Capitulo 21

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Saito caminaba por una callejuela oscura y de aspecto sucio, llevaba su abrigo negro encima, aunque no lo necesitara y el portátil número trece bajo su brazo izquierdo bien apretujado contra el cuerpo. Una fina lluvia le golpeaba el rostro y aplastaba el cabello mientras avanzaba a través de la garganta de la ciudad. Lo había encontrado, había descubierto de donde había salido el colgante, que era, su naturaleza y poder... Lo sabía todo. Y la voz en su cabeza simplemente callaba, simplemente le ignoraba. Había intentado llamarlo muchas veces durante las últimas horas, pero no contesto en ninguna, quizás debido a que el colgante ahora descansaba en una caja de aspecto envejecido en el bolsillo oculto de su abrigo. Había ganado.

La Luna era eclipsada poco a poco por las nubes de tormenta sobre la cabeza del joven, un trueno grito con descaro, demandando atención desde la lejanía. La lluvia arrecio mientras el joven falto de zafiro empezó a correr en dirección a su objetivo, es decir, en dirección a cualquier lugar fuera de este callejón donde fuera capaz de resguardarse de la lluvia, mientras lo hacía recordó las últimas tres horas: A Marck hackeando el servidor de la escuela a una velocidad vertiginosa directamente proporcional a la cantidad de café que se le fuera rellenado por minuto, recordó su sonrisa al descubrir por internet una antigua leyenda sobre el colgante, su carrera hacia los registros del museo de la ciudad, a él intentando seducir a la secretaria, a él colándose a través de la ventana fundiendo con sus habilidades las juntas de silicona del vidrio, la sonrisa al encontrar el secreto del colgante y arrancarlo de su cuello, la alarma del museo clamando por socorro, las sirenas de policía llorando a su paso por las calles empapadas de la ciudad, un abrigo negro descansando en un perchero cercano, un hurto, un rayo, un joven corriendo bajo la llovizna que prometía ser tormenta camuflado con un abrigo que no era suyo y alcanzando con su mirada ambiciosa la victoria.

De repente la lluvia se detuvo en un valle de silencio que retumbaba guturalmente en cada baldosa de las calles. Saito presintió que algo iba mal y se detuvo, fue en ese lapso de quietud que escucho unos acrecientes repiqueteos bajo sus pies, como diminutas taladradoras o piedrecitas arrastrándose en manada bajo estos, pero todo estaba normal. Cuando el noctambulo se decidió a continuar su camino entrevió por una milésima de segundo algo moverse como un látigo entre las rejillas de las alcantarillas, las cuales estaban situadas a la altura de sus pies, incrustadas en el pavimento de las aceras paralelas a la carretera por donde Saito corría. Se detuvo y agudizo el oído y la vista tanto como pudo, una rata salió arrastrando su cola como una lengua de fuego sobre la nieve de entre los barrotes de la alcantarilla, su pelaje era de un blanco lechoso manchado por la mugre y el estiércol. El ratón observo a Saito con sus ojos de rojo sanguinolento para finalmente girar ligeramente su cuello unos pocos grados y hacer un ruidito ratonil.

El joven suspiro aliviado, encargarse de más policías impertinentes solo le robaría más valioso tiempo, cuando se disponía a darse la vuelta y correr una nueva rata, esta vez de un gris moteado con ojos negros como piedras de azabache brillante, se detuvo tras la primera. En ese instante aparecieron, corriendo en masa y deteniéndose junto a sus antecesoras, aparecieron muchas más... Cientos de ratas, miles de ratas, tantas ratas como para llenar toda la calle tras de Saito, este se quedó un segundo inmóvil ante la escena, "Con que han sido estos pequeños monstruos los que hacían ese ruido..." ni las ratas ni Saito hicieron un solo movimiento, tras unos segundos la rata de blanco lechoso y ojos carmesí se adelantó sobre las demás y observo a él joven directamente a los ojos, le pareció que esa mirada se reía de él, y eso le puso furioso. Un transeúnte distraído con su teléfono apareció en la calle conjunta a el camino por donde hace unos segundos corría el noctambulo, se detuvo a la altura de este mismo y observo a las ratas con terror, la mano derecha le temblaba imperceptiblemte, Saito lo noto y sonrió silenciosamente ante la debilidad del hombre a su lado.

- ¿Cómo te llamas? -

El joven aparto la mirada de las ratas un segundo y observo al noctambulo. - Loren, me llamo Loren. - Volvió a dirigir su mirada a las ratas.

-Loren. - Dijo Saito en alto.

- ¿Qué?, por cierto, ¿Podrías decirme tu nombre por favor? -

-Saito. - Respondió. - Ahora...- el joven de colgante en bolsillo carraspeo, deteniendo su mensaje, se froto la muñeca izquierda con una mueca de dolor debido a un encontronazo con un perro de policía hará una hora. - ¡CORRE! -

Las ventanas y tiendas cerradas desaparecían a la velocidad del rayo de la vista de los fugitivos, cientos de ratas les seguían entre chillidos agudos, bañadas en un miasma invisible de sed de sangre y haciendo brillar con la casi inexistente luz de la Luna sus afilados colmillos delanteros. Durante la huida los dos jóvenes no hablaron demasiado, algún grito intercambiaron entre los dos, pero el pánico no les permitía hablar demasiado. La adrenalina corría con instinto animal entre las venas del joven sediento de poder y victoria, tiro un contenedor de basura verde y grueso al suelo con el deseo de que su basura derramada distrajera a una parte de las ratas, no hubo suerte. Los roedores continuaron su persecución sin ápice de cansancio y lo que parecía ser el compás del terror danzando baso sus pequeñas patas. Deseaban sangre. Deseaban matar aun pagando con la vida de sus padres e hijos...

Loren vislumbro al fondo de una callejuela estrecha a la derecha de la calle por donde corría una escalera de mano que llevaba a una azotea cercana, golpeo a su compañero de huida en el hombro y le señalo el descubrimiento, los dos sonrieron con esperanza, pero en una de las sonrisas había algo más... Oculto, pero algo más.

Las ratas aumentaron su velocidad, atentas como una guadaña lista para segar el campo en época de cosecha, como si supieran y comprendieran el destino hacia donde corrían sus presas. Loren alcanzo la primera barra de la escalera y la subió jadeando, Saito iba detrás y también entre jadeos empezó a subir. Una vez los dos estuvieron arriba observaron la maraña de ratas en la calle, estas parecieron calmarse por un minuto, pero cuando los jóvenes descubrieron que ocurría realmente era demasiado tarde, las ratas habían empezado a subir a los otros edificios utilizando los desagües de las casas, en unos pocos segundos caerían en picado a su azotea, en unos segundos correrían en masa hacia los jóvenes desprotegidos. Pero entonces Saito tuvo una idea, una idea...Interesante.

El joven de colgante en bolsillo agarro a Loren por el cuello del abrigo, este le observo primero con sorpresa y luego con puro terror, Saito sujeto con más fuerza al joven, le dio un puñetazo en la nariz y mientras unas gotas de sangre caían sobre sus mejillas, aprovecho la confusión de su presa para pegarle un fuerte rodillazo en los testículos, dejándolo así sin respiración. Fue en ese momento de pura debilidad que con una sonrisa maquiavélica y ojos de azul helado que el noctambulo lanzo a su víctima sobre las ratas. El impacto contra el suelo del traicionado sonó como el crujir de unas ramas secas, el crujido de los huesos rotos de cientos de ratas y el grito de agonía del caído, este no se podía levantar. Se había roto la pierna derecha.

Saito observo con gracia y diversión morbosa como las ratas mordieron y despedazaron lentamente a su antiguo compañero, en lo que creyó el momento de distracción álgido de las ratas bajo las escaleras y corrió en dirección al internado, le pareció escuchar, o, mejor dicho, sentir el último aliento de Loren en su piel, pero eso era algo que jamás llegaría a saber. En ese momento la rata blanca de ojos escarlata tintaba de sanguinolento rojo sus dientes con las entrañas de su alimento desechado.

Saito miro tras de sí. Ninguna rata le había perseguido, todas habían simplemente saciado su glotonería con el cadáver aún con vida que una vez se llamó Loren. El caído y traicionado.

Y Saito sonrió con alegría mientras se relamía los labios con el recuerdo.

Y Saito despertó.


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