Capítulo 12: Contándole cosas a Amelía.

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—¡Soberano! —interrumpió nuestra plática el general.

—¿Qué sucede, Herver? —preguntó mi marido, dejando de beber su vino.

—¿Cómo te atreves entrar así? —cuestiono algo enojada.

—Los Libios se están acercando, mi señor —tanto Ramsés como yo abrimos los ojos como platos. Ambos cruzamos miradas.

—Eso es imposible. Habíamos eliminado aquel pueblo hace muchas décadas, yo misma lo vi con mis propios ojos —pronuncio luego de unos minutos.

—Lo sé, mi señora, pero hemos mandado un espía a sus antiguas tierras. Nos ha dicho que están habitadas por ese mismo pueblo. ¿Qué haremos?

—Prepara al ejército. Realicen un nuevo espionaje, calculen en cuando estarán aquí —el general asiente para luego desaparecer—. Debes irte, amor —niego con la cabeza ante esa idea.

—No te dejaré, mucho menos a mis hijos.

—Tienes que...

—No, Ramses. Esa es mi última palabra —contesto furiosa. Bajo del trono y salgo de aquel lugar.

—¡Amalia!

—Sí, soberana —agacha su cabeza.

—Preparame la tienda en el Nilo. Necesito descansar —sale disparada hacia el lugar, nada más que yo voy más lento.

No puedo dejar Egipto. Sé que piensan que soy una maldita bipolar pero soy así. Nadie me va a cambiar, ni siquiera aquel chico del que sigo enamorada.

Haré lo posible por alejar a mis hijos de aquí. En cuanto se me presente tal oportunidad, no dudaré.

Hago una mueca de dolor, una fuerte punzada se hace presente en mi barriga. Amalia me hace masajes en la espalda y me da una copa con agua.

—Muchas gracias —murmuro.

—Es un placer servirle —le sonrió un poco. Está muy nerviosa, puedo notarlo en sus movimientos con las manos.

Me siento en el sillón blanco con dorado en las puntas. La tienda está llena de frutas y tranquilidad. El río Nilo se lo ve espléndido.

—Espero que nazcas muy sano y fuerte —le digo a mi bebé—. Creo que será un niño.

—Esperemos que sí. Aunque su panza es muy grande como para ser uno sólo —dice Amalia sonriendo—. Aunque, si es niña igual será muy amada por los soberanos.

—Claro que sí, ni lo dudes. Además, no dejaré que pase lo mismo —mi dama de compañía sonríe algo triste.

—¿Hubo alguna novedad con ese tema? Lamento mi curiosidad.

—No importa —sonrío—. Dione ya se ha enterado que no soy su madre de sangre.

—¿Se lo tomó bien?

—No tanto. ¿Cómo reaccionarias si te enterarás que tu madre te robo? ¿Qué te mintió casi toda la vida que llevas? —una lágrima corre por mi mejilla al recordar aquel día.

—¡Sólo puje una vez más! —gritó la partera. Le hice caso. Tiro mi cabeza para atrás mientras siento como los ayudantes limpian mi sudor.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no hay llanto? —Pregunto desesperada al no escuchar nada. La sacerdotisa niega con lágrimas en los ojos—. No...

La Diosa Griega No Conocida [Nico Di Angelo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora