16

393 42 9
                                    

Tres meses después
La primavera llegó demasiado pronto, y ya se iban de Dragonstead.
Oh, no era una verdadera primavera. Todavía había nieve en el suelo de las montañas, y el aire era frío. Pero ya no había hielo en los fiordos, lo que permitía a los barcos vikingos salir de ahí para llevar a cabo sus transacciones comerciales y sus desventuras vikingas.
El júbilo llenaba el aire mientras los vikingos, parecidos a los osos, muchos con grandes barbas y capas de piel, salían de su hibernación, ávidos de nuevas aventuras. La sangre espesa por la temporada de frío y la falta de ejercicio de repente se adelgazaba y volvía a la vida. Estos hombres viriles no estaban hechos para la inactividad o el trabajo bucólico, y emocionantes hazañas les esperaban en las Tierras del Oeste, más allá de Noruega.
Sin embargo, no todo el mundo se mostró feliz.
Finalmente,  Serena  se  iba  a  casa.  ¿Pero  dónde  estaba  su  casa  ahora?  Se  había encariñado tanto con Dragonstead y su gente... y un exasperante vikingo, en particular.
Estaba tan confundida. Esta no era su casa, y aun así, se sentía como en casa.
Siempre había pensado que su único sueño era vivir de forma independiente en su propia propiedad en Northumbria. Sin matrimonios. Sin hermanos codiciosos. Simplemente una vida solitaria pacífica.
¡Lo tonta que había sido!
— ¿Por qué las lágrimas, milady? —preguntó Darién con voz suave. Todos los bienes comerciales y comida habían sido cargados. Había venido hasta su lado en el muelle en donde estaba esperando para abordar el barco. Se dio cuenta de que él apenas cojeaba, después de haber cuidado su pierna en exceso durante todo el invierno con compresas calientes, masajes y descanso.
—No estoy llorando —contestó, limpiándose las mejillas con la manga de su túnica.
Él alzó las cejas en contradicción.
—Pensaría que estarías feliz de salir de esta “prisión” y regresar a tu patria. —Había una extraña vulnerabilidad en su rostro mientras hablaba.
—Estoy feliz —mintió—. Estas son lágrimas de felicidad.
Era lo peor que podía decir. Se dio cuenta de inmediato cuando su expresión se pinchó. ¿Qué esperaba de ella? No le había pedido que se quedara. Y, francamente, no sabía que hubiera hecho si se lo hubiera pedido.
—Bueno, entonces, tiene que haber un montón de gente feliz aquí en Dragonstead.
No había visto tanto llanto entre las mujeres desde que las viudas vinieron a reclamar los cuerpos después de la Batalla de Brunanburh. Parecería que has tocado algunos corazones aquí, Serena.
Ella asintió con la cabeza ante sus palabras amables, incapaz de hablar por el nudo que tenía en la garganta.
—Debes ser más fuerte con tus hermanos cuando vuelvas a Graycote —le aconsejó entonces—. No dejes que determinen tu vida como lo han hecho en el pasado.
—Sí. Me he jurado a mí misma resistirme a sus asaltos a mi vida privada en el futuro.
¿Qué piensas tú —preguntó, dirigiéndole una sonrisa pícara— de mí amenaza de torcer sus partes masculinas si tratan de forzarme a otro marido en matrimonio?
—Eso  debería  servir  —dijo  con  una  carcajada.  Entonces,  repentinamente  serio, declaró— te voy a echar de menos, Serena. —Alzó la mano cuando ella abrió la boca para hablar—. Yo no pronuncio esas palabras a la ligera, cariño. Debes saber esto: Nunca se las había dicho a otra mujer en toda mi vida.
—Oh, Darién —murmuró ella.
Luego, en un tono más ligero, el bromeó  —Pero no voy a extrañar tu sopa de pollo.
—Ni yo tu gammelost.
Sonrió suavemente hacia ella.
—Tal vez nos volvamos a ver algún día.
—Tal vez.
Él no se creía esas palabras más de lo que lo hacía ella. Una vez que los barcos de Darién llegaran a la corte de Anlaf dentro de dos días, todos tomarían caminos separados: Darién y Alan hacia las tierras del Báltico para la cosecha de ámbar; Sammy a la tierra de los árabes, en donde continuaría sus estudios de medicina; Nepherite a Escocia en busca de una bruja que tiñe de azul, y Serena volvería a Graycote con sus ovejas.
—Una cosa es segura —dijo Darién, subiendo a Serena sobre la tabla de aterrizaje que se extendía en la distancia desde el muelle hasta el barco—, nunca te olvidaré, Serena “la Bruja”.
—Y yo nunca te olvidaré, Darién “el Troll”.
En  el  fondo,  a  bordo  del  barco,  oyó  a  Bestia  ladrando  furiosamente,  a  Nepherite maldiciendo por una cosa u otra, a Sammy coqueteando con la esposa de un soldado que iba con él a Birka y a Alan recitando un nuevo poema:

Tonto, tonto, tonto.
Algunos vikingos son inteligentes.
Algunos vikingos son tontos.
Algunos vikingos ven con sus ojos.
Algunos vikingos ven con sus corazones.
Algunos vikingos están tan hechizados,
que no pueden ver nada.
Esta es la historia de
el vikingo tonto.

En la mañana del segundo día llegaron a Trondelag y al castillo de Anlaf.
Al menos un centenar de barcos vikingos de todos los tamaños, incluidos grandes knarrs o barcos de comercio, estaban alineados a lo largo de los muelles o anclados a poca distancia hacia el mar. Serena caminaba por el muelle, esperando a  que Darién volviera de presentar sus respetos al rey. Luego él la pondría en un barco hacia Inglaterra antes de zarpar hacia las tierras bálticas. Él no quería perder más tiempo, ya que hoy los vientos eran buenos.
Incluso el buen ojo de Alan había parecido humedecerse por la emoción.
