Viaje de negocios

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(Literautas - mayo 2016)

Martina salió de mi despacho, con una amplia sonrisa de oreja a oreja. Le pedí que me trajese un café antes de detenerme a leer la carta que ella misma me había entregado. El cartero la había dejado en recepción. Debía ser importante... ¡Y tanto!

"El Embajador de España tiene el gusto de invitarle al cóctel que se celebrará en la casa de Sheikh Saeed al-Maktoum, con motivo de la conmemoración de la construcción de la Embajada en Dubái, el próximo 15 de abril a las 21; y después una Recepción en la Embajada, el 16 de abril de 12 a 1.30"

Embajada de España,

1 de abril de 2014

Acto seguido, llamé a uno de mis contactos en la zona para que comprobase la autenticidad del documento (no es la primera vez que recibo invitaciones de este tipo para acudir a cenas benéficas, que luego resultan ser una excusa para sacarme el dinero). Pero no había duda. Era un evento real. Lo comprobé cuando recibí la lista de invitados (altamente confidencial) en mi correo electrónico: empresarios, políticos, famosos, magnates del petróleo... Mucho pez gordo. Grandes perspectivas de negocio.

En ese momento, Martina entró en el despacho con mi café servido en taza; atravesando la puerta de cristal con su forma de caminar tan sugerente y mostrando sus kilométricas piernas, envueltas en esa falda de tubo por encima de las rodillas. Qué bien hizo mi jefe en contratarla, aunque no supiese ni hacer la o con un canuto. Habla lo justo y está bastante buena. Qué más se puede pedir...

—¿Una o dos? —preguntó, poniéndose de puntillas para alcanzar el bote de sacarina. Cada vez se lo dejo en un sitio más alto, por si lleva vestido...

—Un par. –respondí. Ella me mira y sonríe.

Se acercó a mi mesa con el bote en la mano, mirándome con esa cara que combina la inocencia y la lascivia; echando las dos pastillas con cuidado de no salpicarse la blusa blanca. Sin pensarlo dos veces, saqué la VISA del cajón de mi escritorio y se la entregué. Ya sabe lo que tiene que hacer.

Cogimos el mismo vuelo, en clases diferentes (por aquello de la discreción); y preparamos el trabajo que teníamos que hacer durante las diez horas aproximadas que duró el viaje: en mi caso, estudiar la lista de invitados en busca de intereses comunes para poder entablar conversación; en el suyo, no hacía falta que preparase nada.

Llegamos al hotel que con tan buen gusto había elegido mi secretaria, y fuimos a nuestras respectivas habitaciones. Un coche oficial vino a buscarnos para llevarnos al lugar de la fiesta. La temperatura durante la noche era agradable, pero la humedad era sofocante. Esperaba que no les importase que no llevase chaqueta ni corbata. Sino, me daba igual. Mi acompañante apareció con un justado vestido largo de color verde, sin escote. Pensé que era una mala elección, pero al ver su espalda totalmente descubierta, cambié de opinión.

Nos montamos en el coche y tardamos muy poco en llegar (el resto de vehículos nos abrían paso al ver la escolta que llevábamos). El edificio en cuestión fue el lugar de residencia de un antiguo emir (claro ejemplo de la arquitectura arábiga de finales del siglo XIX, con sus techos abovedados, puertas de herradura y ventanas talladas) que en la actualidad, alberga diversos tipos de exposiciones, como en un museo.

El interior estaba acondicionado con pequeñas jaimas instaladas en el gran patio de arena, guareciendo los aperitivos del ligero viento cálido y húmedo que soplaba de vez en cuando; decoración bereber, incluso una enorme jaula con loros de llamativos colores.

Disfrutaba de mi segundo Martini, conversando de forma amena con un empresario bastante influyente de la zona, sin quitar el ojo a mi acompañante; que estaba reunida con un grupo de mujeres en uno de los balcones. De pronto, ocurrió algo que parecía impensable (al menos para mí, hasta ese momento).

Una tormenta copiosa y repentina cayó sobre nuestras cabezas, obligándonos a ponernos a cubierto. Entré en una de las habitaciones, adornada con fotografías en las cuatro paredes. Me entretuve a mirarlas hasta que el sonido de unos zapatos de tacón me distrajo. Martina estaba en la puerta, empapada, y mirándome. La cerró y se acercó a mí, bajándose la cremallera del vestido...

Solo espero que no se entere mi mujer...

Historias de Thai, recopilación de relatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora