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Fue una escena familiar y acogedora la que encontraron los ojos de Darién mientras se abría camino a través del gran salón la tarde siguiente, los saludos cálidos de sus hombres.
Los  guerreros  y  marineros  fornidos,  vestidos  con  túnicas  y  braies  de  cuero, acurrucados cerca de las tres chimeneas en busca de calor, mientras el viento silbaba a través de las persianas cerradas. Otros, almas más caritativas, cubiertas con capas de lobo, piel de foca, oso y zorro, estaban sentados alrededor de la sala en grupos pequeños.
Algunos de ellos estaban bebiendo hidromiel y jugando a los dados, mientras que otros pulían  sus  espadas  y  armaduras.  Dos  hombres  que  estaban  en  la  esquina  maldijeron mientras cosían cuidadosamente un desgarro en una de las velas del drakkar extendida sobre una de las mesas.
Desde  la  cocina  llegaron  las  voces  de  las  sirvientas  y  criadas  chismoseando,  y  el delicioso aroma de la carne asada. Darién olfateó varias veces. No olía a pollo, ¡gracias a los dioses! Probablemente eran renos.
Caminó hacia Nepherite, que estaba quitando pedazos de madera de un trozo de roble y formando cruces sobre correas de cuero del cuello. Darién sacudió la cabeza con diversión, su amigo parecía estar acumulando una fortuna gracias a Lady Serena... o más bien gracias a su cola.
Darién todavía se estaba riendo del cuento que Nepherite le había contado la noche anterior en su recámara, algo acerca de una gran broma que la bruja le había jugado y que envolvía una piel de anguila. Tuvo que darle puntos a la dama. No había pensado que tuviera al menos un poco de humor en sus huesos.
Alan, que había acompañado a Nepherite a la habitación de Darién, había irrumpido con una nueva saga:
Resbaladizo y viscoso
era el canalla…
La anguila,
no el guerrero de cara azul.
Pero la bruja fue
más inteligente que ellos,
pues ella se rió la última.

—Te lo juro, Alan, alguien va a arrancarte la lengua uno de estos días —había rabiado Nepherite—. Tus sagas van de mal en peor. Y es mejor que no oiga una que has estado recitando abajo. No voy a ser la burla de otra más de tus historias.
— ¿Por qué deberías ser diferente que el resto de nosotros? —había dicho Darién con una sonrisa.
Pero ahora Darién estaba haciendo su primer viaje a la planta baja desde el comienzo de su enfermedad. La fiebre había desaparecido y su pierna se sentía mejor de lo que había estado en años... flexible y libre de dolor. Supuso que tenía que agradecérselo a la bruja.
— ¿Dónde está ella? —le preguntó a Nepherite, mientras se dejaba caer en el banco junto a él.
— ¡Bien que debes preguntar! —Nepherite gruñó y continuó con lo que estaba haciendo.
Una doncella le entregó a Darién una taza de hidromiel caliente, junto con una tajadora que tenía amontonadas varias rebanadas de pan y algunos skyr. Por lo menos no era gammelost, pensó, aunque no le diría a la moza sajona que él también estaba enfermo de esa cosa maloliente. Luego se reprendió a sí mismo por estar siempre pensando en la moza.  En  estos  días  siempre  estaba  en  su  mente  y  no  sabía  por  qué,  ni  tampoco  le importaba aquella obsesión.
— ¿Dónde está? —le repitió a Nepherite.
—Caminando.
— ¿Caminando? ¿Dónde? ¿En los parapetos?
—No, no en los parapetos. Esa sería la elección de una mujer normal.
Siguió un largo silencio.
—Bueno, habla, hombre. ¿En dónde está caminando?
—Alrededor del lago.
— ¡El lago! Pero si es más frío que la teta de una bruja. —De inmediato se dio cuenta de la naturaleza apropiada de su elección de palabras cuando Nepherite le dirigió una mirada de aprobación y dijo: — ¡Por supuesto!
— ¡En serio, Nepherite! Lady Serena podría perderse o morirse congelada en este entorno extraño.
— ¡Oh, seríamos muy afortunados! —Continuó con su menoscabo infernal y añadió— Bestia está con ella. Por supuesto, Bestia siempre esta con ella. El animal ya no es mi mascota. En realidad, me echa las mismas miradas condescendientes, de yor08;soyr08;mejorr08;quer08;tú, que la bruja, cuando pasa cerca de mí. Además, ayer Bestia dejó una pila de estiércol en mi dormitorio después de que le grité a la bruja por su broma de la anguila.
Pienso que fue aposta.
Darién puso una mano sobre su boca para ocultar una sonrisa. Pero, la crítica continua de Nepherite hacia Serena empezaba a molestarle. No es que Serena no lo molestara, también.
Pero no era el lugar de Nepherite... bueno, no importa. Cortó esos pensamientos rebeldes y bebió un largo trago de hidromiel. Una vez que se limpió la boca con el dorso de su mano, comentó: —He estado pensando... no estoy tan seguro de que Lady Serena realmente sea una bruja.
— ¡Es fácil para ti decirlo! Has estado yaciendo en cama durante varios días mientras ella conjuraba problemas aquí y allá.
— ¿Cómo cuáles? —se burló.
—La sopa de pollo, por ejemplo.
Él se echó a reír.
—Tal vez ella fue demasiado entusiasta cocinando, pero sus intenciones eran buenas.
Y Girta me dice que curó los resfriados entre mis hombres y ayudó a bajar mi fiebre.
—Girta también está bajo el hechizo de la bruja. —La expresión testaruda de Nepherite le recordó a Darién los lloriqueos persistentes de un niño pequeño. Lo siguiente sería que sacara el labio inferior e hiciera pucheros.
Nepherite sacó el labio inferior e hizo un puchero.
—Es verdad.
Darién sonrió. Entonces, más serio, él dio un discurso
— ¡Nepherite! No es normal que tú acuses a alguien sin razón.
—Bueno, tal vez Girta no esté realmente hechizada, pero ha habido sucesos extraños.
Inga, allá en el pueblo, dio a luz a trillizas. ¡Tres niñas! Explica eso.
Darién asintió con la cabeza, considerando seriamente la acusación de Nepherite.
—Dar a luz a tres niñas a la vez es un raro acontecimiento, pero no imposible. Y es cierto que muchos hombres estarían decepcionados de tener no una niña, sino tres.
Supongo que podría estar dentro del poder de una bruja influir en el parto, pero no puedo estar seguro de que sea obra de Serena.
—Ella siempre está interfiriendo con el trabajo y el juego de los hombres.
— ¿Cómo qué?
—Como esta mañana, nosotros, los hombres, estábamos haciendo un simple concurso. La bruja impartió órdenes entre las mujeres, tuvimos que dejarlo por tantos gritos.
— ¿Un simple concurso? —En verdad, obtener una respuesta clara de Nepherite era como tirar de un caballo de arado en un pantano.
—Oh, sí insistes en saber… Era un concurso de meadas... quién podía escribir la peor grosería en el menor tiempo sobre la nieve recién caída. Ahora bien, ¿es eso algo tan malo como para que Lady Serena se pusiera furiosa? ¿Es ésa razón para que Girta me llame crudo patán? Podría haber sido llamada una situación de aprendizaje... los que saben leer y escribir, les enseñan a los que no.
Darién se atragantó con el hidromiel y escupió un chorro sobre la mesa mientras intentaba tragar y reír al mismo tiempo. Cuando finalmente se limpió la boca y la mesa con una sábana, le dirigió una mirada a Nepherite.
—Me parece que necesitas encontrar un propósito de vida. Me parece que te metes demasiado con una bruja que no es una bruja porque tienes demasiada inactividad. Me parece que Girta está en lo cierto... eres un crudo patán. Me parece que no hay ninguna prueba de brujería, Nepherite. Afronta ese hecho y supéralo.
—No, mi amigo. Tú eres el que no te enfrentas a los hechos. Esos son sólo algunos de los crímenes de la bruja.
Darién exhaló con fuerza, luego le hizo un gesto a Nepherite.
—Continúa.
—Tres de las criadas se han negado a atender a los hombres, a pesar de que siempre lo habían hecho en el pasado. Esas que son feas de rostro y rígidas como palos de la paja de la cama. Es como tener sexo con una hogaza de pan.
—Vamos, Nepherite. Es decisión de la criada si quiere saciar la lujuria de un hombre o no.
Al menos, esa siempre ha sido la regla en Dragonstead. No puedes culpar a una bruja por eso.
—Sí puedo.
—Si Serena interfirió en ese sentido, no cabe duda de que lo hizo como una dama de alta cuna, no como bruja. Nos hemos acostumbrado a vivir la vida dura durante demasiado tiempo. Mi hermana por matrimonio, Lady Patzite, habría hecho lo mismo y lo sabes.
— ¿Por qué defiendes a la bruja, Darién?
—No la estoy defendiendo. Estoy tratando de ser justo.
—Bueno, no puedes decir que la bruja no es responsable de interferir en la boda prevista entre Bodil “la Fuerte” y Rapp.
Darién puso el rostro entre las manos con los codos apoyados en la mesa. Si no había estado confundido cuando bajó a la sala, ahora sí lo estaba.
—Bodil está rescindiendo su contrato para casarse con Rapp, porque la bruja le dijo que es un derecho de toda mujer cambiar de idea. ¡Te imaginas! ¡Como si las mujeres tuvieran cerebro! Y ahora Rapp sufre constantemente de problemas estomacales. Y eso no es todo. Jostein “el Herrero” ha estado chillando por ahí como una vaca enferma de amor y Bodil no siente pena por él.
—Jostein. ¿Qué tiene Jostein que ver con esto? —Darién se asomó entre sus dedos, completamente confundido.
—Jostein es a quien Bodil realmente favorece, pero Jostein extendió sus muslos y disfrutó de sus encantos en abundancia sin la oferta de matrimonio. Entonces Bodil decidió darle una lección y aceptó casarse con Rapp en represalia. Ahora, Jostein chilla y el estómago de Rapp retumba.
— ¿Rapp? ¿Estás hablando de Rapp “del Gran Viento”? Su estómago siempre ruge.
¿No es él quien tiró pedos y eructos con la melodía de “Tres sirvientas y un vikingo” en la fiesta de Navidad el año pasado?
Nepherite agachó la cabeza, avergonzado, pero sólo por un segundo.
—Ella no actúa como debería hacerlo una prisionera, Darién. —Lo pensó un momento y luego preguntó— ¿ella es una prisionera, cierto?
Darién ladeó la cabeza.
—Bueno, sí. Quiero decir, no. Difícilmente se clasificaría como una prisionera, pero tampoco es una invitada.
Los hombres preguntan cuándo vas a impartir su castigo. Todavía tienes que disciplinarla por envenenarte en Northumbria, por no hablar de sus muchos crímenes desde entonces.
Darién se irguió con la afrenta.
—La moza será castigada, pero yo voy a ser el que tome la decisión de cómo y cuándo.
Después de haber perdido ese argumento, Nepherite intentó nuevamente  —La dama se pasa de los límites de la imprudencia. Ella le pegó a Alan en la cabeza con un salmón esta mañana, cuando pasaba por la despensa. Todo lo que hizo fue decir algo acerca de una saga que implicaba troles, brujas y partes del cuerpo de frambuesa.
Darién echó la cabeza hacia atrás y rió de buena gana.
—Veo que sigues sin convencerte —dijo Nepherite disgustado. Suspiró profundamente y luego le informó— si todo lo que te he contado no pesa fuertemente en contra de la bruja, entonces escucha esto: Las manadas de lobos han bajado de las montañas Debes admitir que es demasiado pronto para eso. Algunos de los aldeanos afirman que las bestias aúllan durante toda la noche. Yo digo que son familiares de la bruja que vienen a llamar a su querida hechicera.
Pasaron varios minutos para que las palabras de Nepherite se hundieran en su gruesa cabeza. Cuando lo hicieron, Darién se levantó bruscamente.
— ¡Idiota! ¿Me estás diciendo que dejaste que Serena paseara sola por el lago cuando hay lobos por ahí? Es mejor que digas una oración, o doce, sobre esas malditas cruces que tallas. Juro que te hare responsable si algo le pasa.
Con eso, agarró un manto forrado de piel y su espada, mientras se dirigía a zancadas hacia las puertas dobles que conducen al patio y al lago. Apenas podía respirar bajo el intenso temor que se apoderó de él.
Fue él quien oró entonces. No Nepherite. Por favor, Dios. Que esté a salvo.
Apenas había pasado Darién a través de la muralla exterior cuando vio a Serena acercándose por la curva de la orilla cerca del lago. Gracias a los dioses, que no estaba muy lejos. A pesar de que se sentía mucho mejor y su pierna apenas le dolía, probablemente habría sido incapaz de dar un largo paseo por el lago.
Una rápida mirada sobre su hombro le mostró que Alan, Nepherite y una docena de soldados se habían puesto una armadura ligera y armas, a punto de ir detrás de él. Sin duda, Nepherite les había dicho de su preocupación por los lobos. ¡Por la sabiduría de Odín!
Debería haber sabido que había patrullas vigilando la zona de todos modos, si no por Serena, entonces por los aldeanos que podían correr riesgo.
Él les hizo un gesto para que regresaran.
Serena no lo había visto todavía, tampoco Bestia, que corría arriba y abajo detrás de un conejo en un camino resbaladizo. Serena se detuvo, su atención se había centrado en la hermosa escena ante ella. Ese día había nevado mucho. Ahora el lago y los árboles cubiertos de nieve presentaban una visión de blanco puro bajo un cielo azul brillante. El aire era frío y ventoso, pero soportable. En realidad, no podía culpar a Serena por querer este poco de aire fresco mientras que todavía hubiera luz. Aunque todavía era temprano, pronto oscurecería.
Todo lo que Darién podía ver de Serena era su rostro, de perfil, cubierto como estaba por su pesada capa forrada de piel, que arrastraba por el suelo detrás de ella. Por alguna razón, su corazón se encogió al verla admirar aquello que él tenía en tan alta estima, oculto en su corazón.
Tenía treinta y cinco años —un hombre de mediana edad— y aun así las viejas heridas seguían con él. Era una tontería, de verdad, como podía no dejarlas ir. Durante los primeros ocho años de su vida había luchado como un cachorro, buscando el afecto de cualquier persona que estuviera cerca. Ladrando, ladrando —quiéreme, quiéreme—. ¿Cuántas veces habían sido maltratadas sus esperanzas y su corazón?
Oh, su padre nunca había tenido la intención de herirlo así. Probablemente había salvado su vida manteniéndose alejado de él y Jaideite, como pretendía. Y su madre, que lo había abandonado cuando era un bebé... habría sido una mala madre si se hubiera quedado. Y su madrastra Ruby no había tenido opción de quedarse. Y Jaideite había tenido todo el derecho de irse a vivir a la corte sajona, dejándolo en Ravenshire con sus dos abuelos, Dar y And, que habían muerto poco después.
¡Pobre  vikingo, con todas estas necesidades débiles! Llorando y anhelando emociones que le iban mejor a las mujeres y los niños... y perros pequeños. En realidad, había aprendido buenas lecciones de todo este dolor. Nunca llegar a preocuparse lo suficiente como para ser herido. Nunca dejar que otros sepan que eres vulnerable.
Pero había una pequeña debilidad que sí se permitió: Dragonstead. Si no podía confiarle sus sentimientos a otra persona, al menos podía sentir un afecto secreto por un lugar. Y, Dios, sí que amaba Dragonstead... cada piedra y pedazo de madera que lo conformaban, cada gota de agua en el lago, todos los árboles y animales que enmarcaban los bosques, y desde una distancia deliberadamente mantenida, incluso su gente.
—Bueno, pero si el troll ha salido a caminar.
Darién se sacudió. Al parecer, la dama finalmente había reparado en su presencia.
Anduvo los varios pasos necesarios para llegar a su lado.
—Buen día para ti también, bruja.
— ¿Qué te trae por aquí, lejos de tu cueva?
—Tú.
— ¿Yo? ¡Oh, por las lágrimas de Dios! No vas a comenzar con esa tontería de que soy prisionera de nuevo, ¿cierto? No hay lugar al que pueda escapar si lo intentara, a no ser que sugieras que intente nadar.
Darién intentó esconder una sonrisa.
— ¿Puedes nadar?
—Por supuesto que puedo nadar. De lo contrario mis hermanos me habrían ahogado en más de una ocasión cuando era niña. Ellos me ponían en el mismo saco con los gatitos y otros animales pequeños para ser sujetos a sus crueldades.
¡Maldita sea! Voy a tener que retorcer el cuello de esos dos sajones uno de estos días.
Tal vez cuando la devuelva a Graycote, les enseñaré a Egbert y a Hebert algunas lecciones al estilo vikingo.
—No me mires con lástima, patán. Cualquier hombre que posea el paraíso y se castigue a sí mismo por alguna razón estúpida, manteniéndose alejado por una buena parte del año, es el que debe ser compadecido. Todo por el bien de un vikingo o viajes o un negocio o… — ¿…una violación y un saqueo? —sugirió, sin siquiera molestarse en negar su afirmación de que era un tonto por mantenerse alejado de un hogar que amaba. Ella veía demasiado. O puede que le hubiera permitido ver demasiado. Eso sí que era una posibilidad peligrosa.
—Por lo menos no ha descuidado a su casa. Te acepto eso —declaró con arrogancia—. La propiedad es dirigida con eficacia, dentro y fuera, incluso en tu ausencia."
¿Cuándo le había pedido su aprobación? ¡La moza atrevida!
— ¿Y cómo sabes sobre el funcionamiento de Dragonstead? Sus campos están cubiertos de nieve. Sus almacenes están encerrados en las dependencias. Sus animales están cómodos en sus puestos de invierno.
Habían empezado a caminar uno al lado del otro hacia la casa. De alguna manera su mano se había unido a la de ella mientras caminaban. ¿O ella había entrelazado sus dedos con los suyos? De cualquier forma, ella actuaba como si fuera la cosa más natural del mundo. Y, bendito Dios, lo era. No podía recordar un momento en su vida en que hubiera sentido alegría por una cosa tan sencilla como sostener la mano de una doncella... y hacía mucho que había dejado de ser una doncella.
Tal vez ella tenía poderes mágicos.
Tal vez él estuviera atontado.
Tal vez a él no le importaba un maldito comino, de todas formas.
—Hablé con algunos de los habitantes del pueblo, mientras que estaba caminando —dijo en respuesta a su pregunta de cómo sabía sobre el buen cuidado de Dragonstead—.
Ellos te tienen en alta estima. Y Girta piensa que podrías caminar sobre el agua.
Él se encogió de hombros.
—Y eso nos lleva a la razón de pasearme por la nieve tras de ti. Una mujer no debería caminar sola, sin protección. Hay lobos alrededor."
— ¿Lobos? —Ella se estremeció, y luego hizo un gesto de despreocupación con la mano ante su preocupación.
Él sostenía su otra mano como un salvavidas. Aun comprendiendo la triste realidad, no la soltó. Se sentía demasiado bien, y se había sentido tan mal últimamente. Diablos, no últimamente, se corrigió. Por toda la vida.
—Pero no hay nada que temer —balbuceó—, he traído protección conmigo. Bestia.
Los dos se volvieron al unísono para ver al perro rodando alegremente, de lado a lado, en la nieve esponjosa.
— ¡Un buen caballero en su armadura que ha probado ser Lord Bestia! —se burló.
Como si sintiera que era el tema de su discusión, Bestia se levantó y sacudió su piel, luego se acercó a ellos, meneando la cola y con la lengua colgando. Sin preámbulos, Bestia se levantó sobre sus patas traseras, apoyando las delanteras sobre el hombro de ella, y le dio varios besos babosos de perro a Serena. Antes de saber lo que planeaba Bestia, el animal hizo lo mismo con él, excepto que Darién podría jurar que añadió más baba.
Serena rió alegremente.
Él dijo "Yeech", pero estaba extrañamente conmovido por la demostración del perro.
Bestia cayó sobre sus cuatro patas y les dirigió a cada uno una larga mirada de consideración, esperando como un buen perro a que se le dijera qué hacer a continuación.
— ¿No sería agradable si la gente pudiera amarnos incondicionalmente como lo hace un perro?
Él levantó una ceja hacia ella.
—Un perro no dice “te amo” si eres hermosa. O si haces lo que yo quiero. O si me tienes a mí. O si produces bebés. O…  —…si tienes buenos modales. O si eres tranquilo. O menos problemático. O un peleador fuerte. O generoso con los regalos. O especialmente lujurioso al hacer el amor. —
Él movió las cejas sugestivamente con ese último comentario.
Ella chasqueó la lengua con un sonido familiar que estaba empezando a amar. No, él no estaba empezando a amar nada de ella. Era solamente un sonido que empezaba a asociar con ella. Ya está. Se sintió mejor después de haber hecho esa corrección en su mente.
— ¿Darién? —dijo suavemente.
Él se preparó para lo que venía. La moza tenía la costumbre de meterse en su vida personal con sus preguntas impertinentes, y casi siempre iniciaba con un “¿Darién?” dicho con voz suave  — ¿Por qué nunca te estableciste aquí con esposa e hijos?
Impertinente no podía ni empezar a describir la profundidad de su invasión en ese momento. Eso le atravesó el corazón. Estaba a punto de decir que no era de su incumbencia. En cambio, un demonio en su cabeza dijo: — ¿Por qué no me lo dices tú... ya que pareces tener una opinión sobre cada bendita cosa en el mundo?
—Tal vez nunca encontraste a la mujer con la que querías compartir Dragonstead —dijo ella con voz débil. La expresión que pasó por su rostro sólo podía ser descrita como gloriosa.
¿Por qué debería verse gloriosa?
No quería saber.
Sí, Ida. Por qué?
Las mujeres siempre piensan que es una mujer la que va a completar la vida de un hombre. Una batalla feroz, una cerveza fuerte y una cama caliente... eso es todo lo que un hombre realmente necesitaba... y tal vez una moza ocasionalmente, pero solamente para tener sexo.
¿Sería posible que ella pensara que era esa mujer?
— ¿De dónde sacas esas ideas? —espetó, soltándole la mano, como si de repente se tratara de una leprosa.
—Estas irritable hoy, ¿verdad? Debiste haberte quedado en cama por un día más. Ya sé —declaró alegremente—, necesitas otro plato de caldo de pollo.
Él se llevó un brazo a la frente con horror fingido. Bueno, en realidad no fue de burla.
Estaría realmente horrorizado si tenía que tomar otra gota de esa sopa.
—Por cierto, ¿por qué hay un candado en el gallinero? ¿Puedes abrirlo para mí?
Él se echó a reír y luego empezó a caminar hacia el patio exterior.
—Respóndeme —le exigió ella a su espalda.
No dejó de caminar, simplemente siguió riendo.
—Yo le enseñaré —le pareció oírla murmurar, justo antes de que algo lo golpeara en la parte de atrás de la cabeza con un splash mojado.
Él se volvió con incredulidad. La moza estaba bailando de pie a pie, burlándose de él con un gran trozo de nieve en cada mano. ¿Ella se había atrevido a golpearlo con una bola de nieve?
Dio dos pasos hacia ella, saliendo de los terrenos del castillo de nuevo.
Ella retrocedió dos pasos.
—Espera Darién, sólo te estaba haciendo un favor.
— ¿Un favor? —gritó —. ¿Qué tipo de falta de lógica femenina es esa?
—Hace días dijiste que no tuviste amigos de niño... nadie con quien tener peleas de bolas de nieve.
Sus ojos se abrieron como platos ante eso. Luego se echó a reír.
— ¿Quieres jugar conmigo? —Se acercó dos pasos más.
Ella dejó caer las bolas de nieve y se escondió detrás de un gran árbol. Mirando a su alrededor, respondió
—No, sólo era una broma... porque tú me estabas ignorando. 
— ¿Así que ahora quieres mi atención? —Rodeó el árbol y sonrió.
—No ése tipo de atenciones, patán. —Ella saltó hacia el otro lado.
Él la acechaba, amagando a un lado y luego al otro.
Ella dio media vuelta y corrió hacia las puertas abiertas de las murallas del castillo.
Darién tenía la intención de agarrarla por la cintura desde atrás, pero su pie resbaló en la nieve y terminó tirándola al suelo y cayendo encima de ella.
—No puedo respirar, zoquete —dijo ella en un susurro ahogado.
Él se levantó un poco, lo que le permitió girar sobre su espalda, y presionar su cuerpo sobre el de ella, sosteniéndolo contra el suelo. Le cogió las muñecas con una mano y la sostuvo con sus brazos sobre su cabeza.
—Ahora tienes mi atención —dijo, también en un susurro ahogado.
Y ella tenía su atención.
La capucha se le había bajado en la lucha y su pelo rojo brillante caía a cascadas sobre la nieve blanca, como llamas de seda. Tenía la cara enrojecida por el viento bajo su piel cremosa y llena de pecas. Sus labios se entreabrieron y ella respiró pesadamente por el esfuerzo excesivo. Ella lo miró a través de sus ojos celestes, enmarcados con pestañas y cejas de color rubio rojizo.
Era la misma mujer casi fea que había visto por primera vez en los páramos de Northumbria, cuidando de sus ovejas. Y era diferente. Ahora ella era hermosa para él.
¿Cómo podía ser eso?
—Así que la moza sajona quiere jugar con un vikingo, ¿eh? —bromeó, tomando un puñado de nieve en la mano libre y frotándoselo por la cara.
Ella luchó y farfulló, sin éxito.
—Me tienes en desventaja, vikingo... eres tan grande como un caballo de guerra.
Suéltame.
—Nah, no hasta que pagues por tu mala acción.
—Ah! ¿Y cómo sería eso? —dijo, pasándose la lengua por los labios superior e inferior para quitar los copos de nieve.
Él sintió su lengua en una terminación nerviosa de su cuerpo, una en particular.
—Ya te has negado a aceptar mi dinero. Y no voy a darte mi preciado carnero, a pesar de que tu tierra es adecuada para la cría de ovejas.
Él se echó a reír.
—Ni una sola vez se me ocurrió pedir un maldito carnero como pago.
—Entonces ¿qué? —preguntó ella, todavía luchando contra su agarre.
Él no tenía la intención de decirlo —un beso—. Las palabras simplemente se le escaparon.
— ¿Un beso? —repitió ella—. ¿Eso es todo?
¿Ah? Eso fue todo, como pronto descubrió.
Ella gimió antes de que él la tocara. Oh, si las mujeres supieran el poder de un gemido lanzado en el momento justo, los hombres se volverían esclavos de cada uno de sus caprichos. Era un hombre aficionado al gemido de una mujer.
Primero puso sus labios cálidos sobre los congelados de ella, todavía fríos del baño de nieve. Suavemente, presionó, probando por un ajuste perfecto. Lo fue.
— ¿Te gusta ese tipo de beso? —murmuró contra su boca.
—No lo sé —ella murmuró de vuelta, su aliento era dulce y sus labios ya no estaban fríos—. No tengo nada con qué compararlo.
— ¡Moza atrevida! —la reprendió, mordiendo su labio inferior con los dientes. Ahora que tenía los labios entreabiertos, la besó con más fuerza, de lado a lado, dando y exigiendo, presionando y chupando. Cuando se retiró esta vez, sus labios estaban húmedos y sus ojos celestes vidriosos—. ¿Y ese beso?
—Fue satisfactorio, supongo.
— ¿Satisfactorio? Eso es lo que se dice acerca de la cocción de un pan. O una transacción comercial.
—Bueno, yo esperaba otro beso, uno como ése otro.
— ¿Qué otro?
—El de Hedeby.
