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Un beso.
Así que esto es un beso.
Hmmm.
Ummmmm.
Darién la pilló desprevenida, con los labios entreabiertos a punto de protestar cuando la atrajo hacia él. Ahora la suave presión sobre sus labios la obligaba a mantenerlos abiertos para su saqueo. Moviéndose y dándole forma al beso, Darién aplicó sus conocimientos hasta volverla dócil.
Y luego comenzó de nuevo.
Debería haber sido vergonzoso, pero no lo fue.
Debería haber sido un ultraje, pero no lo fue…
Debería haber sido repulsivo, pero — ¡Oh, Santa María!— no lo fue.
Cuando  ella  se  dio  cuenta  de  que  se  había  quedado  quieta,  rindiéndose  ante  la seducción de su beso, fue demasiado tarde. Su curiosidad había sido despertada y sus sentidos inflamados.
Un beso es como una exploración, se maravilló. De hombre a mujer. De mujer a hombre. Y de uno mismo.
Y es una danza. Sonrió internamente ante ese capricho tan poco característico por parte de ella. Pero en verdad era una danza —un movimiento lírico del cuerpo establecido con la música de los sentidos. Un juego erótico de ritmos lentos y matices sutiles.
Quería saber más.
El olor a limpio y a almizcle de su piel contrastaba con el persistente aroma de las pieles y del fuego. Su aliento sabía a hidromiel dulcificado.
Pero  no,  era  una  locura  continuar  por  ese  camino.  Debía  alejarlo  en  ese  mismo instante. Detener esa locura antes de que el patán pensara que estaba enamorada de él… y no lo estaba. Fue el beso el que la mantuvo sometida, no el hombre. En vez de resistirse, enterró los dedos en sus hombros y se echó hacia atrás para facilitarle la entrada.
Darién se quedó inmóvil. Luego murmuró una palabra contra sus labios: —Serena. —Había asombro en su voz, y sorpresa, y una promesa aterradora.
Bendito San Judas, patrón de las causas perdidas, ven a mi rescate. Me temo que me estoy convirtiendo en la causa más perdida de todas.
Inclinándose sobre ella, Darién puso una mano sobre su garganta para mantenerla en su lugar, con su pulgar descansando sobre el pulso de su cuello. ¿Podría sentir los latidos salvajes de su corazón? ¿El rugido de su sangre?
Entonces su beso cambió, reclamándola con un hambre sorprendente. Antes de que Serena tuviera oportunidad de registrar el significado de ese cambio y darse cuenta de que era hora de poner fin a ese juego arriesgado, Darién la obligó a abrir más los labios y su lengua empujó lenta y profundamente dentro de su boca. Aturdida, Serena le permitió esa invasión. Él retiró la lengua y la volvió a sumergir de nuevo.
Besos de lengua. Serena había oído sobre ellos pero nunca los había creído posibles.
Eran deliciosamente repulsivos, decidió. La pegajosidad en su boca —ya fuera la suya o la de él, para su horror no lo sabía— debería ser de mal gusto. El empuje rítmico de su lengua debería  haberla  indignado.  La  orden  de  sus  labios  que  ella  respondía  debería  haberla consternado. Pero ¡oh, qué traidor que resultó ser su cuerpo! Sus pechos se pusieron de punta y le dolían con la necesidad de… algo. El calor se le curvó en un extraño nudo en la boca del estómago. El lugar secreto entre sus piernas comenzó a latir, haciéndose más y más fuerte a medida que su lengua entraba y salía.
Justo cuando estaba empezando a descubrir los pasos del complejo juego de lengua, el rompió el beso y le susurró contra el oído: — ¿Te gusta este tipo de beso, brujilla?
Ella  no  podría  haber  respondido  ni  aunque  su  vida  dependiera  de  ello  de  lo mortificada que estaba porque él había adivinado su apreciación; así que hizo algo mucho peor. Gimió.
Para su gran sorpresa, él no se rió o hizo algún comentario mordaz acerca de viudas lujuriosas.  Lo  que  hizo  fue  gemir  de  vuelta  —un  gruñido  bajo  y  masculino  de  pura excitación.
Ella agachó la cabeza contra su hombro para ocultar su vergüenza.
Con un dedo sobre la barbilla, Darién le alzó la cabeza.
—No te escondas de mí. Tus ansias me excitan.
Antes  de  que  ella  pudiera  negar  tan  absurda  afirmación,  vio  cómo  su  cabeza descendía. Esta vez el beso fue un acto gentil de agresión controlada. Él le mordió el labio con los dientes y tiró ligeramente de él. Le mostró con palabras suaves y sexuales de aliento cómo deslizar su lengua dentro de su boca y cómo luchar contra su lengua cuando se encontraba con la de ella. Le inclinó la cabeza y volvió a invadir su boca con la de él murmurando:
—Llegó la hora de besar en serio.
¡Por los dientes de Dios! ¿Qué habían estado haciendo hasta ahora si no era besar en serio?
Esta vez fue salvaje. Su boca se cerró sobre la de ella una y otra vez, suplicando, reclamando, jugando, persuadiendo. Su beso cambió de ritmos un montón de veces, como la  lluvia  durante  una  tormenta  de  verano,  al  mismo  tiempo  áspero  y  tierno,  duro  y maravilloso.
Su aliento quedó atrapado en su garganta y luego salió en forma de hilo.
Su aliento era un recordatorio caliente y confuso de que él era hombre y peligroso.
Serena nunca se había imaginado que un beso podía ser tantas cosas.
Él apartó la boca de la suya y presionó la frente contra la suya, jadeando. 
—Quiero hacer el amor contigo —dijo con voz ronca.
Quién sabe que le habría respondido si San Judas no hubiera llegado en su auxilio en la forma del ángel más increíble: Nepherite.
Había agua escurriendo del rostro de Serena.
Al  principio  pensó  que  había  una  gotera  en  el  techo  y  había  empezado  a  llover mientras su atención estaba distraída en otro asunto. Pero no, las gotas provenían del cabello de Darién porque el agua bendita de Nepherite estaba escurriendo desde arriba.
— ¿Estás loco o qué? —gritó Darién mientras se ponía de pie y se alejaba de ella y de las pieles.
Sus gritos despertaron a Rachelle, Ottar y Karl. Rachelle encendió una lámpara y Ottar se acercó corriendo con su espada en alto, no sabiendo si había un intruso o no.
Nepherite levantó el puño, al igual que la voz, mientras reprendía a su amigo.
—Te vi besando a la bruja y supe que debías estar bajo su hechizo. ¿Te dio otra pócima?
—No idiota, no me dio nada… todo gracias a ti.
Rachelle levantó la lámpara y le echó un vistazo a los labios hinchados de Serena y su rostro arañado por los bigotes de Darién y se echó a reír tan fuerte y por tanto tiempo que todo el mundo se volteó a mirarla con curiosidad.
Nadie además de Serena parecía darse cuenta, o no les importaba, que Ottar, Karl y Darién  estaban  desnudos.  De  hecho  Serena  no  podía  evitar  lanzarle  miradas  a  la  dura evidencia entre las piernas de Darién que decía lo mucho que Darién había querido hacer el amor con ella. Eso sí que sería una verdadera vara mágica…
Se alegraba de que los hubieran interrumpido, pero echando un último vistazo hacia abajo, sintió una punzada de pesar y curiosidad.
¿Cómo sería hacer el amor con este hombre?
¿Cómo sería hacer el amor con esta mujer?
Ese pensamiento, junto con muchos otros de ese tipo, mantenía despierto a Darién. Al menos una hora había pasado desde que había gritado —Gantt! —a todo el mundo y le habían respondido — ¡buenas noches!— y se habían ido a descansar de nuevo. Por los ronquidos que se escuchaban, asumía que todos se habían dormido.
Excepto él.
Y Serena.
¿En qué estaba pensando que la mantenía despierta? Probablemente en cosas como cortar cierta parte de su cuerpo en agradecimiento por la vergüenza que la había hecho pasar. ¿Quién habría pensado que sería tan remilgada ante un poco de carne masculina expuesta? O ante las bromas sobre labios hinchados. Juzgando por la distancia que había puesto entre los dos, estaba seguro de que no estaba teniendo los mismos pensamientos eróticos que él. No, Serena estaba prácticamente abrazada a la pared para que ni siquiera un pelo de su cuerpo se rozara con el suyo.
¡Santo Thor! Tan sólo esa imagen de “pelo” hizo que su vara se alargara un poco más… ¡si es que era posible! Estaba duro como una roca y más que dispuesto. Un poco más de esto y tendría que meter su vara en agua fría después de que la primera capa de hielo se formara. Un buen pensamiento para acabar con el duro “entusiasmo” de un hombre.
—Serena...  —dijo tentativamente.
—No
— ¿No? Pero si ni siquiera he formulado la pregunta.
—Igual la respuesta es no. No, no, no.
Él se rió ente dientes.
—Ríete todo lo que quieras, Lord de “la Lujuria”.
— ¿Lord de “la Lujuria”? —jadeó.
—No vamos a continuar con esos juegos de besar. No vas a tocarme y yo no voy a tocarte. Puede que haya perdido el sentido por un momento, pero ya lo recuperé. Y esta bruja no va a hacer el amor con este troll.
— ¿Por este troll estás refiriéndote a mí? —dijo, ahogándose de la risa.
—Al que le quede el guante…
—La bruja y el troll. Suena bien, ¿no lo crees?
— ¡Aaarrgh!
—Me deseabas —le recordó—. No intentes negarlo.
—Sólo era curiosidad.
Él lo pensó por un momento.
—Hay algún chance de que cierta curiosidad de cómo se sentiría mi vara en…
— ¡Ni siquiera lo pienses! Sentía curiosidad, pero mi curiosidad ha sido satisfecha.
Punto.
— ¿Estás satisfecha? —preguntó con incredulidad.
—No voy a hablar más contigo, así que no te molestes en agitar tu lengua hacia mí. —
Hizo mucho ruido durante el proceso de darle la espalda.
Ella  también  me  desea,  decidió  con  una  sonrisa.  Era  un  hombre  con  un  gran conocimiento sobre mujeres y podía sentir cuando se sentían atraídas por él. Y cuando una mujer protestaba tanto,  era  un buen  signo de  que se estaba debilitando. Sí. Sólo era cuestión de tiempo hasta que Serena se acercara de nuevo a él. Y él estaría listo. Colocó un brazo bajo la cabeza, aparentando una pose casual. Con la otra mano bajó las pieles hasta su cintura, dejando sus hombros y pecho expuestos. Algunas mujeres le habían dicho, en más de una ocasión, que tenía un cuerpo impresionante de la cintura para arriba. Bueno, en realidad la mayoría de los comentarios eran dirigidos hacia la parte baja de su cuerpo, pero no quería escandalizar a Serena con tanta virilidad, por ahora. No es que no lo hubiera visto antes, pero no desde esa posición ventajosa.
Debería estar pensando en las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, pero no podía. Todos sus pensamientos estaban siendo dirigidos por el órgano entre sus piernas y no por el órgano entre sus orejas. En su opinión no era algo malo. Pero aun así, se aseguró a sí mismo, hacerle el amor a Serena no significaba que estuviera comprometido con  ella,  o  que  se  hiciera  responsable  de  ella  después  de  llevarla  donde  Anlaf.  Ella entendería eso antes de que él metiera su espada en su vaina, seguro que lo haría.
¡Por  el  aliento  de  Odín!  Sí  que  estaba  haciendo  frío.  Con  la  mitad  de  su  cuerpo descubierto, Darién estaba empezando a temblar… y no a causa de la lujuria. Y hablando de alientos, puedo ver el mío. Seguramente los remos estarán congelados en la mañana.
Luego  sucedió  la  cosa  más  asombrosa.  Bueno,  asombrosa  para  Darién,  que  se enorgullecía de su encanto con las mujeres. Escuchó un sonido. Un sonido suave.
Serena estaba roncando.
¡Maldita sea! Se había quedado dormida.
—Serena —susurró.
Nada.
Tocó ligeramente su cabello, que era lo único que se veía por encima de las pieles.
Nada.
La fulminó con la mirada.
Nada.
Con un gruñido de disgusto, se tapó con las pieles hasta la barbilla y se puso de espaldas a Serena.
Tal vez no me deseaba tanto como pensaba.
Al otro lado de la cama de pieles, Serena detuvo sus falsos ronquidos por un momento.
Y todo lo que pensó fue ¡Whew!
Ocho días después, finalmente entraron en el gran fiordo que conducía al palacio real del rey Anlaf en Trondelag. El sonido de un cuerno anunciaba la llegada de nuevos barcos.
La tripulación estaba casi congelada hasta los huesos. Todos se habían envuelto en enormes pieles o en pesadas capas de lana, incluso mientras remaban. Sus manos estaban agrietadas y de vez en cuando sangraban gracias a las inclemencias del tiempo y la dura tarea de maniobrar el barco en los mares invernales con remos y cuerdas llenas de hielo.
Serena había permanecido casi todo el tiempo de viaje acurrucada bajo una de las capas de Darién, temblando. Se habría vuelto loca del aburrimiento de no haber tenido tanto frio… y miedo por lo que le esperaba.
Habían sido golpeados por un clima gélido en esta última etapa del viaje —lluvia, nieve, granizo y ráfagas de viento— del cual culparon a las maldiciones  de Serena. En realidad, ella sí había estado diciendo una gran cantidad de “maldiciones”, tanto interior como exteriormente, pero la mayoría eran quejas, no algún tipo de magia negra. Para empeorar las cosas, a medida que se adentraban en la Tierra del Sol de Medianoche, los días se volvían más cortos. Darién le había dicho que en sólo unas semanas estaría oscuro durante  todo  el  día,  y  así  sería  durante  la  mayoría  de  los  meses  de  invierno.  ¡Qué perspectiva tan deprimente!
Suponiendo que ella estuviera allí todo ese tiempo, Nepherite había cogido el hábito de checar sus partes masculinas una docena de veces al día porque afirmaba que Serena las había estado mirando con malas intenciones. Ella sonreía ante su idiotez y movía los dedos de una forma enigmática que sólo lo ponía más furioso.
Uno de los marineros se había quejado de que había empezado a tener el estómago suelto desde que la bruja le había deseado “buenas tardes” cuando pasó por ahí. Serena le dijo que probablemente había sido a causa del gammelost.
Otro había desarrollado una gran comezón en el pelo de sus axilas, pecho, cejas y barba, pero sobre todo entre sus piernas, en donde descubrió que tenía ladillas. Serena debió haber causado que las pequeñas criaturas de repente habitaran su piel, se había quejado el hombre supersticioso. Nunca se le ocurrió que la moza con la que se acostó en Jorvik pudiera ser la culpable. Pronto las ladillas se propagaron como un incendio —sin duda atraídos por todo ese pelo vikingo— pero eso también fue atribuido a Serena.
Apenas  llevaban  dos  días  fuera  de  Hedeby  y  ya  algunos  de  los  hombres  habían adoptado la práctica que Nepherite, Alan y Darién habían comenzado en Graycote: llevar sus braies al revés como amuleto contra sus posibles hechizos. En opinión de Serena, esta práctica era particularmente tonta, sin mencionar que rayaba en lo ridículo, y ella se lo hacía saber cada vez que se le presentaba la oportunidad. Esta nueva moda era más que demencial para los marineros con el estómago suelto.
Naturalmente, todos continuaban revisando su trasero en caso de que le saliera cola.
Y  también  llevaban  cruces  de  madera  y  se  rociaban  en  repetidas  ocasiones  con  agua bendita, que inmediatamente se congelaba sobre su nariz y su barba. Serena sospechaba que la reserva de agua bendita de Nepherite se había acabado hacía mucho tiempo y llenaba sus frascos con agua de mar, la cual le vendía a sus compañeros de barco.
A Alan se le habían ocurrido tantas sagas que trataban sobre una bruja y sus actos malvados  que  constantemente  se  quejaba  del  hecho  de  que  su  memoria  se  estaba volviendo borrosa y las historias se mezclaban. Aunque él no era mucho más amable con ella que el resto de los hombres, Serena estaba empezando a tomarle cariño al gigante gruñón.
Lo peor de todo durante el viaje fue el troll besador.
A pesar de las advertencias de Darién para que dejara el tema, Nepherite disfrutaba al contar como había encontrado a Darién besándola sobre la cama de pieles. Cada vez que contaba el cuento los detalles se hacían más y más exagerados, hasta el punto de que ahora afirmaba haberlos visto desnudos, desde las pecas en su trasero hasta la poderosa “proa” de Darién que había estado a punto de sumergirse en sus “olas”. De acuerdo a la lógica estúpida de Nepherite, el solo hecho de que Darién besara a una bruja era prueba de que ella había lanzado un hechizo de enamoramiento sobre su maestro.
Serena no necesitaba ningún recordatorio de los besos de Darién.
Sus besos estaban firmemente grabados en su memoria. El solo pensar en ellos —y pensaba sobre ellos muy seguido— la ponía caliente y extrañamente inquieta. Nunca se le había pasado por la mente, incluso cuando todavía era una joven con sus sueños intactos, que los besos de un hombre pudieran ser tan… emocionantes. Y emoción era la última cosa que necesitaba en su vida, se decía una y otra vez.
Para empeorar las cosas, a Darién le estaba molestando mucho la pierna. Con la fría humedad que llenaba el aire, apenas podía sostenerse sobre la pierna sin hacer una mueca de dolor. Había empezado a cojear levemente y de vez en cuando se frotaba el muslo a través de sus gruesos braies. Ella habría podido ayudarlo prescribiéndole algún emplasto a base de hierbas, o algún régimen de ejercicios o — ¡oh, santo cielo!— masajeárselo ella misma.  Pensándolo  bien,  dudaba  poder  soportar  exponerse  ante  su  desnudez… nuevamente…  sin  alguna  consecuencia  desastrosa.  Se  estremeció  involuntariamente  al imaginar en qué forma llegaría esa consecuencia desastrosa… y si la afectaría a ella, a él o a ambos.
Ella  había  estado  evitando  a  Darién  tanto  como  él  la  evitaba  a  ella  desde  el desafortunado  incidente  del  beso.  Pero  había  veces  en  las  que  encontraba  a  Darién mirándola  y  sabía  que  él  también  lo  recordaba.  Una  vez  incluso  se  relamió  los  labios mientras la estudiaba.
Ella había sentido ganas de ir hasta el otro lado del barco para golpear al desgraciado.
O besarlo.
—Bueno,  ¿has  decidido  ya  cómo  vas  a  manejar  la  situación?  —pregunto  Darién, cojeando hasta su lado.
Ella estaba de pie frente a la barandilla, viendo cómo los hombres guiaban los grandes barcos a través de los bancos del río al frente de los campos del palacio.
— ¿Qué situación?
—La maldición. ¿Cómo vas a remover la maldición del miembro de Anlaf? —Estiró la mano  y  le  quitó  un  gran  copo  de  nieve  de  sus  pestañas  distraídamente.  Luego,  para sorpresa de ambos, se llevó el dedo a la boca y lo lamió.
Serena sintió esa lamida como una flecha erótica en la boca de su estómago. Por suerte, fue capaz de reprimir un gemido.
Él  parpadeó  ante  ella,  apostaría  a  decir  que  estaba  igual  de  afectado.  O  estaba jugando con ella… un juego para el cual ella no estaba preparada y en clara desventaja.
Olvidándose de que ella era una bruja. Este hombre la había seducido a ella, que era buena y correcta, con unos miserables besos.
Bueno, no fueron miserables.
Concéntrate Serena. Olvídate de los besos. Olvídate de su cuerpo desnudo. Recuerda que él es tu enemigo.
—Me  estás  imaginando  desnudo  —bromeó  Darién,  tocándole  la  barbilla juguetonamente.
— ¿Yo? ¿Yo? —balbuceó ella.
—Pero no te preocupes. Eso me agrada.
—Tú eres el experto en imaginar a la gente desnuda, no yo —aseguró.
Él  simplemente  sonrió,  y  le  dirigió  una  mirada  de  evaluación  que  claramente  no involucraba nada de ropa.
—Para responder a tu pregunta…
— ¿Qué  pregunta?  —Él  estaba  tocándole  las  puntas  de  su  cabello  y  oliéndolo.  Al hombre sí que le gustaba la crema para el cabello con olor a rosa que Patzite le había dado.
Ella le alejó la mano de un golpe.
—La pregunta sobre cómo manejar “la situación”.
—Ah, esa pregunta.
—He decidido que no voy a hacer nada.
— ¿Qué? —Darién lucía magnífico en su túnica de color rojizo forrada con piel de zorro, a pesar de que tenía un bigote de una semana. Ninguno de ellos había podido bañarse o cambiarse  sus  ropas  llenas  de  sal  durante  los  últimos  ocho  días,  pero  Darién  había conseguido trenzar un lado de su cabello y ponerse el arete con forma de trueno y el pendiente de ámbar para cuando fuera recibido en la corte del rey.
Por otra parte, Serena sospechaba que ella parecía una gallina moteada y con la cara sucia, incluso estando envuelta en la lujosa capa de Darién.
—No voy a hacer nada —repitió—. No soy una bruja. No es culpa mía que Anlaf sufra… una aflicción. No es culpa mía que haya sido secuestrada y torturada y obligada a soportar las humillaciones propias de un esclavo. No es…
— ¿Torturas? —Darién alzó la ceja derecha—. Nómbrame una.
—Besos. Tener a más de doscientos hombres mirando mi trasero todo el tiempo.
Comer gammelost.
Él le sonrió y bendito Dios, era casi irresistible cuando sonreía.
— ¿Torturada por besos? —se burló.
—Sí —insistió ella, levantando la barbilla desafiadoramente—. Por lo tanto es tu culpa el que yo esté aquí. Así que te dejo encargado para resolver el problema.
— ¿Yo? ¿Yo? —lo pensó por un momento y luego la miró con los ojos entrecerrados—.
¿Volvemos a la teoría del ángel guardián?
Ella se encogió de hombros.
—No tiene menos sentido pensar que tengas alas escondidas a pensar que yo tenga una cola escondida.
—Me niego a ser tu ángel guardián —dijo, y luego se dio cuenta de lo ridículo que sonó—. Quiero decir, me niego a hacerme responsable de tu bienestar después de hoy. Te presentaré ante el rey Anlaf, le haré prometer que te tratará con respeto debido a tu posición, le pediré que te regrese a tu casa después de que hayas enderezado su vara, pero no seré tu protector.
— ¡Aaarrgh! Has oído algo de lo que te he dicho en las  últimas semanas? No… puedo… enderezar… un… un… una… polla. ¡Listo! Ya dije la palabra. ¿Estás feliz ahora?
Él sonrió.
Sí, estaba feliz.
¡El muy troll!
—No temas bruja. Ya pensarás en algo.
Ese hombre tenía la cabeza hueca.
—Si todo lo demás falla, podrías intentar besar a Anlaf. Créeme, tienes talento en ese área. Sí, esa podría ser la solución perfecta. Besos para curar una maldición. Yo sé que tus besos me enderezaron.
Ella  le  dirigió  una  mirada de total  incredulidad  ante su  insensibilidad y formó un círculo con el brazo antes de golpearle su boca sonriente.
Él apenas se inmutó ante su golpe. Pero reconoció: —Bueno, puede que no.
El castillo de Anlaf yacía sobre un montículo de tierra entre la unión de dos ríos. El foso lleno de agua se encontraba en la base del cerro con cima plana. Había casas del estilo de chozas y casas comunales que iban hasta los muelles, pero la mayoría de la gente vivía cerca de las murallas del castillo y de la estacada que lo rodeaba. Era tan grande que parecía como si se pudiera acomodar a cientos, incluso miles de habitantes.
— ¿Siempre hay tanta gente aquí? —Serena le preguntó a Darién.
—Nah, debe de haber un banquete o algo así.
—Sin duda, es la celebración del matrimonio de la hija mayor de Anlaf —dijo Alan mientras  pasaba  con  un  gran  baúl  de  madera  sobre  el  hombro—.  Sí,  me  parece  que escuché que Signe se iba a casar en esta temporada —le sonrió a Darién—. Por renuncio a ti.
Darién refunfuñó algo en el idioma vikingo… probablemente alguna grosería.
Pero luego ella consideró las noticias que les había traído Alan. Me cortaran la cabeza durante un banquete de bodas. Simplemente genial.
No pienses en ello, Serena. Nada va a pasarte. Estás bajo la protección de un feroz guerrero… un importante príncipe mercante.
Un troll.
¡Oh Dios!
Después de haber pasado por la entrada principal, Darién la condujo con una mano bajo su codo. Con la llegada del frío, la herida de la pierna había empezado a molestarlo y Serena podía ver que él luchaba contra la cojera, o al menos que nadie la viera. ¡Hombre orgulloso!
La mayoría de sus hombres habían ido primero, o se habían dispersado en diferentes direcciones. Para muchos de ellos, éste sería su hogar para el invierno. Otros viajarían a casa de Darién, o a sus propias casas en el norte de estas tierras salvajes. Las enormes puertas dobles fueron abiertas por un guardia quien, a su vez, señaló a otro guardia que tocaba un cuerno anunciando su llegada.
El castillo hecho de tierra y madera era enorme, como una fortaleza palaciega. No tenía ningún estilo arquitectónico claro que hubiera sido agregado indiscriminadamente en los últimos años. Pero las puertas, dinteles y varias almenas de las murallas, incluidas las de piedra, habían sido esculpidas en el estilo nórdico. En todas partes, había centinelas de gran tamaño y con aspecto feroz que llevaban espadas, escudos y hachas de batalla.
Entraron  en  el  gran  salón,  que  en  ese  momento  albergaba  a  más  de  quinientos hombres y mujeres, aunque había muchos más hombres que mujeres. Una docena de enormes hogueras se extendían a lo largo del centro de la habitación rectangular. Estas pretendían ser usadas para dar calor durante los interminables meses de invierno, ya que la comida  se  realizaba  en  una  cocina  separada,  pero  con  todo  el  calor  corporal  que  se generaba  por  la  multitud  que  comía  y  bebía  durante  esta  ocasión  festiva,  las  llamas ardientes  eran  prácticamente  innecesarias.  A  ambos  lados  de  las  hogueras,  estaban organizadas tres largas filas de mesas, comenzando en la tarima, en donde estaba la mesa principal, y terminando en un extremo de la sala, en donde estaban sentados los invitados menos importantes.
—Vamos —dijo Darién tomando su mano, y la llevó hacia la tarima. Nepherite y Alan los siguieron después de haber atado a Bestia a un poste fuera. Muchos amigos y conocidos saludaron a los tres hombres mientras pasaban, solamente dirigiéndole a Serena una mirada de curiosidad. Ella se había puesto la capucha de la capa de Darién sobre su cabeza para que nada en su apariencia llamara la atención.
— ¡Darién! ¿Cuándo volviste? ¿Trajiste la caja de vino frisón que ordené?
—¡Ven  y  cuéntanos  las  noticias  sobre  esa  comadreja  de  Edred!  Todavía  sigue pisándole los talones a Eric “Hacha Sangrienta”?
— ¿Cómo estuvo la cosecha de ámbar de este año? Mi tercera esposa muere por tener una de tus piedras."
—Ven a tomarte una copa con nosotros cuando hayas terminado tu asunto con el rey, Darién. Queremos escuchar de nuevo sobre la vez que el harem del sultán se abrió a la Guardia Varangiana.
— ¿Alan, eres tú? ¿Tienes alguna nueva saga que para contarnos? Todavía me río con esa de Darién “el Grande” y el Concurso de Escupitajos que contaste el año pasado durante el festín del funeral de Gudrik “el Glotón”.
—Quédate aquí —Darién le dijo cuando por fin llegaron a la cabecera de la primera mesa. Él ni siquiera frunció el ceño ante el recuerdo de una de las sagas de Alan que, como siempre, se burlaban de él. La solemnidad de su rostro asustaba a Serena. ¿Por qué no bromeaba y se burlaba de ella como siempre lo hacía? ¿Por qué no le sonreía a todos sus compatriotas  que  reían  y  que  lo  saludaban?  ¿Por  qué  actuaba  como  si  su  cabeza  ya estuviera en la guillotina?
Nepherite se hizo a un lado para hablar con un grupo de vikingos medio borrachos vestidos con la rica tela de la nobleza nórdica.
—Mantén tu boca cerrada como por cambiar un poco — le advirtió Darién a Nepherite, que sin lugar a dudas estaba a punto de difundir sus historias acerca de Serena la bruja.
Nepherite parecía a punto de discutir la orden de Darién, pero luego se volvió a poner al lado de Serena. Frunciendo el ceño hacia ella, sacó su cruz de madera del interior de su túnica y la agitó frente a su rostro.
Ella bizqueó los ojos hacia él.
Su rostro se puso de color rojo brillante bajo el diseño hierba pastel y parecía como si se estuviera ahogando con su propia lengua.
Bien.
—Ustedes dos, ¿podrían parar ya? —Darién siseó entre dientes, luego procedió a subir las escaleras hasta la tarima.
— ¡Darién! —El saludo entusiasta provenía de un vikingo bien vestido y que llevaba una diadema adornada con oro sobre su frente. Su lujosa barba estaba trenzada con piedras preciosas y su bigote le llegaba casi hasta la mandíbula. Ese era el rey Anlaf, asumió ella basándose en su apariencia y su posición en la mesa principal—. ¡Bienvenido! ¡Bienvenido primo! ¿Así que han venido a ayudar en la celebración de la boda de Signe, eh? —El rey gritó alegremente, dando una palmada como para romper huesos a Darién.
Los dos hombres eran del mismo tamaño y edad, aunque Darién era de lejos el más guapo. ¡Aaarrgh! Esas cosas no me importan. Al menos, nunca lo hicieron antes de conocer al hermoso troll. Por alguna razón, Serena había pensado Anlaf sería mucho mayor, sobre todo si tenía una hija en edad de casarse, pero luego se recordó a sí misma que un hombre de treinta y cinco años era ciertamente capaz de engendrar una hija de diecisiete inviernos.
Pero  Serena  estaba  ensimismada  mientras  tomaban  lugar  los  acontecimientos  que podrían afectar a su destino. Darién estaba besando a la nueva novia... una chica menuda, de pelo rubio, con rasgos uniformes y una sonrisa con hoyuelos. No era hermosa, pero sí linda de alguna manera. Darién también le dio sus buenos deseos al novio, un joven atractivo de unos dieciocho inviernos. No un marido anciano para esta preciosa hija.
—Ese  es  Torgunn...  uno  de  los  hijos  menores  del  rey  Sven  “Barba  Partida”  de Dinamarca —le dijo Alan, que tuvo que agacharse para poder colocar la boca cerca de su oído.
— ¡Darién! —Un hombre de cabello castaño gritó desde el otro lado de la habitación. Se puso de pie bruscamente, tumbando las piezas de marfil del juego vikingo knefatafl que había estado jugando con otros hombres. El hombre, pecaminosamente atractivo, de no más de veinte años, con la piel de un color marrón oscuro, como la de los hombres que viven en un clima desértico, corrió a través de la habitación y subió las escaleras. Llevaba la ropa más extraña, una especie de túnica blanca, con bordes demasiado decorados con un diseño extranjero que no pudo identificar. Estaba ajustado en la cintura, con un albornoz colgando en la parte posterior de su cuello. El atuendo era muy parecido al que Serena había visto usar a los comerciantes árabes en Jorvik. No se parecía en nada a los vikingos en este gran salón, a pesar de que, al parecer, lo aceptaban como uno de los suyos.
— ¡Sammy! —dijo Darién con una gran sonrisa mientras abrazaba al hombre. Así que este era el famoso Sammy, el médico… el sobrino por el cual Darién se tomó tantas molestias.
Después de muchas palmaditas de afecto, Darién le dijo al joven:
—No pareces tener mal aspecto, a pesar de haber sido rehén durante todos estos meses. —Serena tuvo suerte de haber podido escuchar su conversación, estando de pie en la parte inferior de la tarima.
— ¿Rehén? —preguntó Sammy, claramente confundido.
Darién rápidamente escaneó la sala, sus ojos fijándose en el mensajero, Bjold, que se estaba  deslizando  hacia  una  de  las  puertas  exteriores.  Con  expresión  de  creciente sospecha, Darién se volvió hacia el rey.
— ¿No habías enviado a un mensajero urgiéndome a traerte una bruja?
—Bueno, sí, pero… —bramó el rey.
— ¿Y no me ofreciste tu caballo más fino?
—Bueno, sí, pero… —Anlaf se cambió de un pie a otro, obviamente avergonzado sobre algo.
— ¿Y no me prometiste a la esclava de las campanas?
— ¿Lo hice?
—Sí, lo hiciste. —Darién entrecerró los ojos ante el astuto rey—. Y lo más importante, ¿no dijiste que mantendrías a Sammy como rehén hasta que te trajera a la bruja?
— ¡Anlaf! —Sammy acusó al rey—. ¿Dijiste tal cosa? Por supuesto fue una mentira, Darién. ¿Qué tipo de hombre crees que soy que no puedo escapar a tal “cautiverio”?
Un  gruñido comenzó a salir de la garganta de Darién, como un oso enojado.
—La enfermedad se curó sola. ¿No es un milagro? —Un radiante Anlaf le informó a Darién—. Pero no pasa nada. Ven a compartir el banquete con nosotros. —Hizo un gesto con la mano magnánimamente—. Tal vez pueda incluso encontrar a la joven de la campana para tí. Ja, ja, ja.
— ¿Que no pasa nada? —Farfullo Darién.
—Sí, no pasa nada. —La frente de Anlaf se arrugó con desconcierto ante la ira de Darién—. ¿No me crees? ¿Te gustaría ver a mi equipo recién enderezado? —Se puso de espaldas  al  gran  salón  y  dejó  caer  la  parte  delantera  de  sus  braies  para  que  Darién  lo estudiara.
—Muy bien —observó Darién con humor tan divertido como su rostro encendido por la furia. Mientras tanto, Sammy estaba riéndose tan fuerte que lágrimas corrían por su rostro.
Estos vikingos son los hombres más crueles del mundo.
—Anlaf,  tienes  que  ser  el  más  tonto  de  toda  la  tierra  —rugió  Darién,  para  nada divertido—.  Hiciste  muchas  tonterías  cuando  éramos  jóvenes,  pero  esta  vez  has sobrepasado los límites de parentesco. ¿Tienes idea de lo que has hecho?
— ¿Yo? —Preguntó Anlaf, poniendo una mano sobre su pecho en afrenta—. Por cierto, ¿por qué algunos de tus hombres llevan sus braies al revés? ¿Es la nueva moda en las tierras sajonas? Siempre pensé que eran unos volteados. Ahora lo sé con certeza. Ja, ja, ja.
Darién cerró los ojos con frustración.
—Me pediste que te trajera a la bruja sajona —señaló como si le estuviera hablando a un niño sin cerebro.
— ¿Y?
—Aquí la tienes. —Darién señaló en dirección a ella.
Todos los ojos se volvieron hacia Serena.
¡Ohr08;oh!
Nepherite, el muy mezquino, volcó la capucha de Serena atrás de modo que el pelo de color rojo brillante salió disparado hacia adelante. A la luz de un centenar de velas y un igual  número de antorchas en la pared, sus numerosas pecas eran sin duda también evidentes.
—Ahí está tu bruja —anunció Darién, con la voz llena de exasperación—. Lady Serena de Graycote.
A lo largo de la sala, como una onda en un arroyo, la palabra se extendió.
—Una bruja. Una bruja. Una bruja. Una bruja...
Serena le suplicó con la mirada a Darién, su única esperanza en este mar de vikingos.
Él permaneció con el rostro severo e impasible.
Por favor, Dios, rezó.
En ese momento, las llamas de una gran fogata detrás de la tarima rugieron mientras algunos maderos chisporroteaban. La luz radiante formó un aura detrás de la cabeza de Darién... casi como un...  Bueno, un halo.
Era una señal.

el vikingo hechizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora