Aquella tarde la sorpresa del pequeño Daniel fue mayúscula, pues eran pocas las ocasiones en las que sus padres iban a recogerle a la salida del cole. Normalmente papá le llevaba en coche por las mañanas y mamá le esperaba con los brazos abiertos por las tardes, con el bocadillo preparado para ir merendando de camino a las extraescolares de inglés que tan poco le gustaban.
Pero aquella tarde era especial. Estaba tan emocionado que no supo a quién abrazar primero, así que corrió y se abrazó a las piernas de los dos. Papá le quitó la mochila de Bob Esponja y la guardó en el maletero; mamá le ayudó a subir a la parte de atrás del coche y a ponerse el cinturón de su silla adaptable. Daniel iba tan contento, tarareando esa canción tan pegadiza de la radio; hasta que se le ocurrió preguntar:
—Mamá, ¿y la merienda? —al no contestar, pensó que no le había escuchado; y nuevamente preguntó— Mamá, ¿y la merienda?
—No la he traído, cariño.
—¿Por qué?
Mamá sabía lo insistente que podía llegar a ser el pequeño Daniel si no respondían a sus preguntas, y decidió explicárselo:
—Vamos a merendar los tres juntos, más tarde.
—¿Por qué?
—Es una sorpresa... —respondió en un susurro.
Daniel sonrió a su madre con complicidad, y siguió tarareando otra de las canciones de la radio. "¡Qué bien!", pensó. Mamá y papá le llevaban a merendar, pero...
—¿¡Y el inglés!? —preguntó sobresaltado.
—La profe ya lo sabe.
Ahora sí podía estar tranquilo y disfrutar del breve paseo en coche, tarareando las canciones de la radio. Al cabo de un rato aparcaron, y Daniel se agarró de la mano de mamá con una sonrisa de oreja a oreja, mientras miraba los escaparates de las tiendas y cafeterías que había en la zona, impaciente.
Pararon frente a un edificio amarillo con una gran cristalera azul, decorada con mariposas. Ese debía ser el sitio! Además, había otros niños correteando dentro. Unos jugaban con bloques de construcciones sobre una alfombra de colores, otros pintaban con ceras en una mesa amarilla. Había una caja llena de Barbies y otra con coches MicroMachines. Daniel corrió a jugar con los demás niños mientras los padres charlaban sentados en unos sofás blancos.
La tarde fue pasando entre risas, hasta que mamá fue a buscarle. Le cogió de la mano y le llevó a una sala donde esperaba papá. Era una habitación verde clara, y una de las paredes estaba decorada con el papel pintado de un bosque, con su arboleda, arbustos y un río que serpenteante.
A pesar de lo bonito que era, algo no le terminaba de gustar. En mitad de la sala había una silla muy extraña, con una luz enorme sobre ella, parecida a un platillo volante. Obedeció a regañadientes cuando mamá le dijo que se sentase, pero Daniel era un niño muy bueno que siempre hacía caso a sus padres. En el fondo estaba asustado, pero sabía que mamá y papá no permitirían que le pasase nada.
Y después apareció una figura verde y sonriente. ¡Era El Hada de Los Dientes!
Siempre pensó que tendría alas con purpurina y pecas, pero se equivocó. Era una chica morena, con gafas grandes y alambres en la boca. Daba un poco de miedo...
—¡Hola Dani! —dijo, poniéndose unos guantes— Me vas a dejar ver tu sonrisa?
—No...
—Claro... Eso es porque tienes los dientes sucios y no quieres que tus papás te vean.
—No, porque me los limpio en el cole.
—Me estás engañando...
—No. ¡Mira! —dijo, mostrando sus pequeños dientes de leche.
—¡Oh! —dijo El Hada de Los Dientes— Pero así nos lo veo bien... Tienes que abrir la boca, grande como un túnel.
Daniel abrió la boca todo lo que pudo y El Hada se tapó la boca con una mascarilla para mirar todos y cada uno de sus dientes con la ayuda de un pequeño espejo redondo con un mango de goma que alcanzaba hasta la parte de atrás de las muelas:
—¿Comes muchas chuches? - preguntó.
Daniel negó con la cabeza, y con la boca muy abierta.
—¿Seguro?
Asintió con la cabeza, con la boca igualmente abierta.
—¿Y qué dicen mamá y papá? ¿Come muchas chuches?
Daniel alzó la mirada por encima de la chica para ver la reacción de sus padres, que sonreían y negaban con la cabeza.
—Entonces este chico grande dice la verdad... —le retiró el espejo, se quitó la mascarilla y los guantes— Merece una buena merienda. Pero después, tienes que lavarte muy bien los dientes.
Daniel sonrió contento y se marchó con sus padres a merendar, como le habían prometido. Le llevaron a una cafetería pequeña y acogedora, donde servían las mejores tortitas con nata del lugar, y extra de sirope de chocolate. Sin embargo, el pequeño parecía triste:
—¿Qué te pasa, hijo?
—Estoy enfadado con mamá. —dijo, aprovechando que había ido a por la merienda.
—¿Y eso porqué?
—Me ha mentido. Y siempre me decís que no hay que decir mentiras.
—Bueno. Es cierto que mamá no te ha contado toda la verdad, pero no quería asustarte. A nadie le gusta ir a un médico. Si te hubiese dicho dónde íbamos antes de merendar, ¿lo hubieses pasado bien?
—No... - respondió, agachando la cabeza.
—Hablaré con ella para que no lo vuelva a hacer, ¿vale? —Daniel le sonrió, sus enfados siempre duraban muy poco— Ahora tienes que comerte todas las tortitas.
—¡Y luego, a lavarme los dientes!
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Historias de Thai, recopilación de relatos
CasualeRelatos publicados en la página https://historiasdethaisite.wordpress.com/