—Nos veremos de nuevo, Lady Serena —había dicho Alan bruscamente antes de ir a realizar algunas tareas de barcos—. Estoy seguro de ello.
Serena no compartía esa certeza, pero las últimas palabras de Alan la habían hecho sonreir.
Había una vez una dama de Graycote
que vivía de sus muchas ovejas.
Entonces vino un vikingo en su barco
y con amor ella fue golpeada.
Pero a él no se lo dijo.
Así que no tenía voto.
Ahora en un barco ella flotaría
de regreso a su propia fosa solitaria.
Sobre esta triste historia, nadie va a regodearse.
Así escribió el escaldo.

—Rima —había sido la única palabra que había sido capaz de pronunciar. Pero Alan lo había tomado como un cumplido, diciendo  —Sí, estos son los mejores.
Mientras  que  Darién  había  entrado  en  el  castillo,  ella  optó  por  quedarse  fuera, deseando no obtener repetición de las acusaciones de brujería en su contra. Además, Darién no la había invitado a acompañarlo. ¿Estaba avergonzado de su relación con ella, que sin duda se había extendido a través de la cadena de chismes vikingos? ¿O estaba protegiendo a su sensibilidad frente a cualquier intento de mancillar su reputación?
— ¡Pssst! Pssst!
Serena volvió la cabeza de un lado a otro antes de reconocer que era la hermana mayor del rey Anlaf, Gudny, que estaba de pie detrás de unos barriles, tratando de llamar su atención. Sacudiendo bruscamente la cabeza, le indicó a Serena que se uniera a ella en su escondite.
— ¿Qué? —preguntó Serena mirando a la mujer, que era tan alta como un hombre, de hombros anchos, huesos gruesos y exuberante como la proa de un barco.
—Necesito  una  pócima  de  amor  —dijo  Gudny  furtivamente,  empujando  unas monedas en la mano de Serena.
Serena trató de devolver el dinero.
—No tengo conocimiento de pócimas de amor.
—Debes tenerlo. Las brujas saben cosas que los mortales no.
—Pero yo no soy…
—Estoy desesperada —gimió Gudny—. ¿Sabes lo que es soportar a mi hermano? Él me hace la vida miserable. Y todos se ríen de mí... al pensar que no pude mantener la atención de un marido, especialmente uno tan inútil como Alfrigg. Pero yo lo quiero de vuelta. Hay un barco que va hacia las tierras irlandesas, que yo podría abordar, si tan solo llevara una poción de amor conmigo para asegurarme de que regrese conmigo. —Gudny exhaló con fuerza después de esa exhortación, y luego añadió— ¿por favor?
Serena se devanó los sesos buscando un consejo que darle a la pobre mujer. Con certeza, sabía cómo se sentía Gudny al vivir bajo el pulgar de su hermano. De pronto, ella preguntó
— ¿Has probado con campanas?
Gudny se limpió las lágrimas y se iluminó.
— ¿Campanas?
Y Serena le explicó un traje de los más raros que Gudny podría hacer por sí misma para atraer a su marido rebelde de vuelta a casa. Alfrigg estaría lleno de lujuria o sorpresa cuando viera a la gran mujer adornada como un harén hurí.
Serena seguía sonriendo ante esa imagen después de que una Gudny tremendamente agradecida se había ido. Fue entonces cuando Signe, la hija del rey Anlaf, se acercó a ella.
—Eh, Lady Serena, um... —Signe empezó torpemente—. Yo... eh... estaba hablando con Gudny, y...
— ¡Ohr08;oh! Signe,  usted es joven y hermosa y sólo ha estado casado unos  meses.
Seguramente no necesita una pócima de amor.
—Pero —gimió Signe—. Vi a Torgunn con un traficante de esclavos esta mañana. Y estaba comiéndose con los ojos a una joven esclava, lo era. Sospecho que la va a tomar como esclava de cama.
— ¡El cerdo! —pensó Serena. Al final sugirió, vacilante— ¿Has probado las plumas?
Cuando terminó de dar su breve explicación, Signe la miraba con tal admiración que uno habría pensado que Serena había inventado el oro... o el sexo.
—No  sé  si  tenemos  plumas  de  pavo  real.  ¿Cree  que  las  plumas  de  ganso  serán suficientes? 
—Me atrevería a decir que cualquiera serviría —dijo Serena en una carcajada—. Es la textura, no el aspecto de la pluma lo que importa.
— ¡Ooooh! —exclamo Signe y metió una moneda de oro en la mano de Serena.
Un número de otras mujeres aparecieron después, pero Serena levantó una mano para detenerlas. Ya era suficiente.
— ¡No soy una bruja! —había afirmado con firmeza, y ellas se habían ido quejándose.
— ¿Has ganado seguidoras, Serena? Tal vez una secta —preguntó Sammy, acercándose a abrazarla en despedida.
—Ni siquiera insinúes tal cosa.
—Entonces ¿cuál es la causa de tu repentina popularidad?
—No quieres saberlo —dijo ella con una sonrisa.
—Bueno, entonces me voy. —Él le dio otro fuerte abrazo.
—Buena suerte —contestó ella—. Espero escuchar noticias de tu gran fama algún día.
El caballero “de la Curación”. Suena bien, ¿no te parece?
Él le sonrió cálidamente.
—Serena, odio ver que te regresas sola a Gran Bretaña. ¿Es eso lo que realmente quieres?
—Ya habíamos tenido esta conversación. No tengo otra opción.
—Pero tu amas al zoquete... quiero decir, Darién... aunque eso no puedo entender por qué, es una bestia tan fea, a diferencia de mí, que…
Se agachó cuando ella intentó golpearlo en la cabeza por su diablura.
— ¿Tú amas a Darién, no?
Ella exhaló con fuerza.
—Sí, probablemente lo haga, pero…
— ¿Se lo has dicho?
— ¡Por supuesto que no! Nunca lo avergonzaría a él o a mí misma de esa manera.
— ¿Avergonzar? —Sammy frunció el ceño confundido—. Él te ama. Tú lo amas. Vas a Gran Bretaña sola. Él va al Báltico solo. ¿Qué es lo que está mal en esta imagen?
—Darién no me ama. Oh, reconozco que me ha tomado cariño. Tal vez eso es lo máximo que cualquier mujer pueda esperar de él... pero él no me ama. Yo lo sabría si lo hiciera.
— ¿Así como él sabría que lo amas sin que se lo digas?
—No quiero hablar más de esto, Sammy. Se acabó. Es doloroso, pero me he resignado a la suerte que Dios me ha dado.
Él se encogió de hombros sin esperanza, y luego intentó una táctica diferente  —Entonces ven conmigo.
Su boca se abrió por la sorpresa.
— ¿Contigo? ¿Para las tierras árabes? ¿Por qué?
— ¡Milady, cómo me insulta!
— ¡Ja! Tu vanidad es demasiado grande para que te ofendas ante mi negativa a tus encantos exagerados.
— ¿Eran mis encantos lo que pensaste que estaba ofreciendo?
Ella se sonrojó.
—No, yo sólo pensé que le gustaría venir como una compañera de aventuras. Una amiga. Piensa en todos los nuevos lugares interesantes y la gente que conocerías. Piensa sobre…
— ¿Qué?  ¿Mis  oídos  me  engañan?  —Preguntó  Darién  con  la  voz  llena  de consternación—.  ¿Qué  estás  planeando,  Sammy,  que  invitas  a  Lady  Serena  a  que  te acompañe? —Luego se volvió hacia Serena—. Y tú, sí que te has convertido en una mujer voluble, que vas de mi cama a la de Sammy sin siquiera pensarlo.
Ella y Sammy jadearon ante el concepto erróneo de Darién sobre la situación... y ante la vehemencia de su orgullo herido.
—Si vas a irte a alguna parte con un hombre antes de regresar a tu tierra natal, bien puedes venir conmigo hasta el Báltico —dijo Darién y se marchó.
Sammy y ella intercambiaron una mirada aturdida ante la reacción fuera de lugar de Darién, seguida por la oferta menor a la cortesía. No es que ella la fuera a rechazar. No importa qué tan descortés fuera la invitación, Serena no era tan idiota como para no darse cuenta de que le habían dado un indulto. Un alivio temporal, pero aun así un alivio.
Sammy sonrió ampliamente y se jactó — ¡Soy tan bueno!
Ella le devolvió la sonrisa y dio las gracias que tenía que dar. Desde luego, no a Sammy.
Gracias, Dios.
Serena se quedó sola una vez más, momentáneamente.
Alan estaba en uno de los barcos de Darién, ayudándole a reorganizar las mercancías en los seis barcos que se llevaría al Báltico. Estos cambios de última hora eran necesarios para acomodar el caballo sarraceno especial, Feroz Uno, que Anlaf le había regalado a Darién, anteriormente, junto con algunas yeguas que el rey quería que vendiera en Hedeby en su camino de regreso.
El aire era frío, pero el sol le daba en la cara mientras se apoyaba contra un árbol estrecho cerca de los muelles. Darién le dio una señal silenciosa que decía que se iban a quedar un poco más y pronto desapareció de su vista hacia uno de los barcos más lejanos.
De repente, ella fue agarrada por detrás. Serena se retorció y trató de ver quién era, pero estaba siendo retenida firmemente con una mano sobre su boca y otra alrededor de su cintura desde atrás. Levantándola del suelo, la persona retrocedió hacia el bosque y una serie de dependencias. Sus ojos se movían de un lado a otro, pero nadie parecía estar mirando hacia donde ella estaba. Se retorció y se sacudió, sin ningún resultado.
¿Era una broma que alguien le estaba jugando?
No. La única persona que pensaba que podría hacer eso era Sammy, que ya se había ido, o Nepherite, que estaba trabajando junto a Darién y Alan.
¿Era  cosa  del  rey  Anlaf?  No,  Serena  sabía  que  Anlaf  promulgaría  su  venganza  en público, no en forma clandestina.
Sus preguntas fueron rápidamente respondidas cuando fue arrastrada a una leñera vacía en donde estaban Egbert y Hebert, además de media docena de hombres de aspecto despiadado  de  diversas  nacionalidades.  Apostaría  a  que  eran  mercenarios.  Algunos parecían ser vikingos, y era un lote que daba pena, de mirada dura y trajes desaliñados, probablemente, bandidos vikingos.
— ¿Están locos ustedes dos? —Ella se liberó de las garras de su captor y se acercó a Egbert y Hebert, deteniéndose frente a algún objeto grande situado en el lado opuesto de la leñera—. Para venir a un país nórdico... ¡seguro que han perdido el juicio!
— ¡Perra ingrata! —El rostro de Egbert se puso rojo de rabia, y levantó la mano para golpearla en la cara... una táctica familiar.
—No, Egbert —le advirtió Hebert, poniendo una mano para detener el brazo de su hermano—. No podemos dejar marcas visibles en Serena si queremos que nuestro plan funcione.
Egbert se detuvo, vio la sabiduría de las palabras de Hebert y la pateó en la espinilla.
Fue un golpe agudo y brutal que la hizo tropezar hacia atrás y casi se cae. Fue salvada por el pecho fornido de su captor, que todavía estaba detrás de ella.
— ¿De qué se trata todo esto? —preguntó ella, tratando de ocultar el dolor en su voz temblorosa—.  Sin  duda  una  simple  mujer  como  yo  no  merece  que  se  tomen  tantas molestias.
—En  realidad,  sí  —le  informó  Egbert  fríamente—.  Parece  que  las  noticias  de  tu brujería  se  han  extendido  por  toda  Gran  Bretaña.  Y,  sorprendentemente,  hay  algunos hombres que ven valor en eso. ¿Realmente tienes una cola, Serena?
—Tal vez estos hombres piensan que puedes realizar un poco de magia en la cama —añadió Hebert con una risita lasciva.
—En esencia, tu dote se ha incrementado sustancialmente, con cola o sin cola —anunció Egbert—. Yo creo que ser la amante de un jarl vikingo —sí, las noticias de esa desgracia  también  viajaron—  sumará  aún  más  monedas  al  dinero  del  matrimonio.  — Sacudió la cabeza con asombro, estudiándola—. Yo mismo no puedo ver la atracción, pero debes tener algún talento que pueda mantener el interés de un feroz vikingo. Hay algunos nobles  sajones  que  consideran  eso  como  un  desafío...  para  probar  lo  que  ha  sido descongelado por un bárbaro pagano. —Se estremeció con repugnancia ante la idea.
¡Dementes!  Mis  hermanos  han  pasado  de  ser  idiotas  torpes  a  idiotas  torpes dementes.
—Darién nunca permitirá que me hagan esto —afirmó, aunque no estaba tan segura de que él mismo no lo consideraría para deshacerse de ella. No, eso no era cierto. Darién era un hombre  que  tenía  altos  estándares  establecidos  para  el  tratamiento  de  las  mujeres... incluso una que era una simple amante... o exr08;amante.
—Sí,  lo  hará  —declaró  Egbert,  hinchando  el  pecho  y  sonriendo  con  satisfacción secreta—.  Lo  hará  cuando  lo  convenzas  de  que  vendrás  con  nosotros  por  tu  propia voluntad.
Ella resopló con incredulidad.
— ¿Y por qué iba a hacer eso?
—Debido a esto —ambos hermanos dijeron a la vez y dieron un paso a un lado para revelar el montón de ropa que estaba en el suelo detrás de ellos. No, no era un montón de ropa, se dio cuenta. Era...
— ¡Oh, Dios mío! ¿Qué han hecho? —Serena se adelantó y se puso de rodillas ante el cuerpo mutilado y torturado de un joven. Al principio no lo reconoció, por lo hinchada que estaba su cara, con moretones y medio ojo afuera. Una pierna estaba torcida, después de haber sido rota por la mitad de la pantorrilla y dejada sin enderezar. El área del pecho de su túnica estaba cortada y sangrienta. Entonces, Serena se llenó de horror cuando se dio cuenta de que era Karl, el chico que había estado al servicio de los clientes en el puesto de Darién, en Hedeby. 
Miró a sus hermanos a través de los ojos llorosos
— ¿Por qué?
—El idiota no quería decirnos, en un principio, como encontrar a tu amante vikingo —Egbert se quejó de mala gana.
— ¡Tontos! Él probablemente no lo sabía. No es un vikingo.
—Y sí que era insolente el mocoso. Nos llamó hijos del diablo, sí que lo hizo —agregó Hebert a la defensiva—. ¿Cómo íbamos a saber la cantidad de información que retenía sin torturarlo?
Las lágrimas corrían por el rostro de Serena mientras estudiaba al chico, sin saber por dónde empezar, y si le haría más daño al tocarlo.
—Dense prisa. Traigan a un curandero. Díganle al Padre Caedmon, en el interior del castillo, que su presencia es requerida.
—No hay necesidad de un curandero. El chico murió esta mañana. —Había disgusto en la voz de Egbert, sin remordimientos.
Hebert se dirigió hacia los seis mercenarios en la puerta y les susurró algunas órdenes.
Se fueron con prisa, y Hebert volvió por ella.
—Siempre pensé que ustedes dos eran tontos, y a veces pensaba que eran crueles, pero nunca pensé que fueran malvados. Este es un acto totalmente malvado. —Señaló hacia el cuerpo sin vida ante ella.
—Nosotros no lo hicimos —exclamaron a la vez.
— ¿Creen que los mercenarios que contrataron tienen la culpa? No, ustedes son los que sufrirán la condenación eterna por este acto cruel.
—Que sea como sea —dijo Egbert—. No tenemos mucho tiempo. ¿Quieres venir con nosotros  voluntariamente,  o  tendremos  que  ordenar  el  mismo  tratamiento  para Chiba?
— ¿Darién? Están amenazando con hacerle lo mismo a Darién? —Ella se rió sin alegría—.
Ustedes dos, imbéciles, están en el medio de las tierras nórdicas, a un pelo de un castillo albergando a cientos de soldados, y amenazan a un vikingo importante, realmente están locos.
Hebert agarró a Serena por el brazo y le dio un gran pellizco.
—Cuida tu lengua, hermana, o eventualmente tendrás el mismo destino.
—No,  nosotros  no  atacaríamos  a  tu  amante  en  sus  propias  tierras.  Hemos  dado órdenes a los seis mercenarios que Hebert despachó —le informó Egbert con entusiasmo— que si uno de nosotros desaparece o es capturado, o le hacen cualquier daño, habrá quinientos marcos de plata pendientes de la entrega del cuerpo torturado de Darién, o su cabeza, a mi chambelán en Wessex.
— ¿Y qué te hace pensar que Darién no podría defenderse?
—Oh, me atrevería a decir que podría defenderse en una pelea justa, incluso si las probabilidades estaban en contra de él... como cuando nos atacó fuera del palacio nórdico en Jorvik el otoño pasado —dijo Hebert.
Al parecer, Hebert había olvidado quien atacó a quién, pero eso no era lo importante.
Él tenía razón: Darién no era inmune a un ataque a traición. Aun así...
—Yo podría gritar ahora, y ustedes dos estarían muertos en cuestión de minutos.
—Ah,  eso  es  cierto,  eso  es  cierto  —aceptó  Egbert,  sonriendo  maliciosamente.  Le faltaba  un  diente  de  adelante,  ya  fuera  por  la  podredumbre  o  alguna  aventura  mal concebida,  no  lo  sabía...  probablemente  esta  última—.  Pero,  ¿dónde  están  los  seis mercenarios, querida? Ellos ya se han mezclado con los cientos de hombres por aquí. Podrían  haberse  ido  en  uno  de  los  barcos  que  salían.  ¿Estás  segura  de  que  podrías identificarlos?
Los hombros de Serena se desplomaron. No les había prestado atención a sus hermanos una vez y mira lo que le pasó al pobre muchacho.
¿Podría correr el riesgo de que Darién fuera dañado?
¿Debía confiar en su mayor fuerza e inteligencia para manejar la situación?
¿Servirían la fuerza y la inteligencia cuando se trataba con canallas?
Al final, Serena no tenía elección.
— ¿Qué quieren que haga?
  — ¡Ahí está! —Darién dejó escapar un suspiro de alivio. Finalmente había encontrado a Serena.
Ella  caminaba  hacia  él,  tan  fácil  como  podía,  como  si  él  no  hubiera  estado  muy preocupado por su paradero una vez que había descubierto su desaparición. Mucha gente todavía la consideraba una bruja y nada les gustaría más que una quema de brujas.
Pero espera. ¿Quiénes eran esos dos hombres al lado de ella? Dos hombres pelirrojos.
¡Oh, santo Thor! Eran los gemelos idiotas.
Él levantó una mano para señalar a sus hombres para mantener sus armas hasta que pudiera discernir qué diablura estaban planeando Egbert y Hebert ahora. Podía manejar a los dos hombres sin cerebro por sí mismo, si fuera necesario. Y si le habían hecho el daño más mínimo a Serena, él exprimiría sus cuellos flacos como los pollos que eran.
—Serena —dijo con paciencia apenas controlada—, te he estado buscando. —Hizo caso omiso de sus hermanos mientras hablaba.
Serena se humedeció los labios nerviosamente.
—Ya conoces a mis hermanos, Egbert y Hebert.
—Los conozco. —Su saludo fue grosero, pero no le importaba. Algo andaba mal, y no tenía paciencia para andarse con sutilezas cuando necesitaba ser directo.
—Necesito hablar contigo, Darién, a solas. —La barbilla de Serena se levantó con gran determinación. ¿O estaba tratando de no llorar? Dios, iba a matar a los hermanos de ella si habían hecho algo para herirla.
Les hizo una seña a sus hombres para que se quedaran y vigilaran a los hermanos.
Luego tomó a Serena firmemente por el brazo y tiró de ella hacia los árboles.
— ¿Y bien? —preguntó—. Ahora que están planeando Caín y Abel?
Ella sonrió ante lo que debió haber considerado una broma. Dios Bendito, ¿es que no veía el mal humor que tenía? Pero entonces se dio cuenta de que la sonrisa no llegó a sus ojos tristes.
— ¿Qué pasa? ¿Te han hecho daño?
Ella negó con la cabeza.
— ¿Amenazas?
Ella sacudió la cabeza con más vehemencia.
—He decidido volver con Egbert y Hebert a Inglaterra —dijo bruscamente.
Con su sorpresa, no tuvo tiempo de ocultar su jadeo.
—Pero si hace poco acordaste ir al Báltico conmigo.
—No, Darién, yo  no estaba de acuerdo. Dijiste que bien podía ir contigo si estaba pensando en ir a otro lugar con Sammy. Nunca me pediste mi opinión. Además, fue una invitación forzada.
—Lo dije en serio.
—Sé que lo hiciste.
—No creo que alguna vez haya tenido la intención de dejarte ir a Gran Bretaña —admitió a regañadientes.
Los ojos de ella se abrieron de par en par con la noticia.
—Es demasiado tarde —le dijo, con claro arrepentimiento en la voz.
Él inclinó la cabeza con perplejidad.
— ¿Por qué es demasiado tarde?
La mandíbula de Serena se apretó. Reconocía la terquedad cuando lo miraba a la cara, y, oh, de pronto tuvo mucho, mucho miedo de que ella estuviera decidida a dejarlo ahora.
—Solo quería decir que he decidido que lo mejor para mí es volver a mi patria. Es a donde pertenezco. Egbert y Hebert me han prometido que no voy a tener que casarme de nuevo. Y tengo mis ovejas y Graycote y... —su voz se quebró—. No hagas esto más difícil para mí, Darién.
— ¿Por qué? ¿Por qué tienes que irte? —la estridencia de su voz le sorprendió. Le recordaba... ¡oh, Dios mío!... le recordaba exactamente las mismas palabras que él había exclamado en numerosas ocasiones como un niño cuando otros también lo habían dejado.
Su padre, su madre, Ruby, Jaideite, Dar y And. Oh, Dios, estaba ocurriendo de nuevo. De algún modo se había abierto a sí mismo hasta  aquel dolor insoportable de nuevo.
—Oh, Darién. —La pena en su voz lo meció en el alma.
¿Lástima? ¿Esto es en lo que he terminado?  Levantó la barbilla, pero no porque quisiera evitar que las lágrimas brotaran otra vez de sus ojos. Se negaba a creer que en realidad hubiera humedad que brotaba de ahí. No, él quería demostrarle que también podía ser obstinado. Quería demostrarle que podía ser tan cruel e insensible como ella lo era ahora. Quería... tantas cosas.
Dejando su orgullo a un lado, le preguntó
— ¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Serena?
Ella asintió con la cabeza, sus ojos enormes, con lágrimas contenidas. Lágrimas de lastima, sin duda.
—Tienes otras opciones, cariño. Dios, soy patético.
Ella intento sonreír ante su apelativo de cariño, pero no pudo.
—No, no las tengo. Es mi decisión final... mía, no tuya.
Él se tragó el nudo en su garganta.
— ¿Y estarás a salvo de las maquinaciones de tus hermanos?
Ella asintió de nuevo.
—Trata de entender. Esto es lo mejor.
¿Mejor? ¿Lo mejor para quién? rugió interiormente. Me estoy muriendo, y ella dice que es lo mejor.
Ella extendió una mano suplicante, como si fuera a tocar su brazo. No podía soportar eso. Sería su perdición. Por lo tanto, le alejó la mano de un golpe.
Ella se llevó la mano a la boca para contener un sollozo. Pero podía ver que ella no iba a cambiar de opinión.
—Entonces  que  así  sea  —dijo  finalmente.  Antes  de  girar  sobre  sus  talones  para caminar rígidamente lejos de ella, tomó a Egbert y Hebert por el cuello y estrelló sus cabezas, sólo por el placer de hacerlo, por todas las maldades que le habían hecho a Serena y para aliviar esta necesidad natural de volverse loco.
—Lastímenla  y  me  lastimarán  a  mí  —murmuró  en  voz  baja  a  los  dos  hermanos llorones.
Entonces, sin decir nada más, ni siquiera dirigirle una mirada final, le dio la espalda y se fue pisando fuerte.
Al salir le pareció oírla murmurar
—Te amo.
Pero debió haber escuchado mal.
Serena llegó a suelo británico apenas dos semanas más tarde, y no estaba de buen humor. Sus hermanos probablemente deseaban nunca haber venido tras ella.
Ella no había hecho nada más que vomitar, a pesar de las aguas calmadas. Cuando no estaba vaciando el contenido de su estómago, había estado comiéndose todo lo que veía.
O  había  estado  corriendo  por  el  orinal  en  un  lugar  escondido  para  hacer sus necesidades. Había algo que decir acerca de la anatomía masculina, que les permitía a los hombres simplemente sacar sus miembros y ocuparse de la cuestión por la barandilla del barco, había pensado en más de una ocasión. Y llorando... Santa María, había llorado más de lo que había hecho en toda su vida. Si ella no estaba sacando agua por un extremo, era por el otro. Menos mal que tenía disposición a dormir mucho.
Por otra parte, había usado todos los momentos libres para regañar a sus hermanos idiotas por cada infracción que habían impuesto en contra de ella en los últimos veinticinco años. Y era una larga lista.
Ahora  estaban  caminando  por  el  barrio  Coppergate  de  Jorvik,  en  dirección  a  los establos, donde Egbert y Hebert tenían la intención de comprar algunos caballos para que los  llevaran  a  su  —de  ella—  propiedad  en  Wessex  y  un  eventual  desfile  de  novios potenciales. Eso fue suficiente para hacerla vomitar de nuevo.
De  pronto,  Serena  se  detuvo  abruptamente,  haciendo  que  Egbert  y  Hebert  se golpearan contra su trasero, que se había vuelto decididamente más amplio en los últimos días, se había dado cuenta. Era un olor el que había atraído su atención. Miró a un lado y sonrió.  Gammelost.  Era  el  puesto  de  un  vikingo  en  el  distrito  de  los  artesanos  de Coppergate. Entre los platos y muebles de madera tallada, había un lienzo lleno con el queso maloliente vikingo destinado convertirse en almuerzo del hombre. Serena sacó una moneda de la solapa de tela en su cintura y sonrió.
Poco tiempo después, mientras se engullía el queso como si fuera ambrosía de los dioses, Egbert y Hebert se le acercaron con los caballos. La miraron, luego se miraron entre sí y luego soltaron al mismo tiempo: — ¿Estás embarazada?
— ¿Eh? —dijo Serena, dejando el queso a un lado, que le pareció repentinamente repugnante—. No sean ridículos. —Mientras luchaba contra el impulso de vomitar o tomar agua, o llorar, o todo al mismo tiempo, se quedó mirando a Egbert y a Hebert como si estuvieran aún más dementes de lo habitual.
Entonces pensó, ¿podría ser?
Nah. Yo soy estéril. Tres maridos he tenido y nunca me embaracé.
Pero, ¿y si la semilla de Darién eran más potente? ¿O mi vientre más receptivo? ¿Y si... oh, alabado sea Dios!... ¿y si llevo el hijo de Darién?
Pero  ella  lo  habría  sabido,  ¿cierto?  Bueno,  en  realidad,  no.  Sus  flujos  mensuales siempre habían sido irregulares... esa fue la razón que la había llevado a pensar que no podía concebir. Además, una vez le había dicho a Darién, cuando el comentó sobre sus flujos mensuales débiles o inexistentes, que su cuerpo estaba probablemente afectado por el frío, o el cambio de lugar, o por tanto hacer el amor.
Ahora se sentía tonta por no haberlo sospechado.
Luego se puso una mano sobre el estómago y recordó una noche —la víspera de Cristo,  hace  menos  de  cuatro  meses—  que  Darién  le  había  hecho  el  amor  tiernamente después  de  regalarle  el  collar  de  ámbar  mágico.  ¿No  había  sentido  después  que  algo especial había ocurrido? Lo había hecho.
Ella se echó a reír con alegría.
—Sí,  estoy  embarazada.  He  concebido  el  hijo  del  troll.  ¿No  es  la  noticia  más maravillosa en este mundo?
Egbert y Hebert la miraron boquiabiertos con horror y asco.
— ¿Embarazada? ¿Cómo podremos venderte... eh, comprometerte... a un noble Inglés con un cachorro pagano en tu vientre? —irrumpió Egbert, tirando enojado de su mata de rizos rojos.
— ¿Y dices que el niño será un troll? —chilló un Hebert aterrorizado.
—Ahora has arruinado todo —se lamentó Egbert.
—No, esto es lo mejor que me ha pasado a mí. Yo no soy estéril, después de todo.  —Nadie la va a querer ahora —Hebert le dijo a Egbert.
—Es cierto. Es cierto. Y el vikingo seguramente vendría detrás de nosotros buscando venganza si se entera sobre esto —Egbert le dijo a Hebert—. Si tuviéramos que librarla del bebé, o abandonarlo por ahí para después casarla con otro, ese monstruo vengativo nos seguiría hasta los confines de la tierra. Sé que lo haría.
—Olvídate del vikingo. Yo les sacaría los ojos con mis propias uñas si se atrevieran a apartarme de mi bebe —dijo Serena con vehemencia, sólo un poco sorprendida ante lo protectora que se sentía ya hacia la semilla creciendo dentro de ella.  —Entonces nos lavamos las manos de ti, moza ingrata —escupió Hebert—. Nunca has apreciado todos nuestros esfuerzos en tu nombre. Ahora encuentra tu propio destino. Nos tiene sin cuidado si es en un basurero vikingo o en el infierno.
Con eso, los dos se fueron pisando fuerte, ya pensando en nuevos esquemas sin cerebro, dejando a Serena de pie en medio de la ajetreada ciudad. Sola.
Ella soltó una carcajada, ganándose algunas miradas curiosas de los transeúntes, pero no le importaba. Por primera vez en su vida, era libre. Podía ir a Graycote y ser una mujer independiente. O podría encontrar un marido de su propia cosecha. O —y el corazón le dio un  vuelco—  podría  hacer  su  camino  de  regreso  a  Dragonstead  y  esperar  a  que  Darién volviera.
Ni siquiera lo dudó.
Dragonstead sería.
Nepherite  estaba  deambulando  a  lo  largo  de  Coppergate,  disfrutando  de  las  vistas, incluyendo una dama sajona con un par de caderas silbantes que harían sonrojar a un vikingo. Bueno, algunos vikingos. No a él,  por supuesto.  Él era demasiado  hombre  de mundo.
Bestia  estaba  refugiado  temporalmente  en  la  casa  de  Gyda.  Se  dirigía  hacia  la propiedad  del  rey,  donde  tenía  la  intención  de  presentar  sus  respetos  a  Eric  “Hacha Sangrienta”, y luego hacer su camino hacia el norte de Escocia y hacia cierta bruja traviesa.
Pero entonces se detuvo en seco cuando otra maldita bruja llamó su atención.
¡Lady Serena! ¿Qué hacía ella aquí? Se suponía que estaba en el Báltico saltando por las playas, recogiendo ámbar con Darién. ¿Podría estar en dos lugares al mismo tiempo, al ser una bruja y todo eso?
No, decidió Nepherite, hacía mucho que había aceptado que Serena no era una bruja de verdad. Sólo parecía una.
Ella estaba hablando con un vikingo alto con el pelo largo y negro y una enorme barba finamente cepillada. Por su aspecto, parecía un mercenario. De hecho, a Nepherite le parecía recordar haberlo visto una vez en la corte del rey Haakon en Oslor08;fiordo. Y ¡oh, santo Thor!
¿La mujer estaba tonta o qué? Ahora estaba golpeando al gran vikingo en el pecho con un dedo para enfatizar algo mientras hablaba sin parar.
Sorprendentemente, el hombre no le cortó la cabeza, como cualquier hombre cuerdo. En cambio, la escuchó atentamente y su cara palideció más y más ante cualquier noticia que le estuviera impartiendo.
Apuesto a que reunirme con ella podría suponer problemas para mí. ¿Debería fingir que  no  la  he  visto  y  escapar?  Nadie  nunca  lo  sabría.  Mientras  reflexionaba  sobre  su decisión, Nepherite se acercó más, su curiosidad sacando lo mejor de él.
— ¿Tengo  un  hijo?  —Estaba  preguntando  el  hombre—.  ¡Por  el  amor  de  Freya!
Cuénteme más, Lady Serena.
—Sí, Toste, tiene un hijo. Su nombre es Thibaud, y sólo ha visto cuatro inviernos.
Menos mal que oí al artesano de ahí dirigirse a usted por su nombre, o usted podría nunca haber conocido buenas nuevas.
— ¿Un hijo? —Toste dijo con asombro—. ¿Un hijo?
Serena sonrió con indulgencia, al parecer ya no estaba enojada con el hombre —Sí, y es un muchacho hermoso.
—He pensado en Rachelle muchas veces en estos últimos años desde que estuvimos juntos en Rouen. Pero ella estaba casada, o eso pensé. —Él se encogió de hombros—. ¿Y dices que el niño vive en Hedeby con su madre? Porque yo estuve por allá el año pasado.
¿Cómo pude no haberla visto?
Sin duda había pasado su tiempo en una taberna, o visitando las mujeres fáciles que vendían sus favores allí. Esa fue la opinión de Nepherite. Al menos, esa era la forma en que él pasaba sus días allí.
—No creo que Rachelle salga mucho, Toste. Verás, antes que su marido se divorciara de ella, él la mutiló brutalmente —explicó Serena, y el rostro de Toste se puso rojo de ira.
—Eso  no  me  importa  —aseveró  el  hombre—.  Voy  a  ir  con  ella  y  mi  hijo inmediatamente, y enmendar todo lo que ha sufrido por estar conmigo. Y también voy a tomar venganza sobre su ex marido, Arnaud. Lo juro.
Bueno, no tengo nada que hacer aquí, pensó Nepherite, y estaba a punto de deslizarse, pasando desapercibido.
— ¡Nepherite! ¿Eres tú? —escuchó que lo llamaba una voz masculina detrás de él.
¡Demasiado tarde! ¡Atrapado!
—Jaideite —gimió en voz alta, al ver que el hermano de Darién se acercaba. Entonces gimió mentalmente al notar el resto de los acompañantes de Lord Jaideite—. Lady Patzite, Artemis, Luna... qué bueno verlos de nuevo. Y a todos tus hijos. —Por los dioses, estas dos parejas se reproducen como conejos. Deben copular lo suficiente como para llenar todo el campo. Qué bueno que Darién no se haya casado si sus hermanos y sus cónyuges sirven de ejemplo. Eso era lo que pensaba, pero lo que dijo con una dulce sonrisa de admiración fue— ¡qué bonita familia que tienen!
— ¿A quién estás viendo por allá? —Jaideite señaló para que Patzite también pudiera ver—. Oh, ya veo, es Lady Serena. ¿Dónde está Darién? Me atrevo a decir que él no permitiría que la bruja se escapara, por lo que debe estar por aquí cerca.
—Por lo que yo sé, no está aquí —reveló Nepherite—. Lo último que supe es que estaba en su camino hacia el Báltico.
Serena alzó la mirada y Nepherite gimió en voz alta otra vez. Ahora sí que estaba atrapado.
Todo el mundo fue introducido, incluyendo a Toste.
Patzite abrazó Serena como solían hacer las mujeres, como si fueran viejas amigas.
Eran sus cerebros menores los que hacían que actuaran así, en opinión de Nepherite. Luna también la abrazó, diciendo:  —Así que tú eres la mujer sobre la que me ha hablado Patzite... la que ella predijo que podría capturar el corazón duro de Darién.
Serena se echó a llorar y se puso a balbucear ruidosamente sobre una serie de cosas sin sentido, como trenzas y plumas y troles lujuriosos y gammelost y los antojos y orina y vómito. Pero sólo una de ellas llamó su atención. Embarazada.
Nepherite levantó las manos al aire. ¡Bueno, ahora sí! Ahora nunca podré escapar. La bruja será puesta a mi cargo. Todo el mundo pensará que soy indiferente si simplemente me voy caminando penosamente fuera sin preocuparme por el bebé de mi mejor amigo... y la madre del bebé de mi mejor amigo... y la hermana y el hermano de mi mejor amigo... oh, diablos, todo el maldito mundo. Suspiró profundamente, aunque nadie le estaba prestando atención. Todo el mundo estaba sobre Lady Serena.
—Sé que Darién probablemente no me quiere, incluso con un bebé —explicó Serena en un sollozo—, pero mi único deseo ahora es encontrar a alguien con un barco para que me lleve de vuelta a Dragonstead.
Todo el mundo se volvió hacia él. ¿Yo? ¿Por qué yo? Oh, este es simplemente un maravilloso giro de los acontecimientos. Debería haber seguido a las caderas silbantes cuando tuve la oportunidad.
— ¿Te duele la cara, Nepherite? —preguntó Luna, girándola de lado a lado desde su barbilla.
—No, ¿por qué?
—Porque está azul
—Oh, ¿no habías visto a Nepherite desde que se volvió azul? —Patzite le habló a Luna, pero todo el maldito mundo estaba escuchando, incluso más de un transeúnte—. Se lo hizo mientras se tiraba a una bruja.
— ¡Patzite! —Protestó Jaideite—. ¿En dónde aprendiste ese lenguaje?
—De ti. —Ella acercó su nariz hacia su esposo.
— ¡Hombres!  —exclamaron  Patzite  y  Luna,  compartiendo  una  mirada  comunal  de disgusto. Serena todavía estaba demasiado ocupada lloriqueando.
—Nepherite, ¿tienes un drakkar aquí? —preguntó Jaideite
¡Ohr08;oh! Cegado mientras estaba ensimismado.
—Sí, pero me iba a Escocia por un tiempo.
Todo el mundo lo miró como si él fuera el patán más egoísta del mundo.
—Supongo que podría aplazarlo.
Jaideite ya había asumido que él les ayudaría y ya había cambiado el tema.
—Los barcos que tenemos Artemis y yo están siendo reparados. No los hemos necesitado  últimamente,  estando  atrapados  en  tierra  como  hemos  estado.  Ouch  —dijo,  mientras Patzite  le  daba  un  codazo—.  No  me  quejo,  cariño  —le  dijo  dándole  una  palmadita tranquilizadora en el brazo, y luego se dirigió de nuevo a Nepherite—. ¿Supongo que aquel barco podía llevarnos a Dragonstead?
— ¿A todos? —chilló Nepherite, y su palabra fue repetida por todos los demás en el grupo.
Toste asintió hacia todo el mundo e hizo su escape. ¡Suertudo!
—Sí, todos. No creíste que te dejaríamos ir solo, ¿verdad? Y, por supuesto, Patzite va a querer traer a nuestros cinco hijos. Algunos de ellos nunca han visto Dragonstead.
—Y Luna y yo llevaremos al menos cuatro de nuestros hijos y algunos de los huérfanos, aunque nuestra hija mayor, María, y la hermana de Sammy, Molly, podrían quedarse con la mayoría de los huérfanos. Por otro lado, ella quiere venir también. Tal vez podríamos ponerlos a todos a remar. Ja, ja, ja. ¿Qué te parece, mi amor? —Artemis le preguntó a Luna.
Nepherite pensó que podría volverse loco y se preguntó si tal vez después de todo había sido maldecido por Serena “la Bruja”.
No había tal después de todo, decidió Nepherite un poco después, cuando Serena lo miró y lo engatusó
— ¿Nepherite?
Siempre era lo mejor correr como el viento cuando una mujer le preguntaba algo con esa voz, sobre todo cuando era acompañado de un batimiento de pestañas. Serena debería saber que él era inmune a sus encantos, o a su falta de encanto. Darién era el único que pensaba que era atractiva.
— ¿Qué? — espetó.
— ¿Puedo llevar mis ovejas con nosotros en el barco?
— ¡No!
— ¿Por favor?
— ¡No! ¡No! ¡No!
— ¿Poooor favoooor?
—Bueno, tal vez una. O dos. Pero eso es todo.
La enorme sonrisa que ella le dirigió le dijo que había sido derrotado. Habría más de dos ovejas.
Serena se volvió hacia los demás, entonces.
—Ya que Nepherite está dispuesto a llevarme de vuelta a Dragonstead…
¡Ja! ¿Quién dijo algo acerca de "dispuesto"?
—…No es necesario que todos ustedes me acompañen.
Bueno, por fin, alguien tiene un pensamiento inteligente aquí.
Sin embargo, todo el mundo puso reparos. ¡Idiotas, todos!
—Pero ¿por qué todos tendrían que venir? —preguntó Serena.
—Buena pregunta —secundó Nepherite rápidamente.
— ¿Crees que nos perderíamos la boda de Darién? —todos dijeron, a excepción de un Nepherite con la boca abierta, que pensaba que Darién podría tener algo que decir acerca de este importante evento, y a excepción de una boca abierta, Serena, que comenzó a llorar de nuevo.

el vikingo hechizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora