Se acercó para comprobar que no había fallado. Que el disparo que ejecutó desde una prudente distancia había acabado con la vida de su objetivo. Se agachó para mover el cadáver, pues había caído bocabajo. La bala le había atravesado el cráneo y mostraba un profundo agujero sangrante en la frente.
Fue un trabajo limpio, de los más sencillos que había tenido en su larga trayectoria como asesino a sueldo. Claro que, tampoco es que tuviese mucha competencia. Si otro profesional metía las narices en sus asuntos, se le quitaba del medio. No le temblaba el pulso, y tampoco tenía demasiados escrúpulos. Quizá fuera esa la razón por la que aquel narcotraficante multimillonario le había contratado.
También era discreto. No le importaba lo que hubiese detrás de cada trabajo que se le encomendaba; sólo se movía la cantidad de fajos de billetes que le pusiesen sobre la mesa antes de aceptar. Así cualquiera hace negocios.
Ladeó el cuerpo inerte hasta ponerlo bocarriba. Revisó con sus manos enguantadas cada uno de los bolsillos del pantalón, la americana, y la gabardina de aquel hombre. Y por fin lo encontró. No entendía por qué un simple sobre podía despertar tanto interés, pero ahí estaba.
Sintió curiosidad por saber su contenido, pero prefirió no abrirlo y guardárselo en uno de los bolsillos de su gabardina gris. Se alejó del lugar para doblar la esquina que le conducía a un oscuro callejón, donde le esperaba uno de los matones del narco montado en un coche. Al caminar, se dio de bruces con una anciana, contra la que chocó fuertemente. La buena mujer se disculpó; él la miró con cara de perro y continuó con caminar decidido hasta meterse en el coche.
—¿Lo tienes? —le preguntó el compinche.
—Por supuesto —sonrió de forma socarrona, mostrando el codiciado trozo de papel—. Estás hablando con el mejor.
Condujeron hasta una nave abandonada a las afueras de la ciudad, donde les esperaba el narco, sentado detrás de una mesa de madera carcomida repleta de fardos de coca. El matón le llevó ante él, y fue rodeado por el resto de esbirros que esperaban en la nave; tal y como estaba acostumbrado a ver en operaciones anteriores. El narco le apremió para que le entregase el sobre y utilizó el filo de una navaja a modo de abrecartas para inspeccionar lo que había en su interior. En ese momento, se levantó violentamente, sacó una pistola y le voló la cabeza.
—Inútil, hijo de puta... —murmuró, bajando el arma y llevándose las manos a la cabeza.
Algo había salido mal. El sobre estaba vacío.
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Historias de Thai, recopilación de relatos
DiversosRelatos publicados en la página https://historiasdethaisite.wordpress.com/