Durante el viaje a Hérinjam miraba a ambas mujeres por una de las dos únicas ventanas del carruaje. Ambas hablaban animadas, Evey más que Sophie, que parecía ser más reservada y fría.
Evey tenía una sonrisa de oreja a oreja, mientras que Sophie sonreía también, pero ésta intentaba disimular más, ocultando y bajando su rostro. ¿Acaso era Sophie tímida? No había hablado mucho con ella... caí en la cuenta de que no sabía nada, o casi nada acerca de su vida, o de su personalidad, de... nada. Algo parecido me pasaba con Evey, pero me notaba distinto con ella.
Más cercano.
Podría ser eso. Evey me había ayudado mucho desde que la conozco, también habíamos tenido más momentos. En cambio, Sophie y yo no teníamos nada más que serias palabras cruzadas entre ambos. Para mí, aún era una auténtica desconocida.
Lo único que sabía de ella era lo que me mostraba su apariencia: tendría la misma edad que yo, puede que algo más. Era fuerte, pero en aquel traje se veía frágil y dulce. Su pelo castaño era más largo que el de Evey, llegándole hasta el final de sus omóplatos de su esbelto cuerpo. Sus facciones eran suaves y sus ojos marrones a la luz parecían miel. Sin embargo, Evey aparentaba ser más mayor. Puede que fuera por su pelo negro, por su estatura, más baja... su rostro no parecía tan suave, con pequeñas arrugas queriendo ocupar su piel.
Suspiré mirando al cielo, hoy de un azul que transmitía una paz contagiosa.
Sus voces y risas eran las únicas que acompañaban el poco viento que movía esa mañana las hojas de los árboles, las únicas que parecían cantar con los pájaros. Era un día soleado y tranquilo, uno de esos típicos días en los que apetece comer en el prado y disfrutar respirando aire fresco.
Robert paró en seco y ordenó que todos parásemos. Las risas de ambas señoritas cesaron y me tensé en el acto, apretando mi mandíbula, algo enfadado conmigo mismo. Debería estar alerta y dejarme de pensar tanto.
Los pájaros ya no cantaban, el viento no soplaba y una tensión abordó el cuerpo de todos. Sophie mandó seguir caminando, alerta y preparados para una posible huida.
Pero nada pasó. Llegamos a la periferia de Hérinjam sin ningún percance. La ciudad se alzaba ante nosotros con sus murallas, algo desgastadas por el paso del tiempo, con musgo entre las piedras que lo formaban. Atravesamos el portón de madera. Madera podrida que amenazaba con caerse en cualquier momento, aplastando a cualquier viandante que pasara por ahí en ese momento.
Las calles eran estrechas, por donde apeas pasaba el carruaje. Robert iba delante y yo detrás de éste, ya que no entrábamos. Las piedras que las formaban eran resbaladizas. El olor a putrefacción en algunos puntos de la ciudad eran tales que las arcadas eran continuas y casi me hicieron vomitar en varias ocasiones. Las personas vestían ropas pobres y deshilachadas. Sus cabellos estaban enredados y sucios, al igual que sus rostros cansados y perdidos.
¿Qué tan bajo había llegado a caer Hérinjam?
Recuerdo un Hérinjam altivo, con gentes alegres y amables, con ganas de vivir, con calles que olían a flores que colgaban de los balcones, sin olor a muerte en cada esquina y sin la sensación incesante de que en cualquier momento podríamos ser asesinados o vernos envueltos en una reyerta de barriobajeros.
Llegamos a una posada, donde paramos para comer algo y recuperar un poco de fuerzas. Queríamos dejar a Evey y a Sophie allí, pero ambas se negaron y nos demostraron una vez más que no podíamos subestimar su decisión y su afán, al igual que su poder de persuasión y su fuerza.
Poder femenino.
Suspiré no muy convencido. Dejamos los caballos a cargo del posadero, quien también se miraba cansado y algo enfermo.
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La sombra de él.
AdventureÉl lo tuvo todo en sus manos para perderlo, acabando por ser el "estercolero". Pero eso pronto cambiaría cuando decidió coger las riendas de su destino y cambiar el reino que una vez tanto quiso.