Ah, ahora lo entendía. Según recordaba, habían habido lenguas implicadas. Sonrió.
—Así que recuerdas mis besos de esa noche en el lecho de pieles, ¿verdad? —preguntó él, enrollando un mechón de su pelo con olor a rosa alrededor de su dedo, estudiando los diferentes colores que tenía a la luz del sol, desde un rubio pálido hasta un naranja brillante.
— ¿Tú no te acuerdas de esos besos? —preguntó, inclinando un poco la cabeza hacia un lado.
—Som man roper I skogen far en svar —dijo él con una sonrisa.
— ¿Qué significa eso?
—Cuando gritas en el bosque, también el eco sonará.
—Bueno, eso es tan claro como un foso de lodo.
—Significa, haz una pregunta estúpida y obtén una respuesta estúpida.
—Oh.
— ¿Ya hemos terminado de parlotear?
—Eso espero.
Señor, la mujer no tenía sentido común en absoluto, tentando a un hombre con esas insinuaciones lascivas. Esta vez él enterró los dedos en su cabello, sosteniendo su cara en su lugar. Entonces la besó vorazmente, dejando salir todos los deseos reprimidos de las últimas semanas... o tal vez de los últimos años... o, Dios del cielo, tal vez de toda la vida.
Él lamió la boca abierta.
Ella le dio su lengua a cambio.
Le susurró palabras maliciosas cuando paró a tomar aire. Y ella le susurró cosas igualmente malas —cosas que no podía comprender basándose en su propia experiencia. — ¿Crees que soy escandalosa? —preguntó ella, agachando la cabeza tímidamente.
Él le puso un dedo debajo de la barbilla y la obligó a mirarlo. Cuando lo hizo, le sonrió y le respondió, con voz esperanzada
—No todavía.
Ninguno de los dos habló después de eso mientras llegaban el uno al otro con apetitos iguales. ¿Quién hubiera sabido que ella podría ser tan ansiosa? ¿Quién hubiera sabido que él la deseaba tanto? Y el beso siguió y siguió, hasta que oyó las palabras de mal agüero: —Escuchen, esta es la saga de Darién “el Grande”.
Darién levantó la cabeza para ver a por lo menos dos docenas de hombres acomodados en un amplio círculo mirándolos con diversión, mientras que Serena escondía el rostro entre las manos y Alan recitaba las palabras del verso:
Beso, beso, beso.
Comenzó con una pelea de bolas de nieve.
Y terminó en un beso.
¿La bruja sedujo al vikingo?
¿O el vikingo sedujo a la bruja?

El hombre seguía observándola.
Fue de lo más desconcertante. Cada vez que Serena entraba en el gran salón esa noche, ayudando a Girta y a las otras mujeres a servir la cena, no podía dejar de notar a Darién reclinándose perezosamente en su asiento en la mesa principal, picoteando su comida (y ni siquiera era pollo), bebiendo hidromiel de su copa y observándola.
Sus ojos zafiros seguían cada uno de sus movimientos. Y, ¡Santa María, estaban ardiendo! Él era igual que un gato montés peligroso, esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre su presa. No había duda de a qué cuerpo en esta habitación le había echado el ojo.
¿Qué significa?
Probablemente fue el beso. El hecho de que ella había sucumbido a una ola de sentimentalismo... sólo porque se había derretido ante la belleza de Dragonstead y se imaginó cómo sería su vida en Graycote sin la interferencia de sus hermanos... sólo porque le había permitido al patán darle un beso... o dos... o cinco... que derritieron sus huesos e hicieron que  sus ojos subieran como los de una mujer loca... bueno, ahora él debía pensar que estaba ansiosa por saltar en las pieles de la cama con él.
¡Ja!
Bueno, él puede pensar de sí mismo como si fuera un poderoso cazador y yo fuera una presa menor en la mira de su arco, pero no pienso ser víctima de ningún hombre. Ya no.
Golpeó su bandeja de pichones rellenos contra una mesa, haciendo que un soldado saltara y derramara su cerveza. Luego, caminando hacia un lado de la sala, hizo contacto visual directo con el vigilante Darién, movió la cabeza hacia la derecha repetidamente, indicándole que quería que la siguiera por el pasillo que conducía a los almacenes.
Darién puso su jarra sobre la mesa y frunció el ceño, como si no entendiera. Bueno, puede que pareciera como si ella hubiera desarrollado un tic en el cuello. Así que intentó doblando el dedo índice hacia él.
Él sonrió.
Señor, líbrame de un hombre con vanidad exagerada. Debe pensar que le estoy invitando a algunos juegos lascivos. Si pensaba que iba a dejar que la besara de nuevo, iba a aclarar su mente en ese sentido, de forma rápida.
Ella continuó moviendo el dedo.
Darién se puso de pie tan bruscamente que derribó su silla. Lo cual hizo que Sammy y Nepherite, sentados a ambos lados de él, vieran el blanco de la atención de Darién. Entendiendo —o más bien desentendiendo— de inmediato, Sammy sonrió y le dio un pequeño saludo, mientras que Nepherite se veía como si se hubiera tragado un pichón entero.
Sonrojada, Serena se deslizó por el pasillo hacia los almacenes de alimentos, Darién la seguía. Cuando miró por encima del hombro, Serena vio que el patán estaba mirando su trasero.
¡Oh, Dios! Esto no va a ser fácil.
Ella chasqueó la lengua con disgusto, un sonido que por lo general lo molestaba.
Ahora simplemente sonrió.
¡Oh, Dios! Esto no va a ser fácil.
Ella estaba a punto de aclararle algunos hechos importantes cuando él se acercó a ella, llevándola contra la pared. Los olores de carnes ahumadas, miel, harina recién molida y especias los rodearon. Sin previo aviso, él le preguntó  —¿Te gustaría ir al cuarto de baño conmigo?
— ¿Eh?
Él se acercó aún más, por lo que su pecho, debajo de la túnica de lana pesada, tocaba sus pechos, bajo el vestido también de lana pesada. Pero por la forma en la que sus pechos se hincharon y sus pezones se pusieron en punta, era como si no llevaran nada puesto.
Nunca se había sentido así antes, excepto tal vez en los días previos a su flujo mensual.
Nunca en presencia de un hombre.
— ¿Que si te gustaría visitar el cuarto de baño conmigo? —repitió.
— ¿Por qué?
—Para bañarnos. —Sus ojos bailaban con picardía ante algún secreto que no estaba compartiendo con ella.
— ¿Juntos?
Entonces él rió en voz alta.
Ella no era tan ingenua como para no entender la intención del patán lujurioso.
Deslizándose bajo un brazo extendido que se dirigía, increíblemente, hacia uno de sus pechos, ella cruzó los brazos sobre su pecho, golpeó el pie con impaciencia y dijo, con la voz más severa que pudo usar, lo que era algo realmente difícil cuando sus pechos palpitaban bajo su antebrazos:  —No te llamé para que vinieras para satisfacer tus inclinaciones depravadas.
— ¿No lo hiciste? —Él cruzó los brazos sobre el pecho también, y se apoyó contra la pared. Perezosamente. Como una fiera acechando a su presa, esperando el momento oportuno para emboscar a su víctima desprevenida. Bueno, ella no estaba desprevenida.
—No, te llamé porque pude ver que eres víctima de un malentendido.
— ¿Yo? —dijo el con horror exagerado, alzando las cejas de forma dramática.
—Dejé que me besaras esta tarde porque…
—Perdona la interrupción, milady. Una pequeña aclaración. A mi parecer tú me estabas besando de vuelta.
—Bueno, sea como fuese, lo que estoy tratando de decir es que no le debes poner demasiado cuidado a un simple beso."
— ¿Simple? No había nada simple en el entusiasmo de tus labios presionándose sobre los míos. No había nada simple acerca de la sensación de tu lengua en mi boca. No había nada simple sobre…
— ¡Basta! —Ella golpeó el suelo de piedra con un pie—. Estás deliberadamente haciéndome bromas cuando estoy intentando hablar en serio.
—Es difícil hablar en serio cuando te estoy imaginando desnuda —dijo con tristeza.
Ella siguió la dirección de su mirada y vio que aún bajo la pesada tela de su camisola el contorno de sus pezones hinchados era evidente. Ella gimió suavemente, pero luego se contuvo.
—Dios, me encanta cuando gimes. ¿Puedes hacerlo de nuevo?
—Eres imposible.
—Por favor.
—Escúchame, y escúchame bien, idiota. El beso —ella vio que él iba a corregirla—, los besos, estuvieron bien, pero eso es todo.
— ¿Bien? ¿Estás diciendo que mis besos estuvieron bien? —Levantó la barbilla con consternación, haciendo que la luz del fuego de la cocina en la habitación contigua brillara sobre su largo cabello, que estaba trenzado a un lado—. Me siento profundamente ofendido. Ven aquí, milady, permíteme intentarlo de nuevo. Te prometo que esta vez voy a hacerlo mejor que bien.
Ella extendió las manos, deteniendo sus avances.
—Deja de insistir en detalles irrelevantes, vikingo.
—No considero los besos buenos como algo irrelevante. Un afeminado da buenos besos. Una madre da buenos besos. Un amante no da buenos besos, eso lo sé con certeza.
—Tú no eres mi amante —declaró ella con vehemencia.
—No, no lo soy —dijo él—. Todavía. 

el vikingo hechizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora