(Literautas - abril 2016) Inspirado en Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll.
Alicia viajaba en el asiento de atrás, camino de casa de una de sus tías para acudir a la boda de su hija mayor, con quien apenas tenía relación. Un aburrido evento familiar, como tantos a los que había acudido en los últimos años. Lo detestaba, pero debía acompañar a su hermana. Además, era una de las damas de honor.
El trayecto era bastante largo y pesado, y para colmo se había quedado sin batería en el ebook. El aburrimiento, el sol filtrándose por la ventanilla y el movimiento del coche, hicieron que se quedase dormida. Hasta que un gran estruendo la despertó.
—¡No lo encuentro! ¡No lo encuentro! —gritaba aquel excéntrico conocido, mientras caminaba inquieto por la habitación.
Alicia no esperaba volver a encontrarse con él después de tanto tiempo, pero estaba claro que la necesitaba (o ella a él, quién sabe). Desesperado, revolvía todo lo que encontraba a su alrededor.
—¡Vas a destrozarlo todo! —le dijo, alzando la voz para intentar que le escuchase entre el ruido de la vajilla haciéndose añicos— ¡Si sigues así, no podrás tomar el té!
Consiguió que se detuviese y la mirase arrepentido. La joven se levantó y se acercó a él, sosteniendo su rostro entre las manos. Pensaba la de veces que él había repetido ese mismo gesto con ella cuando era pequeña:
—¿Qué pasa?
—Mi sombrero... No sé dónde está... —respondió, con la mirada triste de un niño que ha perdido su bien más preciado.
—No te preocupes. Lo encontraremos.
—No creo que sea tan sencillo... —se escuchó una voz desde algún lugar. Una figura comenzó a dibujarse encima de la lámpara de araña que iluminaba la habitación.
—¡Cheshire! —exclamó— ¿Sabes dónde está mi sombrero?
—Yo no —bromeó el enorme gato a rayas moradas, mostrando una gran sonrisa, evaporándose en una fina nube de humo y apareciendo sobre la cama en la que había dormido Alicia—. Pero ella sí.
Abrió sus garras y mostró la imagen en holograma de una mujer que les hablaba. Era la Reina de Corazones.
—Te diré dónde está tu sombrero, viejo loco —dijo, con burlona sonrisa y voz aguda— ¡En la Luna! —rió hasta que la imagen se diluyó.
—¡Cada vez le tengo menos estima a esa...! —exclamó El Sombrerero, furioso.
—Vamos, cálmate. Te sale humo de la cabeza. —dijo Alicia.
—¿Humo? —olfateó— ¿Cabeza?... ¡Mi sombrero! ¡Está en la Luna! —se llevó las manos a la cabeza— ¿Cómo llegaremos hasta allí?
—En un cohete. —respondió Alicia, con lo que parecía lo más lógico.
—¡Claro! ¡Un cohete!... ¿Qué es eso...?
Alicia adoraba a ese hombre. A pesar de lo que siempre le habían dicho, pensaba que no estaba loco. Solo era extraño y despistado. Y sabía lo que ese sombrero significaba para él. Tenía que ayudarle como fuera.
—Debe haber otra forma de llegar hasta allí... —masculló la joven, pensando en voz alta.
—¡Sí! —exclamó El Sombrerero, abriendo una caja de galletas de mantequilla— ¡Come!
—Ah, mi perturbado amigo... —dijo Cheshire— Por más que coma, no alcanzará el tamaño suficiente. La Luna está muy lejos de aquí.
—Entiendo... Supongo que no hay nada que hacer... —se resignó, cerrando la caja.
—Piensa, Alicia... —le susurró el gato, subido sobre sus hombros. Sus repentinos cambios de lugar siempre le sobresaltaban.
Cerró los ojos e imaginó. Cayeron en picado por la madriguera del Conejo Blanco, esquivando toda clase de objetos, como la primera vez que apareció en aquel extraño lugar. Y al llegar a su fin, se encontraron en un espacio ingrávido, flotando entre las estrellas. Habían llegado a la Luna, pero no estaban solos. Un enorme dragón plateado dormía enroscado sobre ella, custodiándola.
—Oh... —sollozó El Sombrerero.
—Debes despertar al dragón, que intente cazarte. —le dijo Alicia al gato.
—Claro, claro... ¿Y qué harás tú?
—Recogeré el sombrero.
—¡No, Alicia! ¡Yo lo haré! —dijo El Sombrerero.
—Escúchame —respondió, cogiendo su mano—. Puedo despertarme si la cosa se pone fea, pero no sé qué pasará si lo hago tarde y os pasa algo antes... Espera aquí.
No quería que se acercase al dragón de ninguna manera. Siempre estuvo apoyándola en momentos duros, como la muerte de sus padres, y perderse supondría quedarse más sola.
De ese modo, Alicia y Cheshire flotaron hasta donde descansaba el dragón. El gato se adelantó, pasando por delante de sus fauces, y le hizo despertar emitiendo un rugido feroz. Después, como habían previsto, el dragón se distrajo en cazarle, apareciendo y desapareciendo, despistándole; y ella pudo alcanzar el sombrero de copa y lanzarlo a volar hasta El Sombrerero. Sin embargo, la distancia quedó corta y fue engullido por el dragón, que se convirtió en una nube de polvo estelar al morderse la cola.
Alicia despertó sobresaltada en el asiento trasero del coche.
—Otra de tus pesadillas... —dijo su hermana, mirando por el retrovisor mientras conducía— Quítate eso que llevas en el pelo...
Se atusó su largo cabello rubio y encontró restos de purpurina. Terminaron el viaje y su tía les recibió desde la puerta, dando golpecitos en la esfera de su pequeño reloj de muñeca:
—¿Habéis visto qué tarde es? —refunfuñó.
Alicia no pudo evitar encontrarle parecido con el Conejo Blanco y sentir angustia por lo que había ocurrido en la Luna. Estaba triste, tanto que no le apetecía ponerse el vestido azul que debía llevar, al igual que el resto de damas de honor, pero la estaban esperando. Bajó por las escaleras hasta la puerta del jardín, donde esperaban los invitados sentados en los butacones, cubiertos con telas blancas y adornos azules; y pasó sobre la alfombra púrpura hasta llegar al altar nupcial.
—Al menos podrías sonreír un poco... ¡Menuda cara traes! —le susurró al oído una de las damas de honor.
Alicia suspiró e hizo caso omiso, mirando a las butacas vacías de la última fila. En una de ellas, estaba sentado El Sombrerero, brindando por ella con una taza de té y su sombrero de copa de diez chelines y seis peniques sobre la cabeza.
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Historias de Thai, recopilación de relatos
De TodoRelatos publicados en la página https://historiasdethaisite.wordpress.com/