Antes de llegar al campo de batalla, el olor a muerte y a sangre era masticable. Las náuseas se hicieron cada vez mayores. Seal resopló cuando nos paramos en las periferias de lo que había sido una fructífera granja. En ese instante era sólo un yermo desolado, bañado en aquel líquido carmesí que había logrado filtrarse en la tierra y abandonar los cuerpos fríos de quienes habían sido sus portadores. Sus caras mostraban un profundo dolor, miedo, la angustia de dejar promesas pendientes, familias, amores... algunos tenían los ojos bañados en lo que fueron saladas lágrimas que se cristalizaron en sus ojos.
Caminé tratando de no pisar a ninguno, tanto si había sido amigo, como si había sido enemigo. En ocasiones tuve que cerrar los ojos para no ver aquellas caras, aquellos ojos que tanto dolor transmitían... puede que alguna de aquellas expresiones la hubiera causado yo. ¿Pero acaso tenemos elección? Si no son ellos, somos nosotros...
Me resultaba extraño empezar a tener esos pensamientos: nunca antes me había preocupado en la vida de mi adversario, aunque sí que es verdad que lo pasé mal cuando maté a mi primer enemigo... sin embargo, no fue una mala sensación.
Parecía que ahora me atacaban los remordimientos de algunas de las caras que sí recuerdo haber arrebatado. Agité mi cabeza con fuerza y aquellos pensamientos pronto se desvanecieron. Ningún remordimiento de ese tipo iba a menguarme más de lo que ya lo estaba. Nunca.
Varias casas y graneros habían alimentado a las llamas, que habían devorado todo a su paso, incluso a algún que otro animal y persona. A lo lejos, varias personas cargaban con algunos cadáveres en una carretilla. De allí, los llevaban a una fosa común. Supuse que los quemarían a todos para no contaminar la tierra y no extender el hedor a muerte.
Seguí caminando por aquel lugar. Las moscas ya lo habían invadido y se habían hecho las dueñas y señoras de los cuerpos que una vez albergaron una luz cálida. El ambiente era muy pesado, costaba respirar.
Llegamos a una zona donde el panorama era incluso peor: allí estaban los heridos que habían sobrevivido. Muchos de ellos se quejaban y pedían ayuda, otros, maldecían por lo bajo. Los enfermeros y enfermeras no daban a vasto.
Por un momento esperé ver a Evey, ayudando a los heridos como había hecho conmigo. No sé por qué la busqué aun cuando sabía que no estaría. Apreté los puños con fuerza y comencé a caminar en otra dirección.
Vi cómo se llevaban a los más graves a otro sitio, pero por alguna razón no quise ir allí. Supongo que fue porque sabía que allí tampoco estaría.
Habían montado una tienda de campaña, de la cual entraban y salían personas con mucha prisa. Me decidí a entrar.
Allí estaba Sophie junto con otros hombres, todos dispuestos alrededor de una mesa. Parecía que planeaban algo. Dejé a Seal en la entrada y me adentré en la tienda.
— ¡No sabemos qué hará el enemigo ahora! — exclamaba uno de los hombres.
—Mandarán una ofensiva para acabar con los pocos que quedamos... — decía desconsolado uno de ellos, cuya barba era larga y poblada.
El silencio se hizo cuando uno de ellos se percató de mi presencia y golpeó a otro con el codo para avisarle. Inmediatamente, un puñado de pares de ojos estaba fijos en mí y en mi penoso estado. Sophie fue la primera en apartar la vista.
— ¡Tirion! — dijo Crist, aparentemente contento de verme —. Todos temíamos lo peor... ¿Dónde te habías metido?
Parpadeé varias veces.
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La sombra de él.
MaceraÉl lo tuvo todo en sus manos para perderlo, acabando por ser el "estercolero". Pero eso pronto cambiaría cuando decidió coger las riendas de su destino y cambiar el reino que una vez tanto quiso.