Sentía la lluvia caer furiosamente sobre mi rostro, empapándome la piel y calándome los huesos con su gélida calidez. A mi alrededor se encontraba el mismo paisaje que la última vez que caí dormido, bajo nubes de tormenta el sol se desperezaba junto a las lunas gemelas de azabache esmeralda y ceniza. Un relámpago brillo en el aire. No había pájaros volando frente a mí, no había un rio de lava crepitando junto a mi... Solo caminos de obsidiana que brillaban hacia el pico de sus montañas progenitoras, arena de granito coronadas por las cenizas de los muertos y los putrefactos huesos de aquellos que lucharon contra la muerte. Un trueno chillo furioso en el horizonte, y con él, vino un aullido. Un aullido que, hacia vibrar el mismísimo aire, un aullido de pura tristeza y frustración. Entre el bosque de árboles enanos se deslizaban elegantes lobeznos y tras ellos venían majestuosos lobos blancos como la nieve. Sus ojos de azul oceánico refulgían con astucia y hambre. En mi mano descansaba un cuchillo de metal oscuro, un arma que ansiaba sangre y la siega de vidas.
Los lobos avanzaron unos audaces pasos hacia el desconocido que abrazaba su cuchillo, le observaban inquisitivamente, cuando el joven se puso en pie sacaron a relucir sus opalinos dientes con furia, rodearon lentamente al joven mientras este los vigilaba bajo su gélida mirada. El aire, tenso como la cuerda de un arco se fragmento en un millar de pedazos con el aullido hambriento de los lobeznos. El extranjero preparo su cuchillo para la matanza con una inusual sonrisa, un extraño colgante en sus sueños parecía palpitar en conjunto a la locura de su amo.
Cuando el primer lobezno salto el tibio filo atravesó su vientre y vertió en el suelo sus vísceras. La sonrisa se ensancho. La sangre de la bestia brillaba en la mano del joven, brillaba en su filo. La camada aulló en agonía y en su lamento el cuchillo se desmenuzo en ceniza. El asesino, atónito, observo como la ceniza se resbalaba entre sus dedos. Los lobos gruñeron con ira a el rostro bañado en terror del soñador.
Sus colmillos cortaron sus tendones, sus zarpas removieron las entrañas del monstruo, sus lenguas saborearon la deliciosa sangre y sus oídos se deleitaron en los gritos de agonía de su víctima.
Y el intruso murió.
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Nosotros entre Yo
AdventureDespertó con el beso de la victoria en los labios, con la transformación de su carne en la mañana y con la división de su alma en la plata del zafiro. Su vida a dado un giro brutal, nadie es quien dice ser, ni tan siquiera el mismo se conoce... Inic...