.
Tal vez.
Me estoy volviendo loca.
Cuando por fin la pareja y su hija se alejaron con la promesa de Darién de visitarlos pronto, Darién se sentó con un largo suspiro, arrastrando a Serena con él.
— ¡Al fin!
Su familia y amigos sonrieron ante su malestar.
—Así que, ¿quieres que te ayude a encontrar un regalo de novia para Eneda? —preguntó alegremente Patzite.
—Ni de riesgos —respondió Darién, bebiendo un sorbo de su copa.
—Dime —Serena hizo una pausa deliberadamente—, ¿te gustaría llevar a una nodriza contigo a la cama matrimonial?
Todo el mundo se rió, menos Darién.
— ¿Estás diciendo que soy muy viejo para la doncella?
Serena lo miró como diciendo “¿tú qué crees?”, pero luego tuvo que admitir: —En realidad, yo tenía su edad la primera vez que me casé. Y mi esposo era un poco más viejo que tú.
— ¿Cómo de viejo?
—Tenía sesenta y cinco.
— ¿Un poco? —Darién se ahogó con el hidromiel—. ¿Un poco? ¡Yo sólo tengo treinta y cinco!
—Ah, bueno —declaró Serena con un encogimiento de hombros—, los hombres se deterioran rápidamente. Por eso compran esposas jóvenes, para aparentar que todavía son viriles.
El rostro de Darién se encendió por la ofensa.
Patzite se inclinó sobre la mesa y acarició la mano de Serena.
—Te estoy tomando cariño, Serena. Tal parece que tú y yo estamos cortadas por el mismo patrón.
—Hay que admitir que la doncella tenía unas buenas tetas —comentó Nepherite con su crudeza habitual.
— ¡Nepherite! Cuida tu lengua en frente de las damas —le advirtió Jaideite.
Nepherite agachó la cabeza. La verdad era que el miserable pasaba tanto tiempo en compañía de hombres, que probablemente no lo hizo a propósito. Y a ella no es que le importara mucho. Había oído cosas mucho peores en compañía de las tropas de Hebert y Egbert.
Pero rápidamente cambió de parecer cuando Nepherite añadió: —No seas tan presumido, Darién. Tú fuiste el que dijo que Lady Serena tenía el pecho tan plano que sus tetas parecían dos huevos sobre una roca caliente.
Ahora fue Darién el que regañó a Nepherite.
—Ese tipo de conversaciones no son bienvenidas en frente de las damas. —Se disculpó con Serena y Patzite de parte de Nepherite, diciendo—: es el hidromiel el que habla.
— ¿Eso dijiste? —espetó Serena y de inmediato deseó poder retirar las palabras.
—Puede ser. — Darién se encogió de hombros—. Pero, sí lo hice, retiro mis palabras.
—Nunca he podido entender la fascinación de los hombres por los pechos femeninos —opinó Serena antes de que tuviera la oportunidad de morderse la lengua—. De verdad, si los hombres están tan fascinados por esa parte de la anatomía femenina, yo tengo una buena vaca lechera con unas buenas ubres que sin duda los dejaría babeando.
Nepherite se irguió, como si fuera a estrangularla.
Alan lo contuvo, riéndose.
Darién hizo un gesto felicitándola por haber ganado este combate.
Mientras que Jaideite y Patzite se rieron a carcajadas.
Patzite se limpió las lágrimas con el borde de su griñón.
—Sí, Serena, creo que serías perfecta.
No dijo para qué sería perfecta. Pero aun así, sus palabras animaron a Serena.
Pero entonces su atención se desvió hacia otro asunto.
—Miren eso —dijo Jaideite, señalando hacia la mesa principal, en donde un grupo de nobles sajones hablaba animadamente con el rey y su castellano—. ¡Tan atrevidos los villanos!
Eran Egbert, Hebert, Cedric y algunos de sus socios de alcurnia.
Serena gruñó.
—No hay nada de qué preocuparse. —Darién hizo un gesto despreocupado con la mano para expresar su opinión—. El rey me dijo que los hermanos de Serena iban a protestar con el rey sajón Edred por el secuestro de Serena.
Serena debió haber sabido que sus hermanos no se rendirían tan fácilmente.
—Ese que se está dirigiendo a Maccus, el hijo de Eric “Hacha Sangrienta”, es el Conde Oswulf, el lameculos de Edred de Northumbria —les informó.
Todo el mundo la miró con sorpresa, preguntándose cómo sabía eso.
—Edred es mi primo.
— ¿El rey de Inglaterra? —exclamó Jaideite, y miró a su hermano con reprobación.
— ¡Oh, Darién! —Patzite suspiró—. ¿Cuándo aprenderás a ser precavido?
—No me dijiste que el rey de toda la maldita Gran Bretaña, excepto por Northumbria, era tu primo —la acusó Darién.
—Bueno, en realidad es mi primo tercero —enmendó Serena.
—Eso me hace sentir mejor —dijo Darién con humor seco.
—Primero, segundo, tercero… no importa. Seguro que el rey Edred enviará un ejército para rescatar a uno de los suyos —insistió Patzite con un gemido de consternación—. ¿En qué lío nos has metido, Darién?
A Serena le habría gustado echarle más sal a la herida de Darién, pero tenía que ser honesta.
—No me hago ilusiones sobre los motivos de Edred para ayudarme… si eso es lo que está haciendo. Saben, Edred no es mucho más viejo que yo y eso que yo tengo veinticinco años. Pero el rey tiene tantos problemas de digestión que hay veces en las que sólo puede beberse los líquidos de la comida que ha masticado, para gran repulsión de sus invitados.
Es una enfermedad que afecta a muchos en la Casa de Wessex.
—Bueno, gracias por la hermosa saga —dijo Darién sarcásticamente—. ¿Y el punto es?
Serena le frunció el ceño al troll y continuó.
—A pesar de que yo podría compadecerme por la enfermedad de Edred, no soy tan ingenua como para pensar que mi primo se preocupa por su familia. Como la mayoría de los ingleses saben, Edred tiene dos lados. Por un lado es un hombre con devoción religiosa que sufre sus dolores corporales con aceptación estoica. Su palacio es en muchos sentidos una escuela de virtudes. Por otro lado puede llegar a ser tan brutal… bueno, como un bárbaro vikingo.
Serena se ganó un gran número de ceños fruncidos con ese comentario, incluyendo el de Patzite. Aunque ella era sajona, estaba claro que defendía a su esposo, mitad vikingo, y a sus compatriotas.
—Hace poco Edred destruyó totalmente la ciudad de Thtford sólo para vengar la muerte del monje local. Cada hombre, mujer y niño —dijo Serena, explicando el lado brutal del rey.
La pregunta era: ¿Qué lado del rey estaba actuando en ese momento?
El mensajero de Edred podría ayudarla, si quería hacerlo. De eso no había ninguna duda. ¿Pero era ella lo suficientemente importante? ¿Qué estaban ofreciendo a cambio Egbert, Hebert o incluso Cedric?
El corazón de Serena dio un vuelco con esperanza, pero luego una extraña depresión se apoderó de ella. Estaba entre la espada y la pared. Tenía dos opciones y ambas eran malas.
Ser rescatada por sus hermanos y terminar con — ¿cómo fue que lo llamó Darién?— Ah, sí… el “Lord de la Manteca”. O ser llevada ante un rey en tierras paganas para remover un hechizo inexistente.
Darién le apretó la mano. —No temas, Lady Serena. El rey no va a interferir en mis asuntos. Él está jugando con tus hermanos y el mensajero del rey sajón. Les va a sacar tanto dinero como pueda por un rescate, pero al final serás mía.
Serás mía.
¡Que frase más desconcertante! Un temblor recorrió todo su cuerpo. Si su intención era reconfortarla, falló completamente. Especialmente porque uno de los sirvientes de Eric “Hacha Sangrienta” se acercó y les notificó que el rey deseaba hablar con Darién Chiba y su prisionera. Pronto Darién, Serena, Jaideite, Patzite, Nepherite y Alan se encontraron caminando en grupo hacia el estrado.
—Parecemos un enjambre de abejas —dijo Patzite en voz baja.
—Tú sí que sabes, cariño. Tú sí que sabes —le dijo Jaideite a su esposa y le dio una palmada en el trasero.
Su grito de consternación fue ahogado por el ruido de cientos de juerguistas disfrutando del banquete.
Serena había estado en este mismo salón junto a su marido hacía muchos años, y de verdad que ahora lucía mucho mejor. Los vikingos eran muy buenos decorando los alrededores de las puertas y las ventanas, sin mencionar las vigas de los techos, con grabados complejos. Y los vikingos en sí eran ciertamente un grupo atractivo, con sus ropas coloridas, magnífica joyería y sus barbas y cabellos cuidadosamente peinados. Eran más altos que los sajones, y también más limpios. No era de extrañar que tantos hombres y mujeres sajones se enamoraran de sus contrapartes vikingas.
Serena hizo todas estas observaciones a medida que avanzaban por el pasillo que separaba los grandes caballetes. Su paso por ahí pasó inadvertido, excepto por algunos invitados que tenían las cabezas juntas y susurraban mientras señalaban el trasero de Serena.
Excepto por Egbert, Hebert y Cedric.
— ¡Serena! —gritó Egbert y la abrazó calurosamente, lo cual fue una experiencia bastante extraña ya que ella estaba atada a un ceñudo Darién que fue forzado a moverse con ella. Él no parecía complacido de estar tan cerca del hombre que había intentado dispararle una flecha esa tarde. También fue una experiencia extraña porque Egbert jamás la había abrazado. La había azotado en más de una ocasión, ¿pero abrazarla? Nunca.
— ¡Estás a salvo! —agregó Hebert, cuando fue su turno de abrazarla—. Estábamos tan preocupados por ti, querida hermana.
¿Preocupados? ¡Ja! Su única preocupación era que perderían su dinero.
Egbert llevaba un gran vendaje envuelto alrededor de su corona, probablemente de alguna herida producida en el combate de esa tarde, y Hebert tenía el labio partido. Probablemente se habían hecho daño al huir de la pelea.
Cedric caminó hacia adelante y parecía estar a punto de tomar el lugar de sus hermanos en ese asunto de abrazar, pero Darién lo frenó poniendo una mano en alto. Por un momento de locura, se preguntó si Darién podría estar celoso. Pero luego echó otro vistazo a su rostro enfurecido y cambió de opinión.
—Darién, Jaideite —los saludó el rey Eric “Hacha Sangrienta”—. Les damos la bienvenida.
¿Ya han comido y bebido lo suficiente?
Ambos asintieron ante el rey, quien estaba vestido lujosamente con lana púrpura, desde los braies hasta la túnica ceñida y la capa forrada con piel blanca. Debía tener más de cincuenta años, si los rayos grises en el cabello oscuro bajo su corona eran alguna indicación.
Estaba bien afeitado y aún era bien parecido, bajo una mirada fría.
—Gunnhild, ven a saludar a nuestros invitados.
Serena se sorprendió al ver a la reina. Era una mujer hermosa, debía tener la misma edad del rey, pero su piel no tenía ni una arruga y no tenía ninguna cana. Llevaba un vestido bordado con la misma tela púrpura del traje del rey, y una verdadera fortuna en joyería, que incluía anillos de oro y plata en cada dedo.
Sus ojos se posaron sobre el pendiente de ámbar de Darién y el broche con forma de dragón y brillaron con codicia.
— ¿Me has traído algún accesorio de ámbar fino esta vez, Darién? —preguntó la reina.
—Tengo muchas joyas para la venta —dijo Darién.
Ella frunció el ceño.
—Todas a la altura para una reina de su renombrada belleza.
Ella se pavoneó.
—Esta noche las traeré para que las pueda inspeccionar.
La reina Gunnhild asintió, luego se volvió hacia Serena y la evaluó rápidamente con la mirada. Con un aire de aburrimiento, preguntó insolentemente: — ¿Y tú eres la bruja?
Serena empezó a asentir pero se contuvo. ¡Por los dientes de Dios! Estaba empezando a pensar en sí misma como una bruja.
—Sí, ella es la bruja que llevo a Noruega —respondió Darién y alzó su mano para demostrar que era su prisionera.
—Hay muchas cosas que me gustaría discutir contigo —le dijo Gunnhild enigmáticamente. Egbert y Hebert la interrumpieron antes de que pudiera decir algo y se pusieron al frente de Serena.
—Nah, ella no es una bruja —aseguró Egbert—. Ella es nuestra hermana, la prometida de Lord Cedric y la prima del rey de toda Gran Bretaña, una dama bien educada que no debería ser entregada a estos… a estos paganos.
El rey Eric alzó una ceja al escuchar la palabra pagano y le preguntó sin palabras si lo ponía en la misma categoría. Luego se enfocó en el resto de lo que había dicho Egbert.
— ¿Estás diciendo que Edred es el rey de toda Gran Bretaña? —Egbert se dio cuenta de su error y de inmediato se corrigió—. De toda Gran Bretaña excepto por Northumbria.
— ¿En verdad eres prima del rey Edred? —le preguntó Gunnhild a Serena.
—Prima tercera —señaló Darién. Serena lo fulminó con la mirada por hablar en su nombre, pero él simplemente le sonrió.
—Exigimos que nos devuelvan a nuestra hermana y que nos compensen por cada soldado que fue herido por esos bárbaros esta tarde —dijo Hebert—. ¿No es así, Conde Oswulf?
El noble sajón y consejero del rey Edred estaba de pie silenciosamente en el fondo del recinto. El dio su consentimiento con un breve asentimiento con la cabeza
— ¡No! —dijo Darién.
Después de eso, el rey oyó lo que las dos partes tenían que decir. Al final ofreció: —Podríamos convocar un thing en una semana para resolver el asunto. —Serena sabía, por lo que Darién le había dicho anteriormente, que un thing era la forma de gobierno de los vikingos.
—No puedo esperar tanto tiempo —bramó Darién—. Ya tengo un mes de retraso para llevar mi mercancía hasta Hedeby. Me tomaría más o menos dos semanas para llegar a Noruega, si hace buen tiempo. Con lo avanzado que está el otoño, otra semana más podría significar que no podría llegar a casa para el invierno. Eso no lo puedo aceptar.
El rey se dirigió a Oswulf.
— ¿Es la bruja tan valiosa como para pelear por ella? ¿Tal vez una batalla en toda regla?
Oswulf palideció y sus ojos saltones escanearon el gran salón, notando los muchos guerreros nórdicos que había.
—No en este momento —admitió—. Pero tendré que reportar su negativa a interceder por Egbert y Hebert al rey Edred. Le garantizo que no estará complacido.
—Entonces que así sea —dijo el rey Eric, claramente sin miedo a una pelea.
Murmurando maldiciones y juramentos de venganza, Egbert, Hebert y Cedric fueron sacados por un furioso Conde Oswulf. Una atónita Serena se dio cuenta de que por ahora su suerte estaba decidida. Aún era la prisionera del troll. Todo el mundo la seguía viendo como una bruja, incluyendo al rey, que acababa de escuchar algo que le había susurrado Nepherite y estaba mirando en forma especulativa hacia su trasero.
Gunnhild se acercó para darle un beso de despedida a Patzite y a Serena, para su sorpresa. Más sorprendente aún fue lo que Gunnhild le dijo: —No le hagas caso a mi marido buscando tu cola. Él ha estado buscando la mía por veinte años y aún no la encuentra. —Se dio la vuelta con una risa ahogada y caminó majestuosamente a su asiento en la mesa principal.
Mientras regresaban a su mesa, Serena notó, para su pesar, que un gran número de gente estaba observando su trasero. Al parecer, el rumor se había extendido desde su paso a la tarima. Estaba segura de que era obra de Nepherite. Uno de estos días, le gustaría hacer un nudo con la lengua de Nepherite… un nudo azul para que salga con el color de su cara.
Cuando Serena pensó que las cosas no podían ponerse peor, lo hicieron.
Bestia, que había estado durmiendo en su mesa mientras fueron a ver al rey, se incorporó con alerta repentina, sus orejas negras paradas como dos centinelas. Con un rugido siniestro, seguido por un ladrido, miró hacia la puerta al otro lado del gran salón. Se escuchó un ladrido salvaje, seguido por un balido familiar. Bella llegó galopando a través del gran salón, con su cadena rota arrastrándose tras ella, seguida de cerca por David y Betsabe, y tras ellos media docena de ovejas haciendo beee. Un silencio asombroso se apoderó del gran salón, mientras los intrusos pasaban. Pronto Bella y Bestia se reunieron, lamiéndose las caras y oliéndose sus partes íntimas.
Fue una escena como sacada de la peor pesadilla de Serena.
Serena dejó su plato a un lado y puso la frente sobre la mesa. Se empezaron a escuchar risas que fueron creciendo a medida que la asamblea vikinga rugía su alegría por las travesuras de los acompañantes de Serena.
Alan mencionó algo sobre una nueva saga, Darién “el Grande” y la Bruja desnuda, seguida por Darién “el Grande” y los Perros lujuriosos.
—Oooh, Alan, se me olvidaba lo buen escaldo que eres —lo entusiasmó Patzite—.
Por favor, ¿podrías honrarnos con una saga?
Todo el mundo en la mesa se puso verde, reprimiendo la necesidad de quejarse. En cambio, Alan se veía como si hubiera recibido el Santo Grial[1].
—Escuchen todos, esta es la saga de Darién “el Grande” —comenzó a decir Alan—.
En el año 952 de nuestro señor, en la tierra del sol de medianoche, había un rey con una polla torcida. Anlaf era su nombre. Y él era el más poderoso… —Y así continuó Alan y, por primera vez, Serena deseó ser de verdad una bruja. Su primer acto sería volar muy lejos.
—No temas, cariño —le susurró Darién en el oído. Ella se dio cuenta de que casi estaba ahogando una carcajada—. Muy pronto te llevaré lejos de todo esto.
Eso era a lo que Serena le temía.
[1] Santo Grial: Es el plato o la copa usada por Jesucristo en la última cena.

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el vikingo hechizado
Hayran KurguHechizado, molesto y desconcertado... Incluso los guerreros nórdicos más fuertes tienen días malos. ¡Santo Thor! Las cosas que Darién Chiba tiene que hacer son suficientes para volver loco a un vikingo... capturar a una arpía rubia, acomodar el reb...