Me recosté en una de las frías paredes. Podía notar un aire frío rozarme las mejillas constantemente. Me quedé dormido en aquella habitación.
Me desperté tiritando de frío y me quise levantar, fue entonces cuando una punzada de dolor me recordó la herida de mi costado. Lancé un gruñido grave. El dolor no me iba a parar. Logré levantarme con dificultad y golear repetidas veces la puerta, sin lograr nada más que cansarme.
Suspiré dejándome resbalar por la fría pared, haciéndome un ovillo. Pasaron las horas. Pensé que me quedaría helado allí, sin poder hacer nada, justo cuando una rendija de la puerta se abrió, entrando una cálida luz.
— ¿Hola? ¿Evey?— no pude evitar decir su nombre. Pero no recibí respuesta. En cambio, un plato de comida pasó la puerta, y seguido de esta unos vendajes nuevos y un ungüento.
—Gracias, Evey, eres la mejor — dije más bajo, casi seguro de que se trataba de ella.
Tampoco recibí respuesta alguna. Agradecí que la comida estuviera caliente y el ungüento y los vendajes me ayudaron a cerrar mi herida, que estaba amenazando con infectarse. Pasaron nos ocho días así, en los que hablaba con ella cada vez que me habría aquella rendija por unos segundos, que me salvaban de las largas horas de soledad, frío y oscuridad que pasaba el resto del día. Sin embargo, cada día me traía menos comida. Me estaba esperando que un día no viniera.
Y así fue. Al siguiente día, ella no vino. Yo, precavido, había ido guardando los alimentos que más aguantaban en caso de que eso llegara a ocurrir. Tendría para dos días más. No podía quedarme sentado. Tenía que hacer algo. Comencé a palpar la habitación en busca de aquella rendija de aire, aquel lugar por donde escapar.
Me pasé así horas, incesante. Paré cuando mis manos comenzaron a perder sensibilidad a causa de los cortes que me había hecho en mi misión.
No me puedo rendir ahora... Si es verdad que Evey no volverá con comida, no puedo quedarme aquí más tiempo.
Continué tras comer algo. No sé cuánto tiempo pasé de esta vez, pero por fin lo había conseguido. Era una rendija minúscula en la pared que estaba frente a la puerta, a una altura más bien baja. Me acosté boca arriba en el suelo, a una distancia cercana a la hendidura, que había marcado con un poco de vendaje sobrante. Comencé a atestar patadas a la pared, agarrándome con las manos a las otras dos paredes. Por primera vez, agradecí la pequeñez del cuarto, que me permitían estar en aquella postura incómoda con el fin de no mover el costado.
Me pasé así un tiempo, gastando mis fuerzas y mis energías en aquella posible escapatoria. Las esperanzas se me hacían cada vez más lejanas.
Decidí dormir un poco.
Me desperté sobresaltado por un mal sueño y con frío. Comí un poco de pan. No me podía dar por vencido. Continué golpeando aquella pared durante horas, cambiando de posturas.
Se me calló el alma al suelo cuando noté que no le había hecho nada a la pared. Pero, ¿Por qué?
Entonces con una rabia contenía la golpeé empleando todas mis fuerzas y mis ganas, a pesar del dolor, del cansancio, del frío sudor que recorría mi espalda. Paré agotado, dando pequeños puñetazos a la pared. La desesperación había dado paso a la decepción.
Fue en ese mismo momento cuando escuché unos pasos.
¿Evey?
Pero no era ella. Nadie abrió la rendija de la puerta. Sólo escuché cómo abrían otra de las puertas contiguas y cómo se llevaban algo arrastrándolo. Un escalofrío recorrió mi espalda.
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La sombra de él.
AdventureÉl lo tuvo todo en sus manos para perderlo, acabando por ser el "estercolero". Pero eso pronto cambiaría cuando decidió coger las riendas de su destino y cambiar el reino que una vez tanto quiso.