—¡Buenos días Karla! Hoy vienes un poco tarde...
—Os he dejado los últimos. Si vengo antes, estáis hasta arriba y no me podéis atender.
Creo que el nuevo de la ventanilla me tiene manía. Es una pena que sea tan seco con lo joven que es... Llevo repartiendo el correo en esta pequeña sucursal cinco años y desde que se jubiló José, el antiguo cajero, he visto pasar a muchos en su puesto; pero ninguno se queda fijo. Supongo que como hacen en muchas empresas, los cogen en prácticas. Es una pena, pero la situación laboral es así.
—¿Dónde está mi chiquitilla? —escucho la voz fuerte de Fernando, el director, desde su despacho; y sale a recibirme con los brazos abiertos, como siempre.
Es un hombre simpático y bromista, todo lo contrario a sus dos compañeros, a quienes parece que trabajar cara al público les ha agriado el carácter. Supongo que él también empezó así y ha sabido prosperar. No es muy alto para ser hombre, metro ochenta más o menos, y bastante grueso. A mi lado sus proporciones son descomunales. Apenas llego al metro sesenta y soy bastante menuda, por eso me llama chiquitilla.
—¡Que no te cambien, eh! Al menos hasta que me jubile, que ya me queda poco. —se ríe y me guiña un ojo.
—Estarás deseando. —digo.
—¡Yo encantado! Mi mujer, no tanto. —suelta una sonora carcajada. Supongo que espera que los demás nos riamos, pero compadezco a la pobre Angustias.
—Lo que tienes que hacer es llevártela de viaje siempre que puedas —dice Charo, la interventora, también entrada en años y deseosa de una jugosa prejubilación, como han hecho con Fernando—, verás qué contenta se pone.
—Ya veremos, ya veremos... —dice, haciéndole un gesto con la mano para que le deje en paz— Bueno, ¿qué me traes? —me pregunta.
—Un importante montón de cartas y algunas certificadas.
—Entonces lo vemos en el despacho. Deja el carro detrás de la ventanilla y ahora vienes. Id cerrando las puertas, que ya son las dos. —les dice.
El más joven sale del mostrador y se dirige a la puerta, dejándome espacio para que pueda pasar cuando, de repente, escucho un bullicio que proviene de la calle. El chico entra a la oficina de espaldas y con las manos en alto mientras un grupo de tres encapuchados avanza hacia el interior y atranca las puertas.
—¡Que nadie se mueva! —grita uno de ellos.
Como un acto reflejo, me agacho y me agazapo debajo del mostrador de ventanilla. Alertado por los gritos de Charo, Fernando sale de su despacho y se queda petrificado y con las manos levantadas. Dirige una mirada de reojo al mostrador, me ha visto y noto cierto alivio en su rostro. Comienzo a palpar con las manos la estructura de madera hasta que encuentro el botón que activa la alarma. Sólo espero que la policía no tarde demasiado en llegar y que no me descubran mientras tanto...
Idea extraída de las restricciones propuestas por El Libro del Escritor: debe haber un giro argumental, deba aparecer un personaje con estas características físicas: calvo, con gafas, barba, 1.80m, debe llegar el cartero/ la cartera con una carta certificada.
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Historias de Thai, recopilación de relatos
RandomRelatos publicados en la página https://historiasdethaisite.wordpress.com/