Son las doce. Me quedan dos horas para terminar el turno y hoy voy mejor que de costumbre. Sólo me queda entregar una carta certificada en una residencia de ancianos a nombre de un tal Leonard Burns. Voy a mirar la dirección en el móvil porque no tengo ni idea de dónde está, y si hace falta pillo un bus... Ah, no... Está tres calles más abajo. ¡Cómo mola! Voy a tener dos horas libres antes de regresar a la oficina de correos con cara de cansado y fichar para irme a casa y tirarme en el sofá a ver The Walking Dead.
Llevo un tiempo esperando en recepción y no ha salido nadie. El lugar parece abandonado, qué mal rollo...
—¿Señor Burns? —«¡Anda, como el de Los Simpson!»— Soy el cartero. Traigo una certificada... ¿Hola? —mi voz retumba en el silencio— La dejo en recepción y me marcho, ya hago el garabato en la entrega por usted...
—¿Dónde te crees que vas, chaval? —dice una voz detrás de mí, seguido de un clac. Un frío me hiela la nuca y no soy capaz de moverme— Sigue recto, y no hagas tonterías
¿Tonterías? ¡Estoy acojonado! No entiendo cómo en las pelis se hacen los héroes... Nos paramos frente a una puerta y me ordena que la abra. La habitación es bastante tétrica, con desconchones y humedades. Al fondo, hay un enorme ventanal escarchado y un hombre en silla de ruedas mirando a través de él.
—Ha llegado, señor.
—Que se acerque. —responde la figura con voz quebrada.
—Ya has oído. —me dice el matón, empujándome para que avance hasta allí.
Le miro. Parece un gángster. Debe medir metro ochenta, tiene la cabeza rapada —supongo que se estará quedando calvo— y barba de un par de días. Lleva unas gafas de sol oscuras y traje negro, no debe tener más de cuarenta años y está cuadrado, como el tío de Transporter:
—¿Estás sordo?
Niego con la cabeza, trago saliva y me acerco. El hombre sigue mirando por la ventana y sólo aparta la vista cuando me acerco con cuidado. Ahora estoy más acojonado que antes. Su cuerpo enjuto y consumido descansa sobre la silla, extendiéndome una mano huesuda y llena de manchas. Le entrego la carta para que firme el resguardo, trazando su nombre con pulso tembloroso, lo separo del sobre y me lo guardo en el bolsillo del chaleco, deseando marcharme de allí:
—¡Bueno, pues ya está! ¡Que vaya todo bien y cuídese!
Antes de salir, el matón me intercepta y me pone la mano en el pecho, dejando un billete de cien dólares dentro del bolsillo del chaleco para comprar mi silencio. Me alejo todo lo posible de allí y me siento en el banco de un parque a intentar recobrar el aliento, después de lo que me acaba de pasar. Saco el resguardo y miro la firma del tal Leonard Burns. Su apellido me suena de algo más que de Los Simpsons, pero ¿de qué...?
Idea extraída de las restricciones propuestas por El Libro del Escritor: debe haber un giro argumental, deba aparecer un personaje con estas características físicas: calvo, con gafas, barba, 1.80m, debe llegar el cartero/ la cartera con una carta certificada.
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Historias de Thai, recopilación de relatos
RastgeleRelatos publicados en la página https://historiasdethaisite.wordpress.com/