Rose la incomprendida

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Nunca debes juzgar un libro por su portada. ¿A quien engaño? Yo soy la menos indicada para hablar de juzgar por apariencias. Soy experta en ello. ¿Por qué? Porque puedo. Porque yo soy una celebridad. La gente tiende a decir que me siento la gran cosa, pero la realidad y aunque a algunos les duela, yo soy la gran cosa. Es decir, soy dos tercios del trío dorado, el que salvó al mundo mágico, ¿qué más quieren? Pero la cosa no para ahí. Tengo mis méritos propios. Soy sumamente inteligente, madura, ambiciosa, buena para los deportes, buena para el ajedrez y aunque suene presuntuoso de mi parte, soy muy hermosa. Heredé lo mejor de mis progenitores, por lo que no tengo nada que envidiarle a Victorie y Dominique con todo y su herencia de veelas y su ascendencia francesa. Mi vida es un cuento de hadas. Soy una princesa, hija de Hermione Granger y Ronald Weasley, nunca me faltó nada, todo en la vida se me ha dado fácil. Llegué a Hogwarts con altas expectativas, de ser la mejor en mis calificaciones, de ser la mejor en quidditch, de juntarme solamente con la élite, pues siendo quien yo era, seguro todo mundo querría ser mi amigo, y yo me podría dar el lujo de escoger. Y lo hice, por supuesto, fui tremendamente popular, la mejor de mi clase, temida y admirada, batiendo el récord de quidditch, dejando una profunda huella en la historia de Hogwarts, y cuando esos años gloriosos terminaron, ¡prepárate mundo, ahí voy!
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Lo que me lleva al inicio de mi reflexión. Nunca juzgues un libro por su portada.
En la fiesta de graduación me di cuenta de la realidad. Escuché por accidente a mis mejores amigas y a mi novio escupiendo lo que realmente pensaban de mi. Que se reduce a, básicamente todo lo que acabo de narrarles. Lo escuché en boca de ellos, estaban imitándome, fingiendo que era yo quien decía todas esas cosas. Primero, sentí mi corazón rompiéndose, dolor en el pecho. Luego sentí rabia. Eran unos hipócritas, se decían mis amigos, y la realidad es que eran unos oportunistas que se colgaron de MI fama. Luego me sentí preocupada, ¿era yo realmente todo lo que habían dicho? Una egocéntrica, mimada, ambiciosa, presumida, vacía... es que no había lealtad en este mundo...

Comencé a caminar recorriendo la fiesta. Miraba a mis compañeros festejar. Se abrazaban, reían, lloraban, bailaban, y yo sólo quería vomitar... ¿por qué? Lo cierto es que ellos no sabían nada de mi... yo no me siento bendecida por ser hija de mis padres, me siento presionada. Se espera mucho de mi, la gente tiene altas expectativas de mi, he tenido que correr a toda velocidad en mi vida, para poder llegar a ser alguien por mi y no por mis padres. Trabajé muy duro y sin embargo, la gente me sigue juzgando por la portada. En el momento en que saben mi apellido, se acabó. Dejan de verme a mi, ven a mis padres, los buscan a través de mi. Los encuentran porque obvio uno no puede evitar parecerse a sus padres. Pero es tan injusto... que te juzguen por tu origen, que tu apellido pese más que tus acciones, tu esencia, que pese más que tu.

Karma. Era una cosa esotérica sumamente estupida. Pero ¿lo era?

Mientras reflexionaba aún con lágrimas cayendo de mis ojos lo vi. Él siempre había sido alegre, entusiasta, con su humor inocente, honesto, sincero, desde la primera vez que hablamos. No sólo eso. Él nunca me juzgó por mi portada. Él pretendía que tuviéramos un comienzo limpio, a pesar del pasado de nuestros padres, a pesar de la diferencia entre nuestras familias, nuestra educación, nuestro entorno, nuestros apellidos... y yo lo frene en seco. Yo rechacé la sincera amistad que me ofreció. ¿Por que? Prejuicios... una amistad entre nosotros era imposible. Sin embargo, ahí estaba ahora, abrazando a mi primo Albus, su mejor y único amigo. Pero más valía una amistad sincera que mil amigos falsos e hipócritas. Por eso sentí envidia de Albus. Porque se despedía de su verdadero amigo, porque él tenía algo real y verdadero, no como yo, que había escogido mal, pasar mi vida escolar rodeada de falsedad e hipocresía.

Una lágrima solitaria rodó en mi mejilla. Sentí que necesitaba algo de eso que tenía Albus y yo no, sentí que necesitaba a Scorpius y su humor inocente, su inteligencia, su sonrisa sincera y limpia, su mirada de niño... corrí hacia ellos, con fuerza, me quité los tacones, al diablo la formalidad, necesitaba bajar, llegar con ellos y abrazar a Scorpius, decirle: lo siento. Lo siento por como te traté todo el tiempo, por mi rechazo, mi frialdad...

El reencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora